Una de las mayores dificultades para los extranjeros que estudian el español es que para la función atributiva existen fundamentalmente dos verbos, «estar» y «ser», que no se usan indistintamente sino en papeles bien delimitados. Así, «ser» atribuye al sujeto una cualidad o una manera de ser que le corresponde por su esencia o naturaleza […]
Una de las mayores dificultades para los extranjeros que estudian el español es que para la función atributiva existen fundamentalmente dos verbos, «estar» y «ser», que no se usan indistintamente sino en papeles bien delimitados. Así, «ser» atribuye al sujeto una cualidad o una manera de ser que le corresponde por su esencia o naturaleza (el cielo es azul); «estar», sin embargo, le atribuye un estado pasajero, una manera circunstancial de existir: el cielo está azul.
Sin embargo, en los tiempos del móvil, la deslocalización y el turismo de masas la pregunta más frecuente es «¿dónde estás?». En cierto modo, es como si ahora «fuéramos menos» y «estuviéramos más», como ya antes se había puesto el adjetivo encima del sustantivo, y el amimeparece delante del argumento.
En efecto, ya no somos fachas, sino que estamos fachas, como tampoco somos xenófobos sino que lo estamos, o dejamos de ser católicos aunque seguimos estando bautizados.
Un puñado de ejemplos (mira a tú alrededor y verás que son plaga):
EEUU e Israel son países invasores, violan gravemente la legalidad internacional, matan, torturan y desprecian los más elementales derechos humanos. Pero aún más importante es que esos países están en guerra con el terrorismo, están librando una batalla por la libertad, o están siendo incomprendidos por sus aliados (es decir, grandes cosas).Mientras, los palestinos o los iraquíes son muertos o son recluidos o son terroristas (es decir, casi nada).
En el Estado español (que nunca fue una nación) está a punto de romperse la nación española, dice todos los días una prensa que no es libre, porque es privada y tiene dueño, aunque en la constitución española la libertad de prensa está garantizada como derecho fundamental.
Como estamos xenófobos sin serlo, apenas reparamos en el dato de que uno de cada cinco inmigrantes vive en menos de 10 metros cuadrados. Si aumenta la pigmentación de la piel, los metros del habitáculo se reducen de forma proporcional.
Como también estamos fachas, aunque no lo seamos, nos parece intolerable que un país que lucha por construir el socialismo (poniendo la economía al servicio de la colectividad y asumiendo íntegramente el gasto sanitario) se entrometa en la sacrosanta libertad individual y exija a sus ciudadanos la utilización de bombillas de bajo consumo o modificar hábitos que mejoren la salud pública.
Por el contrario, en los estados capitalistas (donde la economía está al servicio de determinadas empresas y donde la política sanitaria únicamente (y cada vez menos) traza límites para que los «agentes económicos» (multinacionales farmacéuticas, empresas de la sanidad privada…) pulvericen uno tras otro sus récord de beneficios, nos parece normal que se nos imponga la obligación de no fumar y al mismo tiempo la de respirar un aire irrespirable (que no es insalubre, sólo está contaminado). Sin embargo, cuando sucede esto, es decir, que el estado no se entromete en las cosas del mercado, aun cuado éstas son las que determinan de forma sustancial nuestras vidas y sin autoridad ((porque al no tener legitimidad «no es de ley») pero con potestad (porque «está en la ley») se entromete en nuestra vida privada (que era el huesito que hasta ahora se nos echaba en las democracias burguesas), no ponemos las barbas a remojo en el vaso del fascismo (que está claro que no existe, aunque está casi lleno) sino que llegamos a verlo hasta moderno.
Dice el acerbo «no somos nada». Pero podríamos añadir que «estamos políticamente correctos».Tanto es así que nadie (o casi) es partidario de la cadena perpetua pero todos (o casi) estamos escandalizados de que los terroristas sólo estén en la cárcel 20 años cuando sus condenas son 10 veces más grandes. Ya sabemos que 20 años son nada, nos lo contaron con música para que no lo olvidáramos. Pon un día detrás de otro y verás que pasan volando. Pues bien, estos días, en las tertulias radiofónicas se incide sin parar en la grave incoherencia de que personas condenadas a más de mil años de cárcel sólo cumplan poco más de 20. Como fuera que nadie propone adecuar la cifra a la duración de la vida humana y teniendo en cuenta que aún multiplicando por tres los 60 años de prisión seguirían siendo ridículos frente a los mil de la pena entiendo que lo que se propone es que al menos se cumpla la mitad (parece lógico y «centrado»). Es decir unos 500 años. En fin, nada que el nitrógeno líquido no pueda garantizar.
Y así, cuando aún estamos aturdidos por aquella huelga general que no existió pero paralizó el país, o seguimos sin comprender aquel golpe de estado en Venezuela que tampoco existió pero finalmente fue abortado o que no encontramos las armas en Irak (pues aunque estaban no existían), cuando ya apenas somos trabajadores sino que estamos en la clase media y el cambio climático no existe pero todos lo notamos, sólo se me ocurre en lo privado seguir el consejo de un buen amigo y cambiar la sala de estar por una sala de ser y, en lo público, dejar de estar sujetos (a la ideología dominante, a la compra compulsiva, al movimiento perpetuo, a aceptar como natural que unas personas dominen a otras) para intentar ser sujetos de nuestras vidas. Sujetos como individuos, sujetos como pueblos.