Cuando Ernest Hemingway, que acaba de visitar el frente del Ebro junto al fotógrafo Robert Capa y el periodista Herbert Matthews atraviesa la frontera francesa en noviembre de 1938, no sabe que acaba de terminar su última estancia en la España republicana en guerra, pero está también lejos de pensar que sólo volverá a España […]
Cuando Ernest Hemingway, que acaba de visitar el frente del Ebro junto al fotógrafo Robert Capa y el periodista Herbert Matthews atraviesa la frontera francesa en noviembre de 1938, no sabe que acaba de terminar su última estancia en la España republicana en guerra, pero está también lejos de pensar que sólo volverá a España 15 años más tarde, en 1953.
«15 años de exilio» no vacila en escribir el autor francés Pierre Dupuy (Hemingway et l’Espagne, 2001). Años que vivió con una nostalgia especialmente intensa si se tiene en cuenta que Hem (no nos gusta el apodo Papa, trivial y manido a más no poder) compañero de ruta de los republicanos de la guerra civil, autor de For Whom the Bells Tolls (1940) y todavía prohibido en la España franquista, estaba convencido de que «no vería nunca más España». Estaba equivocado.
Proveniente de Biarritz, ciudad sureña de Francia, Hem, acompañado de quien sería su última esposa, Miss Mary, y de un chofer italiano que conduce el Lancia negro en que viajaban, pasan la frontera en Irún sin el menor contratiempo, para sorpresa del escritor norteamericano. Al llegar a Pamplona, sus amigos de Navarra -a la cabeza de ellos está Juan Quintana (el Montoya de The Sun Also Rises, 1926) le prepararon una acogida de «indiano» (Edward F. Stanton, in Hemingway en España, 1989). La euforia de estos momentos hace olvidar al interesado que la España de Franco, en 1953, no es la de los años 20 o 30, que el mundillo de los toros ha cambiado, que muchos de los valores que atrajeron al Hemingway de París no existen ya. ¿Se da cuenta E.H de que él mismo tiene 15 años más, que su resistencia física no es tampoco la de antes y, lo que es peor, que su inspiración comienza a dar signos de deficiencia?
«Era extraño volver a España. Nunca esperé que se me permitiría volver al país que amaba más que a cualquier otro después del mío», escribió E.H. En julio de 1953, es un Don Ernesto nuevamente entusiasta el que conoce en Pamplona, por casualidad, al joven torero Antonio Ordóñez, de 21 años. Casualmente, aunque no tanto, Antonio es precisamente el hijo del torero Cayetano Ordóñez, El Niño de la Palma que tanto encantó a Hem en Pamplona en 1924. El escritor incluso lo «puso en escena» (como el personaje Pedro Romero) en The Sun Also Rises.
Pero¿qué tiene en mente Hem cuando regresa a España, en 1953 ? El mismo escribió a su hijo que había hecho un «excelente viaje para recoger informaciones para un apéndice de Death in the Afternoon (1932) [Muerte en la Tarde] sobre la evolución y la decadencia de la corrida moderna». Un «apéndice» que conspiró en su contra. «La intuición autocrítica de Hemingway, tan fuerte en otros tiempos, lo traicionaría en aquel proyecto taurino», analizó E. F. Stanton. Más que eso, asistiremos en realidad al fin del mismísimo mito español de Don Ernesto.
En la provincia de Cuenca, los Hemingway conocen, ese mismo mes de julio, en su finca La Villa Paz, a la figura nº1, el astro de 27 años. Luis Miguel Dominguín. Esta vez, Hemingway no se encuentra tampoco en terreno desconocido. Él había conocido a su padre, Domingo González «hacia bastantes años». Poco a poco se va armando el escenario de un futuro drama, aunque a espaldas de todos.
En noviembre de 1955, la pareja norteamericana recibió la visita de Ordóñez y Dominguín, que pasaban juntos por Cuba de camino a América Latina para la temporada de invierno. A fines de septiembre de 1956, el matrimonio norteamericano está de nuevo en España para seguir a Antonio. El escritor Hemingway trabaja por aquel entonces en varios proyectos. Trabaja nuevamente varios textos escritos en cuadernos encontrados en 1956 en dos baúles olvidados, desde 1945, en un sótano del hotel Ritz de París. De esos textos saldrá París era una fiesta. Y también le ha pasado la primera mano al «apéndice». Sobre todo porque la revista Life -la misma que ya publicó, con el éxito que todos conocen, The Old Man and the Sea (más de 5 millones de ejemplares en septiembre de 1952)- acababa de ponerse en contacto con él para que le entregue, mediante un «jugoso contrato» (señala P. Dupuy), una serie taurina. Por enésima vez, los Hemingway cruzan de nuevo el Atlántico y están en Algeciras el 1º de mayo de 1959. Se le dice a Hem que el verano del 59 será testigo de una competencia «implacable» entre Ordóñez, torero en su apogeo, su «hijo espiritual» y Dominguín, que acaba de festejar sus 32 años. Torearán juntos repetidamente y habrá varios mano a mano. La anunciada presencia de Hemingway constituye un argumento comercial extra. El escritor está lejos de darse cuenta de ello. Quienes conocieron a Don Ernesto o lo vieron alguna vez en aquella época, dicen que estaba «en forma», que «revivía». En mayo, está en Madrid para la fiesta de San Isidro (Ordoñez tiene tres contratos allí), después sigue a Antonio en todas partes. A pesar de la ausencia de Ordóñez, permanece en Pamplona entre el 7 y el 12 de julio (estábamos nosotros el 11) su última estancia en su «cuna» española. Esta el 14 de agosto a Málaga (segundo mano a mano) y Bayona (en Francia) donde los dos cuñados (Carmen la esposa de Antonio es la hermana de …Luis Miguel) cumplen su tercero mano a mano el 15 de agosto (estábamos allí también). Como de costumbre, Hem está ese día en el callejón mientras que en el palco se puede ver a Lauren Bacall. Nuevo «duelo» en Ciudad Real el 17 de agosto y después el quinto (y último) en Bilbao. Ese día el reportaje termina para Hemingway- que acaba de festejar sus 60 años- por falta de contendientes. Uno de ellos, Luis Miguel, es herido de gravedad. Termina la rivalidad puesto que hay un ganador: Ordóñez. El propio Hem lo dice: «El asunto está resuelto», a favor de su protegido. Fin de la pieza. A penas cinco mano a mano…Faltan muchos.
Pero Hem, que no le pierde ya pie ni pisada a Antonio, se convierte para éste en una especie de auto-asesor taurino. Había abandonado su estatuto de espectador experto y genial. En realidad se auto-mutiló. Están juntos en ocasión de seis corridas en España y en Francia. Es en la ciudad de Nimes (sureste) el 27 de septiembre del 59 que E.H vio su última corrida en Francia. De regreso en Nueva York, después en La Habana, Hem tenía todos los elementos para poner punto final a su «apéndice». Life le había pedido 10 000 palabras. Hemingway comienza escribiendo 63 562 y deja pasar la fecha de entrega. El autor, estamos en junio de 1960, escribirá finalmente 108 746 palabras… que será además incapaz de reducir. ¿Por qué decidió Hem volver a España, a comienzos de agosto de 1960, aún sabiendo que Life iba a publicar sus textos poco tiempo después? Oficialmente lo hizo para «completar su texto (¡!) y actualizarlo». Esta vez, y por vez primera, viaja solo (¡!) y en avión. Extrañamente, hay poca información sobre ese viaje a España, subraya P.Dupuy. Pero sigue (per) siguiendo a Ordoñez. Su editor francés Gallimard habla en 1986 de su «nefasto viaje a España, agosto-octubre de 1960 «. Se publicó The Dangerous Summer en Life los 5,7 y 9 de septiembre del 60.
A principios de octubre, E.H esta todavía en España. Su viejo amigo, desde 1948, Aaron Hotchner se encuentra con un Hemingway en muy mal estado de salud. Según el escritor británico Anthony Burgess, Hemingway decidió abandonar España de noche, y por consiguiente, en un avión de hélice y no en un jet «para tener menos enemigos que le siguieran los pasos»… Un gran amigo español de E.H, el escritor José Luís Castillo-Puche, testigo también del verano del 59, estimó que Hemingway solamente fue engañado por… el propio Hemingway. «Él quiso vivir intensamente, de manera ficticia, una gran tragedia que, sólo al final, apareció ante sus propios ojos como una gran farsa». El gran Don Ernesto había olvidado que el gran «duelo» de la época era fruto de una estrategia comercial entre los apoderados de los dos maestros, verdaderos cuñados y falsos rivales. Hem había regresado a EEUU cuando explotó el asunto: en España lo declararon indigno de pertenecer al mundo de la afición a los toros, lo peor que le hubiese podido suceder al viejo Don Ernesto. No sólo se le reprochaba al aficionado norteamericano su glorificación desmesurada de Ordóñez, estar parcializado contra Dominguín sino, sobre todo, sus frases contra una de las mayores figuras de toda la historia del toreo español: Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete (1917-1947), un «buen torero pero con trucos baratos»… El problema es que Hemingway nunca vio a Manolete torear…El propio Dominguín replicó: «Hemingway es malo como novelista y peor como crítico taurino. Le gusta ligarse a asuntos taurinos porque sus lectores son generalmente tan profanos como él». Y Dominguín añadio que no era más que «el Nóbel del Plan Marshall».
A finales de mayo 61, Gregorio Corrochano, el cronista taurino más temido escribió que el Sr Hemingway era «un buitre»,»le atrae la muerte y sacia en ella su voracidad».
Ernesto Hemingway fue enterrado el 7 de julio, en Ketchum. Ese mismo día, en Pamplona, se inauguraba los sanfermines de 1961. Antonio Ordóñez estuvo tres veces en el cartel. Ofreció una misa de réquiem en la capilla dedicada a San Fermín, con la presencia de numerosos amigos, encabezados por Orson Welles. «No moriré en España. España es un país para vivir, no para morir», había dicho Ernesto en 1960. Lo mismo hubiera podido decir de Cuba. El escritor norteamericano Jerome Charyn va más lejos cuando escribe (1999): «En 1960, Hemingway cometió el error más grande de su vida: dejó La Habana para instalarse en una casa que parecía una fortaleza, en Ketchum, Idaho. El peor lugar al que uno pueda ir». En Ketchum tenía cita con la muerte.
(michel.porcheron@wanadoo)
traducido por Hugo Vidal, Cuba.