Nuestra historia política muestra cómo en el siglo XX el pueblo venezolano estaba a la búsqueda de un camino, en el que estaban implícitos los ideales de igualdad, integración y de libertad bolivarianos. Sin embargo, en ese camino se marchaba de manera desarticulada y sin enfrentar el saqueo y la creciente colonización que sufría nuestro […]
Nuestra historia política muestra cómo en el siglo XX el pueblo venezolano estaba a la búsqueda de un camino, en el que estaban implícitos los ideales de igualdad, integración y de libertad bolivarianos. Sin embargo, en ese camino se marchaba de manera desarticulada y sin enfrentar el saqueo y la creciente colonización que sufría nuestro país. Grandes gestas libertarias fueron abortadas por la gran represión y los crímenes que sin piedad se cometían contra los venezolanos. Cuando surgían elementos de organización que permitían denunciar lo que sucedía, inmediatamente eran silenciados. El siglo XX es profuso en cierres de diarios, televisoras, radios, y persecuciones contra periodistas y luchadores sociales. Pero esta situación de represión no estaba guiada únicamente contra el pueblo venezolano. Cuando el Gobierno progresista de Isaías Medina Angarita decidió ponerse del lado de las grandes mayorías, fue derrocado por un Golpe de Estado de nuestro eterno enemigo, el Imperialismo yanqui, y sus secuaces y ejecutores nacionales: AD, la oligarquía y los militares traidores. Cuando se logró derrocar la dictadura de Pérez Jiménez, luego de varios días de intensas protestas populares, la traición de las cúpulas partidistas logró arrebatar lo que fue una legítima conquista del pueblo venezolano.
Pero estos antecedentes no lograron quebrar la voluntad libertaria de los venezolanos. Ni siquiera las derrotas sufridas en la década de los 60, ni la salvaje represión de quien irónicamente algunos llaman «padre de la democracia», el Sr. Rómulo Betancourt. En el pueblo se gestaba el sueño de libertad y de igualdad, es decir, germinaba la esperanza de un mundo mejor.
A mediados de los 80, comenzó un proceso de reorganización de los sectores progresistas, logrando victorias importantes en las bases estudiantiles, sindicales y campesinas. Se respiraba un aire permanente de agitación y movilización ya que se iniciaba el proceso de politización de las bases. Los cuerpos represivos del Estado, quienes no estaban ajenos a esta realidad, afinaban sus mecanismos de inteligencia en lo que auguraban como una gran batalla. Pero el alto Gobierno se equivocó, desvió su atención a los grandes problemas macroeconómicos y a las recetas que el FMI le imponía y que tenían que ser de rápido cumplimiento. El informe que presentó el entonces Director de la Policía Política (DISIP), Rafael Rivas Vásquez es elocuente en ese sentido, pues indica que al carecer el organismo de fuentes de inteligencia adecuadas era prioritario obtenerlas para consolidar el Gobierno. Por eso Rivas Vásquez afirma que: «…consideramos un plan nacional de detenciones y allanamientos selectivos de personas vinculadas a la subversión y agitadores conocidos con la finalidad de obtener información actualizada. Operativos de esta naturaleza representan una medida de emergencia en la búsqueda de información cuando se carece de una buena red de inteligencia. El plan tenía un alto costo político y no fue aprobado.» (El documento se puede ver, todavía, en http://www.amigospais- guaracabuya.org/oagrv002.php).
Es en el marco de esta situación que el pueblo decide salir en la mañana del 27 de febrero, a realizar la más grande manifestación popular del siglo XX, superior incluso a las del 23 de enero de 1958. Una gran fiesta en la que el pueblo despertaba y se asombraba del descomunal poder que tenía. Sorprendido observaba cómo la otrora omnipotente policía retrocedía despavorida ante el avance de las masas que embriagadas de poder se movían sin encontrar cauce a esa gran fuerza del pueblo en la calle.
Bien sabido es que, con una efectiva organización el Gobierno de entonces hubiese caído en muy corto tiempo, sin embargo, el espontaneísmo y la falta de visión de quienes tenían responsabilidades de organización y representación, impidió que esto cristalizara y brindó la oportunidad para que el gobierno aplicara el Plan Ávila, es decir, «echara a los militares a la calle». El resultado de la brutal represión militar fue el asesinato de miles de ciudadanos, hombres, mujeres y niños, tal como lo demuestran las fosas comunes halladas años después (como el caso de La Peste). Aunque las cifras oficiales indicaron que la cantidad de muertos fue de 262, las pruebas de miles de ciudadanos asesinados fueron y son contundentes.
Esa gigantesca manifestación del pueblo permaneció en estado latente, el Golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 hubiese sido exitoso si hubiera contado con una participación como la del 27F. El 6 de diciembre de 1998, los venezolanos cambiamos el rumbo de nuestro destino, iniciando la Revolución Bolivariana, la cual, indudablemente, tiene como su principal antecedente el 27F.
Sin embargo, la masiva participación del pueblo, como fuerza que ejerce su poderío en la calle, no se volvió a ver, desde el 27F hasta aquel memorable 13 de abril de 2002. El Gobierno Revolucionario había recibido un Golpe de Estado, fraguado y financiado por el Imperialismo y realizado por sus lacayos nacionales. Es aquí en donde el pueblo venezolano trae de su memoria colectiva lo que fue la fuerza demostrada el 27F y se lanzó a la calle, con pasión y fervor patriótico, rememorando episodios épicos de la Independencia y de la Federación, y con la decisión de rescatar la Democracia. Es solamente el 13 de abril de 2002, que el pueblo vuelve a hacerse sentir, y es nuevamente ante esta poderosa fuerza que los usurpadores y traidores corren cobardemente, tal como hicieron el 27F, antes del Toque de Queda. Pero esta vez, el 13 de abril de 2002 hubo una gran diferencia con respecto al 27F, esta vez sí había organización, lo que condujo a que esa manifestación de calle se viera bañada de gloria y de éxitos.
El 27F y el 13A marcan el camino verdadero de la Revolución: es en el pueblo, es en la calle en donde reside la fuerza de la misma y es a ella a quien nuestro Gobierno y nuestra Revolución se deben.