Durante muchos años las operaciones encubiertas para desestabilizar países o gobiernos indeseables mediante cualquier método, han sido una de las principales especialidades de los servicios secretos y de inteligencia de Estados Unidos y algunos de sus aliados. El estancamiento y los reveses sufridos por las tropas norteamericanas e ingleses en Iraq desde que se inició […]
Durante muchos años las operaciones encubiertas para desestabilizar países o gobiernos indeseables mediante cualquier método, han sido una de las principales especialidades de los servicios secretos y de inteligencia de Estados Unidos y algunos de sus aliados.
El estancamiento y los reveses sufridos por las tropas norteamericanas e ingleses en Iraq desde que se inició la invasión contra esa nación árabe en marzo de 2003, han motivado que Washington y Londres pongan en práctica nuevos métodos para intentar cambiar la situación.
Hasta ahora, los centros de torturas como el de la base naval de Guantánamo o el de Abu Ghraib, el traslado de detenidos para ser torturados en vuelos secretos de la CIA donde no existe ninguna ley jurídica, la creación de una fuerza militar gendarme, o las represiones masivas contra poblados o barrios de ciudades que no aceptan a los ocupantes, han fracasado.
La ineptitud de las tropas invasoras para enfrentar las acciones de la resistencia es cada vez más evidente y el pueblo estadounidense, a la par que recibe a sus miles de muertos y heridos, reclama la salida de sus tropas de Iraq.
Por esos motivos, resulta sumamente sospechosa la voladura del domo dorado de la mezquita chiita de Samarra, centro sagrado de la religión musulmana. También llama la atención que según las investigaciones, el atentado fue perpetrado por expertos en explosivos con alto nivel de preparación.
Tras la explosión, se desató una ola de violencia entre los feligreses sunitas y chiitas que ha dejado centenares de muertos civiles, y disminuido los ataques contra las fuerzas ocupantes.
Los grandes medios de comunicación que reciben instrucciones desde Langley, el Pentágono y Londres para informar sobre la situación en ese país, han omitido relacionar ese atentado con otras fracasadas acciones llevadas a cabo por comandos terroristas de la coalición.
Se han olvidado a ex profeso que el martes 11 de octubre de 2005, dos soldados estadounidenses, vestidos con los atuendos árabes, fueron sorprendidos por la policía colaboracionista cuando intentaban hacer estallar un coche con explosivos en el distrito de Al-Ghazaliyah, un área residencial al oeste de Bagdad.
Cuando los gendarmes los conducían hacia un centro de detención para interrogarlos, apareció una numerosa fuerza militar norteamericana, rescató a los prisioneros y huyó rápidamente de la zona.
Una página árabe en internet denunció que tras una pequeña pesquisa realizada por la administración iraquí impuesta por Estados Unidos, se conoció que el objetivo final era matar indiscriminadamente a personas civiles para incrementar las tensiones entre las tendencias musulmanas y tratar de disminuir los atentados contra los ocupantes.
Un mes antes, el 19 de septiembre, dos soldados ingleses camuflados con vestuarios árabes y portando explosivos en un vehículo civil, fueron apresados por la policía iraquí en Basora, a 450 kilómetros al sur de Bagdad.
Inmediatamente, los jefes de las fuerzas inglesas destacadas en la nación árabe presionaron a los iraquíes para que soltaran a los terroristas y ante la demora decidieron actuar con rapidez. Un comando británico con tanques y helicópteros atacó y destruyó la cárcel, mató a varios iraquíes y liberó a los prisioneros. La violenta acción, como era de esperar, quedó impune.
Al paso de los días se supo que los dos militares con vestimenta árabe, pertenecían al Special Air Service (SAS), una fuerza entrenada «para atravesar las líneas enemigas por tierra, agua y aire en ambientes hostiles».
Numerosas publicaciones alternativas, o mejor dicho, progresistas y democráticas, han revelado que esas operaciones no son casuales ni esporádicas y que están plenamente concebidas por los servicios de inteligencia de los ocupantes para tratar de desviar el accionar de la resistencia hacia una guerra de desgaste entre las distintas confesiones musulmanas.
Hasta la voladura del Domo de la mezquita de Samarra, habían sido infructuosos los esfuerzos de los agentes ingleses y estadounidenses por provocar una lucha fraticida entre chiitas y sunitas, pesa a que tras cualquier indiscriminado ataque, las fuerzas ocupantes y el gobierno iraquí impuesto ha acusado a la resistencia de realizarlo.
Si las tácticas terroristas de los anglo-norteamericanos triunfan, Iraq podría llegar a dividirse en tres pequeños estados con gobiernos títeres, lo que aseguraría el abastecimiento de petróleo no solo a Estados Unidos sino también a su aliado israelí.
Por eso resultan importantes los llamados a la calma realizados en los últimos días por los líderes religiosos, a la par que indican quiénes son los verdaderos culpables.
El clérigo chiita Moqtada al-Sadr envió representantes a las plegarias que se desarrollaron en mezquitas sunitas en Hilla, en el sur de Bagdad, como un gesto de unidad, mientras llamaba a luchar contra los verdaderos enemigos que eran las fuerzas ocupantes. «Todo el que ataca a un musulmán no es un musulmán», señaló.
El líder sunita Ahmed Hasan al Taha, durante los rezos en una mezquita, puntualizó que el ataque en Samarra fue una conspiración para arrastrar a los iraquíes a un conflicto sectario.
El tiempo se encargará de demostrar quiénes estuvieron detrás del atentado a la sagrada mezquita chiita. Mientras tanto, todas las líneas de conexión señalan hacia los ocupantes occidentales.