» no es marxista quien deforma una teoría que constata serenamente la situación objetiva, para justificar la situación existente, llegando al deseo de adaptarse cuanto antes a cada declive temporal de la revolución, de abandonar lo más rápidamente posible las «ilusiones revolucionarias» y dedicarse a pequeñeces «reales».» Wladimir Ilich Lenin Dedico éste artículo a Andrés […]
» no es marxista quien deforma una teoría que constata serenamente la situación objetiva, para justificar la situación existente, llegando al deseo de adaptarse cuanto antes a cada declive temporal de la revolución, de abandonar lo más rápidamente posible las «ilusiones revolucionarias» y dedicarse a pequeñeces «reales».»
Wladimir Ilich Lenin
Dedico éste artículo a Andrés Nin, asesinado cruelmente por los esbirros del estalinismo español.
I
Lenin es, de todas las maneras, hijo de su época. Su nombre a muchos nos sabe a radicalidad, ardor revolucionario y apasionamiento político. Ocupa, junto con otros muchos, un espacio esencial en el imaginario popular revolucionario; dentro de los míticos es lo más mítico, y dentro de lo concreto es, indudablemente, lo más concreto. Lo que no significa, por su puesto, que vaya a ocupar el sillón de lo inhumano, o de lo irracional y vitalmente humano. No; Lenin no separa radicalmente lo dionisiaco de lo apolíneo, como tampoco lo futurológico de lo inmediato. Precisamente el mérito de su pensamiento estriba en comprender, de manera inusual, la unidad entre los principios revolucionarios y el accionar coyuntural de las masas populares. La teoría para él no es letra muerta (de hecho, sin ella no puede haber práctica revolucionaria) sino ante todo una necesaria guía para la acción, la idea que se hace carne, la filosofía que se vuelve praxis.
Los que se han propuesto decodificar a Lenin olvidan que él jamás presumió «superar» al marxismo, sino rescatar su esencia consecuentemente. Pero indudablemente, reivindicarnos leninistas, significa tener la certeza de que sus posturas políticas, más que consecuencia sustancial de un marxismo físico-químico, son expresión viva del marxismo revolucionario que él predicó.
Dentro del universo leniniano, habría que reconocer, antes que nada, dos cosas: (1) en el período anterior a 1914, un desgarramiento entre la filosofía, entendida como concepción del mundo, y su praxis política histórica y (2) que, las posteriores «interpretaciones» del leninismo fueron, en su mayoría, formas podridas de tergiversación y esquematización teórica. Respecto a la primera observación debemos echarle en cara a los que pretenden hacer del pensamiento de Lenin un manual sistemático que en él hay rupturas internas; no es un pensamiento lineal, como el de ningún marxista. Y respecto a la segunda que idenfiticamos entre las tergiversaciones principalmente; (a) la deformación posibilista de cierta parte de la socialdemocracia, (b) la conceptualización estructuralista difundida en Nuestra América por Marta Harnecker y (c) la decodificación del «marxismo-leninismo» soviético que (casualmente) desechó los textos políticos más radicales de Lenin y exacerbó el contenido filosófico materialista de sus obras.
El leninismo de la dirigencia política de los Partidos Comunistas es, lamentablemente, una mezcla de esas tres tergiversaciones. La producción discursiva y teórica de la burocracia soviética fue reproducida, y lo sigue siendo, de manera grotesca por los miembros del Comité Central de un Partido Comunista. Lenin se ha vuelto una estatuilla y un montón de citas aisladas.
El leninismo, en tanto filosofía, es la filosofía de la praxis. Gramsci, en sus Cuadernos de la Cárcel, dice refiriéndose al líder bolchevique que su filosofía o su concepción filosófica no debe ser buscada en sus libros sobre filosofía, sino más bien en sus escritos políticos. Como filósofo, Lenin copia los vicios de Pleganov y transforma al marxismo, al igual que éste, en un conjunto de categorías y leyes «a priori». La sociedad es como la cosa en sí kantiana; tiene vida propia y automovimiento, y es independiente de la praxis humana; aparece identificada a la naturaleza, tal como sucede en el positivismo de Comte.
En cambio en sus escritos políticos la cuestión es totalmente distinta; Lenin insiste siempre en superar lo existente, lo dado, sobre todo en los momentos de reflujo. El teórico-práctico bolchevique señala que todo aquel que se inclina ante la espontaneidad rebaja el papel del partido revolucionario, y ello «equivale a fortalecer la influencia de la ideología burguesa sobre los obreros» (Lenin, 1902, p.148) Deberíamos preguntarnos; ¿en qué medida esto hoy es completamente relevante y cierto? ¿En qué medida subestimar el elemento consciente equivale a mantener la hegemonía de las clases dominantes, expresado como poder-saber y sentido común dominador? La empresa de Lenin no es tarea fácil; pero existe una clave teórica para comprender la realización de esa empresa: la praxis. Lenin no era de aquellos que dejaba todo a las «condiciones objetivas». En su crítica a la socialdemocracia pone en primer lugar la acción concreta.
II
Hace falta rebelar a la burocracia (¿leninista?) el hecho de que Lenin, en medio de intensos debates políticos, estudió directamente a Hegel y sentenció; «sin haber leído la Lógica de Hegel es imposible entender El Capital». Ello, de alguna manera, quiere decir también que en todo este tiempo no hemos comprendido El Capital, aunque éste problema sea pugna de otro debate.
El desgarramientro entre filosofía y política que señalábamos más arriba fue superado por Lenin. De alguna manera, al criticar al viejo Engels, naturalista y biologicista, y a Pleganov, se está criticando así mismo, por que sus batallas filosóficas (antes de la lectura de Hegel en 1914: nosotros insistimos en lo crucial de Lenin ante Hegel) contenían las rudimentarias armas del «materialismo dialéctico» de Pleganov y no la filosofía de la praxis de Marx.
La teoría del reflejo es el principal resabio de éste Lenin naturalista y pleganoviano; la conciencia refleja el mundo. La teoría del conocimiento, para Lenin, es contemplativa. Si el conocimiento es reflejo del mundo, entonces es por que la materia existe independiente respecto al conocimiento de ese mundo, que se mueve como la Idea hegeliana, es decir, como algo fuera de la cognición y praxis humana. Sin embargo Lenin rectificaría su teoría del reflejo: «El concepto (=el hombre), como subjetivo, implica otra vez otro ser que es en sí (=la naturaleza independiente respecto del hombre). Este concepto (=el hombre) es el afán de realizarse, de darse objetividad en el mundo objetivo a través de si mismo y de hacerse realidad (cumplirse) (…) Es decir, que el mundo no satisface al hombre y éste decide cambiarlo por medio de su actividad [subrayados míos]»(Lenin, 1914, p. 191-192). En éstos párrafos Lenin nos expone una idea praxiológica y genial: el hombre está en el mundo, y es la medida de él. En otro apartado Lenin señala: «La conciencia del hombre no sólo refleja el mundo objetivo, sino que lo crea»(1914, p. 191).
Si el marxismo es la búsqueda del reino de la libertad, habría también que definir la libertad. Más que una abstracción vacía, o una realidad pseudo-concreta, Lenin la define como subjetividad. «Libertad = subjetividad («o») finalidad, conciencia, aspiración»(1914, p. 180). Para Marx el comunismo ES el reino de la libertad, y los soviets que Lenin ensalzó son expresión relativa de ese reino. Los soviets, por ende, deben buscar subjetividad, finalidad, conciencia y aspiración; precisamente lo que el marxismo estalinista reprime en favor de una doctrina única sostenida sobre la base de la más moderna caricaturización de Lenin (problema sobre el que volveremos más adelante) Lenin no tan sólo ha puesto la práctica humana en el centro de su actividad política; en sus más hondas reflexiones filosóficas, ha afirmado; «LA PRACTICA ES SUPERIOR AL CONOCIMIENTO TEORICO [subrayados de Lenin], por que posee no sólo la dignidad de la universalidad, sino también la de la realidad inmediata» (1914, p.192) Escribe esto leyendo a Hegel, al mismo Hegel que los soviéticos después echaron al tacho de la basura, por que «filósofos» que ni siquiera le habían estudiado le tildaron de «idealista». 1
La basura filosófica de el PCUS se olvidó de los Cuadernos filosóficos de Lenin, que se editaron en La Habana posteriormente. El hombre que los editó y rescató de las catacumbas del polvo de la maquinaria medieval estalinista, fue asesinado por agentes de Stalin.
III
¿En qué se fundamenta la filosofía de la praxis de Lenin? ¿Cuál es la base de su unidad entre teoría y práctica? El leninismo no sólo fue interpretado por quienes defendían una visión dogmática y pasiva del marxismo. También fue abrazado con fuerza por teóricos profundamente críticos de esa tradición «materialista dialéctica» y estructuralista. Entre ellos sobresalta con brillantez el filósofo húngaro Gyorgy Lúkacs.
Lúkacs, a través de su libro ( Lenin, la coherencia de su pensamiento) nos muestra a un líder bolchevique vital, revolucionario, no a un burócrata de oficina. Antes que un teórico sobre las superestructuras o sobre la mera organización jerárquica de las fuerzas sociales anticapitalistas, Lenin es un filósofo sobre la acción concreta de los hombres concretos . Para Lúkacs Lenin no es, bajo ninguna circunstancia, el «hábil político realista» o el «maestro de la transacciones» (lease, de los compromisos con la burguesía), sino «el edificador consecuente de la dialéctica marxista». «Las personas para quienes – dice Lenin, citado por Lúkacs, la política es un conjunto de pequeñas maniobras que en ocasiones rozan el engaño, no encontrará en nosotros sino el rechazo más categórico». La lógica que guía al pensamiento leninista es para Lúkacs «la reducción de los momentos externos y aparentes a las fuerzas actuantes fundamentales; el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha de clases» (Lúkacs, 1924, cap. I). Ahí reside el principismo de Lenin.
Lúkacs relaciona a Lenin con su época. Y lo hace señalando que en el centro de la problemática en la cual Lenin se encontraba inmerso, está el problema de la revolución y su actualidad. La «actualidad histórico-universal» de la revolución socialista es el verdadero principio que sustenta a Lenin, y a su vez, el regenerador múltiple de sus planteamientos. «Lenin fue el único en consumar éste paso hacia la concretización del marxismo, un marxismo actualmente convertido en algo eminentemente práctico» escribe un apasionado Lúkacs.
El reciente estudio del sociólogo y filósofo marxista argentino Atilio Boron sobre la actualidad del Que Hacer , muestra una debilidad en ése sentido. Prefiere poner énfasis en el carácter organizativo del accionar leninista, y no en el momento preliminar a esa conclusión organizativa (cuya más importante contribución fue la del partido revolucionario como vanguardia de los más explotados), es decir, el reconocimiento por parte de Lenin del hecho de que la revolución es un problema actual y no un horizonte utópico. Pensamos que el olvido de Boron se debe principalmente a que subestima (1) el conjunto de las orientaciones de Lenin ante un problema concreto y la relación concreta y teórica entre esas orientaciones y (2) la filosofía como arma de lucha.
En su dramático relato sobre la Revolución de Octubre el historiador G.D.H. Cole (que en Cuba gozó de mucha influencia antes de 1970) muestra, con datos históricos bastante fundados, como la mayoría de los bolcheviques opinaban que «Rusia estaba demasiado subdesarrollada económicamente para que fuera factible una revolución socialista» (Cole, 1961, p. 75). Sin embargo, para Lenin «La inmadurez de Rusia para el socialismo no era ya una razón válida para abstenerse, por que la Revolución en Rusia no podía ya considerarse como sosteniéndose por si sola», más adelante Cole prosigue: «Por el momento, tanto Lenin como Trotsky eran voces que clamaban en el desierto (…) Lenin y Trotsky declararon en vano al Congreso que había llegado el momento de que los socialistas formaran su propio gobierno como expresión directa del poder de los trabajadores manifestado en los Soviets». 2 La consigna de «¡Todo el poder a los Soviets!» responde al problema de la actualidad de la revolución: es necesario «tomar el cielo por asalto».
Dejarse convencer por las arrogantes descalificaciones de una burocracia ignorante, que afirma que todo intento de superar «el estado actual de cosas» es «infantilismo pequeñoburgués» representa una traición severa y autocomplaciente del marxismo.
IV
El posmodernismo es una de las tantas variantes contemporáneas de la filosofía burguesa. Y no es precisamente burguesa por ser «idealista» (el idealismo sartreano no es necesariamente burgués, como tampoco el utopismo de Babeuf) sino más bien por fortalecer la dominación del capitalismo en tanto sujeción mentalizada. Para el posmodernismo la totalidad no existe: su crítica se sitúa en el desprecio de lo que califica como los «grandes relatos». La sociedad aparece así, no como una «totalidad multifacética» y compleja (Boron 1998, p. 280) sino como un conjunto o ramillete de átomos aislados. Popper, uno de los más destacados defensores de la ideología posmoderna neoliberal, concibe su construcción teórica como (1) antihistoricista, es decir, negación de la historia como devenir y, al mismo tiempo, negación de la posibilidad de subdividir la historia en períodos, cada uno con sus particularidades culturales, económicas etc. (2) anti-toatalizante, para Popper la historia no es una totalidad, sino absolutamente libre, y se basa en la acción autónoma de los individuos libres y (3) individualista, el individuo es el centro, y todo es a partir de él, en tanto individuo libre.
La perspectiva de la totalidad es enemiga del posmodernismo. Y es por eso que el marxismo fue anulado, desde la perspectiva posmoderna, a través de una crítica pobre a sus flancos más débiles: el sovietismo y el materialismo biologicista. Algunas teorías revolucionarias, elaboradas por militantes que muchas veces jugaron un inmenso papel dentro del campo popular, se dejaron impregnar por ese posmodernismo, que heredaba algo de funcionalismo, algo de posestructuralismo, y sobre todo, de liberalismo burgués. En este grupo de teóricos cabe señalar al filósofo italiano Toni Negri y a Michael Hardt. Negri y Hardt sostienen que «el imperialismo» ya no existe, y que más bien es un «imperio» desterritorializado y globalizado el que nos domina. ¿Las formas de enfrentarlo?; abstracciones vacías y un peligroso nuevo espontaneísmo . El filósofo Néstor Kohan hace muy bien en señalar el hilo que une a teóricos de tipo Bernstein, Bobbio y Negri, por cuanto implican una tradición inversa a la del marxismo revolucionario; mientras que éste tiende a clarificar las inmediaciones a través de la cual la praxis debe concretarse como lucha socialista, el otro lo descalifica como «jacobino», «verticalista» o anti-democrático y pasado de moda (hasta transformarse en una verdadera ideología «de la ONG» y la «sociedad civil»). 3
La totalidad es para el marxismo su punta de lanza teórica. Mientras que la categoría de praxis sirve hoy para combatir cualquier intento de transformar nuevamente a Marx en un pasivo «estudioso» y «científico» de las estructuras, y no en un agitador (que es lo que, en muchos aspectos era realmente), la totalidad nos vale contra los intentos de tratar de convertir a Lenin en un conjunto de citas aisladas, y sin un contexto. Fue Gramsci quien señaló la importancia de «traducir» las consignas coyunturales hasta que se adecuaran al contexto. No es la empresa de este artículo, pero ello tiene que ver profundamente.
Lo que el mismo Gramsci trató como «bloque histórico» no es más que una concepción dialéctica del todo social, un nuevo designamiento para esa «totalidad concreta» que puso en el centro de su marxismo el joven Lúkacs. El «bloque histórico» es la pura unidad entre estructura y superestructura que debe concebir el marxismo como necesaria en la construcción de la «formación económico-social» que Lenin quiso investigar y transformar. 4 Gramsci pensaba que no existía una pura «determinación» de la estructura por sobre las otras partes de totalidad social. Existe más bien para él una constante interacción y determinación recíproca (como en sus últimos escritos enfatizaría Engels) desde la estructura hacia la superestructura y viceversa, y no una causalidad lineal de la una por la otra. Precisamente de esto depende, por otra parte, el grado de radicalidad de una teoría social y económica marxista. Si el economicismo menchevique se oponía al alzamiento revolucionario y la toma del poder, cualquier otro economicismo podrá ser, para el marxismo revolucionario, un enemigo de la revolución. Toda la historia del oportunismo en la izquierda demuestra que a la conclusión «hay que transar con la burguesía» le precede la premisa «lo más importante es la base económica».
Las decisiones de Lenin siempre tuvieron en cuenta la totalidad social en la cual tendría que desenvolverse la acción revolucionaria. Pero esa totalidad social no se debía traducir inmediatamente como «condiciones objetivas». Con el deseo de abortar la revolución mundial, los manuales soviéticos hicieron de éste término la condición última del marxismo; «condiciones objetivas». Lenin no tan sólo habla de «condiciones objetivas», y ni siquiera éstas son para él las determinantes en la construcción de una alternativa popular al capitalismo: el espíritu de las masas, la situación internacional etc. etc., son para el «edificador consecuente» de la dialéctica parte de una totalidad multifacética que debe tenerse en cuenta en la elaboración de la estrategia revolucionaria.
En este sentido hay problemas, hoy, en los que Lenin es la principal arma contra su caricaturización. Definiremos la caricatura del leninismo como (1) la transformación o tergiversación de su pensamiento en un esquema teórico rígido de organización política, (2) la transformación de la estructura de Partido contenida en el Qué Hacer en un fetiche y precondición del triunfo revolucionario y (3) en la exacerbación de un Lenin «que transa» en desmedro de uno que se mantiene firme, es decir, en la elaboración falseada de un Lenin semi-menchevique.
V
La caricatura del leninismo es hábil: cita y se inclina ante Lenin como Stalin o el trotskismo contemporáneo, que no le hace mucho honor a Lenin, ni tampoco a Trotsky. Pondremos un ejemplo; en un artículo enviado a la Revista Praxis, un compañero agrupa un sinnúmero de citas de «La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo» y nos reprocha el no haberlas tenido en cuenta. Lo mismo se ha intentado hacer, desde otros lugares con «Dos tácticas de la socialdemocracia Rusa».
El problema de los compromisos se pone en el centro del debate leninista. Y esto es lógico; en algunos casos Lenin llama al boicoteo abierto de las formas burguesas de dominación y a los espacios rituales de la democracia burguesa, y en otros a la participación activa en dichos espacios. Pero ello no se debe (como pensarían algunos trasnochados filósofos ‘posmodernos’ que acusan a Lenin de Maquiavelo rojo – aunque claro, Maquiavelo es admirable frente a la filosofía contemporánea, cínica y desdichada) a que para el líder bolchevique fuera un caprichoso, y se despertara un lindo día creyendo que la democracia burguesa es buena, acostándose con la idea de que es mala etc.; para Lenin la democracia burguesa es siempre una variante de la dictadura de la burguesía. Al reflexionar sobre la contradicción del período, los dirigentes comunistas, debieron tener la advertencia de Lenin en cuenta; «claro está que no puede hablarse de «democracia pura» mientras existan diferentes clases , y sólo puede hablarse de democracia de clase » reprocha Lenin a Kautsky, y más adelante prosigue: «Cuando Kautsky consagra casi decenas de páginas a «demostrar» la verdad de que la democracia burguesa es más progresiva que el medioevo, de que el proletariado debe utilizarla obligatoriamente en su lucha contra la burguesía, eso no es sino charlatanería liberal, que embauca a los obreros» (Lenin, 1918, p. 81)
La ideología menchevique que concibe que la democracia burguesa es el elemento predecesor necesario de la democracia socialista, proletaria, se basa en el presupuesto de que la revolución es una imagen mítica. Esa concepción mitológica de la revolución, como una manifestación social pura y epopéyica, es la que condena al oportunismo a ver siempre la toma del poder y la construcción del socialismo como una tarea lejana y un horizonte utópico. La actualidad histórico-universal de la revolución queda obviada en nombre de las «condiciones objetivas» y «las etapas». Al respecto Lenin sostenía que no había una muralla China entre la «democracia burguesa» y el socialismo; «los (…) héroes del marxismo «II y medio» no han sabido comprender esta correlación entre la revolución democrático-burguesa y la revolución proletaria socialista. La primera se transforma en la segunda. La segunda resuelve de paso los problemas de la primera. La segunda consolida la obra de la primera. La lucha, y solamente la lucha, determina hasta qué punto la segunda logra rebasar a la primera».(Lenin, 1921, p. 685)
Este es el meollo teórico del asunto para Lenin; la democracia burguesa es democracia burguesa, un instrumento burgués de dominación, o mejor dicho, el más servil a los intereses del capital. Y eso se da en un reconocimiento franco y abierto; desde los medios de comunicación del Partido revolucionario, y en las instancias internas de deliberación política.
Las transacciones deben tomar en cuenta no tan sólo el contexto, entendido como totalidad compleja y multifacética, sino también la teoría, que es, al decir de Lúkacs, la medida de la marcha de los acontecimientos. Más arriba nos referíamos a la «traducción» como principio gramsciano de comprensión de la táctica; pues bien, pensamos que al traducir a Lenin se deben tener en cuenta varios aspectos, y entre ellos recalcaremos fundamentalmente cuatro: (1) Lenin era un franco reconocedor del hecho de que la democracia no es democracia «a secas», sino que siempre tiene un apellido: burguesa o proletaria, socialista o capitalista, (2) en la Rusia de las «Dos tácticas..» existía un programa mínimo que se le imponía al nuevo gobierno, surgido de la revolución de 1905, programa mínimo que se cumpliría frente a la monarquía autocrática zarista, (3) había de por medio una revolución, revolución que daría como resultado la formación de un nuevo tipo de poder popular contrahegemónico; los soviets y (4) existía una contra-revolución activa a la que derrotar.
Al citar sin ningún tapujo las «Dos tácticas…» los burócratas deben recordar; un texto nunca se estudia sin un contexto. Frente a las críticas que se le hicieron en su época, por el contenido centralista del «Qué Hacer», Lenin aclara que «el principal error en el que incurren los críticos de QH es no ver las condiciones históricas» bajo las cuales nació. El pensamiento de Lenin no es integrado, como se sabe, y a lo largo de su obra se pueden encontrar rupturas, y esas rupturas están relacionadas con el contexto. El centralismo del «Qué hacer», dirá Lenin, cae en la obsolencia con el advenimiento de ciertas aperturas democráticas. Boron menciona que en ciertos escritos Lenin no hace hincapié en el elemento partido, sino más bien en el poder desde abajo, los soviets.
La «política realista» de Lenin es un puro mito. Su pensamiento siempre trasciende lo existente, por que nunca lo considera inmutable. La lucha puede ser democrático-burguesa en su contenido social (aunque esto, como el mismo Lenin señala, no la separa jamás de la lucha por el socialismo) pero es siempre, por sus medios de lucha, y por la clase-sujeto que lleva la vanguardia en ella proletaria . Cuando, por otra parte, los burócratas, en plena transfiguración socialdemócrata, aluden al carácter «de masas» de sus partidos, a su superioridad numérica, al carácter «de secta» de los grupos «de ultraizquierda» deben pensar en que aun Lenin fue parte de una secta, secta que un día alcanzó con sus tentáculos toda la construcción subalterna que significaron en su época los soviets: «Los reformistas de entonces (…) se burlaban de nosotros tildándonos de secta». La secta puede ser considerada como embrión, y, sin temor a ser presumidos, advertimos que nuestra pequeña corriente de militantes críticos, tiene la pretensión de ser el embrión para un nuevo Partido Comunista.
Un análisis verdaderamente marxista considera la totalidad de lo social en una perspectiva relacional y sistémica, que tome en cuenta «la unidad de lo diverso» que reclama Marx en su Grundisse , y no tan sólo «la estructura económica» y «la superestructura democrática» entendidas mecánicamente. Hemos intentado responder, a través de éste artículo, a las constantes tergiversaciones que se hacen sobre la teoría leninista. Y ello sólo ha sido posible en un diálogo crítico con nuestros enemigos; los que, a la hora de tomar decisiones, no sólo han olvidado la praxis y la totalidad, sino también a sus propias voces, a quienes los superan en una virtual «pirámide invertida».
Bibliografía:
Lenin, Wladimir Ilich. ¿ Qué Hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento en Obras escogidas en tres Tomos. T. I . Editorial Progreso, Moscú. 1961.
Lenin, Wladimir Ilich. Dos tácticas de la socialdemocracia en la Revolución Democrática en Obras… T.1.
Lenin, Wladimir Ilich. Informe sobre la revolución de 1905 . en Obras… T.1 .
Lenin, Wladimir Ilich. La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo en Obras… T.3
Lenin, Wladimir Ilich. El Estado y la Revolución. La doctrina marxista del estado y las tareas del proletariado en la Revolución en Obras… T.2
Lenin, Wladimir Ilich. La revolución proletaria y el renegado Kautsky en Obras… T.3
Lenin, Wladimir Ilich. Cuadernos Filosóficos en Obras Completas, T.29. Editorial Progreso, Moscú. 1986
Boron, Atilio. Actualidad del «¿Qué Hacer?» . Edición digital en www.rebelion.org
Boron, Atilio. Tras el Búho de Minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo. Editorial Ciencias Sociales. La Habana. 2003
Cole, G.D.H. Historia del pensamiento socialista. V Comunismo y socialdemocracia. Editorial Fondo de cultura económica. Buenos Aires. 1961
Lúkacs, Gyorgy. Lenin, la coherencia de su pensamiento. Edición digital en www.rebelion.org/che
Kohan, Néstor. El viraje autocrítico de Lenin en Marx en su (Tercer) Mundo . Centro de desarrollo de la cultura Juan Marinello. La Habana. 2003
1 Bujarin, por ejemplo, en su «Ensayo popular de sociología» desprecia a Hegel. Según diversas investigaciones, y según la crítica monumental de Antonio Gramsci, Bujarin no había leído a Hegel en aquella época. Entre los posteriores «profesores» de filosofía de la URSS también fueron contados los que leyeron directamente al idealista alemán; en su mayoría hacían una lectura de segunda mano.
2 Uno de los inconvenientes que seguramente se nos presentará con el presente artículo, es la mención a Trotsky que se hace. Seguramente la acusación de trotskismo se afianzará más aun; pero debemos recordar la declaración nuestra y el hecho de que, independiente de sus errores, Trotsky fue un gran líder de la revolución bolchevique. A ese respecto podríamos citar al propio Stalin, que en Pravda reconoció el papel de Trotsky en la revolución. El artículo de Pravda fue hecho desaparecer por el servicio secreto de Stalin.
3 Ver Imperio e Imperialismo de Atilio Boron, publicado en la Revista «Casa de las Américas» en Cuba, o también por CLACSO. Boron hace una crítica radical de la deformación posmoderna de Negri, y de su carencia de fuentes. También es interesante consultar, al respecto, al sociólogo norteamericano James Petras, en su introducción a la Cátedra Ernesto Che Guevara 2002 (www.rebelion.org/che)
4 El filósofo griego Nicos Poulantzas también pondría énfasis en dicho concepto, aunque desde una perspectiva estructuralista. En el centro de la reflexión marxista de Poulantzas la «formación histórico-social» se concibe como un todo.
* El autor forma parte del «Polo de Militantes Críticos», tendencia reciente en el seno del Partido Comunista de Chile, y que lucha por su democratización revolucionaria.