Entrevista a Armando Hart Dávalos El ex ministro de Educación y Cultura de Cuba, Armando Hart Dávalos, actual director de la oficina del Programa Martiano, ha estado estos días en Canarias participando en el IX Encuentro de Solidaridad con Cuba (Las Palmas de Gran Canaria, 13-16 de abril). En este marco, Hart habló de la […]
El ex ministro de Educación y Cultura de Cuba, Armando Hart Dávalos, actual director de la oficina del Programa Martiano, ha estado estos días en Canarias participando en el IX Encuentro de Solidaridad con Cuba (Las Palmas de Gran Canaria, 13-16 de abril). En este marco, Hart habló de la grave crisis en la que se encuentra el mundo y de la necesidad de rescatar la política como forma de salir de ella y salvar al género humano.
Es inevitable preguntar a su principal artífice por la Campaña de Alfabetización que se desarrolló en Cuba al triunfo de la Revolución en 1959.
Lo que nosotros hicimos fue fruto de la tradición revolucionaria cubana, que siempre puso especial empeño en alfabetizar desde la época de la Independencia.
Con esa herencia, la Guerrilla de la Sierra Maestra y, posteriormente, el Segundo Frente Nacional del Escambray crearon escuelas para enseñar a los niños aún en medio del proceso armado.
Por supuesto, no era suficiente. Cuando triunfó la Revolución en 1959 el índice de analfabetismo era del 30% y el 50% de los niños no iban a la escuela, un fenómeno del que conocíamos perfectamente sus consecuencias.
Entonces emprendimos la campaña, justo después de que Fidel fuera a las Naciones Unidas, en 1960 y proclamara en ese foro que un año más tarde Cuba sería territorio libre de analfabetismo.
Al inicio, nos apoyamos en tres elementos fundamentales; los maestros, las familias y los medios masivos de comunicación aunque sin una Revolución como la que envolvía todo el proceso, la Campaña nunca habría tenido éxito.
Si el Gobierno revolucionario no hubiera utilizado los medios de comunicación, el pueblo no se habría logrado imbuirse en el espíritu que llenó Cuba entonces. Todo el pueblo se sintió partícipe de algo que sabían, porque se informaba de eso, que iba a cambiar la vida del país, que era, al fin y al cabo su propia vida.
La Revolución lo hizo. Se creó una comisión de lucha para erradicar el analfabetismo en la que estaban los representantes de las organizaciones de masas: la Confederación de Trabajadores, la Federación de Mujeres, los Jóvenes comunistas, los estudiantes, los campesinos…., y se constituyó, en cada distrito, un núcleo para promover la Campaña, que resultaron vitales para el logro de los resultados obtenidos.
Cualquier lugar, aún el más insospechado, se convirtió en un buen lugar para que el que sabía algo enseñara al que no sabía nada. De hecho, durante las sesiones de este IX Encuentro de Solidaridad con Cuba al que acabamos de asistir, un compañero recordaba haber estado en Cuba en aquella etapa y ver a gente que enseñaba en las escalinatas del Capitolio De La Habana….
Sin duda fue un momento de gran compromiso por parte de nuestro pueblo y de la dirigencia revolucionaria. De esa manera se logró liquidar el analfabetismo y así se proclamó en diciembre de 1961.
Pero el trabajo no paró ahí. Para acabar definitivamente con el analfabetismo había que crear escuelas, extender la enseñanza primaria a toda la población y se hizo, con mucho esfuerzo pero con la convicción de que estábamos dando pasos para construir el tipo de sociedad por la que muchos cubanos y cubanas habían dado su vida.
Más adelante abordamos la extensión de la enseñanza secundaria y preuniversitaria hasta dar el salto a la generalización de la enseñanza universitaria que tuvo un gran auge a principio de los años 70 y que aún hoy sigue avanzando con la incorporación de medios tecnológicos y de comunicación.
Todo este proceso trasciende con mucho las fronteras de Cuba porque es la base de las campañas internacionales que los maestros y educadores cubanos han desarrollado en todos los continentes del mundo. Es la base ha servido del programa «Yo sí puedo» que se ha empezado a llevar a Venezuela y a Bolivia para erradicar también en esos países el analfabetismo.
Ser cultos para ser libres, decía Martí. Nosotros asumimos esa máxima y la convertimos en una prioridad política.
Usted ha afirmado infinitas veces que la política es una categoría de la práctica, ¿cómo se ha proyectado entonces la revolución en el sistema educativo cubano?
Así lo entendió Martí. El habló de la política como el arte de hacer felices a los hombres y esa definición martiana es válida para todas las ideologías. Hagamos una comparación: Maquiavelo, que fue el más ilustre pensador de cómo se hace política en el ascenso del capitalismo y la esencia de su pensamiento es divide y vencerás.
Esa idea tuvo su efecto concreto durante todo el período de ascenso del capitalismo. Martí supera toda esa concepción y habla de unir al mayor número de personas posible para un objetivo dado. Cuanto más noble sea ese objetivo, más se puede unir a las gentes y a los pueblos.
Maquiavelo divorcia la moral de la acción política y considera que ésta puede desarrollarse sin tener en cuenta cánones morales y pudo ser así en toda la etapa en que la moral era profundamente reaccionaria, inmoral, inaceptable.
Para Martí, en cambio la política siempre ha de proyectarse con fines éticos, teniendo siempre como objetivo el bienestar del pueblo.
Esto va en contra de toda una corriente histórica mundial que ha pretendido convertir la política en algo sectario. Si la política es una categoría de la práctica no puede ser sectaria. Comparemos las tecnologías como forma práctica de una transformación científica y la política como forma práctica de la transformación social.
La forma de componer un aparato es siempre igual, no importa la ideología que tenga el que lo hace.
Con la política pasa lo mismo; cualquiera puede hacer política. La diferencia está en los fines que persiga. Los fines en Martí y en la Revolución cubana están puestos al servicio de la Humanidad, sus objetivos son éticos y morales o, es decir, sociales.
Esta concepción es muy importante porque hoy en día, la política del divide y vencerás ha fracasado incluso para los reaccionarios. Eso es lo que nos muestra la invasión de Irak y en todas las líneas seguidas por la Administración norteamericana.
En el mundo de hoy es indudable que las formas de hacer política están en decadencia porque sus fines son perversos y también es indudable que una excepción a esa regla es Fidel Castro.
Él junto con el Gobierno cubano han sabido unir los planteamientos radicales (tendentes al bienestar de de la humanidad) al con el desarrollo armonioso de éstos. Si sólo se es radical y no se es armonioso, el resultado es el extremismo y la conflictividad consecuente (cuántos problemas no crean en los procesos de cambio los extremismos). Si se es armonioso y no es suficientemente radical tampoco se resuelve nada. Lo difícil pues es equilibrar los dos planteamientos.
Eso es lo que consiguió en su día Lenin y lo que, en nuestra época, logró Fidel.
Ahora, en Venezuela y en Bolivia, Chávez y Evo Morales trabajan en esta línea.
Tenemos que buscar la manera de rehabilitar la política y esto sólo se va a hacer si se la convierte en un vehículo para poner en práctica medidas que tengan como fin el bienestar de la sociedad. Si no nos concienciamos de esta urgencia que tiene el mundo, la humanidad terminará pereciendo.
Es necesario entrar en un período de superación definitiva del maquiavelismo porque los pueblos ya no aguantan más y deben unirse para sobrevivir.
La relación entre desarrollo integral humano y cultura es una de las afirmaciones que usted ha sostenido por más tiempo y los resultados obtenidos en Cuba son fiel reflejo de ello. ¿Hasta qué punto la cultura en Cuba ha sido un arma de lucha contra el imperialismo norteamericano y, sobre todo, contra su intento de aislar a la Revolución?
La historia responde de forma tajante a esta pregunta. La mejor tradición revolucionaria latinoamericana vincula a los movimientos políticos universitarios con los cambios sociales.
Eso fue lo que puso de manifiesto Julio Antonio Mella en Cuba, que en los años 20 fundó la universidad popular José Martí y eso fue también lo que entendió Fidel Castro al poner en marcha la Revolución .
En Cuba tuvimos la suerte de que los grandes pensadores de principios del siglo XIX asumieron la visión de lo que Fidel, tiempo más tarde, llamaría cultura general integral.
Sin embargo, la cuestión principal radicó en comprender que la categoría fundamental de la cultura es la justicia. De igual forma, en Cuba se supo ver que la cultura estaba muy unida a los sentimientos del ser humano y que fomentarla era vital para que el pueblo cubano sintiera la Revolución como algo cercano, como algo bueno por lo que valía la pena luchar.
La filosofía marxista habla no de describir el mundo sino de transformarlo y eso fue lo que se propusieron los revolucionarios latinoamericanos desde la época de la Independencia. Todos ellos, desde Bolívar hasta Fidel Castro quisieron transformar el mundo y para lograrlo se dieron cuenta que había que vincular la cultura con la política.
El imperialismo no hace eso y la prueba contundente la tenemos en el pueblo norteamericano. El imperialismo utiliza sus medios poderosos para distorsionar y para mantener oculta la verdad; eso es lo que han intentado hacer con Cuba, distorsionar su verdad.
El Gobierno cubano, en cambio, ha usado la cultura para defenderse de todo eso. Para nosotros la cultura no sólo fue un arma política contra el aislamiento y contra el bloqueo, fue la herramienta que usamos para construir un modelo basado en la justicia social. Por eso vinculamos los centros universitarios a los movimientos de masas, para dar un golpe decisivo en el proceso de cambios que pensamos para el pueblo de Cuba y también para los pueblos del mundo.
Ahora sólo hay que mirar a Francia para comprobar que no estábamos tan equivocados. En ese país europeo, las masas de jóvenes universitarios unidas a los sindicatos y al resto de los sectores obreros lograron cambiar una medida política que perjudicaba a todos. No me cabe duda de que si los movimientos de avanzada intelectual, los universitarios y las masas de trabajadores no hubieran marchado juntos el Contrato de Primer Empleo se habría impuesto íntegramente.
Los sucesos de Francia son la prueba más actual de que la cultura es un arma política.
En cuanto a América Latina, ¿cree que todo el proceso de cambios que se están viviendo allí debe ir de la mano de una política de recuperación cultural latinoamericana?
Voy más allá porque creo que la única vía de consolidar ese proceso es la cultura. La cultura latinoamericana, en su inmensa diversidad, hace de América Latina la zona del mundo con mayor poder de integración.
En los últimos 50 años ese continente ha producido las corrientes más originales del pensamiento occidental, entre ellas las ideas socialistas avanzadas del Ché y de Fidel, la teología de la liberación y, en mi opinión, la riqueza y la huella literaria de Carpentier.
Pero es que, además, el acerbo de cultura popular más inmediato está también en ese continente. Las escuelas populares, el cine latinoamericano, el amplio movimiento musical; todos estos son movimientos originales surgidos de la exaltación de nuestra herencia europea y africana y, por supuesto, de su renovación.
Por esa renovación y por esa originalidad con la que se asumen los grandes movimientos sociales y políticos es que América Latina puede mandarle un mensaje directo a la sociedad norteamericana y a la sociedad mundial.
También por eso es que estoy convencido que la posibilidad más real de que el mundo cambie y se salve está allí.
La integración, a través de la cultura, es el camino para lograrlo.
* M.L. González es miembro de la Plataforma Canaria de Solidaridad con los Pueblos