Si China decidiera vender sus reservas de dólares provocaría una grave crisis, una fuerte depreciación del dólar y subidas de tipos en EE.UU. Probablemente provocaría una recesión en EE.UU. que, al mismo tiempo, frenaría en seco la maquinaria exportadora china. Esel llamado equilibrio de terror financiero.
«Los cambios de la política macroeconómica tardan mucho», dijo resignado Rodrigo Rato la semana pasada durante la asamblea semestral del Fondo Monetario Internacional (FMI), en referencia a los ya casi diez años en que el FMI viene advirtiendo sobre el peligro de una economía mundial en la que EE. UU. se limita a comprar, y China, a vender.
El fondo convocará reuniones multilaterales en los próximos meses con las potencias económicas sistémicas para instarlas a tomar medidas, concretamente la reducción del déficit fiscal en EE. UU., la apreciación del yuan chino, y políticas de activación de la demanda interna en Asia y en los países productores de petróleo. Una desaceleración de la demanda interna en EE. UU. es un requisito imprescindible para bajar las importaciones, coincidieron los economistas del FMI. Cinco días después, se publicó el dato del PIB estadounidense en el primer trimestre. Tirado por el consumo, había crecido un espectacular 4,8%.
La expansión del déficit por cuenta corriente en EE. UU. – la diferencia negativa entre sus exportaciones e importaciones, más los flujos de beneficios e intereses- sólo es posible porque, como ha dicho el ex secretario del Tesoro Larry Summers, la economía mundial se rige por «una especie de equilibrio de terror financiero». Se refería a la paradoja de que China, el principal rival de EE. UU. en la lucha por la hegemonía económica en el siglo XXI, se convierta en su principal acreedor, una fuente esencial de financiación de su deuda externa.
Cuanto más crece el déficit exterior de EE. UU. – ahora más de 800.000 millones de dólares, una cuarta parte, con China-, más se amontonan las reservas de divisas en el banco central chino. Si se mantuviera la trayectoria actual, el déficit exterior estadounidense alcanzaría un billón de dólares antes de finales de esta década, más o menos el volumen que se prevé que alcanzarán las reservas de dólares chinas. Si China decidiera vender sus dólares provocaría una grave crisis, una fuerte depreciación del dólar y subidas de tipos en EE. UU. que probablemente provocarían una recesión, frenando en seco la máquina exportadora china y bajando el valor de las reservas que el banco central mantiene. Por eso, China, el mejor amigo del consumidor estadounidense, se ve condenada a mantener el equilibrio. Esta explicación es «muy convincente», dijo Summers en un discurso en Harvard en el 2004. Pero añadió que «no parece muy prudente depender de un equilibrio de terror financiero para evitar las ventas de reservas».
Dos años después, otros se han sumado al juego de ajedrez, países que, si cabe, deben de incomodar a Washington aún más que China. Son los productores de petróleo, desde el Medio Oriente musulmán hasta el viejo rival de otros equilibrios de terror, Rusia, pasando por la Venezuela de Hugo Chávez. Según el FMI, el acelerado encarecimiento del petróleo, un 30% en dos años, es responsable de la mitad del aumento disparado del déficit por cuenta corriente en Estados Unidos, que también ha subido un 30% desde que Summers hizo su discurso en el 2004. EE. UU. ya debe captar inversiones por más de 2.000 millones de dólares todos los días y mañana será más. En estos momentos, deuda estadounidense por 7,5 billones de dólares ya se encuentra en manos extranjeras frente a 4 billones de propiedad estadounidense.
De forma paralela, los superávit comerciales de los países petroleros se han disparado. En Rusia rebasa un 11% del PIB, en Venezuela un 19% y en el conjunto de productores de Oriente Medio, un 22%. Los petrodólares se reciclan al igual que las reservas del banco de China, y muchos acaban invirtiéndose en los mercados de bonos y acciones estadounidenses. Según el FMI, el 60% de las reservas de los productores de petróleo se mantiene en dólares que, en muchos casos, «se invierten en títulos estadounidenses, a través de intermediarios en Londres y en paraísos fiscales». En este sentido, EE. UU. ya no es sólo «adicto» al petróleo importado – según advirtió George W. Bush el mes pasado-, sino que sufre una elevada dependencia financiera de las reservas asiáticas pero también de los petrodólares.
Pasa lo mismo con los productores de otras materias primas con subidas disparadas de precios, y emerge un «mundo al revés» como el de Eduardo Galeano, en el que América Latina registra superávit por cuenta corriente, acumulando reservas que luego financian la abultada deuda estadounidense.
Si todo esto es motivo de preocupación para el Tesoro y la Reserva Federal, debe serlo también para el Departamento de Estado, advierte Barry Eichengreen, economista de la Universidad de California y ex asesor del FMI. «En diez años, si seguimos la trayectoria actual, la mitad del capital en Estados Unidos pertenecerá a extranjeros, y no sólo me refiero a títulos financieros sino a activos productivos también, desde grandes almacenes hasta empresas. ¿Esto sería admisible?», se pregunta.
Cuando se tiene en cuenta la polémica desatada por la opa de la petrolera china Cnooc a la petrolera californiana Unocal, o por la adjudicación de un contrato de gestión de los puertos de una empresa árabe de sede en Dubai, es obvia la envergadura del dilema; el consumidor estadounidense compra sin recelos productos fabricados en China y petróleo extraído en Medio Oriente y Venezuela, pero, ya lejos la Pax Americana que se pretendía reestablecer en el post 11-S, nadie puede sentirse demasiado cómodo con la creciente dependencia estadounidense de las reservas de divisas de estos países con superávit.
Washington no debe sorprenderse de que tanto Irán como Venezuela ya cobren en euros su petróleo. Pero no sólo son los estados parias los que empiezan a cuestionar el papel del dólar. Alexei Kudrin, ministro de Finanzas ruso, ha dicho que la inestabilidad del dólar perjudicaría su estatus de divisa de reserva, y bancos centrales en Oriente Medio han dicho que van a diversificar sus reservas. Por el momento, sin embargo, el equilibrio de terror aguanta; el 70% de las reservas de divisas en bancos centrales sigue denominado en dólares.