La base del último episodio de volatilidad bursátil y financiera es algo que se conoce desde Hume hasta Keynes. La moneda y los instrumentos financieros no tienen un valor intrínseco. Por eso son más susceptibles a cambios bruscos y caprichosos en la confianza de los agentes económicos. El lunes pasado pudimos observarlo en el gran […]
La base del último episodio de volatilidad bursátil y financiera es algo que se conoce desde Hume hasta Keynes. La moneda y los instrumentos financieros no tienen un valor intrínseco. Por eso son más susceptibles a cambios bruscos y caprichosos en la confianza de los agentes económicos. El lunes pasado pudimos observarlo en el gran laboratorio de la globalización neoliberal.
Todo anunciaba un día como cualquier otro. Pero por la mañana el presidente del banco de la Reserva Federal de Dallas declaró que la inflación en Estados Unidos había alcanzado niveles inquietantes y que la Reserva Federal estaba analizando su impacto sobre la política monetaria. Las palabras habían sido cuidadosamente escogidas, pero su efecto fue un vendaval financiero.
La declaración desató una ola de ventas en los principales mercados accionarios del mundo. Al final del día, las más importantes bolsas de valores se habían descalabrado. La bolsa de Mumbai cayó 4.2 por ciento, mientras Sao Paulo y México experimentaron caídas superiores a 4 por ciento. Turquía se llevó lo peor del día con un colapso de 8.3 por ciento.
En Estados Unidos el índice Dow Jones cayó 0.17 por ciento, Standard and Poor’s perdió 0.39 por ciento y el Nasdaq tuvo una pérdida de 0.96 por ciento. Esos porcentajes esconden el efecto real de la turbulencia: el valor promedio de las acciones en la bolsa de Nueva York (NYSE) cayó 2.6 por ciento y en el Nasdaq se desplomó 5 por ciento. Al final del día quedó claro que la volatilidad financiera podría continuar y hasta empeorar.
La razón inmediata de este movimiento a la baja en los mercados accionarios está en las perspectivas de más alzas en la tasa de interés en Estados Unidos. La Reserva Federal ha mantenido una racha de dos años de aumentos en la tasa de interés. La persistencia de fuertes presiones inflacionarias indican que la Fed continuará en su postura de elevar el tipo de interés. Esa posibilidad afectaría las ganancias corporativas y frenaría el crecimiento.
Pero en el carrusel bursátil algunos ganan y otros pierden. Mientras el mundo de los mercados accionarios se sacudía el lunes, las acciones de Exxon aumentaron de manera significativa. En cambio, la perspectiva de un crecimiento más lento afectó el desempeño accionario de empresas ligadas a la industria de la construcción y la producción de materiales. Las ramificaciones hacia el sistema bancario e incluso en la arena internacional podrían ser muy graves. Por eso la reacción de los inversionistas consiste en buscar refugio y mayor liquidez.
El equilibrio en el capitalismo dura poco, pero cuando su fragilidad es evidente y su duración se prolonga, el nerviosismo se intensifica. Por eso los inversionistas y especuladores han estado estos últimos meses con un ánimo inquieto y alerta. El resultado de esta tensión es la propensión al comportamiento de manada que caracteriza los mercados financieros.
Nuevamente tenemos una llamada de atención sobre las contradicciones del modelo neoliberal de economía abierta. La salida de capitales en busca de un entorno menos volátil impacta en el tipo de cambio, presiona el nivel general de precios y termina con la mentira sexenal de la estabilidad macroeconómica.
Este episodio nos hace recordar el triste Acuerdo de Chapultepec, promovido por la elite empresarial mexicana (y presente en el mediocre discurso de Felipe Calderón). Ese enredo de prejuicios e ignorancia proclama que México tiene tres grandes ventajas que deben ser aprovechadas: la estabilidad macroeconómica, el alto precio del petróleo y las remesas de los trabajadores migratorios. ¿Qué nos dice la sacudida bursátil del lunes sobre este planteamiento?
Lo primero es que la mitología oficial sobre la estabilidad macroeconómica ha sido desmentida por los acontecimientos. Ya sabíamos que las finanzas públicas están en un estado de bancarrota debido a los requerimientos financieros del sector público (el déficit económico es por lo menos cinco veces superior al autorizado por el Congreso). Pero el episodio del lunes nos dice algo más: la inversión de cartera en la Bolsa Mexicana de Valores puede esfumarse de un día para otro. La salida de capitales presiona el tipo de cambio, la inflación, el tipo de interés y afecta todo el desempeño de la economía mexicana. Ese es el alcance de la crisis del modelo neoliberal.
En segundo lugar, los elevados precios del petróleo no son una «bendición» para México. El alto precio del crudo (y los abusos de las compañías petroleras) contribuyen al repunte de la inflación en Estados Unidos. La Reserva Federal siempre ha estado atenta de este aspecto del paisaje macroeconómico estadunidense. Por esa razón, es bien sabido que el mercado mundial de petróleo está conectado (vía la inflación) con un incremento en las tasas de interés y un menor crecimiento de la economía estadunidense. Sin embargo, la ceguera mental impide a los autores del documento de Chapultepec observar este vínculo evidente. Sin duda tampoco pueden ver que este episodio es un ensayo de lo que, tarde o temprano, será la peor crisis financiera a escala planetaria desde los años de la Gran Depresión.