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Su amada Europa social

Fuentes: Rebelión

Para oponerse a la construcción de la Unión Europea y a la existencia de una moneda única pueden bastar argumentos tan de peso como que cualquier autoridad y la propiedad privada, son malas. Pero aún se puede ir más allá. A medida que se delega se pierde en democracia. Si a una persona la gobierna […]

Para oponerse a la construcción de la Unión Europea y a la existencia de una moneda única pueden bastar argumentos tan de peso como que cualquier autoridad y la propiedad privada, son malas. Pero aún se puede ir más allá. A medida que se delega se pierde en democracia. Si a una persona la gobierna su vecino, podrá controlarlo mejor que si la autoridad viene de una ciudad que está en otro país, de gente que ni siquiera habla su idioma y con quien no tiene nada que ver. Los partidos de la izquierda europea no paran de repetir la necesidad de hacer de la Unión Europea una especie de alternativa al capitalismo voraz de Estados Unidos. Partidos como Izquierda Unida, y los sindicatos del sistema, como CCOO y UGT, repiten hasta la saciedad que la Unión Europea va a permitir una mejora en las condiciones laborales, en las legislaciones medioambientales, en la participación ciudadana, etcétera. Pues nada más lejos de la realidad. La tan aclamada Europa social es un cuento chino. Es imposible construir un modelo democrático e igualitario sobre los cimientos del capitalismo y delegando en organizaciones supranacionales.

Como ejemplo de esa contradicción (modelo social con integración europea) pongamos la pérdida de autonomía en la política monetaria de cada estado miembro. Antes de la integración europea, los estados podían, en caso de recesión económica, devaluar su moneda para poder absorber los efectos negativos de la recesión (desempleo). Una vez que el control del tipo de cambio lo tiene el Banco Central Europeo, los estados pierden ese instrumento de la política monetaria. Sin embargo, las recesiones, los shocks de demanda, aún se pueden dar de manera asimétrica en una determinada región de Europa (por ejemplo la Península Ibérica) mientras el resto disfruta de una situación económica favorable. En este caso, el BCE no puede devaluar el euro para favorecer a una sola región. Si las personas tuvieran una movilidad absoluta, es decir, si no nos importase viajar de Oporto a Munich dejándolo todo para conseguir un trabajo, y encima las fábricas se construyeran de la noche a la mañana, la situación mejoraría, sin necesidad de reducir los salarios. En ese caso los trabajadores portugueses irían a Alemania a trabajar, si no en lo suyo, en cualquier otro trabajo, pues en eso consiste la perfecta movilidad del factor trabajo que tanto anhelan los capitalistas. Sin embargo, eso no ocurre, y esperemos que no ocurra nunca, pues supondría su éxito y, muy probablemente la pérdida de sentimientos tales como el apego al idioma propio, a la región de origen, a los seres queridos, etcétera. Como he apuntado antes, eso evitaría tener que reducir los salarios para absorber la recesión económica. Ahora bien, al no haber perfecta movilidad de factores de producción, los salarios han de reducirse de alguna manera. Aún existe una cierta resistencia, y para eso está la llave mágica de la economía política europea: las reformas del mercado laboral. Estas reformas, o contrarreformas, se basan en la liberalización del mercado de trabajo, y en la flexibilización de los salarios y los contratos laborales. Consisten en hacer más baratos los despidos, más posible el reducir salarios, y reducciones de las ayudas por desempleo. Se termina así con los molestos precios rígidos que impedían completar el paraíso capitalista. Se acaba con ellos gracias a la benevolencia de los sindicatos institucionales y también a la propia desaparición de la clásica clase obrera, ahora desgajada y alienada, sin rumbo y creyéndose, como bajo el efecto de una droga alucinógena, clase consumidora.

Así pues, es la propia pertenencia a la Unión Europea y a la moneda única la que provoca estas contrarreformas laborales que se dan en cada país, que preparan el terreno para la nueva economía, de manera sigilosa para no dar demasiado miedo y así ser aceptadas.

Los partidos de la izquierda europea y sus sindicatos domesticados lo saben. Mientras hablan de clase obrera y se les llena la boca con la palabra ‘social’ tienen detrás a sus amos marcándoles el compás, dejándoles bien claro que hay un límite en la crítica, y que ni siquiera se puede dejar entrever que el fallo es el sistema en sí. Que no vuelvan con sus cuentos y sus manifestaciones domesticadas por una Europa social, cuando saben perfectamente que es imposible, cuando saben que estas reformas son necesarias para el desarrollo de la Unión Europea como tal. Es el capitalismo global el que exige esas reformas, y no vale de nada rogar por derechos de los trabajadores si luego se acepta la Constitución europea, la entrada en el euro y la pertenencia a la Unión Europea.