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La construcción del imperio económico: la centralidad de la corrupción

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por S. Seguí

 

La construcción de su imperio económico constituye la fuerza motriz de la economía de Estados Unidos y ha tomado un papel preponderante en los últimos cinco años. Más que nunca en la historia económica de Estados Unidos, los principales bancos, empresas petroleras, industrias, firmas de inversión y fondos de pensiones dependen de la explotación de otras naciones y pueblos para seguir obteniendo sus altas tasas de beneficio. Cada vez más, la mayor parte de los beneficios bancarios y corporativos provienen del saqueo de otros países.

A medida que la construcción del imperio económico toma un papel central en la viabilidad de toda la economía de Estados Unidos, se intensifica la competencia con Europa y Asia por unas lucrativas tasas de inversión y por los recursos económicos. Debido a la creciente competencia, y a la crucial importancia de los beneficios realizados en el extranjero, la corrupción corporativa se ha convertido en un factor decisivo a la hora de determinar qué empresas transnacionales y qué bancos de los centros imperiales se hacen con las empresas, los recursos y las posiciones financieras que generan mayores beneficios.

La centralidad de la corrupción en la expansión imperial y en la consecución de posiciones de privilegio en el mercado mundial ejemplifica la creciente importancia de las políticas, en particular las relaciones interestatales en la nueva división imperial del mundo. La denominada globalización es un eufemismo para designar la creciente importancia de las intenciones de los imperios competidores por conseguir una nueva división del mundo. La corrupción de gobernantes extranjeros es un elemento central para garantizar un acceso privilegiado a recursos, mercados y empresas lucrativos.

La centralidad de la construcción del imperio económico

En cualquier dirección que miremos, el dato fundamental de los informes corporativos y bancarios anuales es la necesidad esencial de una estrategia de expansión internacional con el fin de mantener la tasa de beneficios. Citicorp, el mayor banco del mundo, ha anunciado un programa masivo de expansión internacional con el objetivo de aumentar sus beneficios en un 75%. «Los inversores institucionales y minoristas de Estados Unidos se dirigen a ultramar en busca de más altos beneficios», escribe el Financial Times. En el año anterior al 4 de octubre de 2006, de los 124.000 millones de dólares ingresados por los fondos de inversión estadounidenses, 110.000 millones correspondieron a fondos invertidos en empresas extranjeras. En los ocho primeros meses de 2006, el 87% de los flujos totales de capital se dirigieron a ultramar.

La búsqueda de los beneficios procedentes de ultramar no es una preferencia momentánea sino que se trata de una tendencia secular. Esta tendencia continuará a largo plazo debido a las más altas tasas de beneficio y al convencimiento de que el dólar seguirá debilitándose debido a los déficit fiscal y comercial de Estados Unidos. Las empresas petroleras y energéticas registran unos beneficios récord. Exon Mobil consiguió un crecimiento del 26% en 2006 respecto al año anterior, en su mayor parte proveniente de sus explotaciones en el extranjero. IBM ha trasladado una parte sustancial de sus centros de investigación y diseño de Nueva York a China, manteniendo siempre el control financiero y las decisiones estratégicas en Estados Unidos. Más del 60% de las exportaciones de China las realizan empresas estadounidenses o subcontratadas. Ford y General Motors compensan en parte sus pérdidas multimillonarias en Estados Unidos gracias a sus beneficios exteriores, especialmente en América Latina y Asia.

La victoria del estado imperial estadounidense en la Guerra Fría y el subsiguiente ascenso de gobiernos satélite en la antigua Unión Soviética, Europa del Este y los estados bálticos y balcánicos, así como la conversión de China e Indochina al capitalismo, han doblado el número de trabajadores en la economía capitalista mundial, que ha pasado de 1.500 a 3.000 millones. Este crecimiento de una reserva de más de 1.000 millones de campesinos desplazados y trabajadores industriales ha conducido a un declive sin precedentes del 40% en la relación capital-trabajo. El crecimiento masivo de asalariados en el mundo (en particular en los países ex comunistas) ha sido explotado exhaustivamente por las compañías transnacionales, por una parte para incrementar sus beneficios en el extranjero y por otra con los inmigrantes en su propio mercado nacional. Adam Smith estimaba que los excedentes de mano de obra de los países pobres de reciente industrialización serían absorbidos y que la competencia por conseguir trabajadores impulsaría al alza el nivel de vida. La actual tendencia presenta un incremento de los salarios monetarios y una reducción de los salarios sociales en los países llamados emergentes, y una reducción tanto del salario monetario como del salario social en los centros del imperio. En la medida en que el número de puestos de trabajo, incluso para trabajadores altamente cualificados, está sujeto a una competencia mundial, hasta los trabajadores mejor pagados tienen que hacer frente a una reducción de sus niveles de vida.

El hecho significativo del flujo de capital estadounidense dirigido al extranjero es que esta salida tiene lugar a pesar de una fase al alza de la economía interna. En otras palabras, los mejores resultados del mercado bursátil y la economía interior de Estados Unidos no han conseguido revertir la expansión internacional impulsada por los beneficios del imperio estadounidense.

Los principales nuevos objetivos de las transnacionales, los bancos, los fondos de pensiones y los inversores institucionales son los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China). El atractivo de Rusia reside en sus enormes recursos de petróleo y gas, y su mercado de transportes y bienes de lujo, todo lo cual proporciona altas tasas de beneficio. Brasil es el paraíso del inversor por sus tipos de interés -un récord mundial-, sus materias primas y los bajos costes laborales de su industria, en particular del sector del automóvil. China atrae inversión a sus sectores de la manufactura y el consumo debido a los bajos costes laborales; además, China sirve como centro intermedio de montaje y procesamiento de las exportaciones provenientes de otros países asiáticos, antes de su exportación a Occidente por mediación de las transnacionales estadounidenses y europeas. India por su parte atrae capitales a sus centros por el bajo coste de sus industrias subsidiarias especializadas en las tecnologías de la información, servicios y actividades conexas.

Lo más sorprendente de los países BRIC y de su creciente atractivo para las transnacionales estadounidenses y europeas es la extremadamente baja calificación que reciben en materia de corrupción. Hay una correlación importante entre el atractivo de los países BRIC y la facilidad de hacer negocio y acceder a empresas y sectores económicas altamente lucrativas tras untar debidamente a sus líderes políticos.

La construcción del imperio está yendo mucho más allá de las tradicionales conquistas de materias primas y explotación de mano de obra barata. Los constructores del imperio están explotando al máximo los nuevos sectores, extremadamente lucrativos, de las finanzas, los seguros y la construcción. El sector más dinámico de inversión en China y Rusia es el inmobiliario, con unos precios que aumentan en un 40% cada año en la mayor parte de los centros metropolitanos de crecimiento alto. Los sectores de los seguros y finanzas en China y de la banca y las finanzas en Brasil han rendido miles de millones de dólares en los pasados cuatro años. Los bancos estadounidenses y las transnacionales estadounidenses han subcontratado por valor de miles de millones de dólares en contratos de tecnologías de la información y servicios a los nuevos magnates empresariales indios, que a su vez subcontratan a otros empresarios locales menores.

Hoy, más de la mitad de las 500 mayores transnacionales estadounidenses obtienen un porcentaje superior al 50% de sus beneficios en sus operaciones en el extranjero. De ellas, una minoría sustancial obtiene más del 75% de sus beneficios en sus imperios de ultramar. Esta tendencia no hará sino acentuarse a medida que las transnacionales estadounidenses deslocalicen casi todas sus operaciones, entre otras la fabricación, el diseño y la ejecución. Para conseguir ventajas competitivas y altas tasas de beneficio, utilizarán empleados tanto de alto nivel de cualificación como de bajo nivel.

La centralidad de la corrupción

Mientras que los economistas ortodoxos partidarios del libre mercado hacen hincapié en el papel de la innovación, la profesionalización de la gestión, el liderazgo y la organización a la hora de conseguir ventajas competitivas y mayores tasas de beneficio (fuerzas del mercado), en la vida real estos factores ocupan con frecuencia un lugar secundario detrás de los factores políticos, es decir, de las múltiples formas de corrupción que permiten conseguir ventajas económicas. Con arreglo a una encuesta realizada entre 150 grandes empresas, publicada por la firma de abogados Control Risks and Simmons and Simmons, una tercera parte de las empresas internacionales consideran que han perdido nuevos negocios en el curso del último año debido al uso de sobornos por parte de sus competidores (Financial Times, 9.10.2006, p. 15). Además, gran parte de las transnacionales y los bancos practican la corrupción con ayuda de intermediarios. Si sumamos las formas directas e indirectas de corrupción, el resultado es que en algunos países nueve de cada diez empresas realizan prácticas corruptas. Según la citada encuesta, unas tres cuartas partes de las empresas, incluyendo el 94% en Alemania y el 90% en Gran Bretaña, estiman que en sus países las empresas utilizan agentes con el fin de superar las barreras anticorrupción (Financial Times, 9.10.2006, p. 15).

La fuerza del mercado depende en gran medida de las relaciones políticas con el Estado, a través de una serie de complejas redes de intermediarios que negocian sobornos monetarios y de otros tipos a cambio de una serie de concesiones altamente provechosas. La empresa transnacional constituye la unidad básica de negocios e inversión de la economía mundial. Al engrasar los mecanismos de las transacciones económicas por medio de la corrupción política, convierten en una pantomima todo lo que los economistas ortodoxos nos cuentan sobre la expansión global.

Es la corrupción política, no la eficiencia económica, la fuerza motriz de la construcción del imperio económico. Su éxito es evidente a juzgar por las enormes transferencias de riqueza -del orden de los billones de dólares- provenientes de las empresas y los recursos del sector estatal de Rusia, Europa oriental, los Balcanes, los países bálticos y el Cáucaso desde la caída del socialismo y que han llenado a las arcas de las transnacionales europeas y estadounidenses. La escala y el alcance del pillaje occidental de los países orientales no tiene precedentes en la historia reciente del mundo. En su conquista de Europa, ni Stalin ni Hitler se apropiaron o se aprovecharon de tantas empresas como las transnacionales occidentales en estas pasadas dos décadas. Peor aún, el pillaje inicial ha puesto en marcha un sistema político basado en un mercado pro occidental cleptocrático que ha creado un marco legislativo que facilita altas tasas de beneficio. Por ejemplo, la legislación relativa a la reducción de salarios, pensiones, estabilidad del empleo, seguridad y sanidad en el lugar de trabajo, así como la relativa a las políticas de ordenación del territorio en los países ex comunistas, ha sido elaborada con el objetivo de atraer los beneficios de las transnacionales estadounidenses y europeas. El pillaje y la corrupción política han creado una masa de trabajadores mal pagados, precarios, subempleados y desempleados que están disponibles para su explotación por las corporaciones multinacionales estadounidenses y sus socios y los inversores institucionales extranjeros en busca de altas tasas de beneficio.

La corrupción es especialmente predominante en algunos sectores de las operaciones de las transnacionales en el extranjero. La venta de armas, por un monto de miles de millones de dólares anuales, es un sector completamente corrompido en el que las empresas del complejo militar-industrial compran a funcionarios estatales para que les adquieran su armamento. Las adquisiciones militares, la mayor parte de las cuales no aportan ninguna seguridad real, vacían las haciendas locales a la vez que elevan los márgenes de beneficio de las industrias de armamento y los inversores institucionales que participan en las inversiones en el extranjero.

Las empresas petroleras y energéticas consiguieron, en los años 90, amarrar por medio de la corrupción derechos de explotación mediante la compra de ministerios completos en Rusia, Nigeria, Angola, Bolivia y Venezuela.

Para conseguir poner el pie en cualquier sector económico de China y así explotar la barata fuerza de trabajo, una multinacional debe comprar a un pequeño ejército de funcionarios gubernamentales. Esta inversión se ve más que compensada por el régimen de fuerza de trabajo barata que pone a su disposición el Gobierno chino, la represión del descontento laboral y la imposición de sindicatos favorables a las empresas y controlados por el Gobierno.

Las compañías transnacionales corrompen de muchas maneras: mediante sobornos directos a cargos políticos; puestos empresariales ofrecidos a los funcionarios, los miembros de sus familias, y amigos o conocidos; viajes pagados; partenariados; invitaciones a universidades de prestigio y becas para sus hijos, etc. Lo significativo es que estos sobornos funcionan, porque de lo contrario no los utilizarían con tanta amplitud y tan repetidamente.

Además, la corrupción que producen las empresas transnacionales casi siempre tiene efectos perjudiciales para los países que la reciben. Por una parte, reduce la legitimidad y la confianza del gobierno a los ojos de su pueblo. Asimismo, representa un trasvase de riqueza en detrimento de su uso público y nacional y en beneficio de los intereses extranjeros, debilita la capacidad de maniobra de las autoridades públicas en las diferentes políticas e incrementa el poder de decisión de las compañías transnacionales. Transfiere suculentos recursos a manos extranjeras y amplía y profundiza las desigualdades de clase internas a la vez que socava la buena gobernanza. Por último, crea una cultura de la corrupción que absorbe recursos públicos destinados a servicios sociales e inversión productiva en beneficio de las fortunas individuales.

Esta persistente corrupción de las transnacionales no podría tener lugar sin el conocimiento del estado imperial. A pesar de la legislación anticorrupción, la corrupción es endémica y se convierte en la norma en la expansión de transnacionales que compiten entre sí. Cada vez más, la corrupción se considera, por parte de las élites corporativas como el lubricante que mantiene en funcionamiento las ruedas de la globalización.

Si la anexión de los antiguos países comunistas abrió nuevas oportunidades a la redistribución imperial del mundo, y el pillaje de los países postcomunistas produjo caudalosos flujos de acumulación de capital, la actual y creciente corrupción se ha convertido en el mecanismo mediante el cual capitales rivales compiten por la dominación mundial. La construcción del imperio económico no puede entenderse solamente como resultado del funcionamiento de las fuerzas del mercado, por cuanto las transacciones comerciales vienen precedidas por la corrupción política, se acompañan de la influencia política y culminan en un nuevo alineamiento del poder político.

Conclusión

Quien aborde hoy el estudio de la economía mundial, necesariamente debe tener en cuenta el aspecto más destacado de esa realidad: la aceleración de la construcción de imperios económicos. Una red de empresas transnacionales cubre el mundo y crea conjuntos políticos y económicos por medio de líderes políticos corruptos, y con ello constituye la base de los imperios económicos contemporáneos.

El proceso general de construcción imperial comenzó con la privatización de la propiedad pública y sus recursos, bancos y empresas productivas. Continúa con la desregulación de los mercados financieros, se legitima mediante la elección (y la reelección) de políticos complacientes, y todo ello lo da como resultado la creación de enormes reservas de fuerza de trabajo barato y la eliminación de la legislación laboral y social de protección. Este conjunto en su totalidad se basa la corrupción política cada uno de los niveles, en todos y cada uno de los países, entre otros los estados imperiales.

Las políticas electorales, la moralizante retórica anticorrupción, las lecciones de ética y responsabilidad corporativa no impiden, sin embargo, que la corrupción se extienda a través de las fronteras y en todas la escala de la estructura social, subordinando las naciones y los trabajadores a los imperios económicos emergentes.

Los laboristas ingleses, los demócrata-cristianos alemanes, los comunistas chinos, los funcionarios del Partido del Trabajo de Brasil, los demócratas y republicanos de Estados Unidos provienen aparentemente de tradiciones ideológicas diferente; no obstante, todos están implicados en la expansión a largo plazo y gran escala de las transnacionales mediante la corrupción. Fomentan que sus propias transnacionales consigan mercados y riqueza por todos los medios necesarios, incluyendo la corrupción sistemática.

A pesar de unos mercados laborales rigurosos y de grandes beneficios, productividad creciente y crecimiento económico, el nivel de vida de los trabajadores de los países occidentales sigue reduciéndose, en contra de lo que afirma la teoría económica clásica. Ello es debido en gran parte a una intervención política basada en relaciones corruptas entre el capital de las corporaciones y el Estado, tanto en los países imperiales como en los de ultramar. La oferta y la demanda de trabajo no ha tenido prácticamente ningún efecto en el precio de éste, por cuanto ha sido desactivada por el Estado intervencionista corrupto, la represión del mundo del trabajo, la cooptación de los dirigentes sindicales y el establecimiento de salarios inferiores a los que pudieran conseguirse por medio de un movimiento laboral sindical libre.

La corrupción corporativa forma parte integrante de la construcción del interior en forma de inversiones exteriores, adquisiciones y penetración del mercado. No se trata de un factor fortuito y aislado que tenga que ver con fallos en el sistema de ética corporativa. Se trata de un factor sistémico incorporado a las condiciones de competencia extremadamente rigurosas de la actual construcción de imperios. A medida que se absorban los nuevos mercados, y se reduzcan las reservas de mano de obra y los recursos energéticos rebasen su punto óptimo, la competencia interior se intensificará y la corrupción se profundizará.

Las reformas parciales no han funcionado y no lo harán nunca. El Convenio anticorrupción de la OCDE, que entró en vigor en 1999, no ha tenido ningún efecto. Prácticamente más de la mitad de las empresas transnacionales aseguran desconocer totalmente la legislación anticorrupción en el extranjero de su propio país (Financial Times, 9.10.2006, p. 15). La otra mitad simplemente hace caso omiso de la legislación mediante la utilización de intermediarios (Ibid.) Únicamente el derrocamiento de los estados imperiales y el final de la competencia imperial y de la nueva división del mundo pueden ser la base sobre la que crear un mundo sin corrupción, pillaje ni explotación.