Una advertencia inicial, porque el título puede ser equívoco. Este artículo no hace una presentación y análisis referido a los tres campos mencionados, sino que es apenas un intento de clasificación de las formas contemporáneas de guerra. Propone un marco analítico a ser alimentado con nuevos datos, de modo que su configuración pueda ir cambiando. […]
Una advertencia inicial, porque el título puede ser equívoco. Este artículo no hace una presentación y análisis referido a los tres campos mencionados, sino que es apenas un intento de clasificación de las formas contemporáneas de guerra. Propone un marco analítico a ser alimentado con nuevos datos, de modo que su configuración pueda ir cambiando.
Partamos de una idea que gana terreno (en algunos es una aguda sospecha, en otros una hipótesis de trabajo, angustiante pero científica): lejos de ser el sistema racional que describen sus apologistas, la sociedad basada en «el mercado» está marcada por una profunda irracionalidad; tan profunda que incluso conlleva su auto-destrucción. «Puede parecer imposible que una sociedad tecnológicamente avanzada pudiese elegir autodestruirse. Sin embargo, esto es lo que estamos haciendo». Con estas palabras termina su libro sobre los cambios climáticos (1) Elizabeth Kolbert, una de las grandes periodistas estadounidenses especializada en temas medioambientales. Muchos dirán que semejante autodestrucción está en discusión, que no hay pruebas de que el planeta se modifique tan rápido ni tan claramente como dicen los «ecolo-pesimistas»… Pero todo depende de qué se esté hablando. Una sociedad puede haber destruido su «civilización», entendida como el fundamento de su «vivir-conjuntamente», mucho tiempo antes de que el proceso de autodestrucción llegue a afectar las condiciones de reproducción de la vida de todos sus miembros. En sociedades estructuradas en clases y en un marco internacional en que la distancia entre los países se amplían cada vez más, algunos países y determinados grupos sociales pueden mantenerse a salvo bastante tiempo, mientras otros caen inexorablemente en la miseria. Y este es el camino en que estamos empeñados «nosotros», la sociedad capitalista mundializada contemporánea. La conversión en guetos de las ciudades del suburbio parisino y los cordones que rodean a las ciudades de provincia en vías de desindustrialización, el futuro radicalmente cerrado para la mayoría de quienes allí nacen, y los reflejos de temor ante las reacciones a veces realmente violentas de esos jóvenes devenidos «extranjeros» son expresiones «locales» de procesos mundiales. La palabra inglesa más utilizada para indicar el motivo que habilita despedir a los asalariado de una empresa, es que son «redundant», cuya traducción exacta es superfluos. Esta palabra muestra la realidad del capitalismo contemporáneo: en ningún lugar del mundo los asalariados pueden considerarse a salvo de procesos que los conviertan en superfluos. Y en algunas regiones, la «superposición» de procesos económicos y cambios climáticos hace que las cosas sean mucho más graves. Allí, explotados y dominados enfrentan la combinación de mecanismos considerados «económicos» y de fenómenos llamados «ecológicos» relacionados sobre todo con los cambios climáticos. El resultado de esta acción combinada es impedir, cada día más, que millones de chicos, mujeres y hombres accedan a condiciones elementales de vida, expropiándoles lo poco que les queda en algunas partes del globo y destruyendo además el medio físico en el cual tenía lugar su proceso de reproducción social colectiva. Aquí llegamos al problema de las relaciones entre el capitalismo contemporáneo y las guerras contemporáneas, pues los procesos combinados de rapiña imperialista y restricción de las condiciones elementales de supervivencia (en el caso de un continente como Africa, estrechamente entrelazados) abonan el terreno para estos estados de «guerra permanente», de guerras hechas «sin contemplaciones», sobre todo contra las poblaciones civiles. Frente a la crisis ecológica mundial y sus impactos sociales y por tanto políticos, ya se están preparando estrategias para defender «el orden mundial».
El capitalismo es incapaz de «auto-limitarse»
La hipótesis de que la humanidad estaría corriendo hacia el abismo bajo el efecto de un proceso auto-destructivo reapareció desde hace algún tiempo. Constituye un tema central de los filósofos políticos – poco numerosos actualmente – que siguen situándose (¿habría que decir «todavía»?) en el terreno de la crítica a la sociedad capitalista y tratan de fundamentarla. Así, en uno de sus últimos reportajes, Castoriadis caracterizaba «la sociedad capitalista como una sociedad que corre hacia el abismo, desde todo punto de vista, porque ella no sabe auto-limitarse». Y agregó «Pues una sociedad verdaderamente libre, una sociedad autónoma, debe saber auto-limitarse, saber que hay cosas que no puede hacer, o que no debe hacer o que ni siquiera debe intentar hacer o desear» (2). Dejemos de lado la cuestión del «deseo», que retomaremos en otro artículo donde abordaremos el rol central que juega el fetichismo – tanto de la mercancía como del dinero – como engañoso sostén de la valorización del capital y como medio de dominación ideológico y político. Retengamos en cambio la idea de la incapacidad de la «sociedad capitalista» (sinónimo de capitalismo) para «ponerse límites», incluso cuando se hace evidente la necesidad de reconocer su existencia antes de chocarlos violentamente.
El tema del movimiento de auto-destrucción de un sistema que, en razón de sus mismos fundamentos, no puede ponerse límites, es también central en el trabajo de los filósofos alemanes del grupo Krisis, como Robert Kurz y Anselm Jappe. Es un trabajo importante, a pesar de algunos puntos muy discutibles (empezando por la construcción de una oposición mítica entre un «Marx exotérico» y un «Marx esotérico»), pues en otros aspectos renuevan la lectura de Marx, especialmente por el lugar que conceden a la teoría del fetichismo. Una debilidad importante tiene que ver con la elección teórica y política de Krisis, que aborda la categoría de capital desde el ángulo de la mercancía y el dinero, sin tomarlo también como una relación de producción antagónica, que enfrenta al capital y los proletarios (aquellos que están obligados a vender su fuerza de trabajo). Pero el dinero deviene capital y se reproduce únicamente apoderándose del producto del trabajo viviente. Es indispensable este paso mediante el que, como escribe Marx, «el capital se apodera del trabajo mismo; éste se ha convertido en uno de sus elementos y opera ahora como vitalidad fructífera» (3). Una conversión que se realiza en las condiciones antagónicas que tienen raíces en los fundamentos mismos del capitalismo. Que las direcciones socialdemócratas o estalinizadas del movimiento obrero hicieran del «reparto equitativo de la riqueza producida» el principal terreno de la acción obrera no justifica negar que opera un antagonismo que encierra grandes contradicciones. Al hacerlo, estos teóricos son llevados a relacionar el movimiento de auto-destrucción de la producción capitalista únicamente con las contradicciones de la mercancía. De allí, por ejemplo, el título del libro de Jappe: Las aventuras de la mercancía. Y una teorización que omite el término capital y no aborda la compra y utilización de la fuerza de trabajo. Jappe dice que «la sociedad basada en la producción de mercancías con su universalidad exteriorizada y abstracta es, necesariamente, sin límites, destructiva y auto-destructiva». (4) En esta frase se afirma, correctamente, la consustancial incapacidad de auto-limitarse, pero cabe objetarle que la sociedad capitalista no se basa simplemente en la producción de mercancías. También está basada en un antagonismo esencial, un antagonismo fundacional como lo es el antagonismo del capital – de los propietarios de los medios de producción y los poseedores de la riqueza acumulada bajo forma financiera -, con respecto al «trabajo» -término que designa al conjunto de aquellas y aquellos a quienes el capital y el Estado en determinado momento cortaron los lazos directos con las condiciones de producción, y quedaron por tanto colocados en el estatus de individuos cuya suerte está dirigida por el capital. Se verá más adelante el alcance de la contradicción central que lleva a que las empresas, movidas por el antagonismo consustancial a la existencia del capital, consideren que sus asalariados (de los que se apropian el trabajo excedente y de los que dependen como compradores de las mercancías producidas), representan sobre todo un «costo».
La categoría central de la que se debe partir es el capital. Su movimiento de auto-valorización realmente sin fin exige, efectivamente, un paso que implica la transformación en mercancía. Pero lo que se debe comprender es la naturaleza del capital en cuanto tal. Y para ello, inicialmente hay que hacer abstracción de sus momentáneas configuraciones concretas, de los grupos industriales (5) y grupos de la gran distribución transnacional (las sociedades transnacionales o SNT), así como de los inversores institucionales (los grandes bancos, las sociedades aseguradoras y los fondos de inversión financiera), hoy cada vez más decisivos. Es preciso abordar el capital bajo la forma que en filosofía se denomina «abstracción concreta» (6). Al nivel mas elemental, pero también más fundamental, el capital está constituido por sumas de valores cuyo objetivo exclusivo es la auto-valorización, la reproducción con un incremento, un beneficio, un agregado, una plusvalía. Estas sumas de dinero se presentan bajo la forma de dinero, una de cuyas variantes es la moneda. De allí esos pasajes claves donde Marx explica que la carencia de límites nace del capital en tanto dinero que busca un crecimiento sin fin, por ejemplo: el capital […] como representante de la forma universal de la riqueza – el dinero – constituye el impulso desmesurado y desenfrenado de pasar sobre por encima de sus propias barreras. En caso contrario dejaría de ser capital, dinero que se produce a si mismo. (7)
Detrás del «desarrollo de las fuerzas productivas», junto a la dimensión «heroica» de la comprensión y dominación del mundo en tanto «Naturaleza» y la mas problemática conquista y sometimiento las sociedades no capitalistas, siempre coexistió el hecho de que «el principal motor de la producción capitalista» es «hacer dinero», y hacerlo sin límites.
Completa indiferencia en cuanto al carácter y utilización de las mercancías producidas A los ojos de los que poseen o centralizan el dinero «ocioso» y buscan su valorización, «el proceso de producción [capitalista] no es más que el eslabón inevitable, el mal necesario para poder hacer dinero» (8). Es decisivo comprender este aspecto. El desarrollo de las fuerzas productivas y en particular el de la tecnología, jamás fue la finalidad de la producción capitalista. Fue un subproducto alimentado por la competencia capitalista y por la lucha contra la tendencia a la caída de la tasa de ganancia. Lo mismo ocurre con «el empleo». Comprometerse en el complicado proceso consistente en poner gente a trabajar para hacerla producir un trabajo excedente, apropiado bajo la forma de mercancías que es preciso inmediatamente vender, nunca fue para los poseedores de dinero a valorizar mas que un «mal necesario para poder hacer dinero», mientras que otras fracciones de la burguesía ven en la construcción de la industria un imperativo político, uno de los fundamentos del poder de Estado. Hoy, debido al proceso iniciado hace treinta años de centralización de una masa inmensa de dinero «ocioso» que busca maneras de reproducirse incrementándose en cada ciclo, en los viejos países industriales a comenzar por los Estados Unidos el poder capitalista decisivo pasó a manos de la nueva forma de propiedad concentrada en los fondos de pensión y de inversión financiera (los Mutual Funds). Esta forma de capital a la cual la liberalización y desreglamentación abrieron el espacio planetario de la mundialización contemporánea lleva así, más que cualquier otra antes, los atributos asociados al «valor en proceso», a esa fuerza impersonal dedicada exclusivamente a su auto-valorización y su auto-reproducción que Marx intentó exponer en los Grundrisse. Hoy esos atributos incluyen la extrema movilidad de los flujos de los capitales de inversión y la máxima flexibilidad en las operaciones de valorización del capital industrial, en definitiva, una indiferencia radical en cuanto al destino de social de sus inversiones, así como a sus consecuencias sociales o ecológicas. Esta indiferencia no comienza con el capitalismo dominado por los accionistas. Es preciso producir mercancías que puedan ser vendidas, pero su naturaleza y destino importan poco al capital. La valorización del capital mediante la venta de materiales para las cámaras de gas de los campos de exterminio nazis, sigue siendo el ejemplo mas extremo de esta indiferencia fundamental de capital con respecto a lo que produce y vende siempre que exista una «demanda solvente». Pero la producción y la venta de armas de todo calibre traducen el mismo agnosticismo. También el pillaje de los recursos naturales: a partir del momento en que la producción exige materias primas y que la competencia es un mecanismo de repartir las ganancias entre los capitalistas, tales materias primas serán explotadas hasta su agotamiento. Asimismo, puesto que el cierre exitoso de todo el ciclo al que se lanza el capital en el camino de la valorización exige vender las mercancías producidas, cualquier mercancía que ha encontrado compradores (un «mercado»), continuará vendiéndose sean cuales fueren el costo ecológico y los efectos sociales.
Efectos de la dominación del valor de cambio y el trabajo abstracto Expuesta ya la naturaleza esencial del capital, podemos pasar efectivamente a la cuestión de la mercancía, que constituye para los teóricos del grupo Krisis la causa principal de la irracionalidad del capitalismo. El capitalismo surgió como momento de desarrollo y mutación cualitativa de una sociedad mercantil – a la que había insumido varios siglos emerger de la sociedad feudal – antes de preparar su muerte. Una de las dos formas inicialmente adoptadas por el capitalismo fue la del capital mercantil, cuyos mecanismos de valorización consistieron particularmente en comprar el resultado del trabajo de sociedades no-mercantiles (por ejemplo, el de las naciones indígenas de América del Norte, antes de que la expansión del capital requiriese exterminarlas) para venderlo con una gran ganancia en Europa. Paralelamente, en el marco europeo se asistió a la expansión, lenta al comienzo pero cada vez mas rápida después, de redes comerciales que implicaban el cambio (entre productores que todavía eran artesanos y campesinos) de productos cuyo «valor» ya no resultaba del uso que de ellos mismos se hacia, sino de concretar la venta. Esto exigía recurrir al dinero como instrumento de cambio y como medida de valor. Dinero y mercancía se desarrollaron pues a la par, en definitiva en un solo y mismo movimiento. En el momento en que el capitalismo se apoderó de la producción urbana y agrícola, la expansión de las relaciones de cambio era ya tan grande que se había hecho posible, como tempranamente lo notó Marx, que «la economía política» concibiera la comunidad de los hombres bajo la forma del cambio y el comercio, de tal manera que «el desarrollo de Adam Smith puede resumirse así […] En un estado avanzado, cada hombre es comerciante, la sociedad es una sociedad comercial.» (9)
En los Grundrisse, Marx empieza analizando el capital y se refiere a la mercancía en el capítulo sobre el dinero, sin concederle demasiada atención. En El capital sigue el orden inverso, comenzando el libro con un extenso capítulo y otro algo más corto enteramente dedicados a la mercancía. Esta inversión ha sido y seguirá siendo objeto de intensos debates teóricos. Digamos que Marx parece haber querido anticipar algunas evoluciones por venir. El cuidado que pone en explicar las diferencias entre el valor de uso y el valor de cambio evidencia la voluntad de sentar jalones que permitiesen que las futuras discusiones sobre las características dominantes de las mercancías producidas y vendidas (los «bienes y servicios») se dieran sobre bases sólidas. Asimismo, se abren pistas referidas al «fetichismo» asociado a la mercancía y el dinero que facilitan, si se las toma en cuenta, la comprensión del ethos de una sociedad marcada por la omnipotencia de las mercancías. (10)
Con el pasaje de la economía mercantil al capitalismo, el valor de uso se encuentra definitivamente subordinado al valor de cambio, aunque las consecuencias de esto no aparecieran todas inmediatamente. El capital no se apodera sólo de la mercancía, sino también y sobre todo del trabajo, organizando su puesta en puesta en marcha u operatoria; dicho de otra manera: la explotación en las nuevas empresas. El intercambio de mercancías se realiza con ayuda del dinero, pero a partir de ahora será determinado por las cantidades relativas de fuerza de trabajo utilizadas para producirlas. A este nivel el trabajo es indiferenciado. Para el capital, es un «trabajo abstracto» productor de valores de cambio, del que sólo importan el precio (de ahí la importancia del costo de la fuerza de trabajo y la intensidad de su empleo) y la aptitud de esos valores para encontrar un mercado. Estas serán entonces las características de una sociedad dividida en clases y marcada por las contradicciones e impases nacidos de esta división, que orientan las características de las mercancías producidas. Acá la lectura de Jappe es muy útil. Por ejemplo cuando explica las consecuencias del hecho que el trabajo abstracto [reduce] todo a la unidad, a un gasto, simple o multiplicado, de esta facultad de trabajar que todos los hombres tienen en común, de modo que el trabajo es social sólo en tanto que esta vaciado de toda determinación social. Si el aspecto social de una cosa o un trabajo no reside en su utilidad, sino solamente en su capacidad de transformarse en dinero, las decisiones en sociedad no serán tomadas sobre la base de la utilidad individual o colectiva. El contenido de los trabajos concretos, sus presupuestos, sus consecuencias sociales, los efectos que tienen sobre los productores y sobre los consumidores, su impacto sobre el medio ambiente: todo eso ya no es parte de su carácter social. No es social más que el puro proceso automático e incontrolable de la transformación de trabajo en dinero.
Y como bien concluye Jappe, «la subordinación de la utilidad de los productos, que deviene una dimensión puramente privada, a su intercambiabilidad en tanto única dimensión social, no puede sino conducir a resultados catastróficos.» (11)
Un antagonismo «objetivo», consustancial al capitalismo Para que el dinero devenga capital y pueda auto-valorizarse, reproducirse con un excedente, una plusvalía, es imperioso que establezca, apoyándose casi necesariamente en instituciones políticas y el Estado en primer lugar, una relación directa o indirecta con el trabajo humano que le permita apropiarse de una parte de los resultados. El capital prestamista usurario de la Edad Media y más tarde el capital comercial en el inicio de los tiempos modernos lo consiguieron, cada uno a su manera, a través de métodos indirectos. Ya en el marco del capitalismo, el capital organiza esta apropiación directamente. El mercado de trabajo (más exactamente de la fuerza de trabajo) y el hacer trabajar a los asalariados en el seno de la empresa aseguran la particular alquimia que posibilita «la transformación del trabajo (como actividad viva y orientada a un fin) en capital» (12) que ya mencionamos. Esta alquimia exige la previa destrucción de la relación inmediata de los trabajadores campesinos y artesanos con sus medios de producción, es decir un gran acto expoliador inicial. Esta expoliación puede ser el resultado de la utilización directa de la fuerza, o del juego de «las fuerzas del mercado». Y no tiene fin. Comenzó durante la fase llamada de «la acumulación primitiva» (13), continuó luego inexorablemente, y se agravó aún mas en el curso de los últimos treinta años (14), bajo el efecto de las contradicciones a las que mas adelante nos referiremos. El antagonismo del capital con respecto al trabajo (seria más exacto decir respecto a los «proletarios», a todos aquellos que deben vender su «fuerza de trabajo») no termina una vez realizada esa expropiación. Es consustancial al capitalismo, y esta es la razón por la cual Marx insiste en que su blanco nos son los capitalistas como individuos, sino como encarnación del capital). Este «antagonismo» no evoca solamente un aspecto «conflictivo». Por un lado, es resultado de la forma característica del capitalismo de apropiación del «producto excedente» por medio de procesos que maximizan la «productividad del trabajo». Por el otro, se impone a los mismos capitalistas individuales (las empresas) por medio de la competencia. El capitalismo tiene necesidad de asalariados. Sin ellos no puede funcionar. Tiene necesidad de su fuerza de trabajo, puesto que del valor de uso de esta fuerza de trabajo nace el excedente que está en la base de la ganancia. Los salarios que perciben los hacen también consumidores, sus compras permiten vender las mercancías a muchas empresas y cerrar el ciclo de la valorización del capital. Sin embargo, las empresas no ven en los asalariados más que un costo, que deben reducir. Enfrentadas a un movimiento tendencial de caída de la tasa o cuota de ganancia cuyas causas desconoce, así como a la competencia de sus rivales (no es preciso introducir aquí las exigencias de los accionarios-propietarios en lo referido a dividendos), las empresas buscan su salvación en dos direcciones: la «reducción de personal» y el acceso a mercados externos. La primera vía desencadena de manera inmediata un proceso acumulativo en el que la retracción de la demanda, la degradación de los anticipos de ganancia y los nuevos despidos que entonces se deciden se alimentan y refuerzan mutuamente. El segundo, pasado cierto umbral, desemboca en procesos similares.
Raíces del giro contemporáneo hacia un nuevo período histórico La liberalización, la desreglamentación y el salto en la internacionalización del capital que las mismas provocaron (salto cuantitativo y también cualitativo) tuvieron como efecto desplazar este conjunto de elementos antagónicos y contradictorios del nivel de las economías de los Estados-nación al de la economía mundial como un todo diferenciado y jerarquizado. Este desplazamiento marca un radical cambio de período histórico. Del régimen económico y político internacional posterior a la Segunda Guerra mundial, caracterizado por la presencia de algunos mecanismos de «regulación» (15) (que en algún momento parecieron tan fuertes que el término «neocapitalismo» floreció, hasta la crisis de 1974-1975), se pasa a una situación radicalmente diferente. Sobre todo desde 2001, los numerosos efectos de la destrucción casi completa de las relaciones políticas y las instituciones que «contenían» la relación antagónica que ante definida (en el sentido de limitar su juego y contrarrestar parcialmente sus efectos), así como la anarquía de la competencia, pasaron progresivamente al primer plano.
Opondremos los dos período, a riesgo de forzar un poco los rasgos, utilizando sobre todo el cierre del ciclo del capital como instrumento analítico. De un modo muy, muy esquemático, fijamos que el régimen económico y político de post-Guerra implicaba, en los países industrializados, el cierre del ciclo del capital de la mayor parte de los capitales individuales sobre una base nacional. El capital, mucho menos centralizado y concentrado de lo que posteriormente llegaría a ser, estaba inserto en relaciones políticas que, de manera mas o menos institucionalizada según los países, lo forzaban a negociar con los sindicatos los salarios, la protección social e incluso aspectos referidos a la intensidad de la tasa de explotación. En la mayoría de los países, el objetivo principal de las exportaciones era el financiamiento de importaciones indispensables. En cuanto a los países del «socialismo real», con propiedad estatal, la situación estaba marcada por una integración aún mas débil en los intercambios internacionales, pero también por un temor hacia la clase obrera lo suficientemente fuerte como para asegurar un empleo estable y un mínimo de protección social a los trabajadores. Cuando hacia 1995 y a causa de la caída de la tasa de ganancia las transnacionales norteamericanas se vieron obligadas a girar nuevamente hacia el mercado mundial, estuvieron durante todo un tempo obligadas a someter sus inversiones externas a este régimen de economías aún autónomas y a sus exigencias en materia de acumulación auto-centrada. Tomando (también acá, a muy grandes trazos) a los países del Tercer Mundo como un bloque, puede decirse que ellos gozaron de de una demanda creciente y relativamente estable de las materias primas (había entonces mecanismos institucionales de respaldo internacional de precios). Sufrían los impactos del capitalismo mundial en condiciones en que las relaciones de subordinación semi-coloniales no implicaban todavía, como ocurrió a partir de la década de 1980, la pulverización del conjunto de relaciones sociales surgidas de una historia no-capitalista o sólo parcialmente capitalista. Agreguemos, para terminar, que hasta 1975/1978 la acumulación financiera «autónoma», aunque aumentaba regularmente desde 1965, seguía estando bastante limitada por las ataduras de numerosas reglamentaciones nacionales. Durante todo este período, el capital dinero bajo la figura de capital inversionista todavía no había pasado a convertirse en protagonista central del proceso de acumulación y de sus contradicciones (16).
Con la liberalización y la desreglamentación, el cierre del ciclo del capital pasó a hacerse a escala mundial, en el marco de una centralización y una concentración muy fuertes del capital. La consecuencia de este cambio fue el marcado debilitamiento cuando no la completa desaparición de las instituciones y relaciones políticas que habían sido capaces de bloquear parcialmente los mecanismos acumulativos «perversos» inherentes a la producción capitalista. Y esto tanto a nivel nacional como internacional. A causa de la liberalización, de la desreglamentación y de la mundialización, esos mecanismos «perversos» se desarrollan ahora como procesos realmente mundiales y cada vez con menos frenos. Es por tanto a nivel planetario, y como otra de las consecuencias de un movimiento único, que se acentúan las grandes manifestaciones de lo que puede y debe llamarse una crisis de civilización planetaria. El motor inmediato es la mundialización de los procesos de interacción y de refuerzo reciproco entre la restricción de la demanda, el deterioro de los anticipos de ganancia, la caída de salarios, los despidos y, en definitiva, la fuga hacia delante de las empresas en la deslocalización hacia las raras partes del mercado mundial que ofrecen a la vez un mercado en expansión y libertad para el ordenamiento de las relaciones capital-trabajo.
Las contradicciones fundamentales se dan en una economía jerarquizada única Según los arquitectos de la liberalización y la desreglamentación, la constitución de un espacio mundializado de valorización del capital, ofreciendo a las empresas la posibilidad de cerrar el ciclo del capital en un mercado verdaderamente mundial y ya no sobre exiguos mercados nacionales, debía implicar la apertura de una nueva fase de expansión prolongada para el capitalismo mundial. Esto tendría reflejos positivos para las poblaciones, y permitía la promesa de un radiante futuro al amparo del neoliberalismo.
En lo referente al primer punto, desde las crisis asiáticas de 1997-1998 se han producido una serie de acontecimientos económicos que indican que el esperado respiro debido al desplazamiento de las contradicciones fundamentales del plano intestino al nivel mundial fue de corta duración. Salvo quienes se han plegado ciegamente a las tesis del neoliberalismo, los economistas constatan que lo que llaman «modelo» es un fracaso. Fue preciso que los dirigentes del Partido Comunista Chino se plegaran al capitalismo siguiendo una vía completamente nacional y muy controlada, para que el momento de estallido de tales contradicciones fuese postergado en el tiempo. Puede ser que esa postergación dure toda una década, o menos tal vez, pero lo seguro es que la amplitud de las contradicciones y por tanto de sus efectos, serán multiplicados por la culminación de la transformación de las bases sociales de China, y por su plena integración en la economía capitalista mundial.
En cuanto al «radiante porvenir», apenas podemos hacer una constatación, a la que deberán seguir estudios más detallados. Según los números que pueden leerse en las estadísticas, en el capitalismo liberalizado, desreglamentado y mundializado, hay un continuo aumento de la desocupación, tanto en los países industrializados como en los provenientes del área de las economías burocratizadas, desocupación acompañada con un aumento cualitativo en la precarisación de los asalariados vendedores de su fuerza de trabajo o postulantes a venderla. Hubo simultáneamente, según reconocen los mismos arquitectos del «neoliberalismo», un crecimiento muy importante de las desigualdades en el seno de cada país y entre los países. En dos décadas, la creación de empleo y las «salidas» de la pobreza o de la extrema pobreza quedaron circunscriptas a un pequeño número de países. Y en estos países, como China y la India, estuvieron acompañados por un muy fuerte crecimiento de las desigualdades y una mayor polarización social. En otras partes, la pobreza y la extrema pobreza aumentaron, sobre todo en Africa. La creación de empleos en algunas partes de la economía mundial, fue acompañada por la destrucción de empleos en otras, como si el capitalismo ya no pudiera abarcar, ni siquiera entre los sectores mas vulnerables del ejército industrial de reserva, más que a una fracción de las/los que se postulan.
Desde el punto de vista de la teoría de la acumulación, esto quiere decir que el ciclo de valorización del capital «mundial» (compuesto también aquí de una multiplicidad de ciclos particulares y en competencia), se cierra de tal modo que incorpora como asalariados (a quienes compra y pone en movimiento su fuerza de trabajo) solamente a una fracción, y podríamos decir una muy pequeña fracción, de aquellos que potencialmente podría incorporar. Siempre desde el punto de vista de la teoría de la acumulación, esto quiere decir que estamos ante un sistema basado en la producción y la apropiación de plusvalía, pero que sin embargo produce un monto limitado de plusvalía, mucho menor al que la fuerza de trabajo disponible permitiría en principio producir. Y esto no es resultado de obstáculos externos: el capitalismo acabó con el «socialismo real», incorporó o reincorporó a todos los países del planeta en su funcionamiento (la única excepción sería Corea del Norte, aunque habría que verlo con más detenimiento) y somete a un desenfrenado pillaje los recursos del planeta. Por lo tanto, este déficit expresa los límites internos de un sistema que ajusta la producción y por tanto el empleo, a las perspectivas de ganancia y las dimensiones del mercado, cuya dimensión limita al mismo tiempo con esos mismos mecanismos. Por un lado, la caída de la tasa de ganancia, como resultado de las medidas tomadas para aumentar la productividad de la fuerza de trabajo; por el otro, para la mayoría de la población la posibilidad de comprar mercancías depende de que previamente logre vender su fuerza de trabajo ¡que cada vez más frecuentemente el capital no quiere o no quiere más!
Un sistema con sed de plusvalía y que, por razones propias, no logra producirla en cantidad suficiente Recapitulemos el camino recorrido. Partimos enunciando la característica fundamental del capital, que aparece como característica central de la vida moderna, y es la característica de no soportar límite alguno «de lo contrario, dejaría de ser capital: es decir, dinero que se produce a sí mismo» (17). Y lo que comenzamos a entrever en las condiciones históricas del inicio del siglo XXI es, una vez más, lo que enfrentó Marx cuando escribió el Libro III de El capital, y lo llevó concluir que «El verdadero límite de la producción capitalista, es el mismo capital» (18). Cuando una fuerza tan poderosa como el capital, cuya particularidad es no soportar límites, se los crea por sí y contra sí a través de su propio funcionamiento, y al mismo tiempo se encarna en formas de organización capitalista muy concentradas (como son las sociedades transnacionales, los grandes fondos de pensión e inversión colectiva, y los aparatos políticos y militares de Estado que defienden sus intereses), la resultante para todos los que vivimos en la sociedad planetaria modelada por el capital, muy probablemente, será la barbarie bajo múltiples formas.
Ahora nos detendremos en la principal especificidad de las condiciones históricas a comienzos del siglo XXI, que ya mencionamos al pasar. Se trata del rol que tienen actualmente las instituciones y mecanismos designados con el término «finanza». Y sobre todo, está el hecho de que las decisiones industriales estratégicas han pasado, casi por completo, a manos de las instituciones financieras – bancarias y sobre todo no bancarias – que intervienen en los mercados bursátiles. El carácter del capital como fuerza impersonal volcada exclusivamente a su auto-valorización y su auto-reproducción, y completamente indiferente con respecto al destino social de las inversión o a sus consecuencias, se agrava singularmente cuando esa determinada forma de capital que se valoriza según el ciclo D-D’ es la que domina a las otras formas de capital, como ocurre al menos en los países capitalistas mas antiguos (19). Entre los rasgos de la forma de capital que piensa en términos del ciclo corto D-D’ se cuentan lo que se llama «distanciamiento con respecto a la producción», una focalización exclusiva en el rendimiento inmediato y su «insaciabilidad» (20). El desarrollo de las operaciones de este tipo de capital en los mercados de títulos introduce la profunda inestabilidad financiera que es otro de los rasgos característicos del período. La especificidad de estos mercados y sus operadores es el manejo de títulos que son expresión de un capital ficticio, en el mejor de los casos «la sombra de un capital productivo», pero constituyen «bonificaciones a sacar» de una producción con un curso y porvenir incierto. Una producción que no «rendirá» nunca todo lo que los gestores financieros esperan, tanto por razones coyunturales como por las razones «estructurales» a las cuales ahora deberemos volver a referirnos.
Las hipótesis principales a las que llegamos, en lo referido a las barreras que el capitalismo contemporáneo se levanta a sí mismo, son las siguientes. Estaríamos ante un sistema que, habiendo alcanzado un grado muy fuerte de mundialización y debido a ella, tiene la característica de cerrarse (desde el punto de vista de sus relaciones sistémicas fundamentales) incorporando solamente a una fracción de la población mundial. Esto tiene grandes implicaciones, todas generadoras de barbarie. Para la fracción de la población que se encuentra totalmente marginalizada, así como también para la que es parte de la periferia del ejército industrial de reserva mundial, este rasgo del capitalismo mundializado representa una condena. Quienes no son incorporados son arrojados al hambre, a no tener acceso al agua, a sufrir pandemias (21). Pero es preciso advertir también lo que implicará para el capitalismo el hecho de que, debido a su incapacidad de emplear más que una fracción de los que obligadamente reclaman ser asalariados, pase a sufrir una penuria de producto excedente en la forma característica del capitalismo, es decir, una penuria de plusvalía creada y apropiada en base a las instituciones específicas del capitalismo: propiedad privada de los medios de producción, mercado del trabajo, organización del trabajo en la empresa bajo la autoridad de los jefes. Acicateado por la fracción que lo domina, que sólo comprende el movimiento D-D’, el capital se lanza en un doble movimiento. Por un lado, someter a los que emplea a una presión extrema. Por el otro, la búsqueda sistemática de todo lo que en el mundo sea pasible de apropiación, de pillaje, de sometimiento al reino de la mercancía.
Refiriéndonos al marco analítico de la acumulación del capital y sus contradicciones, habríamos pasado de la figura de «superpoblación relativa», analizada detalladamente por Marx, a una situación de «superpoblación absoluta» cuya posibilidad sólo entrevió. En lo que hace a la penuria de plusvalía, para que esta aparezca se requiere que la caída de la tasa de plusvalía deje de ser compensada por el monto total de plusvalía producida y apropiada. Es una hipótesis contemplada en las situaciones de crisis periódicas esbozada por Marx: son períodos en los que la caída de la tasa de ganancia deja de ser simplemente una tendencia, para devenir momentáneamente una realidad reconocible y en los que puede plantearse la cuestión de la masa de plusvalía producida. En el siglo XIX esas situaciones eran todavía hipotéticas, porque los factores que Marx agrupó bajo la denominación de «Causas que contrarrestan la ley» (22) (de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia) entraban rápidamente en acción. ¿Ocurrirá lo mismo en nuestra época? No es para nada seguro.
Notas:
1) Elizabeth Kolbert, Field Notes from a Catastrophe, Nueva York. Citado en el suplemento especial de Courrier International, «Trop chaud», octubre 2005, pág. 13.
2) Cornelius Castoriadis, Le Monde Diplomatique, agosto 1998. Cita tomada del texto «Entre croissance et décroissance, reinventer la politique», enviado por Geneviéve Azam al Grupo de trabajo de Attac sobre Ecología y sociedad.
3) Carlos Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economia política (borrador) 1857-1858, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, vol. 1, 238.
4) Anselm Jappe, Les adventures de la marchandise: Pour une nouvelle critique de la valeur. París, Denoel, 2003, pag. 141.
5) El término «industria» actualmente incluye las industrias extractivas, manufactureras y de «servicios» de conjunto.
6) Se encuentra una definición, por ejemplo, en Alain Bihr, La reproduction du capital. Prolegómenes á une théorie générale du capitalismo. Lausana, Editions Page Deux, 2001, tomo 1, pag. 79.
7) C. Marx, Elementos… ob. cit. Vol. 1, pag. 276.
8) C. Marx, El capital. Crítica de la economía política. México, F.C.E. 1973. Vol. 2, pag. 52.
9) C. Marx, Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2004, pag. 175/6.
10) También para la cuestión del fetichismo la lectura de Jappe es muy importante, pero los límites del artículo exigen dejar la presentación de tal análisis para otra ocasión.
11) Jappe, ob. cit., pags. 64-5.
12) C. Marx, Elementos… ob. cit., vol 1, pag. 249.
13) A. Bihr, La préhistoire du capital, Lausana, Editions Page Deux, 2007.
14) Es lo que David Harvey denomina «acumulación por desposesion», aunque no dice con la necesaria claridad que la misma sólo puede complementar y no reeemplazar la producción y apropiación de plusvalía creada en las empresas capitalistas. Ver David Harvey, The New Imperialism. Oxford University Press, 2003.
15) Ver Robert Boyer, La théorie de la régulation: une analyse critique. París, Editions La Découverte, 1987. Leer este libro veinte años después muestra hasta qué punto esa noción estaba ligada a la existencia de condiciones políticas totalmente específicas.
16) En lo referido al carácter simultáneamente relativo y fundante del «poder de la finanza», ver F. Chesnais «La prééminence de la finance au sein du ‘capital en general’, le capital fictif et le mouvement contemporain de mondialisation du capital», en La finance capitaliste. París, Collection Actuel Marx Confrontations, PUF, 2006.
17) Ver nota 7.
18) C. Marx, El capital, ob. cit. Libro III, vol. 3, pag. 248.
19) Ver F. Chesnais, ob. cit.
20) La expresión «insaciabilidad de la finanza» está tomada de los que se dedican a la finanza como Pascal blanqué, y la utilizo para que se comprenda el proceso de tentativa de valorizacion infinita del dinero. Ver mi propio capítulio en F. Chesnais (coord.), La finance mondialisée, racines sociales, configuration, conséquences. Paris, Editions La Découverte, 2004.
21) Ver Mike Davis, Planet of Slums. Londres, Verso, 2006.
22) C. Marx, El capital, ob. cit. Libro III, vol. 3, pags. 213-263. La Sección Tercera lleva como título general «Ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia», incluyeendo el Capítulo XIII «La ley como tal», el Capítulo XIV «Causas que contrarrestan la ley» y el Capítulo XV «Desarrollo de las contradicciones internas de la ley».