No quitemos el dedo del renglón. Que nuestra cotidianidad no nos devore. No olvidemos las cantidades de las diversas formas de energía que se consumen en el mundo diariamente: cerca de 85 millones de barriles de crudo (34 por ciento de la energía primaria total); casi 270 mil millones de pies cúbicos de gas natural […]
No quitemos el dedo del renglón. Que nuestra cotidianidad no nos devore. No olvidemos las cantidades de las diversas formas de energía que se consumen en el mundo diariamente: cerca de 85 millones de barriles de crudo (34 por ciento de la energía primaria total); casi 270 mil millones de pies cúbicos de gas natural (21 por ciento de ese total); además, 12 millones de toneladas al día de carbón (23 por ciento). Menos aún los efectos de su utilización.
Se trata de los tres combustibles básicos que cubren cerca de 80 por ciento (poco más según algunas fuentes) del balance energético primario del mundo. Son, además y por desgracia, fuentes de energía no renovables, exhaustibles y altamente contaminantes. El uranio utilizado en los reactores nucleares para generar electricidad en el mundo representa 6 por ciento de la energía primaria cotidianamente utilizada en el mundo, y ya sabemos de la polémica en torno a éste, sus riesgos de manejo y su confinamiento posterior.
Y, finalmente, el resto de los requerimientos actuales de energía (según algunas fuentes entre 8 o 9 por ciento, e incluso más), lo representan las energías renovables encabezadas por la hidroelectricidad.
Dado que la mayoría de los recursos son fósiles, no renovables y altamente contaminantes, nuestro balance mundial de energía es -para decir lo menos- dramático. Igualmente dramático es el patrón tecnológico en el que se sustenta la obtención de formas útiles de energía a partir del consumo de estas fuentes primarias, empezando por los medios de transporte que -nunca me cansaré de decirlo- consumen una quinta parte de esa energía (la industria cerca de la mitad y el resto el agrupamiento de los sectores residencial, comercial y público) y generan buena parte de los contaminantes.
Para el caso de las emisiones de CO2 -sin duda uno de los gases de mayor responsabilidad en el efecto invernadero, en el calentamiento global-, de un total cuantificado de 30 mil millones de toneladas al año, el consumo de petrolíferos representa 38 por ciento; el de gas natural 22 por ciento, y el carbón 40 por ciento. Y aquí, en plena estructura mundial de energía y de emisiones de CO2 lanzadas a la atmósfera, descubrimos una relación interesente. Si bien el crudo representa 43 por ciento de los tres combustibles fósiles utilizados mundialmente, sólo es responsable de 38 por ciento de las emisiones de CO2.
El gas, que aporta 26 por ciento del bloque de energía fósil primaria, participa con 22 por ciento de las emisiones de CO2 que estos fósiles generan. Finalmente -aquí parte del drama- una participación de 31 por ciento en el total de energía primaria de origen fósil en el balance energético. Expresado en factores, diremos que el petróleo reduce en 12 por ciento su participación en una unidad de emisiones de CO2; que el gas natural lo hace en 15 por ciento. Pero el carbón la aumenta en 29 por ciento.
Es cierto -hay que decirlo- que el juicio de limpieza sobre estos energéticos no se puede reducir a las emisiones de CO2. La combustión de crudo y carbón arroja SO2, responsable de la lluvia ácida. Y en los tres casos también se emiten óxidos de Nitrógeno (los identificados como noxes o NOx’s) también responsables de la lluvia ácida.
De aquí lo dramático del balance energético mundial. De aquí la urgencia no sólo de sustituir estos combustibles fósiles exhaustibles sino -ante todo y sobre todo- buscar alternativas tecnológicas y sociales para la satisfacción de los requerimientos de energía útil en sus diversas formas: movimiento de personas y cosas, cocción de alimentos, calefacción, aire acondicionado, calor de proceso e iluminación.
Junto con los acaso más dramáticos problemas de empleo y de seguridad física de las personas, el problema energético -que es más tecnológico y social que estrictamente energético- representa el principal reto de las generaciones que vienen. Las preguntas son triviales, pero las respuestas no. ¿Cómo calentar el agua y el ambiente? ¿Cómo refrigerar alimentos y refrescar el ambiente? ¿Cómo transportarnos? ¿Cómo iluminarnos? ¿Cómo cocer nuestros alimentos? ¿Cómo lograr todo eso sin deteriorar nuestro mundo?
Da la impresión que sólo sin combustibles fósiles se logrará ese desarrollo que se caracteriza hoy como sustentable, sostenible. Y que éste dependerá cada vez -sin duda- más de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. ¡Ojalá! ¡Siempre es mejor después que nunca! ¡De veras!