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A propósito de la «transición» en España según Guy Ernest Debord

Fuentes: Rebelión

La verdad tiene estructura de ficción (Lacan) Y viceversa (Silfax) Lo que hay de gracioso en este sexto volumen de la correspondencia(1), en donde se evocan las relaciones con los auténticos-revolucionarios-españoles-según-Debord, es que la primera mención concierne a «Nuestros autores de Segovia» (15/09/1980) y coincide con la edición de «Llamadas de la prisión de Segovia» […]

La verdad tiene estructura de ficción (Lacan)

Y viceversa (Silfax)

Lo que hay de gracioso en este sexto volumen de la correspondencia(1), en donde se evocan las relaciones con los auténticos-revolucionarios-españoles-según-Debord, es que la primera mención concierne a «Nuestros autores de Segovia» (15/09/1980) y coincide con la edición de «Llamadas de la prisión de Segovia» (Champ libre, a finales de 1980). Parece que podemos deducir de eso que el contacto con los «autónomos» prisioneros en Segovia se establece por medio del envío de textos a Champ libre. En la citada carta, lo que en resumidas cuentas podría tomarse como una forma de humor simpático resulta netamente corregido por el comentario que sigue. Mientras que los presos desean que se añada a sus textos lo que han escrito los «amigos franceses» (i.e., GED, «A los libertarios», que abre la obra), nuestra Clarividencia comenta: «¡Muy amable! Evidentemente, lo hubiera hecho de todas formas, porque es un libro que, bajo diversos puntos de vista, tenía una gran necesidad de que se le reforzara«. A nadie escapará recorriendo la obra en cuestión esta curiosa contradicción «teórica» que consiste en proveer desde el exterior de su práctica canciones détournées2 a estos presos que seguramente no pedían tanto. O cómo «Canción de cuna en 1980» es importada para consolidar en España la panoplia de las armas de la crítica, cuando la crítica de las armas coyunturalmente había fracasado.

En esta publicación hallamos una correspondencia tupida de GED en la que se evocan la evolución de la situación española, los sinsabores de la acción revolucionaria «auténtica» («autónomos» españoles y sobretodo «corresponsales» franceses en España) y la dificultad de ejercer -dice- alguna influencia sobre esta España en transición. Desde los primeros meses de 1980 hasta finales del 82 (fin del interés de GED por la pobre península ibérica), esta correspondencia constituye un singular ejemplo de la ceguera debordiana cuya causa principal no es otra que la muy alta estima en la que se tiene. Después de la carta citada arriba, el extracto de la que sigue (28/11/80) aporta un testimonio esclarecedor, en el que se ve que GED no duda en interpretar ciertos hechos en los que su presencia, más o menos activa, aparece como la demostración efectiva de su capacidad de modificar el curso de los acontecimientos del mundo:

«Nuestro asunto de Segovia me parece el más asombroso éxito desde 1968 (sic)… Lo cual no ha podido ocurrir más que gracias a que hasta el presente todavía se discute en España sobre la introducción del jurado… Pues allá son los jueces provisionales los que aplican la ley, es decir, las órdenes… Los múltiples confidentes que hay en la CNT han debido transmitir al mismo tiempo diez ejemplares llegados de diferentes regiones con noticias de las discusiones terroríficas que se desencadenaron por doquier entre estos pobres burócratas. Como el texto se refería tan poco a la CNT, han tenido normalmente que concluir que no era más que la parte visible del iceberg. Pero no podían estar seguros… Todas estas verdades muy indiscutibles pero que no circulan por las calles, dichas fríamente al inicio del juego, han producido, por una ilusión óptica habitual en condiciones tales, la impresión de percibir el proceso ya en marcha que de ahí se deduce: la apertura de un nuevo frente, el desorden más temible de todos cuantos asedian ya al Estado español. Y se ha decidido radical y prontamente a segar la hierba bajo los pies de los misteriosos conspiradores que se vanagloriaban de utilizar el caso de los prisioneros autónomos para pegar fuego a todo el país«, etc.

Detengamos aquí la cita ya que, por un lado, contiene elementos suficientes para ilustrar las declaraciones que vienen a continuación y, por otro lado, nos evitará arriesgarnos a las iras (judiciales preferentemente, cf. J.F. Martos, Correspondance avec Guy Debord, publicado por el autor y retirado de la venta después de un procedimiento ad hoc) de la Señora viuda de Debord, que vigila celosamente el cenotafio y el copyright. Y, en fin, para que no quede ninguna duda sobre el sentido de las líneas que preceden, nada mejor que citar al comentador de la edición (pp. 70-71): «Tras la difusión masiva en toda España del texto «A los libertarios», los autónomos del grupo de Madrid fueron liberados ‘por falta de pruebas’!«

Consideremos con calma qué es eso de los «pobres burócratas» de la CNT. Y examinemos también cuál era la situación en 1980 de la confluencia de corrientes que, en los años 1975 y 1976, trataron de «reconstruir» la organización anarco-sindicalista.

En la cita anterior encontramos asimismo esto: «¿Se podrá llegar a saber alguna vez cuándo y por qué los españoles se animan a movilizar una fuerza práctica y qué hacen con ella?». Buscaríamos en vano en los volúmenes anteriormente publicados de la correspondencia huellas de consideraciones o algún embrión de análisis de la situación española desde finales de los 60 a este año 1980. Este período se inaugura con la aparición de una reflexión teórica de grupos radicales globalmente antileninistas y de una práctica de la huelga salvaje que rechaza la recuperación3 política de los sindicatos partidarios y establece la asamblea como órgano soberano en la gestión de conflictos. Esta nueva fuerza perturba la frágil dinámica del establecimiento de un consenso negociado por la oposición clásica (PCE, PSOE, CCOO, UGT, para no extendernos) y los modernistas del franquismo que habían elegido la reconversión. El MIL, en su breve vida (1972-1973), es con seguridad una muestra notable («autónomo» en muchos aspectos) de la exploración de nuevas vías teóricas, de la realización de atracos en favor de la redistribución solidaria y de la creación de una estructura de edición clandestina. Salvador Puig Antich sufrió el garrote el 2 de marzo de 1974. Nada de todo esto aparece en el volumen 5º de la citada correspondencia. Con fecha 1 de marzo, hallamos algunas consideraciones sobre un cierto Hamiche, falsificador, e inmediatamente después, reencuentros con un ex-situ, E. Rothe. En noviembre de 1973 GED había concluido su película La Sociedad del Espectáculo y la desintegración programada de la IS acababa en medio de todo tipo de injurias despreciativas. ¿Entonces, como le iba a importar España …?

He aquí que ciertos «españoles» intentan construir conscientemente, mas no sin dificultad, una fuerza práctica. Provienen de horizontes diversos pero convergen en su análisis: la reconstrucción de la CNT como aglutinante histórico, simbólico y práctico es la gran posibilidad para contrarrestar el proceso de ajuste neocapitalista que preconiza una homologación europea por la conformidad con las normas democráticas en curso (aquí el rey es el eje de la homologación en cuanto supone a la vez la continuidad «legítima» del franquismo y la apertura auto-proclamada hacia los valores del mundo moderno, democrático por definición). Las características comunes a los diferentes grupos son estas: su objetivo, la revolución social fundada sobre la autonomía individual y colectiva, y los medios, favorecer, acompañar, fundirse en la dinámica de apropiación de la organización de la lucha obrera por los mismos trabajadores, es decir, el aprendizaje de la autogestión. En Cataluña, a lo que subsiste de los órganos históricos del movimiento libertario (CNT histórica del exilio y su escisión, Frente Libertario, FAI, FIJL) se suman los miembros de la OLT (Organización libertaria de trabajadores), los del grupo Solidaridad, del MCL (Movimiento comunista libertario), de los GOA (Grupos obreros autónomos), durante un breve tiempo ligados a la aventura del MIL, del FSR (Frente sindicalista revolucionario), de «Liberación», del MOA (Movimiento obrero autogestionario), sin olvidar la agitación de los estudiantes libertarios. Hay una voluntad de renovar de una vez el discurso libertario, de integrar los elementos teóricos procedentes de las tesis de la autonomía obrera (marxismo antiautoritario, consejismo), de adaptar la práctica sindicalista revolucionaria a las condiciones sociopolíticas de la transición en curso. En octubre de 1976 tiene lugar en Mataró (Barcelona) el primer mitin público de la CNT de Cataluña. Ante 4.000 personas, Luis Edo, por entonces secretario general, declara: «Para la CNT la autonomía obrera es un tema fundamental y sobre él fundamos en gran parte nuestra estrategia… Para nosotros, el sindicato, instrumento de lucha anticapitalista y reivindicativa, es una organización revolucionaria en la que, nosotros, trabajadores, prefiguramos la sociedad autogestionaria, la sociedad sin clases del mañana».

La CNT llegó a contar a finales de 1977 alrededor de 80.000 adherentes en Cataluña y 200.000 en toda España. Se había convertido así en la fuerza a abatir. Pero, como escribe su Clarividencia GED, en «A los libertarios», «los dirigentes de la CNT quieren ser el polo de reagrupamiento de los libertarios sobre una base sindicalista, pero realmente moderada y asimilable por el orden establecido«. Fino conocedor de la realidad española, no le interesan los detalles. ¡Lástima! El 15 de enero de 1978, el poder efectivo (los modernos del franquismo reconvertidos, Suárez, primer ministro, y Martín Villa, Interior) golpeó con dureza. Ese día la CNT había convocado una manifestación contra los Pactos de la Moncloa. ¿De qué se trataba? Mientras que el andamiaje político consensual estaba ampliamente montado, quedaba por redefinir las reglas de la gestión económica y, en consecuencia, de la regulación de las relaciones «capital-trabajo» en la nueva situación capitalista. Después del poder y su policía, el enemigo principal de la CNT es CCOO (Comisiones obreras), bajo estricto control comunista. La UGT, del PSOE, matiza más su posición. Estas dos centrales sindicales se alinearon tras las consignas de sus partidos respectivos y negociaron con el gobierno de Suárez. El acuerdo previsible acabó desembocando en los Pactos sociales de la Moncloa; el consenso de la transición se extendió de esta forma al mundo de los asalariados. LA CNT se situó feroz y deliberadamente en contra. Ese domingo, 30.000 manifestantes desfilan en Barcelona para denunciar los citados pactos. Cuando la manifestación se estaba acabando, se lanzaron cócteles molotov contra una sala de espectáculos lejana a la manifestación, Scala. Balance: 4 muertos, 2 afiliados a la CNT y dos a la UGT. La policía realiza su «trabajo» con prontitud: los responsables (probados, ¡ay!) son jóvenes anarquistas (algunos de los cuales están también afiliados a la CNT). La prensa se ocupa del acontecimiento; la CNT se convierte en una organización terrorista a la que hay que erradicar o contener. Los estragos tanto externos como internos son importantes. La dinámica de crecimiento del proyecto autogestionario de la CNT se ha quebrado. En su interior, los debates entre corrientes, que siempre habían sido vivos, se exacerbaron. En pocas palabras, fue un golpe logrado de la política de la transición que se desembarazó del único peligro que la CNT encarna: la presencia de una fuerza que quiere mantener su lugar revolucionario en un contexto masivo de abandono de lo que entonces se solía llamar la lucha de clases.

Aporto un detalle que sería divertido si no se refiriera a un tiempo sin piedad en el que las víctimas se inscribían en el fracaso general de la lucha revolucionaria. Si la policía fue tan rápida en la resolución del caso Scala, se debió a que en el grupo anarquista se había infiltrado un chivato, antiguo delincuente, llamado Gambín (a) «el Grillo». Este mismo borrego contribuyó pronto a la creación y a la actividad del ERAT (Ejército revolucionario de ayuda a los trabajadores), organización autónoma, formada en 1978 por unos trabajadores de la SEAT, que recordaba las actividades del MIL. Aunque el infiltrado hace caer de nuevo al grupo, tampoco se le molestará. Este grupo se benefició de la complacencia de GED que le concedió un lugar relevante en la obra antes citada. Acto perfectamente legítimo y saludable de solidaridad. Pero, a la vez -algo inevitable en él-, le adjudicó el etiquetado de lo autónomamente correcto. Por lo que se ve, la policía no había entrado en las sutilezas del análisis debordiano.

No podemos dejar de recordar igualmente que en el mismo 1978 un joven anarquista fue asesinado en la cárcel. El 13 de marzo, Agustín Rueda muere en Carabanchel (Madrid) a resultas de las palizas cruentas que padeció por oponerse resueltamente a las condiciones de detención. Una vez más, la transición chirría y es incapaz de resultar impecable. Pero la capacidad de reacción de los medios libertarios está a punto de perder su potencia. ¿Qué dice GED?

Examinemos el «éxito sorprendente» de finales de 1980. ¿Cuál es la situación del país y de la transición? Como se ha visto, el poder ha logrado someter a la crítica radical impulsada globalmente por la CNT y ciertos grupitos autónomos. Los pactos de la Moncloa viven un momento próspero. La verdadera cuestión que queda por resolver es la resistencia de ciertos sectores franquistas muy presentes; sobre todo se trata de obtener la adhesión definitiva del Ejército y la consecuente neutralización de aquellos elementos que, numerosos en su seno, no aceptan el nuevo planteamiento. Es evidente que la partida tiene que jugarse asegurándose la ausencia de prevenciones, es decir, evitando poner a nadie, especialmente a la izquierda, en la incómoda tesitura de tener que disentir si se pronunciaran graves penas contra todos los «autónomos» juzgados. La gracia de la que se beneficia la mayor parte de los presos va en el sentido de la «falta de pruebas», lo que parecía jurídicamente lo más aceptable. Por el contrario, hay que constatar que los del ERAT fueron condenados y siguieron en prisión pues el borrego Gambín hizo que los capturaran en plena acción. Dosificación hábil. Semanas más tarde, las severas turbulencias intestinas del partido en el poder, que reflejaban la heterogeneidad de intereses de los actores salidos del anterior poder y los conflictos sobre los límites en que encauzar la transición, condujeron a la dimisión de A. Suárez. Días más tarde, el teniente coronel de la Guardia Civil Tejero intenta un golpe de Estado (23 de febrero de 1981) cuyo fracaso pareció disipar de repente los nubarrones procedentes de determinados sectores de las fuerzas militares. La mayoría de la jerarquía militar proclamó su adhesión definitiva al proceso de transición; el rey, Jefe de los Ejércitos, halló la ocasión de afirmar su legitimidad «democrática» para hacer olvidar que debía a Franco su puesto. A finales de 1980, GED seguía fabulando (¡todavía!) con «la apertura de un nuevo frente, el desorden más temible de cuantos asedian ya al Estado español«, mientras que toda la estrategia del Estado y de sus aliados consistía en eliminar todos los obstáculos en el camino hacia el nuevo orden democrático.

Pero volvamos a «la distribución masiva» de la citada Llamada en los sindicatos de la CNT. El que esto escribe, aún militante de la CNT (federación local de Barcelona) en 1980, después de haber participado en el movimiento evocado más arriba desde 1974, no llegó a ver ni el color de la Llamada. Es cierto que el proceso de desintegración de la organización estaba muy avanzado. Intentemos ver más claro. La continuación de esta correspondencia «española» concede amplio espacio a los chascos que se lleva GED en sus relaciones con los «agitadores» españoles. Esto no es nuevo, al contrario. GED había alabado mucho a los mismos que más tarde injuriaría violentamente. Las tribulaciones de Arthur Marchadier (¡ah!, «la extensión primero insospechada de las maquinaciones de A.M.» (20.6.81)) y las convulsiones del «grupo» de Barcelona rozan la caricatura, muy peligrosa por cierto. ¿Cómo imaginar en estas condiciones la distribución masiva del citado panfleto? GED escribe más tarde (6 de marzo de 1982) «la llamada [de Segovia] de septiembre de 1980… ha tenido un débil eco práctico en el medio revolucionario autónomo«.

Mas ¿hemos de hacer algún reproche a GED? Después de todo, ¿no escribió (18 de enero de 1981), a propósito de una amiga (?) que «pasó un día para depositar ante mi puerta los ejemplares de Segovia y el panfleto«: «como si yo mismo me tuviera que ocupar de estas futilidades ibéricas«? Sería injusto afirmar que la situación española no haya apasionado profundamente a GED. Pero también cabe preguntarse si este interés no se ha manifestado concretamente sino a partir del momento en que había encontrado en España un grupo totalmente permeable a su influencia. Y este grupo de liberados autónomos («los mejores») enseguida fue maltratado, ya que GED escribe: «En cuanto a los prisioneros liberados, he observado que con extraña insistencia me invitaban a ir a Madrid inmediatamente… Y supongo que todavía ahora esperan con impaciencia… que vaya a asumir la dirección de su autonomía«. (11 de marzo de 1981). A lo largo de este año, la correspondencia se reduce a un cruce de sospechas, condenas y reevaluaciones de los interlocutores franceses y españoles relacionados con algunos miembros de los grupos autónomos. ¿No vemos al mismo Sanguinetti, el «primo» florentino de GED (Correspondencia, vol. 5), reaparecer con los rasgos del «culpable» que perturba la fluidez de estas relaciones difíciles?

Por otro lado, cuando analiza los acontecimientos de los primeros meses de este año 1981, GED manifiesta una ceguera obstinada sobre la situación española: ve en ella el desarrollo de un proceso golpista cada vez más grave («Todo esto comienza a parecerse al 34«, escribirá el 4 de mazo de 1981). En marzo del año siguiente sigue afirmando que «el fin de la ‘transición’ democrática, marcada por la caída de Suárez«, reside en el hecho de que un poder militar camuflado controla el proceso político, que dependería del «mal humor» de la mayoría de los generales. Como hemos dicho más arriba, lo que orienta la estrategia de las fuerzas comprometidas en la transición, de 1979 a 1982, es precisamente la liquidación de la resistencia de los sectores activos franquistas, ya militares ya civiles. Este análisis era palpable viviendo en este momento en España en donde el poder había comenzado por la liquidación de las fuerzas sociales portadoras de una voluntad de cambios sociales y económicos radicales, reagrupadas en torno a la CNT. Cierto es que ninguno de nosotros podía de forma tan contundente pretender ser «un muy buen juez de los cambios de los momentos estratégicos; y quizás incluso el único en toda esta pobre península» (11 de marzo de 1981), ni considerar la posibilidad de ver «el período actual… derribado por la intervención de un potente movimiento proletario» (13 de octubre de 1981). Estas afirmaciones manifiestan, en definitiva, en qué medida GED ha construido un juego abstracto de guerra política y social; el potente movimiento obrero de las grandes huelgas salvajes asambleístas de fines de los años 60 y de la primera mitad de los 70, ha sido desmantelado y recuperado por los sindicatos políticos tradicionales. Cuando se ha roto toda resistencia, «el espectáculo sirve más para esconder que para mostrar«.

En una carta a unos amigos fechada en octubre del 82, GED, estando instalado en Sevilla desde hacía algunos meses, confiesa que había considerado justamente que el episodio español de su «acción emprendida en los dos últimos años (la Llamada) ha fracasado en lo esencial» (6 de marzo de 1982). A continuación, recurre a un tono irónico teñido de una especie de fatalismo andaluz: «Os espero antes del pronunciamiento. La estación es admirable«.

Concluyamos estos breves comentarios: lejos del «burdel» diagnosticado por GED (25 de febrero de 1981) y del pronunciamiento, el 28 de octubre la UCD se hunde electoralmente y deja por muchos años su lugar a los socialistas del PSOE. La alternancia política comenzaba. La transición había triunfado en todos los dominios, ¡qué pena!

1. Correspondance, vol. 6, enero 1979 – diciembre 1987. Librairie Arthème Fayard, 2006.

2. détournement es un término decisivo en el léxico situacionista. La definición que la Internacional Situacionista proporciona en el número 1 de su revista (junio, 1958), p. 13 es esta: «Se emplea como abreviatura de la fórmula: détournement de elementos estéticos prefabricados. Integración de producciones actuales o pasadas de las artes en una construcción superior del medio. En este sentido, no puede haber pintura o música situacionistas, sino un uso situacionista de estos medios. En un sentido más primitivo, el détournement en el interior de las esferas culturales antiguas es un método de propaganda, que testifica la usura y la pérdida de importancia de estas esferas». En castellano podemos emplear el término desvío que puede cubrir el mismo campo semántico que la palabra francesa, incluso abarcando el contenido ampliado invocado por los situacionistas.

3. «Recuperar» es una operación por la cual el poder (los poderes) toma(n) algún acto o propuesta o discurso radicales, les liman la punta revolucionaria y los integran en el sistema opresivo. La publicidad lo hace frecuentemente, el cine (Libertarias…), la ideología, los políticos (el uso que el PCF hizo del asesinato de Puig Antich, como nos muestra el conjunto de documentos reunidos por el colectivo Nosotros en Il y a trente ans. Salvador Puig Antich. Fragments du mouvement de l’histoire ). Es un uso perverso de la rebelión para apropiársela, para integrarla, para adocenarla y castrarla. «Recuperador» es, pues, una descalificación personal que se aplica a quien se dedica a estas reaccionarias asimilaciones semánticas y pragmáticas de la vida libre y combativa.