Tiene algo de paradójico. Somos muchos los que estamos reunidos en torno a la muerte de Eva y unidos por su recuerdo, y sin embargo nos sentimos muy solos. Es imposible llenar el hueco que ha dejado entre nosotros. Sobre todo, hemos perdido una amiga, eso es sin duda lo peor. Eva era también un […]
Tiene algo de paradójico. Somos muchos los que estamos reunidos en torno a la muerte de Eva y unidos por su recuerdo, y sin embargo nos sentimos muy solos. Es imposible llenar el hueco que ha dejado entre nosotros. Sobre todo, hemos perdido una amiga, eso es sin duda lo peor. Eva era también un ejemplo viviente que todos admirábamos y en el que todos queríamos reconocernos. Su coherencia y su compromiso políticos habían convertido su vida en algo así como un teorema que venía a demostrar que en un mundo como éste es imposible ser honrado sin ser comunista. Y eso que decía Althusser de que un comunista nunca está solo fue verdad mientras Eva estuvo entre nosotros. Ahora, su muerte nos hace sentirnos infinitamente solos. Porque Eva tenía algo que solo puede compararse con la naturaleza. Al irse, es como si hubiera desaparecido la fuerza del viento, el peso de las mareas, el calor del sol. Algo irreparable e insustituible.
Por mi parte, no hay que preocuparse: bien pronto el recuerdo de su alegría y su vitalidad me devolverá las fuerzas que he perdido con el dolor por su muerte. Las veo ya despertar en todo el odio que siento hacia todos aquellos que la calumniaron, marginaron e insultaron.