Lo único que puede consolarnos es pensar que Eva Forest no se ha ido. Una vida entera entregada a la lucha por la verdad y la justicia no se desvanece de cualquier manera y, desde luego, la muerte no tiene tanto poder. Un poder tan descomunal lo tiene sólo la traición, que sí es capaz […]
Lo único que puede consolarnos es pensar que Eva Forest no se ha ido. Una vida entera entregada a la lucha por la verdad y la justicia no se desvanece de cualquier manera y, desde luego, la muerte no tiene tanto poder. Un poder tan descomunal lo tiene sólo la traición, que sí es capaz de disolver el tiempo entregado a esa lucha hasta hacerlo desaparecer por completo o convertirlo en un mero recuerdo espectral (ejemplos sobran, de hecho sobran todos). Por el contrario, tras una vida como la de Eva, la muerte, desgarradora, nos hace levantar acta de que ha entregado a esa lucha la vida entera y constatar que, en efecto, ha luchado por la verdad y la justicia hasta el final. Desconsolados, perdemos a una amiga (cuando no a una esposa o a una madre), perdemos a una de las más agudas editoras, perdemos a una gigantesca luchadora, pero conservamos, si queremos decirlo así, una Institución, una de las más sólidas y duraderas que los humanos podemos edificar: una biografía, ya completa, en la que podernos mirar todxs y ver que es humanamente posible no tener precio y, por lo tanto, saber que nos corresponde la obligación ineludible de no tenerlo. Esta biografía, ya concluida, aparece, por el reverso del profundo dolor que deja en todxs nosotrxs, como una gigantesca obra recién terminada que, resplandeciente, es capaz de proporcionarnos las fuerzas necesarias para atender a nuestro deber de no claudicar