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Indígenas resisten en un museo abandonado

Fuentes: IPS

Veinte indígenas ocupan desde octubre el edificio abandonado del Museo del Indio en Río de Janeiro para llamar la atención sobre los «500 años de resistencia al genocidio», una visión de la historia americana que adquiere otro sentido a la luz de la nueva postura del Vaticano sobre la evangelización colonial.


Las paredes del museo, cuya referencia es que «está ubicado frente al portón 13 del estadio de fútbol del Maracaná», se entremezclan con las raíces de los árboles centenarios y las ruinas de lo que fue hasta hace 20 años un imponente edificio estilo art decó, erigido a principios del 1900.

El humo de la cacerola de barro donde una indígena cocina arroz y fríjol en medio de la sala central, se eleva en espiral hasta las muchas hendijas que filtran la luz en el techo de madera y tejas rotas.

Algunos ocupantes duermen en «redes» (hamacas). Otros en tiendas improvisadas que en nada recuerdan a las «ocas» (chozas de paja) que muchos dejaron en sus aldeas.

Son indígenas y descendientes de los pueblos karajas, yanomamis, guaraníes, pataxos. Quieren que el gobierno federal les ceda el edificio para crear allí un instituto de preservación y difusión de la cultura indígena.

«La historia la contaron los vencedores desde su perspectiva. Es una óptica que congela a los indígenas en el siglo XVI», dice a IPS Marize de Oliveira, profesora de historia en escuelas públicas.

«Hoy los niños en las escuelas creen que nosotros vivimos en medio de la selva o que no existimos más», añade la profesora, integrante del Movimiento Tamoio, una agrupación que alude a la primera acción de resistencia de la etnia tupinambá contra los colonizadores portugueses, en el siglo XVI.

Oliveira es descendiente de guaraníes, que poblaron una extensa región de lo que hoy es América del Sur y cuya lengua es reconocida oficialmente por el bloque del Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela).

Mientras ella habla, un compañero de ocupación, de la etnia pataxo, del nororiental estado de Bahía, pinta en su piel los dibujos e ideogramas de su aldea. Otro, en un bastidor, delinea los trazos que le recuerdan la selva que dejaron sus padres.

El Movimiento Tamoio tiene ahora una causa nueva que defender. O, mejor dicho, vieja: una que creían superada y que adquiere otra dimensión, según sus miembros, a partir de las declaraciones del papa Benedicto XVI durante su visita a Brasil, del 9 al 13 de este mes.

En la inauguración de la V Conferencia Episcopal de América Latina y el Caribe, en la sureña Aparecida, el sumo pontífice dijo que la evangelización católica de América durante la conquista europea «purificó» a los indígenas, y que retomar sus religiones originales sería un retroceso.

El alemán Joseph Ratzinger, quien antes de asumir el pontificado en 2005 fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, señaló también que la evangelización no fue impuesta a los pueblos indígenas sino que la aceptaron de buen grado porque «Cristo era el salvador que esperaban silenciosamente».

«En verdad, la Iglesia Católica durante mucho tiempo, en toda la Edad Media, pretendió siempre tener una hegemonía del pensamiento», dice al respecto Oliveira.

«Decir que los indígenas no sufrimos ningún tipo de acción obligatoria de parte de los conquistadores es una mentira. ¿Cuantos de nosotros perdieron su lengua, fueron llevados por la fuerza de su lugar, fueron obligados a dejar de lado sus raíces culturales, a ser bautizados como católicos? ¿Cuantos ‘pajes’ (lideres religiosos indígenas) fueron condenados como demonios?», se pregunta la profesora.

Al museo llega el guaraní Wera Djekaupe, otro integrante del Movimiento Tamoio. Repite lo que acaba de transmitir en un programa de la televisión brasileña, como parte de su militancia a través de medios de prensa, académicos y escuelas.

«El pueblo indígena de Brasil, mucho antes de la llegada de la colonización de los portugueses y otros, ya conocía quién era el creador de la tierra. El gran creador de toda la naturaleza, del mar, de la luna, de todo, era el Ñanderú», recuerda.

«El Papa dijo que la Iglesia purificó a los indios. Yo lo rebato. Los indios ya eran puros, ya estaban purificados por el gran Ñanderú», reflexiona Djekaupe.

Organizaciones indígenas y sacerdotes vinculados a las pastorales nativas de América Latina consideraron las declaraciones del Papa un retroceso en relación a Juan Pablo II (1979-2005), quien en 1992 había pedido perdón en Santo Domingo a los pueblos indígenas por los crímenes cometidos en nombre de la evangelización.

Flavio Wiik, especialista en religiones aborígenes del Instituto de Estudios Religiosos, piensa en cambio que no hay nada nuevo bajo el sol del Vaticano.

«Esas declaraciones se suman a la postura de la Iglesia en los últimos 10 ó 15 años, de limitar la acción de misioneros identificados con la Teología de la Liberación», como el Consejo Misionero Indígena, de movimientos pastorales que «han tratado de forma no jerárquica la relación entre el cristianismo y las religiones indígenas», sostuvo en entrevista con IPS.

«Las declaraciones (de Benedicto) forman parte de la propuesta de establecer una jerarquía, una soberanía del cristianismo sobre las religiones indígenas», como lo ha hecho en relación al islamismo, agregó el antropólogo.

Fue difícil encontrar una respuesta oficial de la Iglesia Católica para contrapesar esas opiniones. Un portavoz dijo que ahora es necesario pedir autorización de la jerarquía eclesiástica para dar entrevistas. Y la evangelización indígena produce todavía más susceptibilidad.

Finalmente, el sacerdote Jorge Luiz Neves Pereira da Silva, conocido como «padre Jorjao» dentro del movimiento carismático de la Iglesia, explicó la postura del Papa, a quien atribuyó un «total reconocimiento y respeto de toda la riqueza antropológica de los indígenas»

«Jesucristo es invalorable. Es el camino y verdad de vida. Es un tesoro tan precioso que es imposible negárselo a un ser humano. Entonces, el haber anunciado a Cristo a los indígenas fue una ganancia incomparable para ellos. Fue mostrarles que son amados y que la naturaleza no está compuesta de Dios sino que el propio Dios creó la naturaleza», dijo el sacerdote.

Si la creación fuera una sinfonía, una pintura, «nosotros les presentamos a los indígenas al autor de esa gran obra de arte que es la creación», añadió.

El sabio yanomami Phe Kamen, de una aldea en la frontera entre Brasil y Venezuela, vive desde hace ocho años en Río de Janeiro, adonde llegó para que su esposa recibiera tratamiento en el Hospital del Cáncer.

Ahora viudo, Phe Kamen no tendría motivos para quedarse. Pero, antes de morir, su esposa le pidió que lo hiciera para transmitir su cultura a través del Movimiento Tamoio, con cuyos integrantes vive en el museo abandonado.

«Mi religión es la de mi etnia, mi dios es Manu, es la naturaleza», explica a IPS. «El amor está en todo, los hombres debemos amarnos», reza elevando su arco al cielorraso del edificio abandonado.

Phe Kamen pide que a través de este informe llegue «un grito de alerta a la humanidad por las bestialidades que están haciendo».

«El hombre perdió su esencia en busca del dinero, quedamos con los ríos secos, los animales mueren. Católicos, musulmanes, protestantes, todos son caminos que llevan a Manu Dios, y debemos unirnos sin imponernos con violencia unos contra otros, para salvar el planeta», agrega en una mezcla de portugués y español.

Es la religión que, según el «viejo indio», como se define, han transmitido por más de 500 años sus ancestros. La que sobrevive, pese a todo.