Acabo de volver a casa después de asistir al homenaje a Eva Forest en Hendaya y de haber vivido uno de los días más intensos de mi vida. Su pueblo, sus amigos y amigas, sus gentes, han organizado y nos han hecho participar en la despedida más viva y más entrañable que cabe imaginar: […]
Acabo de volver a casa después de asistir al homenaje a Eva Forest en Hendaya y de haber vivido uno de los días más intensos de mi vida.
Su pueblo, sus amigos y amigas, sus gentes, han organizado y nos han hecho participar en la despedida más viva y más entrañable que cabe imaginar: la que ella merece.
En el puerto de pescadores de Hendaya, al borde de la ría, frente al mar se levantaba un pequeño escenario, cuyo fondo estaba tapizado por las banderas de los pueblos cuya lucha antiimperialista Eva ha hecho suya: Cuba, Vietnam, Venezuela, Iraq, Bolivia, Yugoslavia, Colombia , y también la bandera roja y negra, anarquista, que marcó la lucha de su padre y que marcó los primeros pasos de la conciencia de clase de una comunista. A la izquierda aparecía una hermosísima foto reciente de Eva sonriente, tranquila y al mismo tiempo con esa luz profunda e inquieta en los ojos de quien sabe tanto, y tiene tanto por hacer.
Ha sido un día extraño de mayo, con la primavera estallando en el campo, pero nublado y fresco. El acto comenzó con las palabras en euskera de Ion Maia, bertsolari, autor de uno de los textos más hermosos que permiten comprender y vincular la lucha del pueblo vasco con la resistencia antifascista y la lucha revolucionaria de los pueblos del estado español http://ehak.blogspot.com/2005
Llegaban en ese momento los nietos de Eva Forest y de Alfonso Sastre en una barquita, en la que ondeaba la ikurriña, con las cenizas de Eva desde Hondarribia, al otro lado de la ría, desde su casa. Les recibieron allí un grupo de jóvenes que al son de la música, ejecutaron una danza que transmitía la sensación de energía y de vitalidad; de recibimiento combatiente de los jóvenes, a una luchadora. El cortejo juvenil con la vasija de sus cenizas avanzó hacia el lugar del acto acompañado por los aplausos emocionados de los cientos de personas allí reunidas.
Con la sencillez de quien refleja la verdad, se recorrió la vida de una combatiente comunista que hizo suya la lucha antiimperialista de los pueblos , y como expresó Manolo Espinar, ella – que no era vasca – entendió que no era lícito solidarizarse con causas legítimas por las que se peleaba a miles de kilómetros sin hacerlo con la lucha del pueblo vasco por su identidad y sus derechos. Manolo destacó que Eva, ante los debates que tantas veces esterilizan y bloquean a la izquierda, siempre exigía y llevaba a cabo la acción solidaria con los que luchan.
Se habló de su gran apuesta, la editorial Hiru. Con palabras suyas, directas y entrañables, se calificó el enorme trabajo- una ruina en términos económicos – como apuesta por ofrecer herramientas de lucha, por aportar instrumentos teóricos y políticos contra la ignorancia y la confusión.
Un cantautor, siento no recordar el nombre, nos trajo las palabras y la música de Silvio Rodríguez de: «Te doy una canción «. Escuchar «miro un poco afuera y me detengo, la ciudad se derrumba y yo cantando… te doy una canción como un disparo, como un libro, una guerrilla, como doy el amor», cobraba realidad para Eva, para tantos y tantas que siguen luchando en las condiciones más duras, haciéndonos presente el enorme caudal de amor y de esperanza que late en la resistencia de los pueblos.
Alfonso Sastre, su compañero del alma, subió bien entero, con la fuerza estremecedora de quien sigue en la lucha, de quien ha compartido tantas batallas con ella y , que con ese precioso bagaje va a continuar, y nos recitó un poema que le hizo en su 79 cumpleaños, cuando ambos sabían que tenía un tumor cerebral maligno. Sus palabras, que tuvieron la gran virtud de hacerla reir – ojalá las pudiera transcribir – decían «mientras yo pensaba en Eva, ella estaba pensando en Iraq, en Chaves, en Evo Morales, en Fidel». Nos transmitió, palpitante, el testimonio y el llamamiento a seguir luchando de la Eva viva, con el requerimiento acuciante, insoslayable de quien nos interpela directamente, de quien ha empleado todas sus energías, toda su vida, en la lucha.
Al final, el largo cortejo de l@s que allí estábamos, acompañó la vasija con sus cenizas, que fueron vertidas al mar, en la ría que une Hondarribia, su casa, y Hendaya, en medio de los territorios que constituyen Euskal Herria. Con el corazón en la garganta, mientras las cenizas de Eva se esparcían en el mar sonó un hermoso cántico en euskera que yo no conozco, y después con suavidad y con firmeza, bajo las nubes y con el viento del norte soplando con fuerza, cantamos la Internacional y el Eusko Gudariak.
Al terminar, en una carpa de la sociedad gastronómica de Hendaya bebimos vino y comimos pinchos, hablamos con los amigos y amigas, abrazamos con toda el alma a Alfonso y a sus hijos, supimos que Hiru sigue adelante y sentimos con toda la fuerza de lo que es verdad que Eva sigue viva porque su muerte se inscribe en la lucha de su pueblo, de todos los pueblos del mundo, y que por ello, Eva Forest, como los y las grandes combatientes, sigue viva.
En su honor, transcribo un texto de los autores uruguayos Carlos Mª Gutierrez y Guerra que dice:
Mi tumba no anden buscando
Porque no la encontrarán.
Mis manos son las que van
En otras manos tirando,
Mi voz la que va gritando,
Mi sueño el que sigue entero,
Y sepan que sólo muero
Si ustedes van aflojando,
Porque el que murió peleando
Vive en cada compañero.
Madrid, 27 de mayo de 2007