En muchas naciones, el aumento anual de su Producto Interno Bruto (PIB) no esta de acorde con los resultados de los índices de pobreza ni del bienestar social de sus poblaciones.En ese aspecto influyen varios factores como son la desigual distribución de las riquezas, la extracción de las ganancias por las empresas transnacionales y, sobre […]
En muchas naciones, el aumento anual de su Producto Interno Bruto (PIB) no esta de acorde con los resultados de los índices de pobreza ni del bienestar social de sus poblaciones.
En ese aspecto influyen varios factores como son la desigual distribución de las riquezas, la extracción de las ganancias por las empresas transnacionales y, sobre todo, las políticas socio-económicas que esgrimen los diferentes Estados y gobiernos.
Los economistas indican que el PIB es el valor total de la producción corriente de bienes y servicios finales dentro del territorio nacional durante un período de tiempo determinado, que generalmente abarca un trimestre o un año y se calcula según el precio de los factores o el precio de mercado.
Aunque el PIB representa la forma más importante para estimar la capacidad productiva de una economía, tiene varias deficiencias como la de ofrecer datos imprecisos sobre el nivel de bienestar y de equidad entre la población pues calcula la producción de bienes y servicio sin determinar su finalidad.
Si una nación aumenta sus producciones de equipos y armamentos militares, también lo hace su PIB aunque como es lógico, y en sentido opuesto, se reduzca el bienestar social.
El Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se muestran eufóricos cuando el PIB aumenta en las naciones porque lo ven como un triunfo en la aplicación de las políticas neoliberales impulsadas por esas instituciones financieras controladas por Estados Unidos y otros países desarrollados.
En los últimos años ha quedado demostrado que la introducción de violentas políticas neoliberales en Latinoamérica, a partir de finales de la década de 1970, hicieron colapsar varias economías y los habitantes de ese hemisferio vieron disminuir drásticamente sus niveles de vida.
En este comentario analizaré en específico a una nación de la región, Perú, y en sentido general, a la América Latina.
El Perú ha crecido en 8 % como promedio su Producto Interno Bruto de 2001 a 2006. En sentido general esas cifras son halagüeñas para cualquier país, sobre todo los clasificados como subdesarrollados.
Pero los datos sociales echan por tierra esos números. En ese país, el 10 % de la población adinerada es 50 veces más rica que el 20 % más pobre; cerca del 60 % de sus habitantes están catalogados como pobres.
Asimismo, uno de cada tres niños sufre desnutrición lo que aumenta a uno de cada dos en las zonas más menesterosas del país como Huancavelica; el 40 % de la población carece de acceso al agua potable y el 70 % a los servicios sanitarios.
Ahora veamos a Latinoamérica. En el 2004 el PIB de la región aumentó 6 %; en 2005 fue de 4,5 %, y en 2006 de 5 %, según datos del Banco Mundial.
Si la mayoría de los gobiernos aplicaran reales políticas económicas y sociales y no las neoliberales y de privatización hubieran logrado que el crecimiento del PIB ayudara a paliar la triste realidad de la región en cuanto a pobreza, desigualdad, analfabetismo y deficitaria atención de salud.
José Graziano da Silva, representante latinoamericano de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), manifestó recientemente a la prensa que
224 millones de personas viven bajo la línea de pobreza en América Latina y el Caribe, y de esos, el 25 % sufre la desnutrición.
Da Silva puso directamente el dedo sobre la llaga cuando enfatizó que «la erradicación del hambre avanza en América Latina con un ritmo menor al requerido, debido a la falta de compromiso político de los mandatarios».
Mientras eso sucede con el grueso de la población latinoamericana, la revista norteamericana Forbes publicó que en 2006 otras tres personas de la región (ya son 36) acumularon fortunas por más de 1 000 millones de dólares y se incorporaron a la lista mundial de los más ricos (estos suman 946).
El mexicano Carlos Slim Helu, encabeza la nómina con una fortuna de 49 000 millones de dólares, mientras que Anacleto Angelini de Chile, Gustavos Cisneros y Lorenzo Mendoza de Venezuela y José Safra de Brasil, aparecen con sumas de 6 000 millones de dólares cada uno, por citar algunos.
Por si esto fuera poco, el BM y el FMI han revelado que en poco más de dos décadas, América Latina transfirió a sus instituciones y a los centros de poder de las naciones desarrolladas, 2 600 billones de dólares para cubrir el pago de la deuda externa, por fugas de capitales y por el diferencial de precio en las ventas de materias primas.
En muchos países de la región, el PIB aumenta por las exportaciones de minerales, materias primas y productos del agro que en la mayoría de los casos son explotados o comercializados por compañías privadas y transnacionales que a la vez extraen del país enormes ganancias.
Los beneficios de esas bonanzas no son compartidos con el grueso de la población que en los últimos 25 años ha visto disminuir su calidad de vida con menos acceso a la obtención de la canasta básica, servicios de salud, educación, agua, electricidad, telecomunicaciones, alcantarillado y otros.
Mientras permanezcan las políticas neoliberales, de libre comercio y privatizaciones en beneficio de las pequeñas minorías adineradas continuarán pululando por las calles de nuestras principales urbes millones de menores que sin tener posibilidades de disfrutar de una agradable infancia tengan que lustrar zapatos, vender golosinas o caer en las redes del narcotráfico o del negocio pornográfico.
Si no existen políticas gubernamentales a favor del desarrollo socio-económico de la población como han realizado Cuba y más recientemente Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Argentina y algunos otros países de la región, los crecimientos del PIB solo serán números que alegrarán a los organismos financieros internacionales y a los multimillonarios de este mundo.