En esta ocasión no me refiero a los constantes aumentos en los precios del petróleo que en la mayoría de los casos son inflados por las acciones de los intermediarios y por las empresas transnacionales que controlan extracción y comercialización, lo cual obliga a las naciones necesitadas del combustible a adquirirlo por montos elevados.Aunque el […]
En esta ocasión no me refiero a los constantes aumentos en los precios del petróleo que en la mayoría de los casos son inflados por las acciones de los intermediarios y por las empresas transnacionales que controlan extracción y comercialización, lo cual obliga a las naciones necesitadas del combustible a adquirirlo por montos elevados.
Aunque el precio del crudo tenga otras aristas que han motivado su aumento de 25 dólares el barril en 2003 a cerca de 70 dólares en la actualidad, ha sido el pueblo iraquí el que ha tenido que pagar el incalculable costo de poseer en su suelo el crudo que requiere Estados Unidos para mantener su hegemonía económica y militar en el mundo.
Como se ha demostrado fehacientemente, las excusas ofrecidas por la Casa Blanca para atacar, invadir y ocupar a Iraq en marzo de 2003 resultaron banales pues ese país no poseía armas nucleares, ni tenía ninguna relación con la organización terrorista Al Qaeda.
Los cuatro años y tres meses de ocupación, motivada por la ansias norteamericanas de poseer no solo los ricos yacimientos petrolíferos iraquíes sino también por mantener el control de la zona del Medio Oriente donde se encuentran las mayores reservas mundiales del crudo, le ha costado a esa nación árabe enormes desastres humanos, económicos y sociales.
Meses antes del ataque, la cúpula dirigente de la administración norteamericana encabezada por el vicepresidente Richard Cheney y el mandatario George W. Bush pensaron que con el apoyo de todos los medios masivos de comunicación occidentales y el enorme poderío militar estadounidense la operación sería todo un éxito.
Pero a pesar de las altisonantes declaraciones públicas del presidente Bush, como la emitida el 17 de marzo de 2003 cuando dijo «los ayudaremos a construir un nuevo Iraq, próspero y libre.», el desastre para la nación árabe comenzó desde el principio. Después de la ocupación los invasores se encontraron con una resistencia incontrolable pese a permanecer en suelo iraquí alrededor de 140 000 soldados estadounidenses permanentemente..
Para tratar de detener el accionar de los rebeldes, las fuerzas de estadounidenses bombardean indiscriminadamente ciudades y pueblos completos donde los principales afectados son los habitantes civiles como ocurrió en Faluya, Nayaf y Tal Afar, que motivaron incrementos de la mortalidad, la pobreza, el desempleo y el desplazamiento de ciudadanos.
Ron Redmont, portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) denunció la creciente preocupación de esa organización por el rápido deterioro de la situación humana a la que se enfrentan cientos de miles de refugiados iraquíes, tanto dentro como fuera de su país.
En abril de 2007 la cifra de desplazados ascendía a más de cuatro millones, o sea 15 % de la población total. Un millón 900 000 lo han hecho dentro del territorio nacional y más de 2,2 millones hacia otros países de la región.
Muchos se preguntan de qué viven los iraquíes porque el país en general es un hervidero por los ataques insurrectos, atentados y represiones de las tropas ocupantes, mientras la desatención a la agricultura y los cierres de empresas han llevado el desempleo a cerca del 70 % de la población económicamente activa.
Informes de Organizaciones No Gubernamentales aseguran que ocho millones de los 28 millones de iraquíes (32 % sin contar los cuatro millones de desplazados) viven en la pobreza extrema, con ingresos por debajo de un dólar al día.
El Programa Mundial de Alimentos calcula que uno de cada cuatro ciudadanos sobrevive por las limitadas raciones alimenticias distribuidas por el Ministerio de Comercio, mientras que 3 000 000 son tan pobres que se ven obligados a revender parte de esa cuota para comprar medicamentos y otras necesidades básicas.
Antes de la invasión, los iraquíes recibían una asignación de productos básicos gracias al programa humanitario de la ONU conocido como Petróleo por Alimentos, que aliviaba el efecto de las sanciones contra el gobierno de Saddam Hussein. Ese cupo era mucho más balanceado y mayor que el que se entrega actualmente y comprendía azúcar, arroz, te viandas, detergente, aceite de cocina, frijoles y leche para los bebés.
Las restricciones impuestas por el Consejo de la ONU bajo presión norteamericana que se extendieron de 1991 a 2003 y la consecutiva invasión motivaron que Iraq alcanzara la peor Tasa de Mortalidad Infantil mundial (6.1%) al pasar de 50 muertes de menores de cinco años cada mil nacidos, en 1990, a 125 en 2005.
La mayoría de los iraquíes solo tienen electricidad durante tres horas al día, frente a las alrededor de 20 horas de las que disfrutaban antes de la guerra.
Haydee Hussainy, alto responsable del ministerio de Sanidad iraquí, afirma que aproximadamente un 50 % de los niños iraquíes padecen algún tipo de desnutrición, mientras la Asociación Médica Iraquí (AMI) denunció que el 90 % de los casi 180 hospitales del país carecen del equipamiento básico.
El doctor Husam Abud del hospital de Al-Yarmuk, en Bagdad, informó que en ese centro mueren como promedio cinco personas al día porque los médicos y el personal técnico sanitario no tienen medios para tratar enfermedades comunes o heridos. El terror llega a su máxima expresión al conocerse que cerca de 2 000 galenos han sido asesinados desde el 2003 y otros se niegan a trabajar en los hospitales o abandonan el país por miedo a correr la misma suerte de sus compañeros.
En Iraq, los habitantes carecen durante días de abastecimiento de agua potable, la electricidad solo brinda cuando más cuatro horas al día y escasean la gasolina y el gas para cocinar.
Para la eufemística reconstrucción del país, Estados Unidos se atribuyó el derecho de entregar desde los primeros momentos contratos a empresas norteamericanas como la Halliburton, Kellog, Bechtel, por citar algunas.
La Halliburton, dirigida de 1995 al 2000 por el vicepresidente, Richard Cheney cuando se postuló para acompañar al mandatario George Bush, ha sido la principal beneficiada con convenios por más de 30 000 millones de dólares. También ha sido la más envuelta en escándalos financieros.
Las denuncias sobre malversaciones, robos, corrupción y entrega de millonarios convenios en Iraq a empresas norteamericanas han sido una constante desde la ocupación. Allí han desaparecido o mal utilizados en proyectos descontinuados, más de 60 000 millones de dólares.
Un reciente artículo del diario The New York Times, indicó que un grupo de inspectores de Estados Unidos constataron que siete de ocho proyectos de reconstrucción en Irak, en los que se invirtieron alrededor de 150 millones de dólares, son un fracaso.
Desesperada es la situación económica, política y social del pueblo iraquí que cada día se empeora con la ocupación norteamericana que trata por todos los medios de garantizar el acceso a los yacimientos petroleros del Medio Oriente pese a que ya ha perdido en esa guerra a 3 530 militares y más de 27 000 han resultado gravemente heridos.