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¿Necesitamos de tantos filósofos, pensadores y teóricos extranjeros para hacer la Revolución en Venezuela?

Fuentes: Aporrea

Les puedo asegurar que en todo este tiempo que llevo militando en la causa de las ideas revolucionarias, y que son bastantes años por cierto, he leído, oído, escrito, comentado, conversado, analizado, debatido, etc., sobre tanta literatura para hacer la revolución, que francamente yo mismo me maravillo. En mi biblioteca están celosamente guardados y cuidados, […]

Les puedo asegurar que en todo este tiempo que llevo militando en la causa de las ideas revolucionarias, y que son bastantes años por cierto, he leído, oído, escrito, comentado, conversado, analizado, debatido, etc., sobre tanta literatura para hacer la revolución, que francamente yo mismo me maravillo. En mi biblioteca están celosamente guardados y cuidados, libros de Karl Marx, Friedrich Engels, Vladimir Ilich Lenin, Josif Stalin, Mao Tse Tung. Están también muchos libros de autores tan sapientes y queridos por mí como León Trotsky, José Carlos Mariátegui, Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht.

No podían faltar los libros de F. Konstantinov, entre ellos «Los Fundamentos de la Filosofía marxista-leninista». Se recuerdan ustedes, sobre todos los más avanzaditos en edad de todos aquellos manuales que nos llegaban de la Academia de Ciencias de la URSS , que entre otras cosas nos decían: «La filosofía marxista-leninista arranca del reconocimiento de la existencia de la realidad objetiva, de la materia en eterno movimiento y desarrollo. ¿Qué es, pues, la materia y cuáles son sus formas principales de existencia?», etc., etc. Les aseguro que tengo un tremendo «puñal» sobre el concepto de materia.

No podía faltar un francés. Entre tantos y tantos camaradas meritorios me decido por Roger Garaudy, doctor de filosofía en La Sorbona y de la Universidad de Moscú con su tesis «Théorie matérialiste de la consciente» . Fue durante muchos años director del Centro de Estudios e Investigaciones Marxistas y considerado como el más relevante ideólogo marxista francés, sobre todo a partir de sus intentos de establecer contacto y conciliación de su doctrina con el humanismo cristiano, con cuyos mas calificados y relevantes exponentes, mantuvo diálogos públicos en diferentes ocasiones. En 1970 culminó la divergencia de su reformismo ideológico con el Partido Comunista Francés, que le valió la expulsión del mismo, y en 1981 se presentó como «independiente» a las elecciones presidenciales.

El camarada Garaudy ha publicado muchos libros sobre la revolución y el marxismo en general: «Les sources françaises du socialisme scientifique» (1948), «La liberté» (1955), «Perspectives de l’homme» (1959), «Dieu est mort: étude sur Hegel» (1962), «D’un réalisme sans rivages» (1963), «Karl Marx» (1964), «De l’anathème au dialogue» (1965), «Marxisme du XXe. Siècle» (1966), «La pensée de Hegel» (1966), «Peut-on être communiste aujourd’hui?» (1968), «Le projet espérance» (1976), «Mon tour de siècle en solitaire» (Memorias, 1989), «Integrismes» (1990), etc. Es tanto lo que ha escrito Garaudy, que deberíamos pasar varios años estudiándolo para concluir que no nos hace falta para nada, que fue tan prolijo al escribir, que se le fundieron los tapones y que finalmente se peleó con los mismos camaradas con los que, supuestamente, tenía que hacer la revolución en Francia.

Yo les aseguro, que si fuera por mi formación teórica, ideológica y la modesta práctica que tengo, debería haber avizorado el 4 de febrero y me hubiera embarcado de alguna manera en esa «aventura». Yo debería, y como yo millares de venezolanos que nos formamos ideológicamente en el marxismo-leninismo, haber estado presentes y no expectantes, en los sucesos del 27 y 28 de febrero y siguientes para conducir a ese pueblo inerme e indefenso -de armas y de ideas- a la victoria.

Fue tal el despelote ideológico que padecimos en Venezuela, que muchos «marxistas» y «revolucionarios» se convirtieron en los primeros críticos de los sucesos del 89 y del 92 y hoy los vemos, a esos supremos pontífices, ponerse al lado de los más oscuros intereses de la antipatria para combatir a Chávez y decirle que es un bruto y que como ignorante, no sabe nada de nada. ¿De qué les sirvió tanto marxismo y tanto leninismo a Pompeyo Márquez y a Teodoro Petkoff? ¿Para convertirse en renegados y traidores? Y ellos no están solos, y sí muy mal acompañados. Si examináramos detalladamente la conducta personal y política de la mayoría de los integrantes del Comité Central del PCV de los años sesenta, para poner un parámetro, yo he sacado la conclusión de que hay que agradecerle al buen Dios no haber hecho posible esos sueños que teníamos entonces, porque la torta que hubiéramos puesto hubiera sido mayúscula. Ni que hablar de los integrantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Las maromas de muchos de estos camaradas causan asombro por lo espectacular de los cambios que experimentaron.

Por ahí andan, en Venezuela y Latinoamérica muchos camaradas con una actitud que a mí me ha causado asombro. Los invito a repasar la literatura de ciertos comunistas peruanos que alaban al camarada Gonzalo, que andan con Trotzky y Mao en el hombro, y esta carga es tan pesada que no les permite pensar, ni menos actuar. Son tan revolucionarios y contestatarios que publican en sus páginas Web fotos pornográficas para combatir al sistema capitalista. En Venezuela le recriminan a Chávez que no es marxista, ni leninista, ni trotskista, ni maoísta, sino todo lo contrario. ¿Para qué nos vamos a echar al lomo tan pesada carga ideológica, que pudiera no servir para nada, al contrario, nos pudiera estorbar?

No me vayan a mal interpretar: no me vengan a decir que quiero quemar todos esos libros, ¡no!, ¡definitivamente no! Por lo menos los míos los tengo ahí, me traen tantos recuerdos, los hojeo, leo algunas cosas, les limpio el polvo. Cuando tengo visitas mis amigos se asombran de su profusión y me creen un gran ideólogo, casi un sabio. Nada más.

La formación teórica puede, en algunos casos, alumbrarnos el camino, pero las ganas de emprender la marcha viene motivada por otras razones: La voluntad, la integridad, el coraje, el optimismo, el ardor en la lucha, la perseverancia, la lealtad, la fe, son virtudes de un revolucionario que no se aprenden en los libros, las traemos de nuestras familias, de nuestro ambiente, de lo más profundo de nuestras conciencias.

Ningún libro nos dice cómo hacer una revolución, pues como dijo Antonio Machado, «se hace camino al andar». Son buenos consejeros, nos ayudan a aclarar cosas, a rectificar en algunas decisiones, a perseverar en otros campos. Nada más. Por eso, arrecharse con Chávez porque no es marxista y demás «istas», me parece una soberana estupidez. Dejen a Marx tranquilo, que descanse en paz. Ni Heinz Dieterich ni siquiera Marta Harnecker, por más solidaria que ha sido, nos van a enseñar a hacer la revolución. Mejor, quedémonos con Bolívar, ese incomprendido de Marx, que nos enseñaba a creer en los poderes creadores del pueblo, en su sabiduría. Rescatemos a Simón Rodríguez, a Pío Tamayo, a Salvador de la Plaza , pensadores criollos y nuestros, que dieron ejemplo vivo de lo que es el amor a la patria, que comieron un buen sancocho de res, hayacas, o pabellón con barandas; que se deleitaron con acemitas tocuyanas, con la torta melosa o la bejarana y con el «juansabroso». Estoy seguro que jamás se les habría ocurrido deleitarse engullendo un una sopa de coles con un trozo de pan con tocino y apurando un vaso de vodka.

Un día de estos les hablaré de la cómica que pusieron los comunistas italianos, que arrancaron con el «eurocomunismo», siguieron con el «compromiso histórico» con la Democracia Cristiana y terminaron en los brazos de la derecha. Muchos de ellos, tan revolucionarios que son como Massimo D’Alema [*], detestan «cordialmente» a Chávez y apoyan a Bush manteniendo, todavía, tropas en Afganistán; y van a visitar a Alan García en el Perú, pasando de largo sin detenerse en Caracas. Esos, han ido de más a menos. ¿Qué ejemplo nos pueden dar?

Mientras los ilustres pensadores marxistas, leninistas, trotskistas, maoístas, por una parte, y por la otra los que han dado volteretas dignas de trapecistas de circo, se siguen rebanando los sesos para explicarse qué está pasando en Venezuela con su revolución. En tanto aquí, en Venezuela Hugo Chávez y su pueblo la está haciendo, como debe ser: de menos a más, ensayando y errando; corrigiendo y marchando sin mirar al retrovisor. Eso sí, con el más grande apoyo popular que jamás líder alguno haya tenido en este continente, y quién sabe en dónde más.

Nota:

[*] Massimo D’Alema, ex primer ministro, presidente del partido Democrático de Izquierda, y actual ministro de Asuntos Exteriores de Italia. Junto con el «reformista» Achile Occhetto figuró en el grupo de dirigentes que suscribieron el 12 de noviembre de 1989 (tres días después de la caída del Muro de Berlín) la proposición de cambiar el nombre y el símbolo del PCI, y promover una «nueva fuerza política» de la «izquierda progresista», una nueva izquierda, en un esfuerzo de imaginación ideológica que excluyera tanto la definición de comunista como la de socialista.

Al proyecto se sumaron el sector «de izquierda» representada por Pietro Ingrao, «y que» estaba de acuerdo con una «renovación» más que una «transformación», manteniendo el nombre y los símbolos- y un ala derecha -la de Giorgio Napolitano, actual presidente de Italia, partidario del ingreso en la Internacional Socialista. Otros comunistas entre los cuales se encontraban Sergio Gavarini y Fausto Bertinotti, fundaron el Partido de la Refundación Comunista (PRC), con la voluntad de mantener la doctrina que, entre otros D’Alema, daban por muerta, tal como se los decía Francis Fukuyama.