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Consideraciones sobre el concepto de propiedad y la cuestión de las Leyes de la Historia

Marx no era marxista; Marx era chavista

Fuentes: A plena voz

Es de sobra conocido que, en vista de la enorme acumulación de disparates que, ya a partir de 1870, empezaban a hacerse y decirse en nombre del marxismo, el propio Marx decidió desmarcarse y sentenciar con contundencia: «tout ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste» (lo único que sé es que […]

Es de sobra conocido que, en vista de la enorme acumulación de disparates que, ya a partir de 1870, empezaban a hacerse y decirse en nombre del marxismo, el propio Marx decidió desmarcarse y sentenciar con contundencia: «tout ce que je sais, c’est que je ne suis pas marxiste» (lo único que sé es que yo no soy marxista). Pero la ironía de Marx no logró impedir que se siguieran acumulando disparates en su nombre, mucho más, claro está, tras su muerte en 1883.

Sin embargo, tras un siglo XX plagado de errores fatales e incluso crímenes espeluznantes, el siglo XXI comienza con un socialismo que tampoco es marxista. Pero, curiosamente, resulta no ser marxista exactamente en el mismo sentido en el que no lo era Marx.

Pongamos un par de ejemplos.

En su programa televisivo del día 22 de julio de 2007, el Presidente Chávez reiteró que no era marxista porque, según afirmó, «esa es una visión determinista del socialismo». En efecto, pertenece sin duda a la ortodoxia marxista la idea según la cual a cada fase del desarrollo de las fuerzas productivas le corresponderían unas determinadas relaciones sociales de producción y, por lo tanto, para alcanzar la fase más elevada del socialismo, sería necesario implantar previamente y desarrollar hasta sus últimas consecuencias todas las fases anteriores, especialmente el capitalismo. Si, como supone la ortodoxia marxista, esto fuera una Ley General de la Historia, entonces no habría más remedio que plegarse a ella, respetar todas sus fases y confiar en que ese determinismo histórico nos trajera en socialismo cuando buenamente le viniese en gana. Para Chávez, como es lógico, ese planteamiento resulta inaceptable porque «bajo ese argumento, nosotros, los países atrasados, nunca llegaríamos al socialismo pues tendríamos que esperar primero a que nos invadan, que nos desarrollen, para luego ir al socialismo». Lo curioso del asunto es que este planteamiento, piedra angular del marxismo e inaceptable para Chávez, resultaba también, por los mismos motivos, inaceptable para el propio Marx. En efecto, Marx desautorizó esa interpretación de un modo enérgico e inequívoco en numerosos textos que han sido, sin embargo, silenciados por el marxismo dogmático.

El caso más claro es quizá la polémica respecto al asunto de la comuna rural rusa. A finales del siglo XIX, Rusia era, de manera general, una inmensidad rural tremendamente atrasada. De las comunidades rurales rusas no se podía decir ni siquiera que estuvieran en una etapa histórica feudal. Así pues, los socialistas rusos ¿qué actitud o qué planes debían albergar? Si lo que Marx había descubierto eran las leyes generales del acontecer histórico, parecía obvio que lo primero que habría que hacer para pasar al socialismo, era acelerar el paso de Rusia por todo el «necesario» recorrido histórico, hasta lograr que se desarrollara plenamente el capitalismo. Podíamos, pues, encontrarnos con la paradoja de que los socialistas rusos tuvieran que luchar por el capitalismo con el objetivo de alcanzar así el momento en el que el socialismo hubiera comenzado, por fin, a ser posible.

Naturalmente, había gente más sensata que no razonaba así. La inmensa mayoría de la población rusa campesina estaba organizada en aldeas que compartían sus «propiedades comunales». En un cierto sentido, Rusia representaba una especie de comunismo primitivo. Para convertirlo en un comunismo «moderno», lo que había que hacer era sentar las bases de la industrialización general de Rusia. Pero en ningún sitio estaba escrito que esta industrialización no fuera posible por vías socialistas o comunistas. Si en Rusia triunfaba una revolución comunista, la comuna rural campesina podía incluso ser una buena plataforma para la organización social de un proyecto de industrialización. En orden a esta posibilidad, Rusia podría ahorrarse el suplicio del paso por el capitalismo, con el mar de sufrimientos y desastres humanos que le acompañan.

Ciertos escritores rusos habían desautorizado esta vía con las palabras del mismísimo Marx. Se citaba, en efecto, el texto de El capital en el que Marx había descrito el paso al capitalismo en Inglaterra (exponiendo el proceso por el que toda la población rural fue expulsada a sangre y fuego de sus tierras). Ahí había afirmado, ciertamente, que ese proceso, «que hasta ahora sólo se ha realizado plenamente en Inglaterra», es «el mismo movimiento que recorren todos los otros países de la Europa occidental».

Sin embargo, Marx (en una carta al editor del Otyecestvenniye Zapisky en noviembre de 1877) decide intervenir en el debate y lo hace para desautorizar con energía esta utilización de su propio texto. Afirma que la única aplicación que puede hacerse de sus palabras es, en efecto, mucho más modesta:

«si Rusia tiene que transformarse en una nación capitalista a ejemplo de los países de la Europa occidental no lo logrará sin transformar primero en proletariados a una buena parte de sus campesinos; y en consecuencia, una vez llegada al corazón del régimen capitalista, experimentará sus despiadadas leyes, como la experimentaron otros pueblos profanos. Esto es todo».

¡Eso es todo! Sin embargo, nos dice Marx, no lo es para su bienintencionado intérprete:

«Él se siente obligado a metamorfosear mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en el Occidente europeo en una teoría historico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualquiera que sean las circunstancias históricas en las que se encuentre, a fin de que pueda terminar por llegar a la forma de la economía que le asegure, junto con la mayor expansión de las potencias productivas del trabajo social, el desarrollo más completo del hombre. Pero le pido a mi intérprete que me dispense: me honra y me avergüenza a la vez demasiado».

Acto seguido, Marx pasa a advertir que «sucesos notablemente análogos» conducen en la historia a resultados completamente distintos. Lo que se impone para la teoría de la historia es, pues, concluye Marx, «estudiar por separado cada una de estas formas de evolución» y comparándolas, encontrar la clave de esos fenómenos, en lugar de inventar «un passe-partout universal de una teoría historico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica».

Si Rusia tiene que convertirse en un país capitalista… no lo logrará sin la expropiación general de la propiedad comunal del campesinado. Eso es todo. No estaba dicho que Rusia debiera convertirse en un país capitalista; no estaba dicho que ningún pueblo tuviera que esperar a que el capitalismo se desarrollara plenamente. Lo único que dice Marx es que el capitalismo necesita que la población carezca de acceso a la tierra y, en general, esté expropiada de medios de vida. Sin expropiación generalizada de la población no hay capitalismo y, por lo tanto, el capitalismo era incompatible con la propiedad común de la tierra de la Rusia rural. Eso es todo. Y eso es, en realidad, irrefutable: la condición esencial del modo capitalista de producción es que la mayoría de la población carezca de medios de subsistencia autónomos y, por lo tanto, deba recurrir a trabajar para otro a cambio de un salario si quiere no morirse de hambre. Sin esta condición, podrá haber sin duda mercado, pero no capitalismo. Resulta fácil entender en qué sentido la decisión generalizada de trabajar para otro presupone que no se tenga la posibilidad de trabajar para uno mismo. En este sentido, el sistema completo del trabajo asalariado capitalista reposa sobre la expropiación generalizada de la población de cualquier posible medio de trabajo autónomo (en especial, aunque no sólo, del acceso a la tierra). Es decir, resulta fácil entender en qué sentido el modo capitalista de producción tiene como requisito fundamental que la mayoría de la población carezca de la propiedad necesaria para obtener el propio sustento.

Con esto pasamos al segundo ejemplo que queríamos proponer: precisamente el asunto de la propiedad privada. Cuando el 21 de julio, en el discurso de inauguración de la «Imprenta de la Cultura», Chávez defiende enérgicamente la «propiedad privada», se está distanciando sin duda del marxismo, pero no de Marx. Todo el discurso de Chávez a este respecto se basa en la diferencia irrenunciable que hay entre la «propiedad» de los grandes terratenientes y los oligarcas y la «propiedad» de quien tiene «cuatro vacas» y vive de cuidarlas o tiene un pedacito de tierra que le permite subsistir por medio de su propio trabajo. Esta distinción, que tantas veces ha sido ignorada por el marxismo, es sin embargo la distinción fundamental que vertebra la obra cumbre de Marx. En efecto, en los dos últimos capítulos del Libro I de El capital, Marx pone de manifiesto que la clave para comprender el secreto del modo capitalista de producción consiste en comprender la radical oposición que hay entre la «propiedad privada capitalista» (que constituye el blanco de sus ataques) y la «propiedad privada que se funda en el trabajo personal». Tanto es así que el Libro I de El capital concluye considerando repugnante el modo capitalista de producción y de acumulación y, por tanto, también la propiedad privada capitalista, precisamente porque «presuponen el aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador». De hecho, en El capital, que tiene por subtítulo «crítica de la economía política», resulta que el principal reproche que lanza Marx contra ésta es, precisamente, que «la economía política procura, por principio, mantener en pie la más agradable de las confusiones entre la propiedad privada que se funda en el trabajo personal y la propiedad privada capitalista – diametralmente contrapuesta – que se funda en el aniquilamiento de la primera».

Del mismo modo, sus intervenciones políticas se centran contra el carácter capitalista de la propiedad precisamente porque presupone el aniquilamiento de la propiedad para la mayoría de la población. Así, por ejemplo, cuando en el Manifiesto Comunista Marx recuerda que «se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda la libertad, actividad e independencia individual», su respuesta a este reproche, desde luego, no es negar que la propiedad constituya en algún sentido la base de la libertad y la independencia individual. Por el contrario, Marx argumenta diciendo que es el capital quien ha suprimido por completo esa propiedad. Lo intolerable para Marx no es pensar que la propiedad sea en algún sentido condición necesaria de la libertad y la independencia individual. Lo intolerable para Marx es intentar escamotear el hecho de que en la sociedad capitalista «la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros». Lo intolerable es que se reproche a los comunistas, en nombre del derecho de propiedad, el intento de suprimir una sociedad que «no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad».

No podemos realmente demostrar del todo lo que sostenemos en el espacio de este breve artículo (y, de hecho, no podremos realmente demostrarlo más que sobre la base del extenso libro que estamos actualmente escribiendo sobre Marx), pero tenemos derecho a sospechar que Marx se sentiría en realidad mucho más próximo a Chávez que a la mayoría de sus discípulos. Esperemos, eso sí, que Chávez tenga más suerte (o más cuidado) que el bueno de Marx con las cosas que se hacen y se dicen en su nombre.

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