«Eu fico» (yo me quedo). A veces, los hijos de los reyes no son tontos. En 1822, el joven heredero y príncipe regente don Pedro de Braganza (24) le dijo adiós a su padre (Juan VI de Portugal) y fundó su propio imperio en un territorio 93 veces más grande que el de su […]
«Eu fico» (yo me quedo). A veces, los hijos de los reyes no son tontos. En 1822, el joven heredero y príncipe regente don Pedro de Braganza (24) le dijo adiós a su padre (Juan VI de Portugal) y fundó su propio imperio en un territorio 93 veces más grande que el de su patria natal: Brasil.
El lúcido muchacho fue coronado y se convirtió en Pedro I, emperador y defensor perpetuo de Brasil. Pero el sistema constitucional que instauró (liberal en la forma, esclavista en la práctica) fue el sugerido por Inglaterra, país que en 1808 había trasladado a la familia Braganza a su colonia de América, tras la invasión de Napoleón a la península ibérica.
«Not free, of course«. El costo del pasaje consistió en que todas las mercancías inglesas ingresadas a Brasil pagarían la tarifa de «nación más favorecida».
Con don Pedro II, el sistema esclavista de Brasil alcanzó tanto prestigio que en 1866, cuando las cosas se pusieron color de hormiga en Estados Unidos, 3 mil esclavistas provenientes del sur de este país se establecieron en la hoy llamada ciudad de «Americana» (Sao Paulo).
La ley del «vientre libre» del 28 de septiembre de 1871, la abolición de la esclavitud (decretada por el emperador pocos meses antes de ser pacíficamente derrocado), y la proclamación de la república (1889) no cambiaron la situación social de millones de oprimidos y excluidos.
Un siglo después, este país, de 180 millones de habitantes y 4.5 veces más grande que México, eligió a un par de gobernantes que al empezar pintaban bien: el uno, burgués; el otro, proletario, y ambos «progresistas». Sin embargo, no bien llegaron al poder, al uno y al otro los esperaban 130 mil brasileños que en 2007 tenían, en conjunto, una fortuna equivalente a más de la mitad del producto interno bruto: 573 mil millones de dólares.
¿Qué país realmente capitalista puede darse el lujo de tener a 74 por ciento de su población en el analfabetismo funcional, con dificultades de diverso grado para leer y escribir plenamente, incluyendo a los imposibilitados de hacerlo por ser analfabetos totales (Instituto Paulo Montenegro, 2007)? ¿Cómo encaja este flagelo en la cabeza del presidente que asegura haber concurrido por primera vez a la escuela a los nueve años, y acaba de liberar 533 millones de dólares para abastecer de motores de propulsión nuclear a la flota de submarinos?
En el imaginario inocente, lo mejor de Brasil siempre es «grande»: futbol, mujeres, playas, carnaval, paisajes. Prescindamos de los deprimentes indicadores del abismo social y preguntémonos acerca del rol que esta nación pretende jugar históricamente en el contexto subregional.
De la anexión del territorio boliviano de Acre, en 1899, a la insolidaridad con el gobierno de Evo Morales; del rol que jugó en favor de Washington siendo «mediador» en la invasión yanqui a Veracruz (1914), a su desdén por la revolución bolivariana de Hugo Chávez; del envío de tropas a las guerra mundiales del imperio y a Santo Domingo durante la invasión yanqui de 1965, a la actual jefatura de la misión militar de la ONU en Haití; del «sí pero no» a la integración subregional, al abrazo de Lula en Camp David con George W. Bush…¿qué busca Brasil?
De un lado, los mensajes dirigidos a los países ricos, y en consonancia con la negativa de abrir el mercado industrial en el ámbito de la Organización Mundial de Comercio, si Estados Unidos y la Unión Europea no aceptan reducir sus subsidios agrícolas. Por el otro, el anhelo de convertirse en campeón mundial del hambre como potencia del etanol de caña de azúcar.
De un lado, con sus tropas al servicio de los yanquis, disparando contra los famélicos de Haití, ahora llamados «pandillas». Por el otro, los informes de inteligencia militar brasileña señalando que la lucha antinarcóticos de Bush en la Amazonia representa una amenaza porque habilita al imperio una influencia directa en el Cono Sur.
En julio pasado, al participar en la ceremonia por el 50 aniversario de la empresa sueca fabricante de camiones Scania, Lula declaró: «el mundo necesita saber que Brasil también decidió asumir su grandiosidad geográfica en la economía».
¿»Grandiosidad» extensiva a Bolivia? Porque el canciller brasileño Celso Amorim ya dijo que en el caso de la construcción de las represas en el río Madera, a 50 kilómetros de la frontera, Brasil «no dejará de hacer las cosas que son nuestro derecho». Y ante las advertencias de que estas obras producirán pérdida de vegetación, erosión de suelos, inundaciones, extinción de especies acuáticas y aumento de enfermedades tropicales, el ministro de Lula dijo que el gobierno de Evo Morales trata el asunto con «connotaciones emocionales».
Pragmatismo, objetividad, realismo… ¿o «versión posmoderna del viejo patrimonialismo que caracterizó al Estado desde la Colonia» (Theotonio Dos Santos)? ¿Cuál es, finalmente, la mentalidad que predomina entre los grupos gobernantes de Brasil? ¿La imperial, esclavista, subimperialista, ultraliberal, o la voluntad real de integración y cooperación que requieren proyectos como los del Mercosur y el Banco del Sur?