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Ascenso de los «fondos soberanos de riqueza» estatales y decadencia financiera anglosajona

Fuentes: La Jornada

El barómetro geoeconómico del siglo XXI del nuevo orden mundial refleja la incipiente multipolaridad de las reservas foráneas de divisas y su ingeniosa derivación en «fondos soberanos de riqueza» (FSR) de propiedad estatal (ver Bajo la Lupa, 8/8/07). A fortiori, tras el inicio del desinflamiento físico crónico de la «burbuja Greenspan»

Ahora que recién anduvimos en Alemania, invitados por el prestigioso Instituto Alemán de Desarrollo, para dialogar sobre la «gobernanza global», nos percatamos del temor que ha causado en los poderosos circuitos financieros de Francfort el ascenso irresistible de los «fondos soberanos de reserva» estatales, cuyos principales tenedores (a quienes se han agregado China y Rusia) puedan adquirir sus joyas estratégicas y los secretos de su tecnología de punta.

George Marcus, analista de primer nivel del poderoso banco suizo UBS (inmerso en la «burbuja Greenspan») aborda el acuciante tema («Los fondos soberanos de riqueza el ascenso del sur global», The Globalist, 31/8/07) que transformará la faz del capitalismo que está siendo arrebatado de las parasitarias manos privadas trasnacionales (finalmente subsidiadas por los ciudadanos sin su permiso), en favor de los exitosos estados con pletóricas reservas.

Alguien nos podría replicar, y nos dejaría mudos, que el capitalismo privado anglosajón, hoy en franca quiebra, nunca cesó de ser estatal, como han demostrado sus financiamientos mediante los fondos de pensiones de los empleados y trabajadores, ya no se diga los ahorros gubernamentales, y sus colosales rescates múltiples con fondos públicos gracias a la trampa de la «autonomía» centralbanquista-alquimista: la nueva dictadura invisible posmoderna, y, quizá, la peor de todas las tiranías debido a sus alcances geopolíticos de dominación financiera global y a su opacidad contable que beneficia exclusivamente a la parasitaria plutocracia neo-feudal, en detrimento del bien común.

The Globalist comenta que «Occidente se ha vuelto cada vez más ansioso sobre el crecimiento de los ‘fondos soberanos de riqueza’ (SWF, por sus siglas en inglés), instrumentos poderosos (sic) de inversiones usados primordialmente por los gobiernos de Asia y Medio Oriente».

Marcus aduce que el «temor proviene de la inseguridad del poder económico declinante de Occidente, que no tiene nada de una reacción constructiva».

Con propiedad histórica, Marcus pregunta cómo se habrán sentido los asiáticos hace tres siglos con las «actividades comerciales de entidades foráneas como la Compañía Oriental de las Indias» que «duró 274 años y se encontraba en el corazón del imperio británico, dotada de poderes para realizar la guerra como la paz, además de haber creado monopolios de materias primas y de rutas comerciales».

Cierto: la abominable Compañía Oriental de las Indias no era «comercial» únicamente, sino representaba la punta de lanza del imperio británico, como las trasnacionales anglosajonas contemporáneas son la vanguardia del hoy decadente imperio estadounidense.

Tras hacer el recuento de la creciente oposición de los gobiernos occidentales y sus apéndices (Alemania, Estados Unidos, Francia, la Comisión Europea y el FMI), le llama la atención que provenga de los «mismos países que han invertido durante siglos en las industrias estratégicas de los mismos países que ahora han revertido los favores», lo cual, quizá, resguarde las tendencias neoproteccionistas de los afectados.

Aclara que los FSR estatales «no son bancos centrales. Son instituciones separadas manejadas por los gobiernos que se han establecido como fondos de estabilización o fondos para las generaciones futuras».

Los fondos de estabilización «son montados por los países exportadores de petróleo o de materias primas que acumulan activos para invertir en el futuro» y que en momentos críticos (caída de los precios del petróleo y las materias primas) «pueden servir de apoyo a los programas gubernamentales».

Repite lo consabido sobre su colosal riqueza («alrededor de 2.5 millones de millones de dólares en activos que crecen entre 15 y 18 por ciento al año») y la identidad de sus tenedores estatales: «casi 30 FSR estatales, la mitad de los cuales se ubican en Asia y Medio Oriente».

La crítica principal de sus fariseos detractores «occidentales» se centra en que «no reportan sus actividades», con la excepción de Noruega, por lo que «permanecen esencialmente ocultos de la visión de los mercados financieros globales», lo cual los hace «diferentes de los bancos centrales. La anécdota y la historia sugieren que los FSR estatales tienden a ser colocados en el largo-plazo y son muy precavidos (sic) en su asignación de activos».

A nuestro humilde entender, los FSR estatales son ya más sólidos que los vulnerables Bonos del Tesoro de EU totalmente desacoplados de su alicaída economía real y en irreversible decadencia.

Comenta que los FSR estatales «invierten fuera de sus países los ahorros que generan y que no pueden ser invertidos localmente o gastados en importaciones, por lo que su función económica es constructiva», de acuerdo.

Aduce persuasivamente que «ayudan a canalizar, o a reciclar, capitales a los países que lo necesitan para equilibrar sus balances contables (v. gr. EU) o que lo requieren (v. gr. los países emergentes)».

Fustiga que los menos indicados en criticar son los detractores occidentales, debido a su falta de transparencia contable, como asentó el estallido de la «burbuja Greenspan», quienes, además, han capturado las joyas estratégicas de los países emergentes donde han invertido.

Sucede que la depredadora y parasitaria banca israelí-anglosajona exige el mejor de los mundos para sí y el peor para los demás países a quienes explota obscenamente, es decir, financieramente, lo cual aflora en su doble discurso y en sus flagrantes contradicciones. Por fortuna, la derrota militar anglosajona en Irak le ha dado esperanza de vida a los países explotados financieramente durante más de cinco siglos ininterrumpidos.

El dizque temor a los FSR estatales trasfunde el «fin del reino occidental» que se encubre hipócritamente detrás de su neoproteccionismo: «una preocupación subyacente de que el poder económico y financiero de Occidente se encuentra en vías de extinción. Esto es cierto en relación con el este de Asia (léase: China, la península coreana y Japón), Rusia y Medio Oriente (léase: Irán). Vivimos ahora en un mundo caracterizado por el giro secular del poder hacia Oriente y la escasez de energía».

Sugiere juiciosamente que «lo mejor es seguramente negociar», pues «con el proteccionismo pierden ambas partes». No estamos de acuerdo con este último punto: para la dupla anglosajona, dos potencias marítimas que explican su obsesión ontológica por el neoliberalismo global, el proteccionismo sería más letal que para el BRIC (Brasil, Rusia, India y China).

La principal calamidad de EU, más que para Gran Bretaña, que ya padeció la catarsis de su decadencia, es que no sabe negociar y se ha consagrado en el reciente siglo a imponer bélicamente su voluntad en forma unilateral. ¡Pero esto ya se acabó!