Tienen un serio problema los lobos disfrazados de cordero. Y es que, además de quedarles extremadamente ridículos los disfraces, ya no pueden ocultar la verdadera condición depredadora que arrastran bajo los mismos. No balan, sencillamente porque ninguno pertenece a los ovinos. Por contra, sus aullidos se escuchan desesperados mañana, tarde y noche, aún en período […]
Tienen un serio problema los lobos disfrazados de cordero. Y es que, además de quedarles extremadamente ridículos los disfraces, ya no pueden ocultar la verdadera condición depredadora que arrastran bajo los mismos. No balan, sencillamente porque ninguno pertenece a los ovinos. Por contra, sus aullidos se escuchan desesperados mañana, tarde y noche, aún en período vacacional, como es para muchos el mes de agosto. Personalmente no me preocupan, no me molestan ni me desconcentran lo más mínimo cuando trato de leer un libro, por ejemplo, ver una película…, y menos todavía me quitan el sueño cuando al final del día decido acostarme para descansar unas cuantas horas antes de iniciar una nueva jornada. Todo lo contrario. Y a la conclusión de estas líneas revelaré por qué, lejos de crisparme, sus amenazadores aullidos me tranquilizan.
El pasado 15 de agosto, el presidente Hugo Chávez presentó su proyecto de reforma constitucional, con el fin de profundizar en el modelo socialista que adoptaron y, por ende, seguir beneficiando con los cambios a la población más desfavorecida.
En 1999, año en que Chávez asumió el poder, el 85% de la población vivía sumida en la pobreza (el 15% de ella de manera extrema) y el desempleo golpeaba al 15% de la población activa. A partir de aquel histórico momento, los cambios graduales y positivos para con la inmensa mayoría de sus gobernados han sido altamente significativos. Sólo los ciegos o los que interesadamente cierran los ojos nunca consiguen verlos.
Y es que los ejemplos abundan. En sólo dos años se alfabetizó a 1.400.000 personas, con la ayuda del método y personal cubano «Yo sí puedo». Muchos mercachifles de ambos lados del Atlántico desmintieron el hecho, pero ellos mismos se desacreditaron cuando una organización tan poco sospechosa de simpatizar con el Gobierno Bolivariano (a la UNESCO me refiero), declaró a Venezuela, el 28 de octubre del 2005, territorio libre de analfabetismo. Ese logro tan importante fue fruto de la Misión Róbinson. Al cabo de la misma, el propio Chávez animó: «Debemos estar felices, pero no conformes. Ahora la consigna es ¡todos a por el sexto grado!» La Misión Róbinson II fue la destinada a facilitar la enseñanza primaria, y, para que la gente tuviese continuidad en sus estudios, se creó también la Misión Ribas y la Misión Sucre (nivel secundario y universitario respectivamente). De modo que, egresando de una misión a otra, todos los venezolanos tienen la posibilidad real de seguir aumentando la formación intelectual que los gobiernos neoliberales antes les habían negado.
Heredada una pésima infraestructura sanitaria (humana y material) de los anteriores gobiernos, la ayuda cubana, a través de la «Misión social Barrio Adentro», fue fundamental para la formación de personal médico y la atención (con los servicios de miles de galenos cubanos) a millones de personas; muchas de las cuales nunca habían visto a un médico en sus vidas. En el 2005, esta misión social pasó a otra fase más avanzada, por sofisticada y abarcadora, llamada Barrio Adentro II.
La Operación Milagro devolvió la vista, o la mejoró (según los casos), a cientos de miles de personas, no sólo de Venezuela, sino también de otros países hermanos.
La población más vulnerable come todos los días, porque los alimentos para ellos, subsidiados, están garantizados; hecho tan importante que antes no sucedía.
Más de 3.000.000 de personas se han beneficiado hasta el momento del reparto de tierras propiciado por la reforma agraria.
La semana laboral es de 36 horas, no permitiéndose a las empresas que los trabajadores metan horas extras, y, en estos momentos, el sueldo medio de los obreros es el segundo más alto de América Latina…
Venezuela es un país rico en recursos naturales, es el quinto productor de petróleo a nivel mundial, lo cual no es ninguna bobería. Pero, hasta 1999, la enorme cantidad de dinero que esos recursos generaban sólo servía para desbordar los bolsillos de unos pocos privilegiados nacionales y extranjeros. Y es que, les guste o no a los «corderos», hubo de llegar Chávez al frente de una revolución para que, por primera vez en la historia del país, el petróleo pasara a manos del pueblo, repercutiendo positivamente a todos sus habitantes (el 1 de enero de 1976, Carlos Andrés Pérez nacionalizó el petróleo, pero la nacionalización resultó ser una astuta maniobra del «imperialismo oculto», ya que perpetuó el poder de las empresas extranjeras y creó una situación de «dependencia» a Venezuela; posteriormente, el entreguista presidente ordenó iniciar la subasta de la industria petrolera en las bolsas internacionales). Con Chávez, además, el oro negro venezolano ha trascendido fuera de sus fronteras. Y lo ha hecho de manera solidaria a través de la ALBA y PETROCARIBE, llegando a los países necesitados a precios preferenciales, beneficiando incluso a muchos habitantes pobres de los Estados Unidos.
Pero dejemos a un lado las innumerables ventajas colectivas del proceso bolivariano, y volvamos a las reformas que el gobierno quiere introducir en la Constitución, que es el tema que realmente nos ocupa. Estas contemplan la inclusión de las propiedades social y comunal, además de la privada, así como modificaciones político-territoriales y la posibilidad de reelegir de forma indefinida al jefe del Estado.
De más está decir que, conocida la propuesta, los «corderitos» nacionales e internacionales se revolvieron al unísono de manera harto exagerada. Como era de suponer lo criticaron todo, pero principalmente se ensañaron con la posibilidad de reelegir de forma indefinida al jefe del Estado.
Por enésima vez, el presidente bolivariano fue tachado de tirano (un individuo que ha ganado de manera contundente las ocho últimas convocatorias electorales, incluido, el 15 de agosto del 2004, un referéndum revocatorio), y le acusaron de «querer perpetuarse en el poder para seguir robando».
Por supuesto que en sus críticas-aullidos los «corderos» obviaron, de manera interesada, lo que por importante e inhabitual nunca debe pasarse por alto. Para que las citadas reformas puedan ser aplicadas éstas deben ser discutidas, primero, y aprobadas después por la Asamblea Nacional de Venezuela (parlamento), y finalmente ser sometidas a consulta popular de todos los electores.
El procedimiento es absolutamente democrático, puesto que no sólo deben discutir y decidir los asambleístas (parlamentarios) que en su día fueron elegidos por el pueblo, sino que la última y más importante palabra, acuerden lo que acuerden los políticos, la sigue teniendo el propio pueblo.
Una quimera, sin duda, en las «democracias occidentales», donde a los electores sólo se les convoca cada cuatro o cinco años (según los países) para hacerles cómplices (que no partícipes) de la gran farsa montada por los verdaderos beneficiarios: la clase política y sus «empresas» más fuertes, y, en última instancia, el gran capital para las que aquellas legislan y trabajan.
La desvergüenza de estos individuos no tiene límites. En la «democrática» Europa todavía existen seis monarquías hereditarias (Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Luxemburgo, Gran Bretaña y el Estado español). El jefe de este último Estado (el rey Juan Carlos I) nunca fue elegido por el pueblo, sino por un sangriento dictador llamado Francisco Franco. Cabe añadir que Franco llegó al poder mediante el derrocamiento militar de un legítimo gobierno republicano, provocando cientos de miles de asesinados durante la guerra civil (1936-1939) que le encumbró, y cientos de miles de asesinados y torturados como consecuencia de la política represiva que le permitió mantenerse en el poder durante tantos años.
Por otra parte, mientras en Venezuela se propone al pueblo que decida sobre la reelección indefinida del jefe del Estado, en diez países europeos (Alemania, Italia, Portugal, Eslovaquia, Chipre, Estonia, Eslovenia, Grecia, Letonia y el Estado francés) la reelección indefinida se contempla sin que la población de ninguno de ellos haya sido consultada. ¡Y todavía los gobernantes europeos se arrogan el derecho de impartir clases de democracia al gobierno venezolano! No es que el cinismo esté servido sino que, en realidad, nunca estuvo ausente de encima de la mesa.
El caso es que aúllan y aúllan. Aúllan e intensifican sus aullidos los «corderos». Y lo hacen sobre todo desde que Cilia Flores, presidenta de la Asamblea Nacional de Venezuela, anunció que el martes 22 de agosto la Asamblea aprobó, en primera discusión y por unanimidad, el comentado proyecto de reforma constitucional.
Según previsiones de Flores, el proyecto quedará aprobado definitivamente en los primeros días del mes de noviembre, y espera que la consulta popular podrá realizarse a principios de diciembre.
Siendo muy alta la posibilidad de que la inmensa mayoría de la población electoral apruebe con sus votos las reformas, se entiende el progresivo (y agresivo) desespero de los «corderos» de uno y otro lado del Atlántico. Y es que, como escribió Luis Britto García, «al oprimido sólo se le respeta el sufragio cuando vota en contra de sí mismo».
Seguirán aullando, por tanto, los falsos ovinos. Y he aquí el motivo de la tranquilidad que, paradójicamente, estos me inspiran: mientras los oligarcas venezolanos existan, y a coro con los del resto del mundo sigan desgarrando sus gargantas, ésta será la prueba inequívoca de que Hugo Chávez, al frente de la Revolución Bolivariana, va por el buen camino… ¡hasta la victoria siempre!