Probablemente ya habrán visto las fotos de clientes enfurecidos haciendo cola ante el Northern Rock Bank para retirar su dinero. Ésta es la primera gran carrera hacia un banco británico en más de un siglo. Ha perdido un octavo de sus depósitos en tres días. Las imágenes son titulares en el Reino Unido, pero se […]
Probablemente ya habrán visto las fotos de clientes enfurecidos haciendo cola ante el Northern Rock Bank para retirar su dinero. Ésta es la primera gran carrera hacia un banco británico en más de un siglo. Ha perdido un octavo de sus depósitos en tres días. Las imágenes son titulares en el Reino Unido, pero se han puesto en las páginas posteriores de los diarios estadounidenses. El motivo de ello es obvio. El mismo huracán económico de fuerza cinco que acaba de tomar tierra en Gran Bretaña se dirige hacia América y va cogiendo fuerza en el camino.
El lunes por la noche, el gobierno británico, en un intento desesperado por evitar el ensanchamiento del pánico, lanzó una señal de emergencia a los clientes del Northern Rock, según la cual su dinero se encontraba a salvo. El gobierno está intentando encontrar comprador para el Northern Rock.
Ésta es la pinta que tiene la carrera de un buen y viejo banco. Y, como en 1929, los propietarios del banco y el gobierno están intentando frenéticamente calmar a sus clientes asegurándoles que su dinero está a salvo. Pero la naturaleza humana es la que es y la gente no se tranquiliza tan fácilmente cuando piensa que sus ahorros están en peligro. El resultado final es éste: la gente quiere su dinero, no excusas.
Pero el Northern Rock no tiene su dinero y, sorprendentemente, ello no es porque el banco estuviera interesado en préstamos de riesgo. Más bien, el NR había adoptado imprudentemente el modelo de «préstamos a corto plazo para ir a largo» en la financiación de sus hipotecas, exactamente igual que muchos de los mayores bancos de Estados Unidos. En otras palabras, dependían de la financiación a gran escala de sus hipotecas por inversores codiciosos, en lugar de hacerlo por el método tradicional de mantener capital suficiente para respaldar los préstamos en sus cuentas.
Parecía una idea ingeniosa que, al tiempo, la mayoría de los grandes bancos en Estados Unidos hicieran lo mismo. Era una buena forma de evitar los pesados requisitos de reserva y de hacer también aprovechables las entradas de generación de préstamo. El negocio del Northern Rock se disparaba. Ahora tienen un balance hipotecario que suma 200 mil millones de dólares.
¡200 mil millones de dólares! ¿Por qué no pueden, entonces, pagar a sus clientes cuatro o cinco mil irrisorios millones sin el rescate de la Administración? Porque no tienen las reservas y porque el modelo de negocio bancario es desesperadamente defectuoso e inviable. Sus activos carecen de liquidez y son (presumiblemente) «acordes al modelo», lo que significa que no tienen valor de mercado perceptible. Podrían ser también «acordes a la fantasía», que significa lo mismo. Los inversores no los quieren. Fue así como el Northern Rock se metió en el albatros de 200 mil millones de dólares que arrastra.
Un tsunami más poderoso está a punto de bajar a los Estados Unidos, donde muchos bancos se han embarcado en las mismas prácticas y siguen el mismo modelo de negocio que el Northern Bank. Ningún inversor compra ya obligaciones de deuda garantizada, valores hipotecarios financiados ni nada semejante relacionado con el patrimonio real. Nadie los quiere, sean subóptimos o no. Lo que significa que los bancos de Estados Unidos sufrirán pronto la misma suerte de vendaval económico que actualmente azota al Reino Unido. La única diferencia es que la economía de los Estados Unidos ya está cotizando a la baja en vivienda y en un mercado de valores cada vez más incierto.
Eso por ello por lo que el secretario del Tesoro, Henry Paulson, se fue ayer a toda prisa a Inglaterra para ver si podía encontrar alguna forma de evitar que el contagio se extienda. Suerte, Hank.
Sería interesante saber si Paulson aún cree que «ésta es, con mucho, la economía global más robusta que he visto en toda mi vida de negocios», o si ha ajustado su pensamiento, toda vez que los problemas de riesgo, pagarés, participaciones en capital privado y crédito siguen aumentando
Hemos estado diciendo durante semanas que los bancos se encuentran en problemas y que carecen de reservas para cubrir sus pérdidas. Inicialmente, esta tesis fue desdeñada por casi todo el mundo. Esperamos ingentes quiebras bancarias en los próximos meses. Prepárense. El sistema bancario está enlodado en el fraude y la artimaña. Ahora los ardides y estafas se están destapando y los cuerpos pronto estarán flotando en la superficie.
Las «finanzas estructuradas» se revenden como la «nueva arquitectura de los mercados financieros». Han sido diseñadas para distribuir capital más eficientemente autorizando a otros participantes en el mercado a jugar un papel que solía corresponder únicamente a los bancos. En la práctica, sin embargo, las finanzas estructuradas son un engaño y, sin duda, el más caro de todos los tiempos. La transformación del pasivo (préstamos hipotecarios de riesgo) en activos (valores) a través del sortilegio de la valorización es el mayor despilfarro de todos los tiempos. Es el equivalente moral del blanqueo hipotecario. El sistema depende de la variableapoyo de los inversores para proporcionar fondos de préstamos hipotecarios que se cortan en rebanadas y se ofertan juntos como obligaciones de deuda garantizada. Es una locura, pero nadie pareció percatarse hasta que Bear Stearns explotó y no pudo hallar postores para sus remanentes de obligaciones de deuda. Ha ido cuesta abajo desde entonces.
El problema con las finanzas estructuras no es simplemente el resultado de tipos de interés bajos. El modelo es en sí mismo defectuoso. John R. Ing proporciona una buena sinopsis de las finanzas estructuradas en su artículo «Gold: The Collapse of the Vanities»:
«El origen de la crisis de la deuda radica, junto con la evolución de los mercados financieros americanos, en el uso de ingeniería financiera y el apalancamiento para financiar la expansión crediticia. […] Las instituciones financieras crearon un Frankenstein con el cambio del simple préstamo de dinero y la imposición de entradas a la valorización y venta de billones de préstamos en todos los mercados, desde Iowa hasta Alemania. El crédito de riesgo fue sustituido por el «corte en tacos» de éste, permitiendo a los bancos actuar como principales, dispersando el riesgo entre instituciones financieras varias. […] La valorización permite un amplio elenco de pasivos a largo plazo una vez aparcados, con la garantía de que sean satisfechos mediante formas más tradicionales de activos a largo plazo. Wall Street creó la ilusión de que el riesgo era algo que se podía diseminar entre las masas. Las participaciones en capital privado también utilizaban montones de esta deuda para lanzar compras totales de acciones cada vez mayores. E, inundados de liquidez y muy complicados algoritmos, los banqueros inversores encontraron fondos disponibles en torno a los que buscar activos de mayor rendimiento alrededor del mundo. El riesgo se apiló sobre el riesgo. Creemos que la crisis del riesgo no es un hecho acabado sino el principio de un cambio significativo en los modernos mercados financieros diarios».
Los tiburones inversores que hicieron aparecer las «finanzas estructuradas» sabían exactamente qué estaban haciendo. Se acostaban con las agencias de tasación, descargando billones de dólares de bonos basura para fondos de pensiones, fondos de compensación, compañías de seguros y gigantes financieros extranjeros. Eso es una estafa de proporciones épicas que jamás debería haber sucedido en un mercado suficientemente regulado.
Cuando se acumulan masas de gente iracunda en el exterior de los bancos para retirar su dinero, el sistema se encuentra en peligro real. Debe restablecerse inmediatamente la credibilidad. Ésta no es la hora para el credo del «mercado libre» de Bush, los bromuros tranquilizadores de Paulson (piensa que el problema está «contenido») o la reducción de los bajos tipos de Bernanke. Esto exige un liderazgo real.
La primera cosa que hay que hacer es hacerse cargo de la situación, alertar a la población de lo que va a pasar y lograr que el Congreso trabaje en cambios sustantivos del sistema. Deben darse pasos sustantivos para obtener la confianza de la población en los mercados. Y debe haber una declaración presidencial según la cual todos los depósitos bancarios serán íntegramente cubiertos por un seguro estatal.
Deberían encenderse todas las señales de alarma relacionadas con agencias estatales, incluyendo la Reserva Federal, la SEC y la deuda del Tesoro. Necesitan superar la curva y dejar de pensar que pueden minimizar una potencial catástrofe con su habitual ritual de confusión como forma de relaciones públicas. La semana pasada (14-09-07) apareció un artículo en The Wall Street Journal, «Banks Flock to Discount Window». Este artículo narraba el repentino incremento del préstamo interbancario a través del programa de rescate de emergencia de la Reserva Federal, la «ventana de descuento»: «el descuento del préstamo con el principal programa de crédito para bancos de la Reserva Federal aumentó repentinamente a más de 7100 millones de dólares desde el miércoles, partiendo de mil millones una semana antes».
Observamos de nuevo el mismo modelo de desarrollo: los bancos prestan dinero de la Reserva Federal porque no pueden cumplir con los requisitos de reservas mínimas: «La Reserva Federal en su comunicado semanal afirmó que la media diaria de préstamos, miércoles inclusive, subió a 2930 millones de dólares». 3000 millones.
Tradicionalmente, la «ventana de descuento» sólo la han utilizado los bancos en apuros, pero la Reserva Federal está intentando convencer a la población de que esto no es signo de apuro alguno. Es «signo de fuerza». Valiente chorrada. Los bancos no piden préstamos de 3000 millones de dólares salvo que los necesiten. No tienen reservas. Punto.
La verdadera situación de los bancos se revelará en algún momento de las próximas semanas, cuando informen de beneficios y de sus pérdidas masivas de los «degradados» valores hipotecarios financiados y obligaciones de deuda garantizada. El analista de mercados Jon Markman lanzaba estas palabras de aviso a los gigantes financieros:
«Antes de que [la industria financiera] derribe a todo el mercado y esta caída golpee a Wall Street con pérdidas inesperadas, sugiero que dejen de lado a sus abogados y manipuladores mediáticos y lo confiesen todo. Deben informar al mundo de los fracasos de sus préstamos domésticos y equipos de valorización durante los últimos cuatro años ─y decir la verdad sobre el tóxico papel que han jugado en el sistema económico mundial entidades fuera de balance como Enron─ antes de que los mercados les hagan caminar por el tablón. […] Ya que el legislador gubernamental y el Congreso han desertado de su responsabilidad de administrar «amor duro» mediante reglas que obliguen a las instituciones financieras a detallar la creación, valorización y disposición de cada préstamo subóptimo, «vehículo de inversión estructurada» fuera de balance y pagaré de mercado dinerario reservado, el mercado lo hará vengativamente».
Buen aviso. Tendremos que esperar y ver si alguien escucha. Los bancos inversores pueden esperar hasta el jueves con la esperanza de que el jefe de la Reserva Federal, Ken Bernanke, anuncie un recorte de los fondos que podría devolver la bolsa de valores a terreno positivo. Pero la reducción de los tipos de interés no trata los problemas subyacentes de insolvencia entre propietarios de viviendas, prestamistas hipotecarios, fondos de gestión alternativa y (potencialmente) bancos. Como ha afirmado el analista de mercados John R. Ing, «la reducción de los tipos de interés no resolverá el problema. Esta crisis la causó el exceso de liquidez y el deterioro de los criterios crediticios. […] Una reducción del tipo de la Reserva Federal no es más que heroína para yonquis crediticios».
La reducción sólo añade más crédito barato a un mercado ya saturado de un océano de liquidez producida por el ex jefe de la Reserva Federal Alan Greenspan. La burbuja inmobiliaria y crediticia es en gran parte el resultado de las desnortadas políticas monetarias de Greenspan (¡que ahora echa la culpa a Bush!). La tarea de la Reserva Federal es asegurar la estabilidad de precios y el funcionamiento sin problemas de los mercados, no reflacionar burbujas de acciones y recompensar a participantes en mercados sobreexpuestos.
Es preferible dejar impagados a prestatarios cortos de dinero que rebajar drásticamente los tipos de interés y provocar una gran demanda global de dólares. El analista financiero Richard Bove sostiene que los tipos de interés más bajos no hacen nada para devolver dinero a los mercados. En lugar de eso, hacen caer el dólar en picado y causan estragos en el mercado de trabajo. «No hay problemas de liquidez, sino una seria crisis de confianza», afirma Bove. «En un sistema financiero en que hay liquidez abundante y deseo de tipos de interés más elevados para compensar el riesgo, la solución no es crear más liquidez y tipos más bajos. [La Reserva Federal] no puede reducir el miedo estimulando la inflación. […] Es ilógico suponer que los poseedores de líquido vayan a albergar fuertes deseos de prestar dinero a tipos bajos en una moneda de valor menguante cuando pueden tener los mismos fondos y prestarlos a tipos elevados en una moneda de valor ascendente. Bajando los tipos de interés, la Reserva Federal no estimulará el crecimiento económico ni creará puestos de trabajo. Quebrará la moneda, estimulará la inflación y debilitará la economía y los mercados de trabajo.»
Bove tiene razón. No se debe autorizar a la gente y a las empresas que no puedan liquidar sus deudas a quebrar. Aún más, debilitar el dólar sólo nos añade riesgo colectivo mediante la alimentación de la inflación y el aumento de la posibilidad de fuga de capitales de los mercados americanos. Si ocurre eso, estamos acabados.
Consideren lo siguiente: en 2000, cuando Bush tomó posesión de su cargo, el oro estaba en 273 dólares por onza, el petróleo en 22 dólares por barril y el euro en 0,87 dólares. Actualmente, el oro está por encima de los 700 dólares por onza, el petróleo por encima de los 80 dólares por barril y el euro está cerca de 1,4 dólares. Si Bernanke bajase los tipos, sería probable que viéramos el petróleo a 125 dólares por barril la próxima primavera.
La inflación está por las nubes. Las estadísticas gubernamentales son falsas. El oro, el petróleo y el euro no mienten. Según el economista Martin Feldstein, «el dólar menguante y los crecientes precios de los alimentos hicieron subir los precios de mercado un 4,6% en el último cuarto». Esto es, un 18,4% anual y Bernanke aún se plantea bajar los tipos de interés y estimular la inflación.
¿Qué pasa con el trabajador americano, cuyo salario se ha estancado durante los últimos seis años? Para él la inflación es lo mismo que un recorte salarial. ¿Y qué pasa con el pensionista de renta fija? Lo mismo. La inflación es precisamente un impuesto oculto que merma progresivamente su nivel de vida. La bajada de los tipos de Bernanke puede ser aprovechada por los adictos al «crédito barato» de Wall Street, pero es el toque de difuntos para el trabajador medio, que ya está luchando para ganar lo suficiente para vivir.
No a los rescates. No a la rebaja de los tipos. Dejen a los bancos y los fondos de protección hundirse o nadar como cualquier otro. El mensaje de Bernanke es simple: «Es hora de quitar la ponchera». La inflación en la bolsa de valores es tan evidente como en el precio del oro, petróleo o los bienes inmuebles. El economista Henry Liu lo demuestra en su artículo «Liquidity Boom and the Looming Crisis»:
«El paradigma de valor convencional es incapaz de explicar por qué la capitalización del mercado de todos los valores de Estados Unidos creció de 5,3 billones de dólares a finales de 1994 a 17,7 a finales de 1999 y a 35 a finales de 2006, generando un incremento geométrico en la tasa de beneficio de precios. El análisis de la liquidez proporciona una respuesta.» (Asia Times.)
¿La capitalización de mercado subió a toda velocidad de 3,5 billones a 35 en 12 años? ¿Por qué? ¿Se debe al crecimiento en la cuota de mercado, la expansión de negocio o la productividad? No. Fue porque había más dólares persiguiendo el mismo número de valores; de ahí la inflación.
Si ése es el caso, entonces podemos esperar que el mercado de valores caiga abruptamente antes de que llegue a un nivel sostenible. Como dice Liu, «no es posible preservar los anormales precios de mercado de activos degradados por un boom de liquidez si se restablece la liquidez normal». Finalmente, los precios de los valores volverán a un nivel normal.
Bernanke ni siquiera debería considerar la rebaja de los tipos. El mercado necesita más disciplina, no menos. Y los trabajadores necesitan un dólar estable. Además, otra rebaja de los tipos haría peligrar aún más la posición cada vez más tambaleante del dólar como «reserva monetaria» mundial. Eso podría desestabilizar la economía mundial liberando rápidamente el actual déficit masivo de Estados Unidos.
The Internation Herald Tribune ha resumido los problemas del dólar en un artículo reciente: «Dollar’s Retreat Raises Fear of Collpase». «Los ministros de finanzas y banqueros centrales se han in quietado porque, en algunos puntos, el resto del mundo perdería su voluntad de financiar la inclinación de Estados Unidos a consumir más de lo que produce, lo que tendría como consecuencia una potencialmente desastrosa caída libre del valor del dólar.
La reciente confusión sobre los mercados hipotecarios, de un solo golpe, ha sacudido la fe en la resistencia los recursos financieros americanos en mayor grado incluso que la explosión de la burbuja tecnológica en 2000 o los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, afirman los analistas. Eso ha levantado también la posibilidad de recesión económica. Esto es, todo apunta a un riesgo muy incrementado de rápida liberación del déficit actual de Estados Unidos y a una seria caída del dólar.»
Otros expertos y operadores de divisas han expresado opiniones similares. El dólar se encuentra en mínimos históricos con relación al conjunto de monedas con que se compara. Bernanke no puede correr el riesgo de que su esfuerzo por rescatar los mercados cause una liquidación repentina del dólar.
Las manos del jefe de la Reserva Federal están atadas. Bernanke no tiene las herramientas para reparar los problemas que le antecedieron. La insolvencia no se puede arreglar con inyecciones de liquidez ni los problemas «sistémicos» profundamente arraigados pueden corregirse en las «finanzas estructuradas» con rebajas drásticas de los tipos de interés. Éstos exigen soluciones fiscales, implicación del Congreso y cambios fundamentales en las políticas económicas.
Las rebajas de los tipos tampoco ayudarán a resolver el despilfarro en el mercado de la vivienda. La farsa se ha acabado. Los bancos ya han apretado los criterios de préstamo y el inventario es mayor que nunca desde que hay constancia documental. La disminución en vivienda es tan irreversible como la firme bajada de los precios de patrimonio inmobiliario. Billones del mercado de capitalización se secarán. El valor líquido del hogar ya está disminuyendo, así como el gasto de consumo asociado a las retiradas de aquellos valores.
La burbuja ha reventado a pesar de lo que haga Bernanke. Eso también es cierto en el atascado mercado de pagarés, en que centenares de miles de millones de dólares de deuda a corto plazo expirarán en las próximas semanas. Se espera que los bancos y prestamistas corporativos pugnen por refinanciar sus deudas, pero, evidentemente, buena parte de su deuda no se renegociará. Habrá pérdidas sustanciales y, muy probablemente, más quiebras.
Bernanke puede ser o bien un estadista ─y decir al país la verdad sobre nuestro disfuncional sistema financiero que se está colapsando a causa de años de corrupción, desregulación y manipulación─ o puede tomar la ruta cobarde y comprar algo de tiempo inundando el sistema de liquidez, estimulando un consumismo más destructivo y condenando a la nación a un ciclo evitable de inflación de doble dígito.
Pronto sabremos su decisión.
Mike Withney es un analista político independiente que vive en el estado de Washington y colabora regularmente con la revista norteamericana The Nation.