¿Cómo lograr dar a cada libro publicado una vida digna? ¿Cómo asegurar el encuentro de la obra con numerosos lectores? ¿Cómo posibilitar su lectura allende las fronteras del país donde se publica, teniendo a favor una gran comunidad de países con la misma lengua? ¿Cómo hacer visible cada título en las librerías cuando no lo […]
¿Cómo lograr dar a cada libro publicado una vida digna? ¿Cómo asegurar el encuentro de la obra con numerosos lectores? ¿Cómo posibilitar su lectura allende las fronteras del país donde se publica, teniendo a favor una gran comunidad de países con la misma lengua? ¿Cómo hacer visible cada título en las librerías cuando no lo que se publica no es best seller?
Como éstas, son múltiples las preguntas, dificultades y desafíos que vive la producción la cultural local en la mundialización. Como nunca la tecnología, los medios de producción, transporte y comunicación permitirían un amplio alcance de cada obra creada, sin embargo domina, en y entre los países, el consumo y circulación de un tipo de producto, marginando el acceso a la creación que no lleva el sello de las transnacionales de la cultura.
Las industrias culturales están justamente en la encrucijada de la compleja y difícil relación entre cultura y mercado. Pero, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a estas?
Según la Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales de UNESCO, «las industrias culturales se refieren a todas aquellas industrias que producen y distribuyen bienes o servicios culturales», los que «considerados desde el punto de vista de su calidad, utilización o finalidad específicas, encarnan o transmiten expresiones culturales, independientemente del valor comercial que puedan tener». Sin duda por algunas de sus características se puede hablar de mercancías y/o servicios al referirse al fruto de estas industrias, como es el cine, el libro, la música, pero estas tienen un claro carácter distintivo: por su esencia, como lo señala la Convención , y también porque tienen atributos económicos que claramente los diferencian de los productos tradicionales. Peter Grant y Chris Word en el libro El mercado de las estrellas , destacan a lo menos 10 características que «demuestran ampliamente cómo los productos culturales se distinguen de los objetos usuales» 1 y que dan lugar a «la curiosa economía de esta industria» 2 , como señalara The Economist.
Entres estas diferencias destacan las que apuntan a:
La naturaleza del producto: «con un fin utilitario en el caso de las mercancías ordinarias; comunicando ideas, entretención o información, en el caso de las mercancías y servicios culturales»;
La naturaleza del proceso de producción: «fabricación en cadena, cada unidad exige importantes recursos, versus el proceso único y costoso que genera una propiedad intelectual la que puede ser conservada, reproducida y entregada a bajo costo»
La naturaleza del consumo: en los productos tradicionales, cada unidad al ser consumida no está disponible para otros; mientras que en el caso de los productos culturales, la propiedad intelectual original no es consumida, por lo que puede estar disponible al infinito, teniendo características de lo que se denomina en economía bien público .
Todo esto marca, como señalan los autores, » la incapacidad del mercado para jugar su papel: procurar los mejores resultados posibles al mayor número de participantes, o como dirían los economistas, maximizar el bienestar colectivo».
Y uno de los principales efectos del dominio de lógicas comerciales en esta «curiosa economía» es la enorme concentración en las industrias culturales a nivel horizontal y vertical, es decir que unas pocas «majors» controlan parte importante de la producción de estas industrias, como también la distribución y comercialización. La realidad que vivimos cada día es elocuente:
Gran parte de las películas y series que vemos en aviones, TV cable, cines, son fruto de la misma industria: Hollywood. Pese a que son miles las películas de diversos rincones del mundo que no tienen posibilidad de exhibición alguna fuera de su país, siempre vemos las mismas en estos canales, incluso varias veces repetidas.
Gran parte de las vitrinas de las librerías, en distintos lugares del continente, tienen los mismos títulos, los best seller que publican los grandes grupos de la edición española, algunos de los cuales son parte de grupos mayores.
Igual sucede con lo que escuchamos en la radio, con lo que vemos en las disqueras. No digo que solo tengamos eso, pero sí que su presencia es claramente dominante y logran una enorme difusión y exhibición, lo que los hace hegemónicos.
Este brutal desequilibrio adquiere particular fuerza cuando recordamos que estamos hablando de modos de vida, de ideas, de historias, relatos y culturas. Son claros los efectos sobre nuestros cotidianos cuando en ese campo dominan solo unas pocas voces. Son evidentes los peligros para el futuro cuando hay una hegemonía a nivel mundial en la producción y difusión del pensamiento, en los modos de ver e interpretar el mundo. Estos peligros tienen que ver con la pérdida de diversidad, de expresiones propias de cada comunidad y pueblo; como con la imposición de una verdad, de una historia.
Cuando reinan los criterios de rentabilidad y lucro -motor de estos grandes conglomerados que dominan el comercio cultural- la razón y el sentido mismo del que hacer cultural cambia. El Director de la Biblioteca Nacional de Francia, en su libro Cuando Google desafía Europa cita al Presidente Director General del principal canal privado de televisión francesa: «El trabajo de TF1 es ayudar a Coca Cola a vender sus productos. Sin embargo, para que un mensaje publicitario sea percibido, se requiere que el cerebro del telespectador esté disponible. Nuestras emisiones tienen como vocación hacerlo disponible, es decir divertirlo, relajarlo, para prepararlo entre dos mensajes. Es lo que nosotros vendemos a Coca Cola, tiempo disponible del cerebro humano» 3. Es el sino de una producción cuyo fin es incrementar los dividendos y valor de los títulos de los accionistas. Por lo demás, a esta altura uno no puede pensar que las transformaciones en los medios, las estructuras organizativas y las estrategias de marketing, no influyen sobre el producto creado, el libro, el filme, la composición musical. No se trata de rechazar los cambios, las tecnologías, el marketing, pero sí debemos reservarnos el beneficio de la duda, cuestionarnos y analizar qué efectos puede tener la implementación de prácticas centradas solo en la generación de riqueza en el que hacer cultural. ¿Cómo recoger y adaptar técnicas en favor de la obra creada como un fin en sí, sin caer en el uso de la creación como simple instrumento comercial? Me parece que la ética no puede estar ajena al que hacer cultural. Ser editor no sólo significa publicar y tratar de ampliar los derechos al que se tenga acceso, conlleva también obligaciones, cuidados, pues uno trabaja con un objeto, que, como vimos, tiene algunas características de mercancía, pero cuyos sentidos de lejos las trasciende.
Ya señalaba Walter Benjamín en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, escrita en forma visionaria en los años 30, «El hombre distraído es perfectamente capaz de acostumbrarse. Digamos más: es solo por nuestra capacidad de realizar algunas tareas de manera distraída que probamos que estas nos son habituales…» 4 preocupado Benjamin particularmente por el «modo de recepción» que «no exige ningún esfuerzo de atención» lo que él graficaba en el cine, hoy podríamos verlo con mayor evidencia en la televisión. Y es peligrosa una sociedad de hombres y mujeres distraídos, ya que difícilmente podría ser sinónimo de democracia. Por ello más vale no limitarnos a hablar de consumidor, receptor, como algo ajeno, vacío, neutro. Trabajamos con el otro como sujeto, posibilitando una experiencia transformadora.
En esta fuerte tensión entre los sentidos culturales y comerciales que atraviesan las industrias culturales, sin duda juega un rol central -como uno de sus engranajes fundamentales- la propiedad intelectual y los derechos de autor, los que a su vez reproducen esa tensión que se mueve entre los extremos de un péndulo espejo al de las industrias culturales: por un lado los derechos económicos del creador -hoy día más bien del titular, no es siempre lo mismo-, y los derechos de acceso al conocimiento, por el otro. La vertiginosa concentración en esta industria está relacionada con que estos derechos perdieron el equilibrio que los vio nacer y desarrollarse durante dos siglos, dominando hoy fuertemente solo el carácter comercial y los sentidos de propiedad, lo que se hace explícito al ser este tema absorbido por la Organización Mundial de Comercio y los tratados internacionales de libre comercio. La misma Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas señala las «contradicciones reales o potenciales entre la aplicación del Acuerdo sobre los ADPIC y la realización de los derechos económicos, sociales y culturales» 5 recordando a los gobiernos «la primacía de las obligaciones en relación con los derechos humanos sobre las políticas y acuerdos económicos»5, pidiendo expresamente que los Estados miembros de Naciones Unidas, «protejan la función social de la propiedad Intelectual». Y esto es válido para la industria de la farmacéutica como para la cultura. El derecho a la vida, como el derecho a la cultura y a la libertad de expresión están por sobre los intereses económicos y comerciales.
A diferencia de la producción industrial clásica y a similitud de la industria del software y la farmacéutica, el carácter único de cada obra y los derechos de autor -como señalan Grant y Wood- permiten una fijación arbitraria del precio por parte del productor, pudiendo estos dividir infinitamente los mercados con el fin de maximizar las ganancias. No hay substituto. Así, por ejemplo, nos encontramos con obras como «2666» de Roberto Bolaño que en Argentina se vende a US$23, en Santiago cuesta US$50 y en Madrid US$44. En Argentina editan localmente, con derechos solo para Argentina y a veces Uruguay, a Chile lo traen desde España. Decide el titular y poco cuentan los derechos del ciudadano de acceder a un mismo producto a un valor similar.
Pero el problema va mas allá que el tema del precio.
La creación, y más aun la investigación, se nutren de creaciones previas y para ello se requiere cierta libertad de tomar, de apropiarse. Las legislaciones de derechos de autor deben velar por los derechos del creador no sólo como pasado, como algo estático, ya creado, sino también en su posibilidad de ser semilla de nuevas creaciones. La excesiva extensión de estos derechos es uno de los problemas. El jurista Richard Postner señala: «Si el derecho de autor fuera perpetuo, James Joyce o su editor se hubieran visto en un litigio con los herederos de Ulysses por haberse basado en La Odisea…Si las patentes fueran perpetuas, los herederos de Leonardo da Vinci seguramente en este momento se estarían litigando por derechos sobre tecnología básica de aviación» 6. Así también la parodia, el collage, o una re creación como Homero, Ilíada de Alessandro Baricco podría ser prohibida.
Estamos ante un tema complejo; limitar excesivamente el acceso entorpece el desarrollo científico y creativo, y al otro extremo, no tener un marco regulatorio limita los justos derechos de los creadores.
En este contexto de concentración, impulsado por el dominio de las lógicas de mercado sobre la producción cultural y favorecido por legislaciones en propiedad intelectual que multiplican la amplitud y vigencia de los derechos del titular, cómo armar un marco sustentable para el desarrollo de estas industrias en cada nación, es sin duda un tema central para que seamos partícipes de la construcción de un mundo más multipolar, más justo y humano; donde no quedemos relegados a ser meros consumidores de la creación de las culturas dominantes, perdiendo todos los sellos identitarios, los que son fundamentales para poder internalizar y apropiarse bien de los cambios y aportes de otras culturas. En este campo están en juego los sentidos mismos de nación, como también de ciudadanía y construcción democrática. Y para esta última es una condición necesaria la existencia de la diversidad de las expresiones culturales y de medios de comunicación, los que enriquecen y sustentan la diferencia, la construcción de sujetos constructores de su sociedad.
Aquí también está en juego la riqueza de las naciones. Ad portas de la sociedad del conocimiento, quedar como mero exportador de materia prima impide salir del sub desarrollo. El intercambio desigual denunciado en los años 70 se ha multiplicado en estas últimas décadas, no pudiendo acatarse la teoría de las ventajas comparativas en el ámbito cultural, tanto por razones propiamente culturales, como económicas. Se puede entender que haya países que abandonen la producción de ciertos productos como los derivados de la industria textil, automotriz o cosmética porque no son competitivos; pero no podemos aceptar que se dejen de producir libros, música, películas, se dejen de crear medios de comunicación propios bajo el mismo criterio.
La entrada en vigencia, el pasado 18 de marzo, de la Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales de UNESCO con la ratificación de más de 50 países , Chile entre ellos, es sin duda un paso esperanzador.
Los peligros que viven las expresiones culturales en la globalización son similares a los que atañen a la biodiversidad, ello dio lugar a este fuerte movimiento internacional que partió como una resistencia a que la cultura sea integrada en las negociaciones de libre comercio -la excepción cultural- y que en pocos años se logró esta Convención . El esfuerzo conjugó un fuerte compromiso por parte de algunos Estados, como Francia y Canadá, y la acción de un inédito movimiento de la sociedad civil con la conformación de más de 30 Coaliciones para la diversidad cultural a través de los cinco continentes, la de Chile que reúne a más de 20 asociaciones profesionales de la cultura fue la segunda en constituirse.
En tal sentido esta aprobación llena de tensiones, que varios llamaron la «guerra contra Hollywood», da cuenta de la existencia de una fuerte conciencia a nivel internacional de la necesidad de que los Estados, a través de políticas públicas, jueguen un rol importante en el fomento de la creación e Industrias culturales. Así, la existencia y desarrollo de las expresiones culturales no pueden quedar solo bajo las lógicas del mercado.
Ello es particularmente relevante para los países de América Latina, los que no tienen una masa crítica, ni los recursos para potenciar una industria cultural que pueda contrarrestar la política de dominio total de mercado de los grandes grupos. Para mantener viva y fomentar estas industrias se necesita que el Estado juegue un rol que favorezca el equilibrio. No se trata de cerrarse a la producción de otras culturas, al contrario, es fundamental esa apertura, la que a su vez tiene que ser más diversa; pero también es necesario mantener un espacio para la creación propia en los distintos canales de circulación, lo que el mercado por sí solo no garantiza.
A nivel latinoamericano es fundamental también generar un verdadero intercambio cultural, será básico para construir sentidos de comunidad en y entre nuestros pueblos. Como señala CERLALC en el estudio Panorama de la edición en Iberoamérica, España exportó el 2004 a América Latina 236 millones de dólares en libros, mientras que solo importó de la región 7,6 millones de dólares. ¿Podemos con estas cifras hablar realmente de intercambio, de una comunidad de la edición en Hispanoamérica? 31 a 1 es la desigualdad en la balanza exportación / importación de España con todos los países de América Latina.
Sin duda es importante la presencia del libro español en nuestros países, pero también lo es la llegada de la creación y producción latinoamericana a la península, y por cierto, en y entre nuestros países. En este contexto de globalización y de compromiso con la diversidad cultural, es necesario articular acciones y políticas públicas para hacer realidad este anhelo: un intercambio equilibrado, diverso.
Por todo esto, la constitución de un derecho en este ámbito como es la Convención es muy relevante. Significa una sólida base sobre la cual avanzar más aceleradamente en la construcción de un necesario contexto de sustentabilidad, el que requiere articular la potenciación de los diversos involucrados como son los creadores, empresas y/o instituciones que cubran toda la cadena de las IC -con fuerte presencia de actores locales, independientes-, la sociedad civil y el Estado, generando las condiciones para el desarrollo de un círculo virtuoso, para lo cual es fundamental la educación y formación de una ciudadanía curiosa, lectora y con capacidad crítica.
En ese camino es importante diseñar e implementar políticas sistémicas por sector que consideren a toda la cadena de cada industria, y a todos sus actores. Estos temas han sido la preocupación central de Editores de Chile, asociación que nace en 1999 como Editores Independientes y que reúne hoy a más de 35 editoriales independientes, universitarias y autónomas. Su propuesta del año 2005 «Una política de Estado para el libro y la lectura» fue la base de la Política Nacional del Libro y la Lectura aprobada el 2006 por el Consejo de la Cultura que hoy es urgente implementar con mucho dinamismo y convicción. Tema central, por lo demás, en un país con fuertes deficiencias en el ámbito educacional. El libro y la lectura están, justamente, al centro del proceso educativo, lugar que no ocupan los computadores y las conexiones Internet, que son muy buenos complementos como lo demuestran diversas investigaciones. Por lo demás el libro chileno -editado y producido en Chile- está al alcance de un bolsillo medio. Su valor promedio es $6.896 pesos, según un estudio realizado por la Asociación de Editores de Chile sobre la base del catálogo vivo de 22 editoriales. Habiendo un porcentaje importante de títulos a un precio de $ 3.000.
Analizar los niveles de desarrollo de las Industrias Culturales en cada uno de nuestros países; preguntarse por las medidas necesarias para fomentar las IC tanto a nivel de la creación y producción, como de la circulación y difusión, su factibilidad, los tiempos posibles, etc., considerando siempre los contextos particulares de cada uno de los países; investigar las acciones conjuntas entre actores de varias naciones, como es el caso de ibermedia, que podría potenciar en y entre nuestros países la producción y circulación de música, filmes y libros; buscar a nivel local y regional qué líneas de acción podrían fomentar un mayor acceso a las nuevas tecnologías y en particular al trabajo por parte de las IC locales con software libres, única vía para acceder a una mayor democratización en las nuevas tecnologías de la producción cultural; promover vías de acción mancomunada a favor de legislaciones en propiedad intelectual y derechos de autor que velen por los derechos de los creadores y de acceso a la vez. Son estos, entre otros, elementos claves para definir líneas de acción para el fomento de la edición independiente y las Industrias culturales en la región.
Como señala Don DeLillo en Contrapunto refiriéndose a las grabaciones de Bach por Glenn Gould que van en el Voyager I, nave que bordea la última frontera del sistema solar, «somos seres inteligentes, versados en matemáticas y capaces de organizar una secuencia coherente de sonidos en el tiempo, para crear una composición unificada, llamada música, una forma de arte cuya verdad, oficio, originalidad, y otras indecibles propiedades, proporcionan una cualidad de placer trascendente, llamada belleza, a la mente y los sentidos de quien escucha»7
Claramente no es «la mano invisible» del mercado el mejor árbitro para lograr que esa belleza nazca, se desarrolle, perdure en el tiempo y sea asequible a los ciudadanos.
Para hacer florecer esas bellezas, hacerlas experiencia de muchos, es hora de que impulsemos en nuestro continente estrategias diversas y alternas.
Paulo Slachevsky Ch.
Director de Lom ediciones.
Director de Editores de Chile-
http://www.librolibrechile.cl
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1 Peter S. Grant y Chris Word, Le marché des étoiles, Culture populaire et mondialisation, Boréal, Montreal, 2004
2 Idem
3 Jean-Noël Jeanneney, Quand Google défie l’Europe, Mille et une nuits, 2005
4 Walter Benjamin, L’œuvre d’art a l’epoque de sa reproductibilité technique, Allia, Paris 2003
5 Subcomisión de Promoción y Protección de los Derechos Humanos, Comisión de los Derechos Humanos, Naciones Unidas, Resolución sobre derechos de propiedad intelectual y derechos humanos, E/CN.4/Sub.4/2000/7 FECHA: 17 de agosto de 20006
6 Richard Posner, Journal of the American Academy of Arts and Sciences Dædalus 2002,
7 Don DeLillo, Contrapunto, Seix Barral, Barcelona, 2005