En el mes de junio llevé un equipo de televisión a Cabeza de Juárez, una unidad habitacional de interés social en rápida expansión localizada en las afueras de la Ciudad de México. En este lugar las familias apenas sobreviven-la precariedad en la que viven los convierte en un sensible barómetro para medir los cambios en la economía mexicana.
En el mes de junio llevé un equipo de televisión a Cabeza de Juárez, una unidad habitacional de interés social en rápida expansión localizada en las afueras de la Ciudad de México. En este lugar las familias apenas sobreviven-la precariedad en la que viven los convierte en un sensible barómetro para medir los cambios en la economía mexicana.
Salimos a hablar con la gente acerca de los efectos de la llamada «crisis de la tortilla»: en todo México a principios del 2007 el precio de la tortilla se disparó en un 50%, es decir, aumentó de aproximadamente cinco pesos el kilo a ocho pesos con cincuenta centavos el kilo.
En los estrechos pasillos rodeados por puestos, una a una, las amas de casa contaban la misma historia. Sólo unos cuantos meses antes compraban dos kilos de tortillas diarios para alimentar a sus familias; ahora se ven forzadas a consumir tan sólo la mitad. Aunque dos y hasta tres miembros de su familia trabajen, no pueden comprar las tortillas que necesitan.
El maíz no es como cualquier otro alimento en México, y ello se debe a que esta gramínea está profundamente enraizada en la cultura nacional; según los mitos de creación maya, los mexicanos son «el pueblo del maíz.» Su dieta, religión, rituales y cultura están impregnados de maíz.
Esto también se debe a que el maíz siempre ha sido el alimento más barato y más accesible tanto para la población rural pobre que lo cultiva, como para la población urbana pobre que lo compra en las tortillerías de su colonia. En toda comida, las tortillas envuelven huevo o carne, acompañan la sopa, se utilizan como cucharas comestibles para comer los frijoles, o se les pone sal, se hacen taco y se acompañan con mordidas de algún chile verde si no hay nada más qué comer.
Una de las señoras describió la situación de manera sucinta: «Si no comemos maíz, no comemos.»
Al salir del mercado en dirección de una calle muy transitada, una de las mujeres me detuvo y preguntó si veníamos de los Estados Unidos. Nos rogó que interviniéramos en la embajada de los Estados Unidos para que ella pudiera visitar a su hijo que emigró a los Estados Unidos siendo un adolescente, pues ya pasó más de una década desde que lo vio por última vez.
¿Qué fue lo que salió mal? Esto no es el México que nos prometieron.
A principio de los años noventa, cuando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) era tan sólo una ilusión en la imaginación de los presidentes Carlos Salinas de Gortari y George Bush Sr., el ambiente en los círculos políticos y comerciales mexicanos era en verdad eufórico. México ya estaba listo para someterse a reformas estructurales mayores, y el TLC representaba la joya de la corona de la modernización de México: su boleto al primer mundo.
Los partidarios predecían que sería un tratado en el que todos saldrían ganando; los consumidores obtendrían comida más barata, los productores se volverían más eficientes, y la inmigración disminuiría a medida que la economía mexicana en desarrollo convergería con la superpotencia económica del vecino del norte.
Catorce años después, el panorama es casi el opuesto. A medida que el intercambio comercial entre ambos países crece, así también los abismos entre los distintos niveles de vida de la gente involucrada. Una vez firmado el TLC, la economía mexicana experimentó un estrepitoso descenso conocido como «la crisis del tequila», cuando el peso se devaluó como resultado de la fuga de capital. Años después, el crecimiento sigue siendo mucho más bajo de lo esperado, con un promedio de 2% y tan sólo 1% per capita.
Incluso para el partidario del TLC, el Banco Mundial, este crecimiento «ha sido insuficientemente alto para que los niveles de ingresos per capita en la economía mexicana pudieran emparejarse con los de sus socios del TLC … Desde esta perspectiva, no ha habido progreso real en los últimos 15 años.»
El crecimiento no es el único problema detrás de la incapacidad del TLC para elevar el nivel de vida en México. La creación de empleos resultó ser un fiasco. Con más de un millón de jóvenes ingresando al mercado laboral cada año, México ha generado menos de la mitad de esa cifra de empleos al año desde la firma del TLC. En términos netos, la situación está peor, ya que aquellas pequeñas y medianas empresas que producían para el mercado nacional se han ido a la bancarrota en masa. El veloz ciclo de fusiones y adquisiciones comerciales disparado por las cláusulas del TLC referentes a la inversión (en muchos casos corporaciones transnacionales que absorbieron muchas empresas mexicanas) ha creado algunos empleos, pero con frecuencia ha dejado en la bancarrota a empresas nacionales, conllevando recortes de personal, especialmente en el rubro de los servicios.
Se calcula que las masivas importaciones agrícolas han desplazado a dos millones de campesinos, a medida que las gramíneas subsidiadas provenientes de los Estados Unidos se apoderan de sus mercados locales y regionales. Con los pocos nuevos empleos generados en el sector de la manufactura u otros sectores, muchos de estos campesinos desplazados ahora trabajan en los campos de California, Carolina o Iowa.
Desde la firma del TLC, la economía mexicana está sostenida por cuatro pilares: la economía informal, recursos no-renovables (petróleo y gas), remesas de los migrantes en Estados Unidos, y el tráfico de drogas. El afirmar que estos pilares constituyen un cimiento débil, es subestimar la situación.
La crisis de la tortilla: quién ganó y quién perdió La manera como se gestó la crisis de la tortilla revela lo vulnerable que se volvió la sociedad mexicana bajo la economía del TLC. En un estudio reciente, Ana de Ita del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (CECCAM) cita tres razones por las cuales se gestó la crisis: 1) El incremento en el precio del maíz en el mercado internacional debido a una creciente demanda de maíz para la producción de etanol en los Estados Unidos; 2) Especulación por parte de los monopolios transnacionales que dominan el mercado del maíz y la tortilla en México; 3) El compromiso que tiene el TLC de abrir completamente el sector en el 2008 y la liberalización gradual del mercado del maíz desde 1994. Esto ha provocado que México dependa de las importaciones provenientes de los Estados Unidos.
El rápido incremento en el precio de la tortilla ilustra de manera gráfica la gran mentira que representa el llamado «comercio libre». Para entender lo que ocurrió, habrá que lanzar por la borda los libros de economía, junto con sus explicaciones de las ventajas comparativas, de los precios y de la ley de la oferta y la demanda, y rastrear el dinero. La siguiente es una explícita descripción de los eventos.
A lo largo del 2006, el gobierno de los Estados Unidos, la Unión Europea, Brasil y el Grupo de los Ocho anunciaron sus grandes planes para su integración a la industria de los agrocombustibles. Aunque los agrocombustibles pueden producirse a partir de muchas fuentes, en los Estados Unidos el etanol de maíz es el más común. Con la producción estadounidense dominando la producción global, el incremento en la demanda de maíz para la producción de combustible disparó su precio a nivel internacional.
Muchos grupos han criticado el hecho de que se utilice la tierra y el maíz para la producción de combustible en lugar de alimentos. El maíz es un alimento básico, no sólo en México sino en toda Mesoamérica, y en muchos otros países en desarrollo. A medida que algunas empresas transnacionales como Cargill y ADM se integran a la industria del maíz y el etanol, rentando los terrenos y construyendo las instalaciones necesarias en otros países, por un lado, impiden que dichos países puedan producir el maíz necesario para alimentar a su familia, y por el otro, provocan que sus recursos agropecuarios-agua, tierra, fertilizantes-se destinen a alimentar los motores de autos y a fortalecer a los grandes empresarios.
Como ya lo han comprobado las amas de casa a quienes entrevistamos en el mercado de Cabeza de Juárez, el incremento en el índice de precios al consumidor sólo provoca que el índice de hambre entre la población pobre aumente. En México la inflación se encuentra en ascenso dentro de la cadena alimenticia, ya que bajo el régimen del TLC el maíz subsidiado proveniente de los Estados Unidos sustituyó otro tipo de forrajes utilizados en la cría de ganado. Ya que actualmente dicha industria depende de las importaciones estadounidenses, los precios de la carne también se encuentran en aumento. (Ver cuadro de precios del maíz 2006-2007 al pie de la página).
La producción de agrocombustibles permanecerá por largo tiempo como un problema para quienes trabajan a favor de la soberanía alimenticia y por el acceso del consumidor a los alimentos básicos. Aun así, ello no explica la crisis de la tortilla. A medida que el precio internacional del país aumentaba, el precio del maíz en el mercado mexicano a su vez, se disparaba.
Cuando los precios internacionales comenzaron a aumentar, los contados importadores/grandes productores en México vieron y asieron la oportunidad de cerrar más el puño que controla el mercado del maíz. Las investigaciones realizadas muestran que Cargill, ADM-Maseca y otros productores de harina de maíz retuvieron las reservas para crear una escasez artificial para justificar el alza en los precios.
La producción de maíz en México fue muy alta el año pasado; en ningún lado hubo escasez de maíz. Estas empresas compraron maíz mexicano a precios muy bajos en el 2006, lo almacenaron, utilizaron el alzan en el precio internacional como pretexto para aumentar el precio a nivel nacional, y en diciembre vendieron el producto en más del doble de lo que lo compraron.
Otro de los objetivos de dicha estrategia era utilizar el control obtenido sobre el producto y su precio para sacar del juego a los molinos tradicionales de maíz que comprenden aproximadamente la mitad del mercado de la tortilla. De esta manera, las grandes empresas industrializadoras de maíz buscaban obligar a las tortillerías a utilizar su harina de maíz industrializada, en lugar de comprar la masa en los molinos locales. A través de su participación en todas las etapas de la cadena del maíz (importación, producción, compra a productores nacionales, industrialización y mercado mayorista), vendieron la harina de maíz a menos de lo que cuesta el nixtamal, y ofrecieron sus tortillas industrializadas a mitad del precio corriente en cadenas minoristas con el propósito de ganarles el mercado a los productores tradicionales.
Nada de esto hubiera ocurrido de no haberse firmado el TLC. Antes de la firma del tratado, el gobierno mexicano ya jugaba un papel fundamental en la compra y distribución del maíz en todo el territorio nacional, subsidiando el consumo urbano y garantizando un precio mínimo a los productores. Aunque rara vez exigía el pago de aranceles autorizados bajo el TLC, el gobierno mexicano todavía contaba con algunas herramientas para gestionar el mercado.
Cuando en enero del 2008 se retire toda regulación sobre la importación del maíz bajo los estatutos del TLC, el mercado mexicano, tanto consumidores como productores, quedará a merced de algunas de las corporaciones más grandes y voraces del mundo.
¿Qué tan responsables son los Estados Unidos? Tras el décimo aniversario del TLC, el Banco Mundial publicó un artículo en defensa propia, argumentando que «el TLC no es un modelo de desarrollo.» Después de una década de estricto apego a la misión y a los estatutos del tratado comercial e inversionista, las estadísticas nacionales comprobaron la verdad del citado argumento: no importa la interpretación que se le dé, el trecho entre las expectativas y la realidad es abismal.
Hoy en día, los Estados Unidos son en parte responsables de la pobreza, desempleo y emigración que sufre México. Consideremos lo siguiente:
Cuando el TLC entró en vigor, los Estados Unidos no ofrecieron ningún tipo de compensación o fondos para la transición de los sectores, a pesar del palpable abismo entre una y otra economía. En los últimos años, el gobierno de los Estados Unidos ha concedido a México tan sólo un promedio de $40 millones de dólares anuales en ayuda, mientras que las empresas estadounidenses han cosechado ganancias récord, en parte gracias a las operaciones que sostienen en México y a la mano de obra ilegal mexicana en los Estados Unidos. Prácticamente no existen mecanismos para garantizar que las empresas estadounidenses paguen salarios dignos y proporcionen condiciones laborales justas, y el TLC prohíbe requisitos de desempeño que garanticen la existencia de mayores y más estrechos vínculos entre las operaciones sostenidas por empresas extranjeras y la economía mexicana. La concentración del poder y la riqueza han hecho de México uno de los países más desiguales del mundo. El TLC no está beneficiando a los mexicanos, ni como modelo de desarrollo, y menos como modelo económico sustentable a corto plazo.
El haber firmado un tratado que ignoró por completo las necesidades de los sectores más vulnerables de la economía mexicana, y después lavarnos las manos de las consecuencias de ello, no sólo es injusto, sino que también conlleva consecuencias serias para los Estados Unidos; la incontrolable inmigración es una de ella. Aunque la migración es un componente integral del proceso de globalización, viola los derechos humanos cuando le quita a la gente la alternativa de vivir dignamente en su país de origen y el país que la recibe la convierte en criminal.
Cómo reducir la inequidad El TLC prometió un proceso de convergencia entre México y Estados Unidos, pero esto nunca sucedió. La clave para entender porqué no lo hizo, es la inequidad. El tratado concedió enormes ventajas al socio más poderoso, e insuperables desventajas a los sectores más débiles de la economía.
Esto es un hecho no sólo respecto de los problemas que tiene México para competir con los Estados Unidos, sino también en referencia a las tendencias económicas de ambos países. La manera en que el tratado comercial arregló el juego, provocó que las pequeñas empresas se convirtieran en presas fáciles de las compañías más grandes, en particular de las empresas trasnacionales, además de que provocó que los empleados perdieran influencia en favor de quienes los emplean; el poder adquisitivo se redujo a medida que los monopolios crecían. Las mujeres ya conforman el 65% de la población mexicana pobre, a medida que se unen a las filas del comercio informal o permanecen en poblaciones moribundas para sostener a sus familias con remesas que pueden o no llegarles.
Para darle solución a estos problemas, es debido enfocarse ya no en el comercio libre, sino en eliminar las desigualdades; y ello ya no compete tan sólo a México. La naturaleza misma de su relación con Estados Unidos exacerbó las desigualdades entre ellos, lo que implica una responsabilidad compartida. Más aún, la inequidad en los Estados Unidos también está creciendo, y la ofensiva contra los inmigrantes es tan sólo una muestra de ello.
Mucho del debate sostenido en los Estados Unidos respecto de la inmigración, demuestra la violenta actitud que actualmente impera contra los mexicanos, y ello intensifica la hostilidad y el conflicto. Pero tanto los problemas comunes como las responsabilidades compartidas requieren un esfuerzo conjunto y un análisis panorámico e integral, y no un enfoque que enemiste a ambas partes, sino uno que las vea como vecinos en una región altamente compleja e integrada de personas con los mismos derechos y aspiraciones.
Laura Carlsen es directora del Programa de las Américas en la Ciudad de México. Traducido por Aline Sánchez Espino.