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Favelas, un modelo para armar

Fuentes: IPS

Cuando la policía brasileña descubrió la inmensa maqueta que recreaba cada rincón de la «favela Pereirao», quiso destruirla porque creyó que era un plan de invasión del narcotráfico. Diez años después, la supuesta obra letal es considerada un ejemplo vivo del arte contemporáneo.

La maqueta creada por un grupo de niños, niñas y adolescentes, que ya atravesó fronteras y famosos festivales en el mundo, está ubicada en la parte más alta del «morro» (cerro, en idioma portugués) de esta favela (asentamiento irregular hacinado), del barrio de Laranjeiras de Río de Janeiro.

Ocupa un espacio de 300 metros cuadrados y, como la comunidad que le sirvió de modelo, está diseñada de forma vertical aprovechando cada espacio de la ladera escarpada.

Construida con pedazos de ladrillos partidos al medio y coloreados, la maqueta comenzó hace 10 años como un juego de los niños de la comunidad, que ante la falta de opciones de entretenimiento y dinero para tener ese privilegio se reunían cada tarde para agregar un pedacito nuevo a la pequeña favela.

Nelcirán Souza de Oliveira, que hoy tiene 24 años, en ese entonces vivía en una casa precaria hecha con materiales menos dignos que los de su maqueta: chapa, cartón y pedazos de cascotes.

Con colores vivos, muñequitos, autitos y todo tipo de material de descarte, como pequeñas piezas del juego «Lego» (piezas de encastre), la maqueta recrea personas, animales domésticos, viviendas, vehículos, bares y almacenes.

Pero también refleja la situación que afrontan en el estado de Río de Janeiro los más de 1.800 asentamientos, 750 de ellos en la capital estadual, donde viven 1,8 millones de personas, que equivalen a un tercio de la población del estado, según la Federación de Asociaciones de Favelas del distrito.

En la maqueta hay gente trabajadora y niños. Pero también policías, narcotraficantes de diversas facciones, helicópteros y patrullas de las fuerzas especiales de seguridad, además de armas de grueso calibre.

En entrevista con IPS, el hoy adolescente integrante de la organización no gubernamental «Morrinho», que dio el nombre a la maqueta, recuerda que eran tiempos difíciles en la favela que ahora, según asegura, está «pacificada», después de una «ocupación» policial hace cinco años.

«Nuestra comunidad era muy violenta y con mi hermano de ocho años comenzamos a construir la maqueta para pasar el tiempo. El narcotráfico era muy fuerte y, para no ir para ese lado, era mejor ocuparnos de otras cosas», relata Nercirlán.

A los dos hermanos se les unieron otros amigos que querían escapar del mismo destino. Después de la escuela, pasaban la tarde agregando ladrillos, limpiando el terreno, reconstituyéndolo después de una lluvia, jugando.

Como los niños de otras clases sociales y de otros rincones del mundo, los de Pereirao también jugaban a los soldaditos y a la guerra. Pero la suya era una batalla muy particular.

«En esa época representábamos a la policía y a los narcotraficantes. Cuando la situación mejoró, comenzamos a ver que la favela no tenía sólo cosas malas y comenzamos a representar también bailes con equipos de música, animales, motos», subraya Nercirlán.

Un juego que no fue así interpretado por la policía, que en una de sus incursiones al morro quiso destruir la maqueta por suponer que se trataba de un mapa del narcotráfico.

La maqueta era tan real que «ellos creían que estábamos haciendo un mapa de las favelas de Río Cumprido y Catumbí (cercanas a Pereirao) y que eso era para que los traficantes de aquí invadieran las otras», cuenta Nercirlán.

Fue difícil convencer a las autoridades de lo contrario. Pero los «garotos» (niños) decidieron defender su juego y enfrentar «de pecho abierto a la policía», negándose a destruir su obra como se les había ordenado.

Finalmente un coronel, jefe del Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar (BOPE), entendió que se trataba de un inofensivo juego infantil y, lejos de ordenar la destrucción, le sacó fotos a la construcción y la puso de ejemplo en otras comunidades.

«El jefe de BOPE dijo que nosotros estábamos jugando, creando una verdadera obra de arte, cuando podríamos estar con fusil en la mano dando tiros y nuestras madres llorando», recordó Nercirlán .

Fue así que el jefe policial dijo a sus subordinados que dejaran de «perturbar la vida de esos garotos y que se fueran a buscar bandidos de verdad», añadió.

Pero pasó un buen tiempo hasta que la obra tuvo también el reconocimiento artístico que merecía.

Fue por 2001, cuando el cineasta y publicitario Fabio Gaviao, se enteró de la existencia de la maqueta, a través de un amigo que hacía trabajos comunitarios en Pereirao, y decidió subir para comprobar con sus propios ojos la obra fantástica.

Gaviao quedó verdaderamente impresionado con la maqueta, tanto desde el punto de vista plástico, según recuerda, como de su significado social, contó el propio publicista a IPS.

«Me sorprendió más cuando al comenzar a entrevistar a los garotos (para hacer un documental hoy en proceso de edición con la colaboración de los niños) me explicaron que se trataba de una relectura de la realidad. Que aquí en la maqueta no existían superhéroes y que los muñecos morían. Era casi como un RPG (roll playing game) lo que ellos crearon aquí dentro», apuntó Gaviao.

A partir de ahí, fue rápido el camino hasta festivales internacionales como el de Venecia, donde los jóvenes expusieron una réplica de la maqueta este año, y de exhibiciones en otras ciudades europeas, Barcelona y París entre ellas.

Gaviao y su socio Julio Souto, también cineasta, decidieron llevar a la favela clases de cámara y edición. Después, Morrinho dio lugar a otros proyectos como una excursión para turistas para conocer la maqueta, venta de ropa y otros productos con la marca y exhibiciones por todo el mundo.

Y llevaron al lugar a críticos de arte. Sergio Paulo Duarte fue uno de ellos, quien definió la obra como un «arte in situ específico», es decir representado en el mismo lugar que le dio origen.

Duarte, según Gaviao, mencionó irónicamente otras obras similares de artistas cariocas reconocidos que, por ejemplo en sus casas de fin de semana, «colgaban tapitas de Coca-Cola en un jacarandá».

«En cambio, esto aquí es de una autenticidad enorme, porque es la relectura del sitio que ellos habitan y la materia es el ladrillo, un ladrillo que se convirtió en casa de muñecas», dijo Gaviao que comentó el crítico de arte

Mientras realizamos las entrevistas en la favela Pereirao, otros niños, de la generación que sucedió a sus creadores, llegan al lugar para jugar en la maqueta.

Junior Dias, de 13 años, recrea una travesía de motos entre los vericuetos escarpados de la favela. Hace ruidos con la boca para simular el ruido de sus motores.

Al adolescente lo que más le gusta es jugar a que compra y vende casas en un barrio de clase media cerca de su favela. Pero también, cuando cree que nadie lo escucha, recrea en un barcito una pelea entre una mujer que reclama a su marido que está borracho y que no trae dinero a casa.

Sin embargo, lo que más atrae a Junior es representar los bailes «funk» de la favela, con luces coloridas y mucha música que tararea. Los muñequitos hechos con pedacitos de Lego, con un rabito de caballo, son mujeres y, si son hombres, bailan frenéticamente guiados como marionetas por las manos de Junior.

Dice que el morrinho, cuyas réplicas están construyendo otros niños en el Pereirao, es una manera de demostrar su realidad para todo el mundo.

«La favela no es sólo tiroteo y muertos. También tiene sus lados buenos», afirma a IPS, mencionando entre otras cualidades de su comunidad la «unión de sus moradores».

Al lado de Junior, otros que fueron niños en el pasado también juegan en el morrinho.

Entre ellos uno de los precursores de la maqueta, Paulo Vitor da Silva, que actualmente tiene 21 años y es un camarógrafo de la organización Morrinho.

Da Silva dice no saber hasta la fecha si lo que construyeron era una «obra de arte». «Hasta hoy, cuando me preguntan, yo no sé que decir. Para mí no es arte, continúa siendo un juego de la infancia y creo que sigue siéndolo para todos», comenta.

El plan de Gaviao y de su socio, que todavía no se concretó por falta de patrocinadores, es darle a Morrinho, su lado «social» (cursos de idiomas, de oficios, servicios comunitarios), entre otros, además de las clases de edición y cámara que ya se brindan.

Pero, para Nercirlán, la maqueta ya cumplió una misión tanto o más importante: crear un puente entre la favela y el «asfalto» (la parte rica y de clase media de la ciudad), combatir el prejuicio social y devolverles su dignidad.

«Para mi sirvió para demostrar que la favela no es todo lo que el mundo piensa allí afuera, que es prostitución, violencia, droga y marginalidad», reflexiona el hoy joven que a partir del proyecto turístico de Morrinho, decidió estudiar turismo en la universidad.

«Tanto afuera de Brasil como en nuestro propio país se habla de la violencia y de la pobreza. Ahora nosotros mostramos que la favela también tiene adentro arte y cultura, que quiere cambiar y que lo único que pedimos es una oportunidad», puntualiza.