En vísperas del referéndum, Baduel publicó un artículo en New York Times, condenando sin paliativos al proceso bolivariano, y abjurando del socialismo a partir de la opinión de «nuestros obispos Católicos». Afirma que Chávez adelanta una agenda «neopopulista» fracasada, que representa una mentira para los pobres, y que ha provocado la «decadencia institucional» Invita a la intervención externa, al señalar que el gobierno práctica el tipo de neopopulismo «que llegará a su limite sólo cuando el país reciba lo que los economistas llaman un shock externo»
Raul Isaías Baduel, el vaciado «héroe de abril», anunció a comienzos de noviembre su «sincera» oposición a la reforma constitucional. Decía el general retirado que Jehová Elohim le impulsaba a decirle la verdad al pueblo venezolano – apenas 18 días después de que defendiera la propuesta ante las cámaras de VTV, canal estatal.
El pasado 1 de diciembre, en vísperas de la consulta, la tribuna imperialista New York Times le otorgó un espacio para publicar sus «nuevas teorías». En su artículo, titulado «Porqué me separé de Chávez», explica porqué le parece necesario votar no contra la reforma. No obstante, el objetivo evidente del texto es limpiarse de culpas por haber acompañado a Chávez, para llamar la atención de Washington como un buen alumno y un posible «recambio».
En el momento de su defección pública, cundió la incredulidad y la sorpresa en muchos sectores afines al proceso revolucionario. Además de haber sido un actor fundamental en la recuperación del hilo constitucional, Baduel se presentó durante años ante redes populares como un valedor de las causas populares y un ferviente «nacionalista». Para ello, esgrimió un discurso revolucionario que cautivó a militantes de vieja data, llegando a proponer la creación de milicias populares, y subrayando su absoluta adhesión al proyecto de emancipación continental que tiene de epicentro Venezuela.
Durante su ya deslucido paso por las filas de la revolución, se presentó como un teorizador de la guerra de IV generación. Insistió siempre sobre «las amenazas, riesgos o peligros externos o internos» que pesaban sobre el país, y alertó sobre los riesgos del «supuesto derecho de intervención de algunos Estados en los asuntos de otros». Asimismo, recordó que el Ejército venezolano sólo ha traspasado las fronteras para sembrar la libertad, «en lugar de destrucción, opresión, muerte y tiranía» – en clara alusión al imperio norteamericano.
Ahora, además de abjurar del proceso bolivariano a nivel nacional, Baduel se presenta ante una de las principales tribunas del imperio, como voluntario para aplicar en Venezuela la más pura agenda neoliberal y antipopular. En el texto, se retrata como un decente militar retirado, conservador y piadoso, que sirvió para Chávez como militar. Su cercanía con el presidente, asegura, le legitima moralmente para condenar la reforma.
Explica que cumplió con él como servidor en función del juramento del MBR 200, el cual es presentado como «un ojo crítico… para formular propuestas para mejorar» el sistema político de la IV República; es decir, convierte un embrión de movimiento revolucionario en una suerte de complaciente ONG. Asimismo, esconde completamente su reciente discurso antiimperialista, su participación en el golpe de abril, y en definitiva, cualquier afinidad con el proyecto bolivariano.
Al rechazar la reforma, condena taxativamente al socialismo, basándose en la opinión de «nuestros obispos Católicos», por ser contrario a la naturaleza humana y a la «visión cristiana» de la sociedad, así como – asegura – al pensamiento de Bolívar. Seguidamente, emite un juicio lapidario sobre la gestión de gobierno de Chávez, cuya gestión sería causa de la «decadencia institucional que estamos presenciando».
Afirma que Chávez prometió darle participación a los pobres para eliminar la pobreza y construir un modelo de igualdad, pero que «ocurrió exactamente todo lo contrario». Considera que la «amplia serie de problemas» que enfrenta el país «no han sido abordados en los 8 años que Chávez ha estado en la presidencia», e insinúa que se trata de un gobierno nefasto, al asegurar que ello se produce «a pesar que la Constitución actual ofrece amplia cancha para que cualquier gobierno decente y honesto lo haga».
Endosa directamente al gobierno la responsabilidad por una supuesta «escasez de productos básicos», y afirma que la atención de salud y educación es un «fracaso». Por otra parte, asegura que el país va rumbo a una inevitable crisis económica, y condena la integración continental, al vaticinar que cuando se produzca la anunciada crisis, «se acabará el populismo que practica el gobierno, y que ha intentado exportar a países vecinos».
Al afirmar que Chávez practica el mismo «tipo de neopopulismo» que sus antecesores, señala que «llegará a su limite sólo cuando el país reciba lo que los economistas llaman un shock externo». Se trata de una velada amenaza, que parece hacerse eco de las teorías del padre del neoliberalismo imperialista, Milton Friedman, recientemente expuestas por la pensadora Naomi Klein, en su teoría sobre la «doctrina del shock» o «capitalismo del desastre». En concreto, el economista reaganiano propuso la intervención del capitalismo global, la desestabilización o la intervención armada directa para provocar crisis nacionales en los países en desarrollo, como medio para colocar sus economías a los pies del imperio.
Complementariamente, Baduel presenta un diagnóstico de señales «de lo que acecha en el horizonte», replicando las preocupaciones de la agenda neoliberal clásica: gasto publico «exorbitante», «extrema vulnerabilidad de las inversiones extranjeras», «altos impuestos a la importación de bienes», creciente consumo nacional y bajísimo precio doméstico del combustible. Todos parte del recetario con el que el FMI y el Banco Mundial diagnosticaron a la Venezuela de CAP y Caldera, para aplicar la agenda del hambre en los 80 y 90.
Y finalmente, para rematar la cartilla, el militar «nacionalista» se presenta como alternativa ante el imperio, al afirmar que luego de votar no, el pueblo venezolano deberá «prepararse para construir una cultura política que finalmente permita a nuestra amada nación caminar hacia el verdadero progreso económico y social».
En definitiva, el hombre que se presentó como garante de la revolución bolivariana, le viene a sugerir al imperio que podría ser su nuevo Carmona Estanga, o acaso, por su pasado militar, una suerte de Pinochet. Todo un veloz periplo, para alguien que hasta hace poco levantó pasiones en un pueblo en movimiento, que quiso creer en su honestidad y compromiso. No obstante, ni el pueblo venezolano ni Jehová Elohim pueden creer ya en sus palabras. Su nuevo juramento es ante las tablas del imperio, y eso es un credo que no casa bien con las aspiraciones de emancipación enunciadas en cada barrio y conuco del país.
El general en la «blogosfera»
Luego de su reconversión, Baduel abrió un blog que es de obligatoria visita para todo revolucionario. En él, encontrarán materiales selectos, tales como: la editorial que le dedicó El Nacional, el mismo diario que el 11 de abril convocó a la «batalla final en Miraflores»; y textos de Luís Vicente León, de Datanálisis, que aseguró que la oposición ganaba de calle el referendo revocatorio; de Alberto Francheschi, uno de los principales instigadores del paro petrolero; de Enrique Prieto Silva, general retirado y abogado de militares de la Plaza Altamira; y del «exguerrillero» Teodoro Petkof, permanente impulsor de la agenda opositora al proceso bolivariano.
Dirección: http://raulbaduel.blogspot.com/
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Traducción íntegra
Porqué me separé de Chávez
New York Times
RAÚL ISAÍAS BADUEL
1 de diciembre, 2007
Caracas, Venezuela
El 17 de diciembre de 1982, tres de mis compañeros oficiales en las fuerza armadas venezolanas y yo juramos lealtad al Ejército Revolucionario Bolivariano 2000. Consideramos que estábamos ante el nacimiento de un movimiento que colocaría un ojo crítico sobre el atribulado sistema social y político de Venezuela – y que formularía propuestas para mejorarlo. Uno de los oficiales que estaban conmigo era Hugo Chávez, el actual presidente de Venezuela, a quien he conocido desde que entré a la academia militar hace 35 años.
Hugo Chávez y yo trabajamos juntos por muchos años. Le apoyé a las duras y las maduras, sirviendo como su ministro de defensa. Pero ahora, habiéndome retirado recientemente, me encuentro en la obligación moral y ética como ciudadano a expresar mi oposición a los cambios a la Constitución que el Presidente Chávez y la Asamblea Nacional han presentado para su aprobación por los votantes mañana.
La propuesta, que aboliría los límites a los periodos presidenciales y expandiría los poderes presidenciales, es ni más ni menos que un ensayo de establecer un estado socialista.
Como lo dejaron ya claro nuestros obispos Católicos, un estado socialista es contrario al pensamiento de Simón Bolívar, el héroe de la liberación de Sur América, y es también contrario a la naturaleza humana y a la visión cristiana de la sociedad, porque le da control absoluto al estado sobre la gente que gobierna.
Venezuela enfrenta una amplia serie de problemas que no han sido abordados en los 8 años que el Sr. Chávez ha estado en la presidencia , a pesar que la Constitución actual ofrece amplia cancha para que cualquier gobierno decente y honesto lo haga. La inflación, las amenazas a la seguridad personal, la escasez de productos básicos, la escasez de vivienda, y una atención fracasada de salud y educación son problemas que no se resolverán con la aprobación de la así llamada reforma.
¿Cómo es posible que nosotros, el pueblo de Venezuela, haya llegado a tan bizarro cruce de caminos, como para preguntarnos si es democrático la reelección indefinida, la declaratoria de una nación socialista o la frustración de la participación ciudadana?
La respuesta es que todos los venezolanos, de todos los sectores sociales, son responsables por la decadencia institucional que estamos presenciando. La elite nunca entendió – y todavía no logra entender – la necesidad de incluir, en todos los sentidos, a los millones que se han mantenido en los márgenes del proceso de toma de decisiones debido a su pobreza. Al mismo tiempo, el Presidente Chávez llevó a los pobres a creer que estaban siendo finalmente incluidos en un modelo de gobierno que reduciría la pobreza y la desigualdad. En realidad, lo cierto es exactamente lo contrario.
En años recientes, los partidos políticos tradicionales se han relacionado con el pueblo venezolano como si fueran clientes que pueden comprarse.
Durante los años del boom económico, impulsado por un sostenido crecimiento de los precios de petróleo, los partidos dispensaron favores, subsidios y diezmos. Al final, enseñaban a la gente sobre derechos más que sobre obligaciones, luego estableciendo el mito de que Venezuela es un país rico, y que el único deber del bueno gobierno es distribuir su riqueza equilibradamente.
El Presidente Chávez ha venido comprando voluntades en contra de esta idea, continuando con la práctica del tipo de neopopulismo que llegará a su limite sólo cuando el país reciba lo que los economistas llaman un «shock externo»
Gasto publico exorbitante, la recurrencia de déficits gubernamentales, incluso en tiempos de elevados precios de petróleo a niveles récord, la extrema vulnerabilidad de las inversiones extranjeras, impuestos exageradamente altos a la importación, y nuestro creciente consumo doméstico de petróleo a precios de risa son todas señales de lo que acecha en el horizonte. Ahora parece que incluso con un apreciable salto de los precios globales del petróleo, nuestra economía puede perfectamente llegar a una gran crisis económica. Cuando esto suceda, se acabará el populismo que practica el gobierno, y que ha intentado exportar a países vecinos.
Venezuela prosperará sólo cuando todos sus ciudadanos tengan de verdad participación en la sociedad. Consolidar el poder de la presidencia a través de insidiosas reformas constitucionales no será lo que lo produzca. Por ello, el pueblo venezolano debería votar no mañana, y prepararse para construir una cultura política que permita finalmente conducir a nuestra amada nación hacia el verdadero progreso económico y social.
Raúl Isaías Baduel fue comandante en jefe de la Fuerza Armada Nacional venezolana desde el 2004 hasta julio. El artículo fue traducido por Kristina Cordero del castellano.
Fuente:
Op-Ed Contributor
Why I Parted Ways With Chávez
By RAÚL ISAÍAS BADUEL
December 1, 2007
Caracas, Venezuela
http://www.nytimes.com/2007/12/01/opinion/01baduel.html?ref=opinion