La economía exportadora alemana obtiene ganancias deslumbrantes, y su boom sostenido ha de agradecerlo sobre todo al tan celebrado auge. Con la dinámica de crecimiento de la economía mundial, que parte esta vez de los países en el umbral del desarrollo, las famosas «reformas» de Schröder no tienen nada que ver. En los mercados mundiales […]
La economía exportadora alemana obtiene ganancias deslumbrantes, y su boom sostenido ha de agradecerlo sobre todo al tan celebrado auge. Con la dinámica de crecimiento de la economía mundial, que parte esta vez de los países en el umbral del desarrollo, las famosas «reformas» de Schröder no tienen nada que ver. En los mercados mundiales en los que la economía exportadora alemana lleva la batuta no puede hablarse de competencia por precios o por salarios bajos. Y sin embargo, son objeto de suprema lamentación. El final de las «reformas», un salario mínimo amenazante, negociaciones colectivas demasiado al alza, cosas todas ellas que, a la vista del euro caro, no podríamos permitirnos. El euro disparado ofrece una buena oportunidad para reiterar la amenaza de transferir producción al extranjero, al espacio-dólar. VW y Airbus ya han hecho públicos planes al respecto. Dado que, supuestamente, el euro fuerte pone en peligro «nuestras» exportaciones, se conmina oportunamente a la opinión pública a favorecer nuevas rondas de ahorro en beneficio de la capacidad competitiva de las empresas alemanas.
¿Los turistas alemanes, de orgía consumista prenavideña en Nueva York, mientras los campeones de la exportación alemana son expulsados de los mercados mundiales por causa del euro fuerte? Tenemos, ciertamente, presencia en todos los mercados importantes, pero los que de lejos son más importantes para nosotros quedan muy cerca, y desde luego no están en el espacio-dólar. Más del 60% de las exportaciones alemanas siguen yendo a los países de la UE: Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Austria, todos Estados de la eurozona. Más de una décima parte de nuestro comercio exterior se ha desplazado entretanto hacia el extremo oriente asiático, sobre todo China y Japón. Los chinos acaban de desvincular su moneda del dólar, mientras que el yen japonés se ha revalorizado frente al dólar, aunque no tanto como el euro. Sólo una décima parte de las exportaciones alemanas va al espacio del dólar, un modesto 8% a EEUU. Otro 8% va a la Gran Bretaña, pero la libra esterlina británica se ha apreciado todavía más que el euro en relación con el dólar. Algunos mercados mundiales, como el petrolífero y el aeronáutico, son mercados que funcionan, en efecto, en dólares, pero la preponderancia de la moneda estadounidense está ahí visiblemente socavada. Un euro fuerte tiene, es verdad, consecuencias para la actual coyuntura exportadora, pero dentro de unos límites. De vuelco, no cabe hablar.
Además, la economía alemana se beneficia manifiestamente en sus importaciones de los apuros y trajines del dólar, señaladamente en el caso del petróleo y del gas, que todavía se comercian mayoritariamente en dólares. Somos, tras los EEUU, la segunda nación importadora del mundo; importamos productos agrícolas, materias primas y productos semimanufacturados en cantidades ingentes; por eso, del euro fuerte se beneficia el conjunto de la economía alemana, y no sólo los proverbiales turistas alemanes en Nueva York. Pues el euro se ha revalorizado no sólo frente al dólar, sino también frente a las monedas de otras naciones comercialmente importantes.
Los verdaderos riesgos para la economía alemana radican en otra parte: en las consecuencias, todavía impredecibles, y por mucho, de la crisis financiera internacional, que sigue ensanchando su circulo. Pronto pondrá fin, en EEUU y en muchos otros países de la OCDE, al boom del consumo de fiado, y está muy lejos de haber sido superada. Puesto que los mercados financieros son mercados de dólares, los bancos y los fondos de inversión de la eurozona bien pueden felicitarse. Feliz quien no tienen reservas gigantescas de dólares y, en cambio, tiene grandes deudas contraídas en dólares. Si no estuviera aquí otra vez el Banco Central Europeo con su política de intereses altos. Trabaja para que la crisis financiera siga con nosotros mucho tiempo.
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, estudió economía y ciencia política en Berlín y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y economía) y de la nueva edición crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (Marx-Engels Gesamtausgabe, nueva MEGA). Investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos libros sobre economía política internacional.