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Los retos de la vía democrática al socialismo

Fuentes: Rebelión

La inesperada derrota electoral de la reforma de la Constitución venezolana abre un nuevo escenario en la revolución bolivariana que tendrá consecuencias no solo internas, sino también posiblemente en los otros dos procesos que tienen lugar en Bolivia y Ecuador. No es ninguna derrota estratégica, pero seguramente agudizará las diferencias en el campo chavista sobre […]

La inesperada derrota electoral de la reforma de la Constitución venezolana abre un nuevo escenario en la revolución bolivariana que tendrá consecuencias no solo internas, sino también posiblemente en los otros dos procesos que tienen lugar en Bolivia y Ecuador. No es ninguna derrota estratégica, pero seguramente agudizará las diferencias en el campo chavista sobre el camino a seguir y volverá a sacar a la superficie la vieja polémica sobre la validez o no de la vía democrática para alcanzar el socialismo. Seguramente otos muchos aspectos serán discutidos, pero los siguientes artículos se van a centrar en dicho tema porque estoy convencido de que éste es el núcleo del asunto.

Un tema clave en la explicación de la derrota del referéndum constitucional es la lectura que se haga de la alta abstención que se ha dado en este caso. Un año antes, en las elecciones presidenciales Chávez alcanzó 7.309.080 millones de votos frente a los 4,3 millones del candidato opositor Rosales, con una abstención entonces del 25,3%. En este referéndum la oposición superó ligeramente sus resultados en votos, 4.522.332, que representan el 50,7% de los emitidos, pero los partidarios del sí solo alcanzaron 4.335.136 – perdiendo, por tanto, cerca de 3 millones de votos respecto a sus resultados de hace un año – que representan el 49,29%. La abstención esta vez escaló hasta el 44,9%. Una lectura rápida indica que no es que la oposición creciera de manera importante – teniendo en cuenta algunas deserciones muy sonadas del campo chavista como el ex general Baduel – sino que una parte importante de los seguidores chavistas decidieron no apoyar la reforma absteniéndose. ¿Qué sectores sociales han decidido esta vez no seguir el proyecto chavista? Pero, sin duda, la pregunta más difícil de contestar es ¿por qué?, y es difícil la respuesta porque la amplitud de reformas contenidas puede que fragmente ampliamente las razones de la abstención.

Un análisis serio deberá basarse en el estudio de los colegios electorales y su comparación con las consultas anteriores, con ello se puede obtener una respuesta sobre el primer interrogante e intentar deducir, a partir de ello, una aproximación al segundo. Pero, entretanto, la derrota está sirviendo ya para que salgan a la superficie el malestar y las contradicciones dentro del campo chavista. Una reacción, por otra parte, común a este tipo de situaciones. Las victorias siempre encubren los problemas internos, las derrotas les hacen aflorar y, a menudo, dan lugar a la decantación de las fuerzas y proyectos enfrentados, imponiéndose una de las líneas políticas en disputa. Pero no siempre es así, y para ello voy a utilizar lo que será mi modelo de comparación en este análisis, la experiencia chilena. En este ejemplo, las discusiones sobre las dificultades que encontraba el proceso dieron lugar a dos grandes conclaves para definir la línea a seguir, sin embargo, ni la minoría del polo rupturista en el seno de la UP, ni por supuesto el MIR, aceptaron, en la práctica, las decisiones adoptadas y el proceso llegó hasta su final sangriento en medio de diferencias internas insalvables en la UP.

¿Ha creado la derrota en el referéndum un impasse bloqueante insalvable? Seguramente no, pero la modalidad que se elija para superar la situación va a definir el camino que seguirá la revolución. En principio, y según se desprende de los análisis críticos iniciales, hay dos bloques de respuestas a la derrota que están predeterminadas de antemano sin esperar a análisis más serios como a los que aludiamos más arriba. En síntesis la primera viene a señalar que los cambios están siendo más rápidos de lo que puede asumir todo el campo chavista, no solo los sectores más avanzados; que es necesario, además, debilitar al campo de la contrarrevolución, que aunque minoritario no es irrelevante ni mucho menos; que posiblemente sean necesarios algunos compromisos; y que no está claramente definido en que consiste el socialismo al que se quiere llegar. La segunda, por el contrario, se sitúa en las antípodas de la anterior, culpa de la derrota justamente a la falta de decisiones claras en el avance al socialismo; del escaso avance social producido en nueve años de revolución bolivariana en tanto se mantienen las estructuras capitalistas intactas; del enquistamiento en las instituciones de una burocracia que no tiene interés en el avance de la revolución y que es necesario remover urgentemente; y propone como solución acelerar el proceso con medidas que le hagan irreversible. Utilizo conscientemente el término bloque porque en cada una de ellos hay matices, incluso importantes, pero creo que es útil la simplificación porque define dos métodos diferentes de continuar la revolución bolivariana (no se toman en cuenta los sectores que realmente no están por su continuación y algunos de los cuales ya se fueron desprendiendo del campo chavista en diferentes coyunturas).

Claudio Katz1 publicó poco antes de la celebración del referéndum un clarificador y sintético ejercicio de comparación histórica para buscar algunas claves de interpretación de la situación actual de los procesos sociales y políticos por los que atraviesan Venezuela, Bolivia y Ecuador, especialmente la primera porque es el proceso de cambio más antiguo, el más avanzado y el que lleva la iniciativa de los tres. Entiendo que su análisis no se ve alterado por el resultado del día 2 de diciembre.

Los tres ejemplos históricos en América Latina que le sirven para el núcleo principal de su comparación son la revolución mexicana, la sandinista y el gobierno de la UP de Chile. El interrogante principal que plantea es si los procesos actuales terminaran frustrándose en el objetivo de alcanzar el socialismo como los tres ejemplos históricos mencionados, o, si por el contrario, los tres, o alguno de ellos conseguirá superar los graves obstáculos, como fue el caso del cuarto ejemplo histórico, la revolución cubana.

Todas las comparaciones históricas tienen sus riesgos porque no hay procesos iguales, pero también es cierto que es necesario hacer este ejercicio para extraer lecciones, alumbrar soluciones concretas ya ensayadas con éxito o a evitar por su fracaso, etc.

Este documento no pretende ser tan abarcativo como el de Claudio Katz. Mi interés, ya lo he expresado en otros trabajos donde he comparado la actual experiencia venezolana con la de la UP de Chile2, es insistir en un tema que fue común a ambas y cuya respuesta no estoy muy seguro que esté contenida en el desenlace de la experiencia sandinista cuando perdió las elecciones.

El problema que el sangriento golpe militar de Pinochet dejó sin resolver en Chile fue el de la posibilidad de avanzar hacia el socialismo sin una ruptura violenta de la institucionalidad burguesa, sino mediante su transformación. Los que rechazan la estrategia principal que siguió la experiencia chilena por supuesto que tienen la respuesta de manual desde antes de su inicio, el golpe militar es la respuesta al problema, y además probada en la práctica. O en los casos menos dramáticos el final puede ser como en México o Nicaragua.

Supongo que es un razonamiento histórico tan valido como el de los que sostienen que una revolución anticapitalista en países no desarrollados, con toma insurreccional del poder y liderada por una estructura partidista de tipo leninista tiene una probabilidad muy elevada de terminar colapsando al cabo de unos años o regresando al capitalismo gradualmente, en cualquiera de los dos casos por degeneración del proyecto revolucionario original. Todas las experiencias están ahí y no se puede tomar solo aquellas que interesen.

Por supuesto queda una última posición, la de quienes alegan que desde muy temprano hicieron la crítica de la degeneración stalinista, señalaron sus causas e, incluso, llegaron a prever su colapso; a la vez que criticaron la experiencia chilena y sandinista o la actual venezolana. En teoría parece que tienen todas las razones, pero no han podido ofrecer jamás un modelo histórico exitoso que pruebe la viabilidad de sus argumentos. En este caso no se trata de la experiencia del fracaso, sino de la continua ausencia de un éxito.

Creo que si con humildad se reconocen todos estos hechos entonces se puede discutir sin anatemas apriorísticos que la experiencia venezolana actual también es insólita y que no tiene porque terminar necesariamente en ninguno de los escenarios que históricamente hemos conocido.

Cuales son, pues, los tres grande escollos que un proceso como el venezolano debe continuamente superar. El primero y más peligroso evitar ser derrotado por una solución de fuerza, sea un golpe de Estado; sea una situación insurreccional de los sectores medios; sea una intervención exterior de distintas maneras; sea, lo más probable, una combinación de todas ellas. El segundo obstáculo es evitar ser derrotado electoralmente o sufrir una merma tan importante en el control de los cuerpos de decisión electivos que finalmente se bloquee el proceso. El tercero es evitar la corrupción, la burocratización o el acomodamiento de los partidarios del proceso en puestos claves de decisión.

Al primer tipo de escollos ya se ha enfrentado la revolución bolivariana con éxito hasta el momento. En el segundo aspecto había venido manteniendo un importante y continuado apoyo a través de múltiples consultas electorales que se ha roto abruptamente en el referéndum sobre la reforma de la Constitución del 2 de diciembre de 2007. El tercero parece que es un cáncer contra el que se está luchando, aunque, por las criticas continuas que se vierten, sin demasiado éxito por el momento.

Las continuas victorias de la revolución en el primer y segundo plano la han permitido ir profundizando en el proceso, pero no por ello cesan sus enemigos de intentar derrotarla, la primera victoria en esa cadena de derrotas la acaban de conseguir en estos momentos. La pregunta es ¿cuándo y de que manera puede darse por consolidada una revolución y dejar de temer su derrota?

Supongo que la respuesta segura, pero poco reconfortante, es que un proceso revolucionario podría sentirse totalmente seguro y consolidado cuando todo o, al menos, una inmensa mayoría del planeta hubiese alcanzado el socialismo. Lo demás, lo ha enseñado la historia, siguen siendo victorias efímeras. Incluso para países aparentemente tan inexpugnables y poderosos como lo es China o lo fue la Unión Soviética. El contraejemplo, ya se sabe, es Cuba que a pesar de las enormes presiones ha que ha estado sometida ha sido capaz de resistir hasta el momento, pero no por eso está inmunizada por los peligros que han acechado a las otras revoluciones.

Hecha esta introducción pasaré a continuación a lo que pretende ser el núcleo de esta intervención, el de los cuatro grandes problemas que enfrentó la experiencia del gobierno Allende y que, con diferencias, vuelven a surgir en la actual revolución bolivariana: la actitud a mantener con las clases medias, la articulación con el poder popular, la política militar, y el último, que engloba a los tres anteriores, las diferencias en el seno de la alianza que lidera el proyecto transformador sobre la vía a seguir, e incluso sobre el contenido del propio proyecto, en el caso actual ¿qué es y como se llega a lo que se ha venido en denominar socialismo del siglo XXI?


El problema de las alianzas en la vía democrática al socialismo. La actitud ante las clases medias.

El problema de las alianzas no es privativo de la actual revolución bolivariana o de la chilena, sino absolutamente de todas las revoluciones o incluso de cualquier actuación política en una situación estable. Muchos autores se han ocupado de este tema reconociendo que los sistemas de dominación en estructuras sociales complejas se basan necesariamente en algún tipo de alianza de clases.

En otras experiencias revolucionarias, exitosas o no, las alianzas han tomado diferentes formas, acuerdos entre fuerzas políticas y sociales, frentes, o inclusión en el programa de un partido de los intereses de otras clases de aquella a la que genuinamente representa. En muchos casos dichas alianzas se fueron decantando a lo largo del proceso y los antiguos aliados coyunturales terminaron enfrentándose finalmente; por ejemplo cuando una alianza acaba con una dictadura y se abre el período de definición del nuevo régimen que la debe sustituir.

Históricamente, las revoluciones socialistas que obtuvieron un éxito más o menos largo en el tiempo tuvieron en general dos características definitorias; la primera, que tuvieron lugar en países atrasados donde la clase más numerosa era la campesina ( no vamos a decir que las excepciones de Alemania oriental y Checoslovaquia son las que confirman la regla, porque el papel jugado por el ejército rojo hace que las revoluciones en Europa oriental no fueran fruto de sus propias fuerzas, con la excepción evidentemente de Yugoslavia); la segunda, que se desarrollaron mediante procesos insurreccionales derivados de la lucha contra una dictadura o un ocupante exterior o la participación en una guerra general. Por lo tanto, el problema de las relaciones con las clases medias empezó a ser tratado con cierta profundidad por las fuerzas que tenían voluntad transformadora socialista solo en dos coyunturas históricas peculiares. La primera fue la de los partidos comunistas que actuaban en sociedades desarrolladas, en ausencia de situaciones insurreccionales y con democracias liberales asentadas que gozaban de una gran legitimidad popular, dando lugar al fenómeno que se conoció como eurocomunismo. La segunda coyuntura fue la del período del gobierno popular chileno. En el primer caso las estructuras sociales de esas sociedades eran totalmente diferente de las sociedades de los países donde tuvieron lugar las revoluciones socialistas, ahora el campesinado era marginal y las clases medias tenían un peso fundamental. En el Chile de principios de los años 70 el campesinado aún era muy importante junto a otros sectores populares, pero existía una clase media – diferente en su composición de la existente en un país desarrollado actual – que fue la base social fundamental de oposición al proyecto de la UP.

Por lo tanto, la preocupación principal de las revoluciones exitosas fue, en el terreno de las alianzas, sus relaciones con el campesinado, y en el terreno de la transición al socialismo los problemas derivados de una situación en la que el problema del poder ya había quedado resuelto con la derrota de las clases dominantes anteriores y el control del Estado. Salvo en Nicaragua, el tipo de dominación levantada por los revolucionarios victoriosos suprimía la posibilidad de sufrir derrotas electorales. Las amenazas a las que hacían frente provenían de intentos de invasión exteriores, de bloqueos, sabotajes, etc., para cuya respuesta contaban con el control del nuevo aparato del Estado.

A pesar de estas fundamentales diferencias con el proceso venezolano actual y del fracaso de la mayoría de aquellas revoluciones, todavía se encuentran sectores que siguen acudiendo a dichas experiencias en busca de ejemplos u orientaciones para cada una de las coyunturas actuales de la revolución bolivariana. Creo sinceramente que es más útil estudiar los argumentos, debates y experiencias que tuvieron lugar tanto en el campo eurocomunista como en la revolución chilena, aunque en ninguno de los dos casos se saldasen con éxitos prácticos, porque la naturaleza de los tipos de problemas que enfrenta la revolución bolivariana son más parecidos a estas experiencias que a aquellas. En este sentido es curioso que se hable de «socialismo del siglo XXI», con un carácter bastante nebuloso aún, pero con la decidida intención de desmarcarle de las experiencias fracasadas del «socialismo realmente existente», y no se hable, por ejemplo, de una «vía al socialismo del siglo XXI». Creo que no es necesario inventar más términos, la experiencia venezolana encaja en la conocida como «vía político-institucional» o «vía democrática» al socialismo».

Por supuesto, hay una tercera línea de análisis que viene comparando la revolución venezolana con otras experiencias populistas en América Latina del que nos hemos ocupado en el trabajo citado sobre la revolución chilena3. Pero no es el objetivo de estos artículos polemizar con ninguna de esas dos líneas de experiencias históricas, sino centrarme fundamentalmente en hacer dicha comparación con la experiencia chilena.

En Chile el problema que representaban las clases medias para el proceso revolucionario en marcha era doble, de un lado fueron movilizadas intensamente y con carácter insurreccional contra el gobierno Allende en dos momentos claves, el primero en octubre de 1972 y el segundo a partir de junio de 1973. Sus acciones buscaban crear el caos para hacer retroceder al gobierno o provocar la intervención de las FFAA. En este sentido la experiencia chilena y venezolana son similares; en esta última hemos visto las continuas movilizaciones que ha impulsado la oposición, el papel que jugaron en el paro de diciembre de 2001, en el desencadenamiento del golpe de Estado frustrado en abril de 2002, o su papel en la huelga petrolera iniciada en diciembre de ese mismo año. También se asemeja con el Chile de la UP la reacción del movimiento popular, que toma la iniciativa para contrarrestar los intentos subversivos de la oposición, incluso por delante del gobierno.

Voy a hacer uso de un párrafo utilizado para describir la situación en el Chile de 1970-3 que creo que es completamente pertinente para la actual situación: Si el gobierno de Chávez está determinado a poner en práctica su programa y abrir, así, el camino al socialismo, la oposición, por su parte, muestra una clara voluntad de hacer abortar la experiencia del gobierno bolivariano a cualquier precio. La secuencia presenta casi una imagen en negativo de lo que durante más de un siglo había sido la relación entre la burguesía y el proletariado. Ahora las clases populares ocupan algunos aparatos del Estado, que no todo él, y se defienden desde la legalidad de la acción insurreccional de la burguesía. Y decimos que la imagen negativa no es total porque es evidente a primera vista algunas de las importantes diferencias existentes, la burguesía además de su actividad insurreccional centrada especialmente en las clases medias, sigue controlando y utilizando importantísimos resortes contra el gobierno bolivariano como los medios de comunicación, el poder económico o el entorno internacional.

Pero en Chile, además, las clases medias representaban la base electoral principal de los partidos que bloqueaban desde el parlamento el desarrollo de las medidas que impulsaba el gobierno, sobretodo las relacionadas con el Área de Propiedad Social. En este aspecto las dos experiencias revolucionarias difieren. Mientras el gobierno de la UP controlaba la Presidencia no le ocurría lo mismo con el parlamento, esto provocó profundos debates en el seno de los partidos que conformaban la UP sobre como tratar la relación con las clases medias. En Venezuela, el bloque electoral opuesto a la revolución bolivariana había venido siendo derrotado hasta esta última consulta y, tanto por los resultados electorales como por los errores de la oposición, el gobierno de Chávez no se ha tenido que enfrentar a la situación de obstrucción legal como la que bloqueó al de Allende. Sin embargo, con el actual resultado la oposición ha obtenido por primera vez una victoria de poco más del 50%, este resultado es de por sí importante no solo, y principalmente, porque bloquee la reforma de la Constitución y las consecuencias que conlleve, sino porque, como se puede consultar en la tabla del anexo final de esta sección, confirma una tendencia electoral creciente de la oposición a partir de la aprobación de la Constitución de 1999, en tanto los resultados del campo chavista tienen una tendencia porcentual descendente, con una ruptura de estas tendencias en las elecciones presidenciales de diciembre de 2006 .

Es difícil hacer pronósticos claros para el futuro a partir de estos datos, pero no se pueden negar las tendencias, y lo más fructífero sería estudiar con más profundidad el período entre diciembre de 2006 y diciembre 2007 para saber a que se debe ese cambio brusco de tendencia y si puede ser reversible y en que condiciones. Algunas de las explicaciones adelantadas en ciertos artículos sobre la agresividad y manipulación de la campaña por la oposición o sobre males endémicos en el campo chavista ya existían en comicios anteriores donde el Presidente Chávez y sus partidarios salieron victoriosos. El debate está siendo interesante, pero quizás se esté escamoteando el núcleo del problema.

Por lo tanto, cabe la posibilidad que también se empiece a acercar en este aspecto la experiencia venezolana a la chilena. En este sentido, desde un punto de vista electoral y su proyección en el control de las instituciones del Estado, puede empezar a ser un problema para la continuación de la vía político-institucional de avance al socialismo que se ensaya en Venezuela4. Parece evidente que se necesitan sumar más apoyos al proceso transformador o, al menos, conseguir la neutralidad de sectores de la clase media, buscando evitar en última instancia la inclinación hacia el campo de la contrarrevolución del máximo numero de estos sectores.

Si se ensaya esta última opción de atraer segmentos de las clases medias, entonces la discusión se centraría en cuales son los límites de las posibles concesiones a realizar para no bloquear ni desvirtuar el proyecto socialista. Tema espinoso, porque en Venezuela se reproducirán similares posturas a las de Chile aunque con una correlación entre ellas muy diferente. Entonces los partidarios de una solución rápida y clásica – según el modelo bolchevique – al problema del poder, (MIR, parte del PS) es decir, los partidarios de pasar a la dictadura del proletariado según el modelo original soviético, los que denostaban la vía chilena al socialismo, consideraban intrascendente intentar ganar a la clase media; en tanto que el sector hegemónico de la UP (PC, allendistas del PS) buscaba alguna forma de entendimiento sin conseguirlo, debido especialmente a la posición de fuerza en la que se encontraba sobretodo la DC. En Venezuela, sin embargo, la situación era muy diferente hasta la celebración de este referéndum, las fuerzas con posiciones similares al bloque rupturista de la izquierda chilena no parecen muy importantes; y los representantes sociales y políticos de la clase media en la oposición no disponían de posiciones de fuerza en las instituciones electivas. Hasta que punto este último dato ha variado es una cuestión difícil de dilucidar en este momento, pero evidentemente ha cambiado.

La pregunta clave en relación con este tema es muy clara y definitoria: con los porcentajes de población oponiéndose a la revolución que se constatan en el anexo ¿son necesarias modificaciones en los modos y en los tiempos para proseguir la vía institucional al socialismo?, y en caso de una respuesta afirmativa ¿en que deben consistir?.

Los escenarios futuros tras el resultado del referéndum son inciertos, uno de los fundamentales, nadie lo duda, es la posibilidad o no de un nuevo mandato para Chávez, rechazado con la derrota de la actual reforma constitucional. La continuación de la vía democrática al socialismo, la única deseable y posible, tiene que saber resolver estos interrogantes clave.

A modo de conclusión de esta segunda parte me gustaría hacer un resumen apretado del análisis contenido en mi estudio sobre la revolución chilena en relación con este tema para aquellos que no hayan tenido oportunidad o tiempo de leerla, aunque recomendaría mejor la lectura de las obras de los autores y protagonistas de aquella experiencia que reflexionaron al respecto (Altamirano, Garcés, Bitar, Cancino, Marini, etc.).

Entre los que fueron totalmente escépticos sobre la posibilidad de atraer a la clase media se encuentra Altamirano5, para quien el tratamiento de las clases medias es uno de los problemas «más complejos y controvertidos» para toda experiencia revolucionaria. Su análisis de estos sectores está cargado de rasgos negativos, que les presenta como unos aliados imposibles del proletariado en sus proyectos transformadores. Piensa que la actitud de entonces de las clases medias chilenas respondía a un comportamiento general; que por encima de cualquier promesa o decisión legal que busque tranquilizarlas, las tensiones y la inestabilidad propia de un proceso de cambio van a ser las que definan su actitud. Su conducta se orienta más a garantizar la seguridad de su forma de vida, vinculada a los valores burgueses, que a obtener beneficios inmediatos. Considera que las capas medias son en todo el mundo «una parte integrante del bloque ideológico de la burguesía» y que, sin duda, quebrar ese bloque es uno «de los desafíos de mayor trascendencia que enfrenta el movimiento revolucionario contemporáneo». Y se termina preguntando dónde se ha dado alguna vez una alianza entre el proletariado y las clases medias para un proceso revolucionario emancipador, o, donde los partidos obreros han aglutinado alguna vez un bloque social que represente a más de 50% de la población6. Como es conocido, Altamirano fue uno de los dirigentes que no creyó en el segundo modelo de transición al socialismo que defendió Allende.

Una visión más optimista es la dos autores que si creyeron en la vía propuesta por Allende, Garcés7 y Bitar. Para el primero, un problema fundamental era el de aislar social, política y militarmente a las fuerzas conservadoras de manera que no pudieran utilizar el expediente de la guerra para evitar el cambio.

Esto suponía ser capaz de diferenciar entre los sectores que pueden ser aliados y los que son antagónicos. La coexistencia o alianza con los primeros significa reconocer sus intereses y ser capaz de integrarles en el proyecto de transición. El fracaso en ésta tarea lleva inevitablemente, en un proceso de creciente polarización en todos los terrenos, a que los sectores medios no socialistas terminen aliados con los sectores conservadores enemigos de la transformación socialista y, de esta manera, se produzca un crecimiento del campo contrarrevolucionario.

Bitar8, por su parte, terminó señalando el conjunto de obstáculos de tipo económico, social e ideológico que obstaculizaron la concreción de la alianza a la que el gobierno de la UP aspiraba y, que terminaría por situar en el campo de la contrarrevolución a la mayoría de los sectores medios: en unos casos parece tratarse de errores imputables a la UP y, por tanto, susceptibles de ser sorteados; en otros casos, eran obstáculos insalvables en el supuesto de mantener el rumbo revolucionario de las transformaciones. Entre los obstáculos insalvables se encontrarían la actitud de las profesiones liberales o los profesionales-funcionarios, con valores y estilos de vida basados en expectativas de progresión individual, o la de los pequeños y medianos empresarios que viven del sector obrero superexplotado y temen los planes estatales sobre la modificación del sistema de propiedad o, la participación y el control de los trabajadores en las empresas.

En realidad hay que reconocer que en relación con estos últimos obstáculos ninguno de los analistas situados entre los partidarios del mantenimiento de la alianza con los sectores medios ofreció soluciones claras.


La vía democrática al socialismo y las expresiones de poder popular


«En todo proceso revolucionario o de aguda confrontación social emergen formas de organización autónomas de los trabajadores impulsadas por el aumento brusco de la conciencia que se produce en dichas situaciones, en las que operan tanto la tensión social existente como la ruptura con los valores dominantes estables en situaciones de paz social. Chile no fue una excepción.»9, y Venezuela tampoco.

Por otro lado, hay que recordar que en el programa de la UP se recogía expresamente el objetivo de crear un poder popular que significaba sustituir el Estado burgués por otro que respondiese a los intereses del proletariado y el resto de los sectores y capas aliadas. La democratización a todos los niveles, acompañada de la movilización organizada de las masas debería desembocar en la nueva Constitución del Estado Popular. Más concretamente el programa aludía a la necesaria intervención de las organizaciones sindicales y sociales en las decisiones de los órganos de poder.

También en la revolución bolivariana ha surgido un poder popular cuyo papel a jugar en este proceso presenta parecidas ambigüedades que en el Chile de la UP, y que Cancino describía en forma de alternativa de tres posibles roles a representar: «a) Como participación ampliada y organizada de las bases populares para apoyar al gobierno y el programa; b) Como transformación del sistema de poder y de los medios de producción y su apropiación por el pueblo organizado; c) Como germen de un nuevo Estado, generado a partir de la movilización social organizada»10

La iniciativa en Chile en la creación de organismos de poder popular correspondió, de un lado, al gobierno, pero, sobretodo, fueron iniciativas surgidas en las bases en los momentos álgidos de la ofensiva contrarrevolucionaria, como la huelga gremial de octubre de 1972 o la que se inició después del tancazo en junio de 1973. En el primer sentido se pueden mencionar las normas, pactadas con la CUT, para participación de los representantes de los trabajadores en los organismos de planificación y desarrollo económico y social, las que establecían la participación obrera en la dirección de las empresas del área social y mixta, o las JAP (Juntas de Abastecimiento y Precios). En el segundo aspecto los dos organismos más importantes fueron los Cordones Industriales y los Comandos Comunales.

La izquierda mantuvo posiciones diferentes frente al fenómeno de la eclosión de diversas organizaciones de base que conformaron el poder popular. La posición de Allende y algunos sectores de la UP buscaron compatibilizar «estas nuevas organizaciones populares de base al proyecto de la vía chilena al socialismo». El PC más bien se abstuvo de impulsarlas, decantándose por fortalecer las organizaciones tradicionales del movimiento obrero.

Para Cancino11, Allende sería el único dirigente que tuvo una visión clara sobre la articulación del poder popular dentro de la vía chilena al socialismo. En principio, está su concepción pluralista acerca del poder popular, ya que los sujetos populares serían más amplios que la alianza obrera – campesina, englobando a aquellos sectores opuestos al imperialismo, la oligarquía y la burguesía monopólica. En segundo lugar, para el Presidente, el poder popular debía ser canalizado en una nueva legalidad, dentro del nuevo Estado Popular:

«El desarrollo del Poder Popular, sin romper el principio de legalidad, y articulado con la democracia representativa, junto con la mantención de las libertades y derechos democráticos, constituía para Allende el «Segundo Modelo hacia el Socialismo», equidistante de las experiencias de las dictaduras del proletariado y de la Social Democracia»12.

En las antípodas de estas posiciones estaba el MIR. La visión de esta organización sobre el poder popular se inscribía en su estrategia basada en una alianza de fuerzas sociales y un programa alternativo al de la UP; por esta razón era más coherente su apoyo a los Comandos Comunales como el espacio de articulación de la alianza que proponía entre los obreros, los campesinos y los pobres del campo y la ciudad, y cuyo programa puede deducirse del contenido del Pliego del Pueblo que levantó durante la huelga patronal. Por ello mismo, su línea de orientación del poder popular era con el objetivo de transformarle en un poder dual que abriese paso a un nuevo Estado proletario

En el medio se encontraba el PS dónde convivían posiciones diversas, con un denominador común de no concebir el poder popular como opuesto al gobierno, sino más bien de apoyo, pero con autonomía tanto de éste como de la CUT; sin embargo, diferían en qué órgano del poder popular debía ser el principal articulador y, por tanto, dársele prioridad, los Cordones Industriales o los Comandos Comunales. La posición mayoritaria del PS era que el gobierno estaba atrapado en la legalidad burguesa que actuaba como una jaula de hierro sobre el proceso revolucionario, la vía democrática con la que están comprometidos el PC y el sector gubernamental del PS imposibilitaba romper con estas trabas, pero los nuevos organismos populares no estaban comprometidos con esa legalidad, debían ser el punto de ruptura del dique que se opone a la revolución.

La cuestión en discusión, y objeto de una intensa polémica en los años 1972 y 1973 por los actores políticos, y más tarde por todos los que se interesaron por el tema, era si esa participación debía ser un refuerzo para el gobierno popular que evitase su derrota por la derecha; un apoyo crítico con la exigencia de rectificación de la línea seguida para imprimir una profundización al proceso transformador en marcha; o, el surgimiento de un doble poder que disputase la dirección del proceso a la propia UP cuya línea política no eran capaces de rectificar.

La revolución bolivariana también conoce la doble dinámica de un proyecto político que busca la participación protagónica del pueblo e impulsa medidas oficiales en este sentido, y la actividad autónoma de las masas que configuran un embrionario poder popular. En la Constitución Bolivariana se hace especial hincapié en la necesidad de la participación popular en los asuntos públicos, y esa declaración de intenciones constitucional ha buscado ser puesta en práctica por el propio Chávez y su gobierno dando lugar, por ejemplo, a la creación de Consejos Locales y Comunales donde la asamblea de sus ciudadanos es la autoridad suprema en ellos. Tras la victoria en el referéndum revocatorio del 3 de diciembre de 2006, el Presidente Chávez lanzó los denominados 5 motores para la profundización del proceso bolivariano, uno de los cuales se denominaba la explosión revolucionaria del poder comunal.

Para Stuart Piper13 aún cuando realmente se produzca una extensión muy amplia del poder comunal como la anunciada, los Consejos Comunales arrastran dos problemas, según su visión, el primero es que » no son enteramente autónomos. Fueron creados y son regulados por ley, una ley redactada y aprobada por el «viejo Estado», aun cuando fuera un Estado habitado por chavistas.» El segundo es que «no tienen capacidad de decisión soberana sobre el 100% de los presupuestos locales (…)Los Consejos no controlan los presupuestos públicos, y no está claro todavía qué relación mantendrán con las fuentes de financiación y con las estructuras administrativas, actualmente bajo el poder de los alcaldes, los gobernadores y las asambleas locales electas (es decir, sí empezarán a absorberlas y sustituirlas o, simplemente, coexistirán con ellas).»

Las dos interrogantes que se plantea este autor en relación con los Consejos Comunales son, de una parte «¿Pueden las experiencias ejemplares de cogestión obrera y control obrero, iniciadas en ALCASA y en otros lugares, ser extendidas a parcelas mucho más amplias de los sectores público y privado? Y ¿pueden estas experiencias empezar a vincularse con e involucrarse en los Consejos Comunales y otras formas de poder popular territorial en el ejercicio del control democrático sobre los centros de trabajo y el conjunto de la economía?, y de otra, «¿Pueden los nuevos Consejos Comunales convertirse en auténticos centros de poder popular y asumir una capacidad de decisión soberana sobre todos los aspectos de los presupuestos locales y regionales y de los planes de desarrollo? Y ¿pueden estos organismos vincularse entre sí a escala nacional a fin de construir un nuevo tipo de Estado que defienda los intereses populares?»

Como señalábamos antes, si el poder popular es, de un lado, impulsado desde el gobierno, también tiene una dinámica autónoma que, como en Chile, galvaniza sus fuerzas en los momentos decisivos, en los que expresa plenamente su potencia, para luego, vencido el peligro inmediato, conocer un reflujo. Si la eclosión del poder popular fue en Chile provocado por la huelga gremial de octubre de 1972, en Venezuela lo provocó el golpe de Estado de abril de 2002, «El 13 de abril de 2002 se expresa abiertamente en Venezuela una situación revolucionaria, en la cual el Chavismo es sólo uno de sus elementos constitutivos. El icono síntesis de este proceso es Hugo Chávez, pero la victoria obtenida es básicamente del movimiento popular, quien retoma, en consecuencia, la seguridad en su capacidad transformadora. Seguridad que se expresó en los días subsiguientes en la convocatoria a la Asamblea Popular Revolucionario (APR), para luego continuar autoconstruyendo redes de trabajo participativo que crecen como una hiedra en el tejido social venezolano.»14

Las experiencias de resistencia del movimiento popular se volverán a repetir con la huelga petrolera de 2002-2003 que buscaba el colapso económico del país, colaborando decisivamente en su fracaso final en febrero de 2003.

Evidentemente hay sectores que se plantean una visión del poder popular similar a la que en Chile sostenían el MIR o la izquierda del PS, visión congruente con los planteamientos que a partir de la teorización de los soviéts en la revolución rusa se prolongó en las corrientes y experiencias consejistas. E insistimos, porque para nuestro argumento las experiencias históricas son determinantes, teorización y nunca práctica real exitosa, porque dicho planteamiento nunca ha fundado una experiencia estable exitosa, sea porque fueron aplastadas (incapacidad de articular estrategias para la victoria), sea porque terminaron secuestradas por otras dinámicas centralizadoras y dictatoriales.

Los planteamientos del coordinador de la UNT Orlando Chirino15 es quizás una muestra de la existencia de ideas que se asemejan a los de la izquierda rupturista chilena cuando señala, «Lo primero que nosotros plantearíamos, es que alrededor de los Consejos Comunales, los Consejos Laborales, los Consejos Campesinos e incluso de los Consejos de delegados las Fuerzas Armadas, nazca un nuevo Parlamento del Pueblo conformado por delegados de dichos consejos, que sea efectivamente representativo de los sectores más dinámicos y comprometidos con el proceso revolucionario (…)La Asamblea Nacional, con todo lo positivo o progresivo que significó su reforma a partir de la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, fue y sigue siendo una entidad a imagen y semejanza de la IV República. (…)Las instituciones democrático burguesas que sobrevivieron a la Constituyente del 99 son una lacra que hay que superar, reemplazándolos por verdaderos organismos de poder.»

Más que extraer conclusiones de esta comparación – incluso con un carácter totalmente provisional y aproximativo, como no puede ser de otra manera para una experiencia que está viva y que es tan novedosa como la venezolana, y para un tiempo histórico tan diferente de aquel que acabó en 1989 – volveremos a dejar planteados interrogantes, lo que es una forma de continuar el debate.

Enlazando con esto último, no es posible olvidar el abismo de expectativas que separan ambas experiencias. La experiencia chilena tuvo lugar en un mundo bipolar, donde el imperialismo encontraba un freno en el denominado campo socialista. Pero no solamente existía esa relación de fuerzas sino que – y es un aspecto muy importante – la izquierda chilena emprendía el gobierno popular en una convicción profunda de que vivía un período histórico caracterizado por el avance de las fuerzas socialistas a nivel mundial. Ese ambiente permitía pensar en estrategias como las del MIR o la izquierda del PS, o en segundos modelos de transición al socialismo como los de Allende. Pero en este momento histórico sostener discursos sobre un poder popular como germen de un nuevo Estado que reemplace al Estado burgués suena como una consigna aprendida de memoria para repetirse miméticamente en cualquier tiempo y lugar.

Y si tanto se concibe los organismos nacidos y sostenidos por el poder popular con un rol tan ambicioso, como si se les proyecta más humildemente como un contrapeso o mecanismo para evitar la burocracia y la corrupción que tanto se denuncia en sectores institucionales del chavismo, en cualquier caso, su sola existencia, sin tener en cuanta otros factores en la estructura del poder, no va a garantizar dichos objetivos.

Al gobierno de Allende se le presentó por primera vez en la historia una situación insólita – como la mayoría de las revoluciones los son – con un gobierno de una izquierda transformadora, elegido democráticamente, y una eclosión de organismos populares autónomos por la base en un período de paz, aunque con brutales tensiones sociales y amenazas golpistas, que buscó, sin tiempo para madurar los tanteos, una articulación de ambos procesos.

Los soviéts rusos conocieron su experiencia en tiempos de guerra, en un régimen no democrático y en una situación insurreccional; y las colectividades en la guerra civil española, por acudir a otro ejemplo histórico, aunque se crearon bajo un gobierno democrático, el legitimo de la II República, se intentaron en medio de una sangrienta guerra civil y de un enfrentamiento fraticida en el seno de la izquierda.

El gobierno bolivariano es una situación insólita nuevamente que aporta nuevos ingredientes que no pudo utilizar el gobierno de Allende. Los mecanismos electivos desarrollados bajo la democracia liberal han sido complementados con la utilización intensiva de otros ya conocidos como el referéndum decisorio – es el ejemplo del actual para modificar la Constitución – que en las democracias liberales, cuando está aceptado constitucionalmente, se suele usar bajo condiciones muy restrictivas, o cuando el resultado es adverso se esquiva con alguna argucia legal (caso reciente del rechazo en referéndum de la Constitución europea); o con mecanismos novedosos como el referéndum revocatorio (cuya aplicación el 15/0/2004 al mandato del Presidente Chávez fue una muestra clara de que no se trataba de una simple formalidad).

La propaganda preparatoria del golpe contra Allende insistió machaconamente en que el gobierno popular iba a terminar en una dictadura como la soviética, pero el gobierno de la UP fue exquisitamente legalista, lo único que se demostró una vez más es el carácter antidemocrático de la burguesía y el imperialismo cuando la democracia liberal no sirve para mantener su dominación. El gobierno de Chávez ha demostrado como el de Allende su exquisitez democrática en tanto la reacción interna e internacional en un ejercicio de increíble hipocresía sostiene una campaña continua de acusación de dictador a Chávez cuando estos sectores reaccionarios ya mostraron su verdadera cara en el golpe frustrado del 2002.

Sobreviviendo a la derrota del gobierno popular chileno y en medio de las dificultades de la actual revolución bolivariana hay una importante victoria para los movimientos transformadores que no ha sido suficientemente resaltada, ambos procesos han contribuido de manera decisiva a que la bandera de la defensa de la democracia pasase clara y definitivamente a las manos de quien siempre la defendió genuinamente, el movimiento obrero y socialista, el movimiento popular, después que las experiencias del socialismo real permitiese a la burguesía y los sectores reaccionarios enarbolar falsamente esa bandera en defensa del capitalismo. Es un legado recuperado en el Chile del gobierno popular y cultivado ahora por la revolución bolivariana que debe cuidarse, es una batalla estratégica que no puede perderse.

Pero, finalmente, y en relación con el tema de este epígrafe quedan interrogantes por resolver: ¿Es posible engarzar los dos planos de la democracia? El basado en los mecanismos desarrollados en las democracias liberales con nuevos contenidos participativos y el nacido de las experiencias de los movimientos populares, ampliando los espacios participativos y en una perspectiva socialista. ¿Es posible evitar lo que los críticos de la vía chilena al socialismo denominaban como jaula de hierro de la legalidad burguesa?. Sinceramente no creo que sea en absoluto viable, y posiblemente tampoco conveniente, pensar en estrategias de doble poder. La revolución bolivariana ha sido hasta ahora creativa en muchos aspectos, esperemos que sus protagonistas también sepan resolver esta difícil ecuación.

Se trata de interrogantes que producen desasosiego por su incertidumbre, como los que nos hacíamos sobre el comportamiento de la clase media.


El problema militar en la vía democrática al socialismo

Las diferencias entre los dos procesos en relación con el tema militar las recogía en mi trabajo sobre la revolución chilena al que ya he hecho referencia en las anteriores secciones de este trabajo y creo que sigue siendo un análisis valido:

En Chile, las Fuerzas Armadas gozaban en el momento de la victoria de Allende de la imagen de ser respetuosas con el ordenamiento constitucional, y poco proclives a las intervenciones en política. Una imagen que, como se analiza en la obra mencionada, no respondía exactamente a la realidad. Por debajo de esa imagen se ocultaban dos realidades más determinantes de su comportamiento en una situación de conflicto interior; primero, su extracción de clase, que llevaba aparejada la hegemonía de una serie de valores vinculados a las clases altas y medias; segundo, la fuerte vinculación a las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos a través de un antiguo sistema de relaciones, mediante las cuales el imperialismo inculcaba sus doctrinas de defensa a los mandos de las Fuerzas Armadas chilenas.

A pesar de ello, el peso de la tradición constitucionalista fue efectivo durante un tiempo y permitió la supervivencia por tres años al gobierno de Allende. Dos nombres expresan está situación, Schneider y Prats. Pero el gobierno popular no contó con un apoyo significativo a su proyecto en el seno de las Fuerzas Armadas, y lo que es más grave aún, no sólo no lo promocionó, sino que ni siquiera hizo un esfuerzo serio por sostener a la corriente constitucionalista, depurando las Fuerzas Armadas de sus elementos más reaccionarios y golpistas, aprovechando para ello las distintas crisis militares vividas. El gobierno y todos los partidos de la UP destacaron por la poca atención prestada en este ámbito.

En Venezuela, por el contrario, el malestar producido por el corrupto sistema existente antes de 1998 prendió entre la oficialidad joven que fundó en 1982 el Movimiento Boliviariano Revolucionario 200 (en referencia al bicentenario de la muerte de Simón Bolivar) con el objetivo estratégico de tomar el poder, y el histórico de la construcción de un nuevo modelo de sociedad16 y en el que la represión del caracazo del 27 de febrero de 1989 actuó como catalizador para decidirse a actuar contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez.

Marta Harnecker recuerda la respuesta de Chávez al comparar el proceso venezolano y el chileno: «la diferencia entre ese y éste proyectó es que el primero fue una Revolución desarmada y que la Revolución Bolivariana tiene armas y hombres dispuestos a usarlas en caso de necesidad para defenderla»17

¿Tiene el ejército venezolano una composición y naturaleza diferente el resto de ejércitos de América Latina y, en especial, del chileno en 1973, que le permite jugar un papel distinto en la revolución?. Algunos aspectos parecen inclinarse por una respuesta afirmativa a éste interrogante: el líder de la revolución ha salido de sus filas y, en 1992, el ejército protagonizó dos rebeliones de orientación popular contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Pero también hay aspectos contrarios, las desafecciones de antiguos compañeros de Chávez respecto a su proyecto, el apoyo de algunos sectores castrenses a la oposición y, el definitivo, el golpe de Estado de abril 2002.

Marta Harnecker se inclina por la primera de las respuestas y alega varias características diferenciadoras de las Fuerzas Armadas venezolanas en apoyo de sus tesis18. En primer lugar estaría la impronta dejada por Simón Bolivar, en cuyo pensamiento están presentes los sectores populares. La segunda característica sería el hecho de que, desde la generación de Chávez, el ejército venezolano formó a sus mandos en una Academia Militar propia, profundamente transformada, en lugar de en la Escuela de las Américas; además, dicha generación se formó cuando el país estaba casi pacificado y apenas debió enfrentarse a la guerrilla. La tercera características diferenciadoras sería que, a diferencia de otros países, no existe en las Fuerzas Armadas venezolanas una casta militar, siendo accesibles sus puestos más altos a las familias de pocos recursos. En cuarto lugar, su uso como instrumento de represión con ocasión del caracazo produjo una gran conmoción y rechazó en su seno. También hay que tener en cuenta que la corrupción reinante con los gobiernos del Punto Fijo, y la brecha social ampliada a pesar de la renta petrolera, crearon una corriente de repudio en el interior de las Fuerzas Armadas que se expresaría en la sublevación militar de febrero de 1992 que, a pesar de su fracaso, pondría en primer plano a su líder, el teniente coronel Hugo Chávez. La victoria electoral de Chávez y su proceso legal con el cambio de Constitución también son factores de ligazón de las instituciones armadas al proceso, ya que la defensa de la Constitución es una defensa del propio proceso. Las dos últimas características alegadas por Marta Harnecker se refieren al programa económico nacionalista de Chávez como «alternativa a la globalización neoliberal extranjerizante» que busca un «desarrollo endógeno» y que, por tanto, es grato a la institución militar; y, a la figura carismática y popular de Chávez, que goza de una gran admiración entre los soldados.

Además, el papel jugado desde el inicio del proceso por el ejército ha sido muy positivo. De un lado se ha implicado en los grandes proyectos sociales del gobierno; y, de otro, especialmente «fueron los principales artífices del retorno de Chávez al gobierno cuando un grupo de altos oficiales, la mayoría de ellos sin mando de tropa, hicieron el triste papel de peones de los grandes intereses empresariales en un frustrado intento de golpe de Estado en abril 2002 «19

Algunas de las razones sostenidas por Marta Harnecker en este aspecto son también respaldadas por otros autores20.

El tema militar posiblemente sea el de más difícil análisis para un observador exterior, pues la situación general en este campo suele permanecer en un plano más reservado, solo conocido a fondo por los protagonistas situados en puestos claves del proceso que mantienen al respecto una actitud más discreta hasta que algún suceso especial saca a relucir lo que estaba velado a la mirada de la mayoría. Solo hay que comprobar como este tema es tratado de manera muy minoritaria en los distintos análisis que se hacen en relación con los temas económicos, sociales, políticos, culturales, o de relaciones internacionales, con datos mucho más visibles con los que poder trabajar.

Sin embargo es un factor fundamental cuando las tensiones sociales generadas por un agudo conflicto social alcanzan cierto nivel, como América Latina puede atestiguar con su propia experiencia.

En Chile la experiencia del gobierno de la UP se realizó en un mundo bipolar donde la propaganda anticomunista había sido intensamente empleada por el imperialismo y las clases dominantes de los países capitalistas. Quizás por esa razón el gobierno de Salvador Allende se inició y finalizó con sendos golpes militares, el primero fracaso, el último no. Pero durante sus mil días de gobierno el factor militar estuvo presente continuamente de diversas maneras desde su participación en el gobierno en dos ocasiones hasta el tancazo de junio de 1973. Igualmente el golpe de Pinochet se enmarca en el conjunto de toda una serie de intervenciones militares de la época en la región.

Ese entorno ha cambiado actualmente. Hemos asistido en los últimos años a intensas movilizaciones sociales que incluso han hecho caer gobiernos neoliberales en medio de una tensión social enorme (Argentina, Bolivia, Ecuador, etc.) sin que se hayan producido golpes militares como en los 70. Toda esta serie de factores parecen indicar, dicho con toda cautela y en ausencia de un conocimiento más profundo de la situación concreta y precisa del componente militar en Venezuela, que éste no es el problema más acuciante de la revolución bolivariana en este momento.



¿Las lecciones de la revolución chilena son validas para la actual revolución bolivariana?

Antes de adentrarnos en el último apartado de este documento es necesario intentar aclarar un aspecto importante que se refiere a la propia naturaleza del proceso21 que está teniendo lugar en Venezuela. Hemos utilizado por comodidad, y por que es un término ampliamente difundido, el de revolución bolivariana sin que dicha expresión aclare mucho lo que pueda significar. En los últimos tiempos se ha empezado a asociarla desde ciertas posiciones con el «socialismo del siglo XXI», y el propio líder del proceso, Hugo Chávez, utiliza más profusamente el término socialismo en sus intervenciones. Se trata de una evolución es este proceso que dura ya 9 años. En 2001, a tres años de la primera victoria presidencial de Chávez con la que se abre la actual evolución en Venezuela tiene lugar la primera decantación en el conglomerado heterogéneo de fuerzas que apoyan a Chávez, el motivo fue la promulgación de las 49 leyes habilitantes. El carácter de la revolución bolivariana en ese momento es definido por Bonilla_Molina y El Trudi : «No queremos decir que la revolución bolivariana tomó partido por los senderos de la revolución socialista, proletaria o comunista. Lo que estaba claro, desde ese momento, era que Chávez lideraba un gobierno abiertamente nacionalista e imbricado a los intereses de los pobres. El riesgo lo constituía la tendencia de un sector del chavismo a convertirse en la nueva burguesía nacional, intentando limitar la revolución bolivariana a una revolución democrática burguesa «22.

En 2004 la ofensiva desatada por la contrarrevolución desde 2001 se había saldado con cuatro derrotas sin paliativos que, en opinión de Marta Harnecker, permitían a la revolución afrontar una serie de desafíos, pero puntualizando que estos desafíos, «no llaman de inmediato a terminar con el capitalismo. En cambio, cada uno de ellos tiene que ver con la capacitación del pueblo para una participación más consciente y protagónica de la vida de su país(…) Sólo ello hará avanzar el proceso revolucionario bolivariano a paso seguro y lo transformará en irreversible «.23

Otro de los autores que más se ha ocupado de la revolución bolivariana y de definir el concepto de «socialismo del siglo XXI», Heinz Dieterich24 plantea a la altura de 2005 que en la venezolana coexisten tres revoluciones; una de tipo anticolonial que es evidente, otra de tipo democrático burguesa, y los «gérmenes de una revolución socialista»; y, considera, que si las políticas chavistas son claramente identificables con las dos primeras se debe a que en tanto no se avance en esas dos dimensiones, no puede pasarse a construir el socialismo.

Este autor alerta contra el espejismo de pensar que algunas de las medidas innovadoras son sinónimo de avance al socialismo: «El establecimiento de cooperativas, la cogestión, la regulación del mercado, el trueque y las empresas no mercantiles, no significan de por sí, que se esté construyendo una economía socialista»

En un libro posterior, prologado por Raúl Isaías Baduel, Dieterich deja más claro aún que no existe ninguna condición para poder implementar el socialismo en Venezuela, ni en ninguna otra parte de América Latina: «plantear la implantación del socialismo regional hoy como alternativa a la balcanización o la anexión neoliberal a Estados Unidos, no sería más que un deseo. Porque es evidente, que un proyecto político sin programa y sin sujetos sociales, es una quimera.»25

Una posición más clásica, desde los parámetros del marxismo, respecto a la revolución bolivariana es la sostenida por Alan Woods26. Este autor y la tendencia marxista que representa han venido defendiendo a la revolución venezolana y han entrado en polémica con otros sectores marxistas que la critican. En su análisis considera que la revolución bolivariana es de carácter democrático-burguesa y que el punto de vista de Chávez es el de la democracia pequeña burguesa revolucionaria. Sin embargo, considera que el marxismo revolucionario debe apoyarla, primero, por qué hay un campo común donde coinciden sus luchas como es la lucha contra el imperialismo, por la autodeterminación nacional y por el control del pueblo venezolano de sus propios recursos; y, segundo, porque la derrota de Chávez por la reacción «sería un golpe devastador contra las fuerzas revolucionarias en Venezuela y en toda América Latina «.

El apoyo que esta corriente marxista ofrece a Chávez es un apoyo crítico y considera que el punto fundamental que les separa del proyecto de Chávez es que éste «piensa que es posible desarrollar el país y liberarse del dominio imperialista manteniéndose dentro de los límites de capitalismo. Esto no es posible. Esa es la debilidad fatal de su programa, política y perspectivas, esa es la línea que nos divide».

Alan Woods se mantiene fiel a las enseñanzas del trotskismo y por eso mismo concluye que «Lo que estamos presenciando en Venezuela es una variante peculiar de la teoría de la Revolución Permanente. Es imposible considerar las conquistas de la revolución dentro de los límites de sistema capitalista «27

Salvadas las diferencias del momento histórico en que se desarrollan ambos procesos, constatamos que en su seno se disputan la dirección distintos proyectos. En la revolución chilena todos tenían una orientación socialista claramente expresada desde el principio y eran sostenidos por partidos políticos claramente identificados, algunos de larga trayectoria histórica y otros de más reciente creación. Estos proyectos no solo se diferenciaban entre los del polo rupturista y el polo gradualista, sino que incluso entre los componentes de este último no eran iguales el proyecto del PC y el del sector allendista del PS. Ninguno de los proyectos tenía resuelta la estrategia a seguir, ni el gradualismo y etapismo de allendistas y comunistas tenía claro como desembocarían en el socialismo; ni los rupturistas tenían previsto como realizar la ruptura que resolviese el problema del poder más allá del optimismo histórico en la victoria de clase trabajadora, por que tal como apuntó Susana Bruna28 la denominada táctica «revolucionaria-armada» tampoco fue capaz de imponerse como alternativa «porque no existía una instancia real de concentración de poder». Con ello la autora se refería al problema de la ausencia de un partido que dirigirse dicha táctica.

En Venezuela los proyectos que han estado apoyando la revolución bolivariana han sido en primer lugar mucho más variados que los de Chile, en segundo lugar, los proyectos de cada cual parecen aún menos definidos en estrategias y fines perseguidos y, en tercer lugar, las organizaciones que podían ser portadoras de cada proyecto no tienen ni de lejos la trayectoria histórica, la presencia social y la capacidad organizacional de la que gozaban las organizaciones de la izquierda chilena en 1970.

Dos opiniones al respecto que confirman estas tesis. De un lado Marta Harnecker reconociendo que «El talón de Aquiles del proceso venezolano es que no cuentan con instrumentos políticos adecuados a las trascendentales tareas que se propone realizar»29. De otro Stuart Piper con una visión cruda de los apoyos partidistas de Chávez: «Los principales partidos políticos que sostienen la revolución bolivariana constituyen su mayor debilidad. (…)en tanto que organizadores colectivos de acciones políticas y en tanto que suministradores de ideas políticas, son completamente ineficaces. El mayor partido chavista, el MVR (Movimiento de la Quinta República) no es verdaderamente un partido político. Nunca ha tenido un congreso, no tiene vida interna en la que se pueda decir alguna cosa y no hay perfil político o ideológico definido. Es más una amalgama de grupos, de clanes y e intereses, algunos de ellos auténticos pero otros simplemente electorales u oportunistas.»30 La situación no ha mejorado desde que se hicieron estos comentarios y las opiniones actuales sobre el PSUV continúan siendo bastante críticas y negativas.

Esta situación explica tres fenómenos distintivos de la revolución bolivariana en relación a la chilena, el primero es el papel tan fundamental jugado por Hugo Chávez, el segundo es el mayor numero de abandonos del proyecto por organizaciones y personalidades que se unieron a ella al principio, el tercero es la insólita alianza práctica de la contrarrevolución derechista y autoproclamados grupos de izquierda.

A partir de estos datos vamos a terminar con un intento de utilización de las críticas realizadas a posteriori por protagonistas y estudiosos de la revolución chilena en el actual proceso venezolano. Necesitamos previamente desbrozar el camino en un aspecto clave que ha hecho correr ríos de tinta a lo largos de decenas de años de discusión en la izquierda y que ahora tiene un protagonismo muy discreto, un asunto que ya hemos mencionado en los artículos anteriores. ¿Es posible la vía político-institucional, o democrática o pacífica al socialismo? Aunque puedan existir matizaciones a la hora de elegir un término u otro no vamos a entrar en esa discusión ahora.

Para quienes rechazan la posibilidad de esa vía es ocioso discutir donde estuvieron los errores concretos de la revolución chilena o la actual bolivariana, el error es elegir dicha vía, como mucho se espera que algún acontecimiento (el intento de golpe de militar del 2002 u otro cualquiera) produzca el efecto de hacer cambiar de vía a la revolución. La experiencia chilena demuestra lo realmente difícil que resulta esta opción, en el caso de que fuese deseable o conveniente.

Por tanto los argumentos que repasaremos a continuación pertenecen al campo de los que creyeron en la vía democrática al socialismo.

Muchos autores han venido a coincidir que si bien fue el golpe militar el que acabó con el gobierno de Allende, su derrota se había producido ya en otros escenarios. Creo que es importante poner atención a estos argumentos.

El dirigente socialista chileno Clodomiro Almeyda se sitúa entre los analistas que consideran que los factores determinantes de la derrota fueron de carácter interno, que los factores externos, es decir, el papel del imperialismo norteamericano, sólo sirvieron para potenciar los efectos de esos factores internos; tesis que no sólo considera correcta para el caso concreto de la experiencia chilena, sino de validez general: «salvo el caso de agresión militar directa de un Estado a otro, siempre los factores externos inciden en la estabilidad de un sistema político distinto, a través de su influencia en y sobre los factores que internamente debilitan a ese sistema «31.

Este tipo de argumentos no es privativo del análisis de Almeyda, sino que es compartido por otros protagonistas y estudiosos. La cuestión es ver cuales eran esos factores de carácter interno y, entre ellos, los que puedan estar repitiéndose en el caso venezolano.

En principio hay un factor en el que hay una coincidencia importante, es el que hace referencia a la ausencia de una fuerza dirigente única y eficaz. En el caso chileno tal coincidencia se hace extensiva tanto a dirigentes del polo gradualista como del rupturista, cada uno para haber implementado su estrategia sin obstáculos internos. En el caso chileno significaba, primero que no toda la izquierda estaba dentro de la UP (el MIR), que dentro de la UP coexistían gradualistas y rupturistas, y que incluso esta línea de división se reproducía en el interior de los partidos, como el PS y el MAPU.

Este argumento parece repetirse en la revolución bolivariana en un formato diferente. Hay un líder que parece unificar la dirección, pero se nota la debilidad de esta por los continuos esfuerzos por levantar, más allá de una persona, una auténtica dirección a través de una organización con implantación social que canalice la participación, y provea de un programa y su estrategia. El MVR y el PSUV son hasta ahora dos intentos por salvar este problema sin conseguirlo. Con ocasión de la derrota en el referéndum el problema es sacado a la superficie por muchas de las críticas: «El nacimiento del PSUV ha sido un paso adelante pero en esta primera batalla volvió a evidenciarse que está Chávez por arriba, las masas y los militantes de base del PSUV por abajo y en medio un gran vacío.»32, o esta otra «La soledad en la toma de decisiones, la falta de una red coral de gobierno, la ausencia de una estructura colegiada de dirección política, la falta de consolidación del partido o un creciente autoritarismo ramificado en amplios sectores de la administración y el Gobierno no pueden sustituirse por discursos extremos, acusaciones de traición o deslealtad o por una primacía de las declaraciones altisonantes.»33

En el caso de Venezuela se añade un problema grave, ausente en la experiencia chilena, las graves acusaciones de corrupción o ineficiencia sobre la burocracia generada en el chavismo: «Al pueblo se le habla de socialismo, pero al mismo tiempo, ese mismo pueblo observa que los que se están repartiendo los bienes «democráticamente» son algunas personas que pertenecen a las sectas o clanes de la boliburguesía, o a los familiares de un mandatario regional o de un funcionario público (…)La metodología participativa debe enfrentar la práctica burocrática, clientelar y oportunista de los que tienen posiciones de poder nacional, regional y local (en el aparato del Estado, en el reciente creado PSUV, y en los otros partidos del proceso) que reproducen las relaciones de dominación política.»34

Un segundo factor que parece repetirse en ambas experiencias es el relacionado con la necesaria lucha ideológica, y uno de los campos que mayor importancia tiene en este aspecto el de los medios de comunicación de masas. En Chile se reconoció que mientras el gobierno intentaba ganarse el apoyo de sectores medios con concesiones económicas, descuidó la batalla ideológica que termino perdiendo. La derecha supo utilizar «el poder ideológico que mantiene en la sociedad» y apelo a los valores del «orden», o la «libertad» para mantener cohesionado su campo y minar el del gobierno popular en una táctica por aislar a la clase obrera y los sectores populares. El gobierno de Chávez a sido más sensible que el de Allende para contrarrestar los inmensos medios de comunicación privados de la oposición, pero en este aspecto también se han vertido críticas sobre el papel de los medios favorables al chavismo en el último referéndum.

La batalla ideológica es más difícil para la actual revolución bolivariana. En 1970 el socialismo gozaba de amplia aceptación entre la clase obrera y otras capas populares, la prueba en Chile era no solo la fortaleza del PC o el PS, sino la influencia del marxismo en sectores de izquierda de la Democracia Cristiana que daría lugar al MAPU y la IC y que llegó a extenderse al Partido Radical. Las campañas anticomunistas de la derecha podían mellar en los sectores medios pero más difícilmente en la clase obrera y sus aliados sociales (a pesar de que la DC tenía influencia sindical). Hoy el socialismo tiene una fuerza de atracción menor debido al fracaso del socialismo eurosoviético, a la deriva del chino o a las enormes dificultades del cubano. Hace cuatro décadas se pensaba solo en las dificultades para alcanzarle, dando por supuesto su superioridad en todos los campos respecto al capitalismo una vez alcanzado. Hoy se ven que las dificultades son mucho más complejas. Y es un grave error confundir las certezas y optimismo de los militantes de izquierdas más concienciados con los del movimiento popular en su conjunto. En la experiencia chilena Clodomiro Almeyda recordaba que la UP cometió dos errores de sobrevaloración de su propia fuerza; el primero consistió en confundir el desarrollo de los partidos obreros «con el proceso ascendente de la misma clase en su totalidad»; el segundo, fue la sobreestimación de «la vigorosa y espontánea movilización de masas que se desencadenó durante el gobierno de la Unidad Popular, lo que, lejos de significar, como se pensaba, la culminación de un proceso que elevaba al plano político la conciencia obrera, representaba, más bien, el estado inicial de ese proceso para muchos sectores populares, que recién entonces se movilizaron políticamente, por lo que su madurez y consistencia estaban lejos de llegar a nivel que optimistamente se les atribuía «35. Es un error que en Venezuela pueden cometer los partidarios de la revolución cuando se deslumbran con los siete millones de votos de diciembre de 2006 y se olvida de los datos de la oposición como se refleja en la tabla sobre los datos de diferentes elecciones vista anteriormente. Muchos análisis realizados con ocasión del rechazo de la reforma constitucional se han centrado en buscar las causas en defectos de la campaña, en la complejidad de la reforma o en la agresividad de la campaña de la oposición a nivel interno e internacional. Otros han ido un poco más lejos y han denunciado la falta de interés en la victoria de algunos componentes del campo chavista o la ineficacia creciente que han empezado a mostrar algunas de las medidas sociales impulsadas por el gobierno, por ejemplo las Misiones36.

Es importante considerar de la experiencia chilena el análisis que realizó el Comité Central del PS en el interior después de la derrota donde se señalaba como factor fundamental de la derrota la inmensa fuerza que lograron acumular los enemigos del proceso a partir de una situación de debilidad y repliegue con que se encontraron tras la victoria presidencial de Allende: supieron explotar las contradicciones internas en la UP y las debilidades del proceso revolucionario; consiguieron arrastrar a las clases medias y a las fuerzas políticas que las representaban, aislando al movimiento popular y desgastando al gobierno; influyeron en la oficialidad de las Fuerzas Armadas, y utilizaron todo el repertorio de luchas, entre las cuales la más eficazmente utilizada fue la ideológica a través de su poder en los medios de comunicación de masas.

También en Venezuela la oposición ha vivido varias derrotas consecutivas que la colocaron en una situación de debilidad y repliegue, pero también parece que han sabido encontrar puntos débiles y errores a explotar en el campo de la revolución que les ha ofrecido esta victoria inesperada debida más que a sus méritos a las contradicciones del campo chavista. Y que, como hemos comentado, han sido puestas en evidencia en numerosos análisis posteriores al 2 de diciembre.

Finalmente hay un tema entre los autores situados en el polo gradualista que evocan como un error cometido por la UP, el de la relación que mantuvo el gobierno con las clases medias y su principal expresión política, la Democracia Cristiana, y al que ya nos referimos anteriormente. Este error se expresa de varias maneras, por un lado se alude a que se debería haber ampliado políticamente la base de sustentación del gobierno atrayendo a los sectores progresistas de la DC, desplegando una política que neutralizase a las clases medias; por otro lado se crítica no haber apoyado la continuidad en la DC de una dirección menos proclive a la alianza con los sectores contrarrevolucionario.

Quizás en Venezuela la marea de votos cosechados en diciembre del 2006 con ocasión de la victoria presidencial de Chávez hizo menospreciar los 4,3 millones de la oposición y se pensó que la diferencia conseguida era irreversible y, además, suficiente para proseguir una transición a la que se la quería imprimir un salto cualitativo. Podrá, incluso, pensarse que sin ciertos errores denunciados en la conducción de la última campaña o con una mejor gestión de aspectos económicos y sociales (inflación, inseguridad ciudadana, control de acaparamientos, etc.) quizás hubiera triunfado el sí, aunque fuera por la diferencia de pocos puntos porcentuales. Pero posiblemente sea un error no pensar en una estrategia que ayude a vaciar de apoyos al campo opositor. Su base electoral y, se supone que social, es suficientemente importante como para dificultar enormemente el proceso en marcha, la prueba es el resultado obtenido el 2 de diciembre.

Quisiera terminar este largo análisis refiriéndome a una reflexión que deja uno de los autores que analizando el período del gobierno de la UP se sitúa entre los que no veían viable la vía político-institucional al socialismo y que, estudiando las dificultades que conoció la revolución chilena se preguntaba: «¿Es posible esta condición después de Cuba y el entendimiento norteamericano-soviético?(…) ¿No nos vemos llevados, en una especie de necesidad táctica coyuntural, a poner el acento primero en un proyecto de liberación nacional que no despierte inmediatamente el carácter antagónico de las contradicciones de clase, tal como lo hace un proyecto que pone inmediatamente el acento en su carácter «socialista»? «37.

¿Hasta que punto sigue siendo valida dicha reflexión en estos momentos?