La élite económica mundial, los amos del mundo, todos aquellos que son alguien y controlan la vida de muchos se han reunido estos días atrás en Davos para lamentarse de los graves riesgos que amenazan a la economía mundial y la posibilidad de que ésta entre en una fase de recesión aguda. Pues bien, las […]
La élite económica mundial, los amos del mundo, todos aquellos que son alguien y controlan la vida de muchos se han reunido estos días atrás en Davos para lamentarse de los graves riesgos que amenazan a la economía mundial y la posibilidad de que ésta entre en una fase de recesión aguda.
Pues bien, las cosas deben pintar bastante mal cuando el director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, ha hecho todo un derroche de heterodoxia al recomendar que la solución a la crisis pasa porque las principales economías del mundo acudan a políticas fiscales expansivas, aunque ello suponga incurrir en déficit fiscales, para tratar de salvar este impasse en el que se encuentra la economía mundial.
De repente, el Fondo Monetario Internacional ha cambiado su discurso de los últimos veinticinco años, cansino hasta la saciedad, de que la responsabilidad fiscal, la reducción de los déficit públicos, el saneamiento de las finanzas públicas y el desmantelamiento de los estados de bienestar nacionales eran la base de un crecimiento sostenido y estable. Y ahora resulta que se da cuenta de que la política fiscal puede ser un instrumento de política económica anticíclica con el que complementar los efectos de una política monetaria expansiva de cara a estimular las economías nacionales y, con ellas, a la economía mundial. Probablemente porque sabe que, además, en un contexto de crisis financiera como el actual las potencialidades de la política monetaria para enfrentar la crisis se reducen de forma significativa puesto que todo queda al albur de las expectativas de los agentes que intervienen en los mercados financieros y éstos, como bien se sabe, no siempre responden como se espera (de hecho, la única predicción acertada que uno puede hacer sobre su comportamiento es que éste se parecerá más al de los borregos en manada que al de agentes racionales).
De todas formas, la novedad tan sólo reside en quién ha hecho la recomendación y no en la recomendación en sí misma. De hecho, es el tipo de política económica que Estados Unidos suele aplicar en tiempos de crisis: una combinación de política monetaria más laxa unida a paquetes de medidas fiscales expansivas, que no progresivas, con la finalidad de recuperar las tasas de crecimiento.
Es por ello que, en ese sentido, podríamos interpretar que el mensaje del director del FMI está dirigido en mayor medida hacia Europa que hacia los Estados Unidos.
En efecto, en Europa nos encontramos, por un lado, con que el Banco Central Europeo, amparado en su estatuto de independencia, mantiene rígido su corsé monetario y se niega a reducir los tipos de interés como consecuencia de que la inflación en la zona euro se encuentra un punto por encima del objetivo de inflación que aquél debe perseguir.
Y, por otra parte, el mensaje también parece orientado hacia determinados países miembros de la eurozona que siguen empeñados en luchar contra los déficit públicos generados durante los últimos años (caso de Francia o Alemania) o perseverar en la consecución de superávit presupuestarios (caso de España), esto es, siguen empeñados en seguir a rajatabla las recetas tradicionales del FMI.
Frente a esas posiciones, el director del FMI les recomienda ahora que se salten las leyes de estabilidad presupuestaria que tanto ha alabado en el pasado y, si fuera necesario, que incurran en déficit fiscales en pos de una solución más pronta a la crisis.
Lo que Strauss-Kahn debería tener en cuenta es que, gracias a la aceptación que han tenido las propuestas de austeridad presupuestaria de la institución que dirige en la mayor parte de los países occidentales durante los últimos lustros, la potencialidad de los mecanismos fiscales para estimular el crecimiento económico también se ha reducido. No es lo mismo contar con sectores públicos potentes y con una alta capacidad de incidencia sobre la actividad económica que con sectores públicos raquíticos y en vías de desmantelamiento.
Y tampoco es igual cómo se diseñen las medidas de estímulo fiscal a las que ahora el FMI propone que recurran los estados porque, conociendo sus planteamientos ultraliberales, lo más probable es que los beneficiarios de las mismas acaben siendo los sectores más favorecidos de la sociedad como suele ocurrir en el caso de los Estados Unidos.
Pero, además, Strauss-Kahn tampoco debería olvidar que a si alguna institución se le puede atribuir la responsabilidad de la configuración de este desorden financiero internacional en el que una crisis como la actual adquiere una dimensión sistémica, global y recurrente es, precisamente, al Fondo Monetario Internacional. Su insistencia en que los países deben desregular la cuenta de capitales de su balanza de pagos y eliminar cualquier tipo de restricción que pudiera establecerse sobre los mercados cambiarios constituyen pilares esenciales de este caos en el que se han convertido las finanzas internacionales y su principal promotor institucional urbi et orbe ha sido, sin lugar a dudas. el FMI
Por todo ello, cabe concluir que si estuviéramos ante un cambio en el discurso que fuera a traducirse, seguidamente, en una modificación de las políticas que hasta ahora venía pregonando el FMI, creo que deberíamos estar congratulándonos todos.
Sin embargo, mi sospecha es que es simplemente un grito de desesperación en mitad de una situación de crisis global que no puede enfrentarse exclusivamente mediante políticas monetarias porque éstas, como es bien sabido, son mucho más efectivas para enfriar las economías que para estimularlas.
Así que, siendo cautos, estas declaraciones no deben ser interpretadas más que como la constatación manifiesta de la impotencia del todopoderoso FMI para frenar el monstruo que ha contribuido a crear y que hace tiempo que se les escapó de las manos.
Alberto Montero Soler ([email protected]) es profesor de Ecomía Aplicada de la Universidad de Málaga (España) y miembro de la Fundación CEPS. Puedes leer otros textos suyos en su blog «La otra economía».