Hace muy poco, Emir Sader, sociólogo brasileño, apuntó muy agudamente que la variable fundamental para comprender el devenir actual de América Latina, se sitúa en el posicionamiento de los diferentes gobiernos de la región respecto a los Tratados de Libre Comercio (TLC) bilaterales que está promoviendo EEUU. Tras el entierro histórico del ALCA en la […]
Hace muy poco, Emir Sader, sociólogo brasileño, apuntó muy agudamente que la variable fundamental para comprender el devenir actual de América Latina, se sitúa en el posicionamiento de los diferentes gobiernos de la región respecto a los Tratados de Libre Comercio (TLC) bilaterales que está promoviendo EEUU.
Tras el entierro histórico del ALCA en la Cumbre de Mar del Plata (Argentina) en noviembre de 2005, el proyecto de la Casa Blanca de recolonización continental tuvo que readaptarse a una estrategia de absorción de los países «amigos» a través de TLC bilaterales. Ya no era posible la fagocitación completa y sincronizada de todo el subcontinente. El MERCOSUR y Venezuela se habían convertido en el obstáculo más dificultoso.
El parámetro principal de análisis para 2008 está signado, por tanto, por la evolución y la confrontación entre dos proyectos antagónicos: el proceso de integración latinoamericano en todas sus vertientes, y la propuesta de «integración» asimétrica hegemonizada por EEUU, que busca fagocitar a toda la región más que integrarla en términos de igualdad. TLC bilaterales, MERCOSUR, y la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), son las piezas clave de un complejo puzzle donde intereses y visiones antagónicas se disputan el control político y económico de la región.
Tratados de Libre Comercio
El inesperado fracaso del ALCA, obligó a Washington a modificar su estrategia, valiéndose ahora de tratados bilaterales con aquellos gobiernos más afines a su ideario, de manera que el modelo de dominación estadounidense continúe extendiéndose al mayor número de países posible.
Ante la oleada de nuevos gobiernos menos proclives a aceptar la hegemonía total de la potencia del norte, la Casa Blanca dirigió sus esfuerzos a consolidar su posición en los países más neoliberales.
La firma de Tratados de Libre Comercio con el Gobierno de Torrijos en Panamá y con el de Alan García en Perú durante el pasado año, muestran que la posición de EEUU no es tan débil como desearía la izquierda política y social latinoamericana. La victoria a favor del TLC en el referéndum de Costa Rica es otro síntoma más del poder estadounidense en la región. Pero, a su vez, el rechazo y el creciente nivel de movilización popular contra estos tratados en Perú, México y Costa Rica, son señales del hartazgo cada vez mayor de la ciudadanía hacia modelos de desarrollo orientados por el ideario del Consenso de Washington.
El crítico balance de más de diez años de TLCAN en México, donde miles de pequeñas y medianas empresas han quebrado y donde masas de campesinos han abandonado sus tierras a consecuencia de la entrada masiva de productos primarios estadounidenses, han posibilitado el surgimiento de un volumen de protestas que hacía tiempo no se veían en el país azteca.
Mercosur
A pesar de que nació como un modelo de integración de corte marcadamente mercantilista e, incluso, neoliberal, y aunque hoy en día todavía no haya modificado estructuralmente esos principios, el papel de MERCOSUR en el proceso de integración latinoamericano independiente de EEUU resulta vital.
La presencia de dos gigantes del subcontinente, Brasil y Argentina, hace posible que la capacidad de plantear caminos más autónomos no sea una quimera. El rechazo al ALCA, por ejemplo, no hubiese sido posible sin el respaldo de estos países. Los cambios de Gobierno en Brasil y Argentina, aunque hayan producido una importante frustración en la izquierda más consecuente, hay que reconocer que ha permitido una actitud menos sumisa a los dictados de Washington y el nacimiento de experiencias como el Banco del Sur, que posiblemente no hubiesen tenido cabida bajo los clásicos gobiernos de derecha.
A su vez, el apoyo de los ejecutivos de Lula y Kirchner a la entrada de Venezuela en el bloque, es otro dato significativo respecto a la supuesta «nueva línea» de integración de los dos grandes países y del MERCOSUR en su conjunto. La inserción definitiva de la República Bolivariana de Venezuela y la petición de adhesión del Gobierno de Bolivia, pueden favorecer un cambio del MERCOSUR en dos sentidos: por un lado, para apostar por una línea más soberana respecto a EEUU, y, por otro, para darle un contenido más social a un modelo de integración excesivamente economicista.
Alternativa Bolivariana
El proyecto de integración más avanzado desde el punto de vista social y autónomo es el ALBA. Aquel proyecto que hace un quinquenio parecía una utopía enarbolada por Hugo Chávez, hoy día es una realidad cada vez más consolidada, y con una indudable proyección de futuro.
De los primeros convenios entre Cuba y Venezuela, donde partiendo de la lógica de la solidaridad y la complementariedad, la mayor de las Antillas enviaba profesionales de la salud y la educación a cambio de petróleo, se ha pasado a un bloque de países integrado por Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde los intercambios son cada vez más fluidos y diversificados en distintas áreas. Seguridad energética gracias a Venezuela, y apuesta por el avance de la educación y la salud pública, gracias al asesoramiento cubano, son dos pilares de ese nuevo modelo de integración que empieza a construirse, bajo unos valores alejados del capitalismo, que entienden la integración no en términos de competencia sino de solidaridad y hermandad entre pueblos.
La entrada de Martinica a principios de este año y la posible incorporación de Ecuador en cualquier momento, son otros datos que avalan la enorme potencialidad del ALBA a lo largo 2008 y en los próximos años.
El afianzamiento de Petrocaribe, gestado en el seno del ALBA, es quizás una de las expresiones más exitosas de este proyecto de integración. Que en tiempo récord -apenas dos años-, más de una docena de países del Caribe hayan logrado altos niveles de seguridad energética gracias al suministro regular y en condiciones preferenciales por parte de Venezuela, hay que considerarlo como otro gran logro del ALBA. Y esto tiene más importancia en un contexto internacional donde los precios del petróleo son cada vez más elevados, lo cual supone un escollo fundamental para el desarrollo de países pobres, como lo son la mayoría del Caribe.
La «Patria Grande»
Pero más allá del MERCOSUR y el ALBA, la apuesta integradora más importante y estratégica va a ser el rescate del ideario de Simón Bolívar, resumido en el concepto de la «Patria Grande», y motorizado por el Gobierno de Hugo Chávez. El sueño truncado del «Libertador» de lograr una América Latina unida ha sido asumido por Chávez, y se podría afirmar que si bien aún sigue siendo una promesa, en los últimos tiempos ha comenzado a dar sus primeros pasos a través de una serie de iniciativas que hace años hubieran parecido imposibles de materializar.
El ejemplo más significativo ha sido el nacimiento del Banco del Sur, en diciembre de 2007, donde siete países del sur de la región firmaron el acta fundacional. Paraguay, Uruguay, Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador dieron el paso para la conformación de uno de los instrumentos que en el futuro puede resultar más estratégico para el éxito de la integración latinoamericana.
Que el surgimiento del Banco del Sur signifique el alejamiento de la financiación y por tanto, de los dictados del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, tiene una importancia en términos financieros y económicos incalculable. Que por primera vez, un grupo de países de América Latina haya apostado por construir una herramienta de autofinanciación que permita depender cada vez menos de los préstamos del Norte, hay que considerarlo como un punto de inflexión en la historia del subcontinente. El tiempo demostrará si la iniciativa tiene éxito, pero lo que está claro es que la potencialidad que atesora es enorme.
Otro de los instrumentos para el avance hacia el concepto de la «Patria Grande», ha sido y es el gasoducto del Sur. De nuevo, el presidente venezolano ha sido su principal promotor, aunque hasta la fecha no se ha logrado materializar.
Siendo consciente de la importancia vital de la integración energética para el avance de cualquier proyecto serio de unidad latinoamericana, Chávez propuso hace un tiempo la construcción de un megagasoducto de más de 8.000 kilómetros de longitud que recorriese toda América del Sur, desde Venezuela hasta Argentina, atravesando Brasil. Las ingentes reservas gasíferas venezolanas, las octavas del mundo y primeras de la región, unidas a las que posee Bolivia, permitirían abastecer con energía suficiente a todos los países del entorno, permitiendo así elaborar planes de desarrollo global.
Hasta el momento, las reticencias del Gobierno de Lula por supuestas presiones de la burguesía brasileña, han paralizado el proyecto. Diversos analistas advierten de la injerencia de EEUU e incluso de la Unión Europea, para bloquear una iniciativa que probablemente otorgaría mayores niveles de autonomía a la región, y más aún, la posibilidad de avanzar hacia mayores cotas de desarrollo social y económico.
Guerra de posiciones
El avance o el retroceso de esta dinámica de integración latinoamericana, depende en gran medida de la correlación de fuerzas al interior de cada país, y de las relaciones entre algunos de ellos. En primer lugar, el papel de Venezuela sigue siendo clave, ya que se mantiene como el motor político, económico y simbólico del proceso de integración. La derrota en el referéndum de diciembre unida a la estrategia de desabastecimiento y acaparamiento de alimentos por parte de la burguesía criolla, han colocado al Gobierno venezolano en una situación difícil. El fortalecimiento de la política social y la mejora de la gestión pública, serán los dos grandes retos que tendrá que enfrentar el Ejecutivo de Chávez para recuperar la iniciativa tanto a nivel interno como externo.
Paralelamente, la posición de Colombia va a resultar fundamental, ya que sigue siendo el peón más fiel de Washington en el continente, y su capacidad de desestabilización es notable. Algunos de los servicios secretos de países de la región, han alertado al Gobierno venezolano sobre supuestos planes para intentar provocar una guerra entre Colombia y Venezuela. Esto, sin duda, sería uno de los escenarios más atractivos para la Casa Blanca, porque no sólo debilitaría el proceso de integración sudamericano, sino que pondría en riesgo la estabilidad de la Revolución Bolivariana.
Por otro lado, la evolución de los acontecimientos en otros dos de los países considerados «bolivarianos», Ecuador y Bolivia, va a resultar trascendental, para el avance o el retroceso de la alternativa más consecuente con los postulados de ese nuevo proyecto denominado «Socialismo del Siglo XXI». Sin duda, 2008 será un año complejo para los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa, debido a los ataques sistemáticos que la oligarquía lanzará contra los cambios constituyentes.
De cualquier manera, a lo largo de 2008 y años venideros, América Latina se encuentra en una coyuntura privilegiada para dar pasos hacia la integración y la soberanía por dos razones: en primer lugar, el debilitamiento internacional y regional del imperialismo estadounidense, que, además parece va a ser progresivo, y, en segundo lugar, la conformación de un nuevo mapa político latinoamericano donde gobiernos de diversa tendencia coinciden en una postura cada vez más autónoma respecto a los designios de Washington. Una coyuntura, sin duda, realmente interesante.