La actual crisis financiera tiene sus precedentes: el malestar del sistema monetario europeo en 1992/93, el shock mexicano de 1995/96 o el crac de hace una década en los Estados tigres del sudeste asiático. Crisis financieras y monetarias con ramificaciones globales. Quien se tome la molestia de analizar las causas y los efectos de ellas, […]
La actual crisis financiera tiene sus precedentes: el malestar del sistema monetario europeo en 1992/93, el shock mexicano de 1995/96 o el crac de hace una década en los Estados tigres del sudeste asiático. Crisis financieras y monetarias con ramificaciones globales. Quien se tome la molestia de analizar las causas y los efectos de ellas, descubrirá paralelos con los desjarretados mercados financieros de nuestros días.
A mediados de los 90, países del sureste asiático como Tailandia, Malasia, Indonesia o Singapur experimentaron, a diferencia de una economía japonés en estado de tisis, un boom sin precedentes históricos. El volumen de crédito de esos «tigres asiáticos» creció parcialmente entre ocho y diez veces más rápido que su PIB. Una parte en continua expansión de esos créditos fue a parar a la compra de acciones y de propiedades inmobiliarias. No se escatimaron medios -elevadísimos tipos de interés y no menos elevados cursos cambiarios- para atraer capital extranjero.
Afluyó éste en masa, ciertamente, pero no en forma de inversiones directas duraderas, sino en depósitos monetarios a corto plazo, retirables en cualquier momento. Los precios disparados de las acciones y de las propiedades inmobiliarias siguieron calentando el boom crediticio, y los bancos de los países del sureste asiático se endeudaron masivamente con préstamos en dólares y yenes de corta duración, financiando así -en la creencia de que el boom de las acciones y del sector inmobiliario se mantendría- créditos a largo plazo en moneda local. Hasta mediados de 1997, cerca de 390 mil millones de dólares, procedentes sobre todo de bancos japoneses y europeos, fluyeron hacia el sureste asiático. (Los bancos alemanes, también bancos regionales como el WestLB, en cabeza.)
Cuanto más se mantenía el boom, tanto más lábil se tornaba el conjunto. Al final, los Bancos Centrales de los países asiáticos disponían sólo de muy menguadas reservas de divisas extranjeras. Demasiado menguadas, para poder restituir los créditos extranjeros en caso de crisis. Una situación ideal para los especuladores en divisas, que, a diferencia de los Bancos Centrales de los tigres asiáticos, no confiaban en el acoplamiento al dólar de las monedas del sueste asiático.
Primero entró en crisis Tailandia, en marzo de 1997. Los primeros signos de una sobreproducción en las industrias exportadoras del sureste asiático (computadoras y chips para computadoras) eran ya inconfundibles, de modo que cayeron los ingresos exportadores. En esa situación, los especuladores internacionales pasaron al ataque. El 2 de julio de 1997, el baht tailandés se desenganchó del dólar, punto culminante de una serie de intentos inútiles por parte del gobierno de Bangkok para defender la cotización de su moneda frente a los ataques especulativos.
En un abrir y cerrar de ojos, la moneda tailandesa perdió un 20%, lo que desencadenó de inmediato el pánico y consiguiente huida de capitales.
Los créditos a corto plazo concedidos por bancos extranjeros se devolvieron en masa. En menos de seis meses refluyeron más de 100 mil millones de dólares. Simultáneamente, a causa de la devaluación del baht, la deuda exterior de las empresas y los bancos tailandeses se disparó. Ya no podían pagar las obligaciones contraídas en moneda extranjera, y quebraron en serie. Cuando el Banco Nacional tailandés trató de esquivar el colapso con créditos de apoyo, era ya demasiado tarde. Tuvo que pedir ayuda al FMI.
De Tailandia, el virus pasó en agosto de 1997 a Malasia, Singapur, Indonesia y las Filipinas. En los cinco países más afectados, los valores bursátiles se desplomaron en unos pocos días, perdiendo más de un 60%. En el cambio de año 1997/98, 600 mil millones de dólares en capital accionarial habían sido aniquilados. También Taiwán, Corea del Sur y Hongkong, hasta entonces a salvo de ataques especulativos, cayeron en el lodo. Apenas podía sorprender que la caída de los cursos asiáticos llevara a un bajón a escala planetaria. Pero, mientras que el comercio de acciones se recuperó rápidamente en Europa y en América del Norte, Asia se vio duraderamente afectada. Ni Corea del Sur ni el resto de tigres asiáticos lograron evitar ya una grave recesión, porque la burbuja especulativa había estallado, provocando quiebras empresariales y desempleo. El crac significó para los países afectados la expropiación de millones de personas que habían participado en el proceso con medios modestos y que terminaron por perderlo todo.
Tres Estados -Tailandia, Corea del Sur e Indonesia- recibieron la parte del león de las ayudas financieras aportadas por el FMI en concierto con otros proveedores de dinero. Evidentemente, bajo las más severas condiciones. El FMI ordenó tipos elevados de interés, impuestos altos, recortes masivos en el gasto público y ulteriores devaluaciones monetarias. Dadas las circunstancias, la receta no podía sino ser contraproducente. Sin esa cura de caballo, muchos bancos y empresas de los países del sureste asiático habrían podido superar la crisis.
Pero de este modo millones perdieron su empleo, la población se pauperizó, señaladamente las capas medias. Todavía hoy sigue vivo el recuerdo de mujeres de buena sociedad poniendo en almoneda joyas, vestidos y bolsos para contribuir a la supervivencia de sus familias. Sólo Malasia, a pesar graves pérdidas, pudo salir con relativo bien de la crisis, porque rechazó la ayuda y las recetas del FMI. En cambio, en Indonesia el PBI se encogió un 13,7%, en Tailandia un 8% y en Corea del Sur un 5,5%. El sureste asiático perdió masivamente inversiones extranjeras, que se desviaron hacia China y la India.
Del shock de la crisis accionarial no se han recuperado plenamente todavía los tigres asiáticos. El auge de China y de la India se aceleró, así, visiblemente, y la posición de Japón como potencia regional hegemónica se ha visto duraderamente sacudida. El boom de los «mercados emergentes» pasó. Y los inversores europeos y norteamericanos se lanzaron de cabeza a la nueva bonanza: la carrera planetaria en pos de los valores de Internet y tecnológicos entró en 1998/99, en plena resaca de la crisis asiática, en su fase más caliente, que terminaría un poco después al estallar la burbuja especulativa de la New Economy.
¿Hay paralelos con la situación presente? También entonces jugaron unas propiedades inmobiliarias sobrevaloradas un papel capital; también entonces concedieron los bancos créditos por doquier, sin preocuparse demasiado por su calidad. También entonces jugaron los fondos hedge un gran papel, aunque el papel de los derivados financieros no fuera muy destacado. Desde la crisis asiática sabemos que los mercados financieros son cualquier cosa menos «eficientes». Al contrario: el radical desmantelamiento de todos los controles del movimiento de capitales, emprendido también con celo por los países en el umbral del desarrollo, los torna más vulnerables que nunca a los movimientos especulativos de capitales a corto plazo. Desde entonces sabemos de los riesgos que corren las estrategias de desarrollo puramente orientadas a la exportación y sometidas a los créditos del exterior.
Desde 1997/98 resulta, además, claro que la óptica político-financiera convencional encarna en el FMI daña más que ayuda. Para los países de la OCDE, el FMI ha perdido cualquier relevancia. También las economías asiáticas y latinoamericanas -inveteradamente caracterizadas por su obligaciones con el FMI- se ha independizado. Ya en 1998, Singapur, Hongkong y Taiwán, gracias a una acumulación masiva de reservas de divisas, estaban en situación, cuando menos, de defender el curso cambiario de sus monedas. Diez años después, China, que se ha beneficiado de la crisis asiática como nación exportadora y atractora de capitales, dispone de la mayor reserva de divisas del mundo, cosa que, huelga decirlo, no está exenta de riesgos con un dólar en proceso de debilitación. Que los países asiáticos en el umbral del desarrollo se hayan esforzado en desacoplarse de la moneda estadounidense, es una consecuencia del shock de 1997/98.
A nadie se le ocurre en la presente crisis pedir auxilio al FMI o al Banco Mundial, pues ambos están plenamente ocupados consigo mismos (vale decir: con sus propias miserias financieras). Y esa es una consecuencia tardía de la crisis asiática, así como de las lecciones que de ella sacaron los Estados afectados.
De la crisis asiática a la crisis financiera en EEUU
Wall Street en la resaca
28 octubre 1997. – los cursos se desploman en las bolsas asiáticas. Cae Wall Street en la resaca del crac, y tiene que encajar una pérdida del 13%. El DAX alem´án registra ese día una caída del 8%.
Bancarrotas en Rusia
21 agosto 1998. – en Rusia se declaran insolventes varios bancos, y el DAX registra en 24 horas una caída del 5,4%.
Terror y pánico
11/12 septiembre 2001. – tras los ataques a Nueva York y Washington, el pánico se apodera de los mercados financieros mundiales, porque Wall Street suspende por completo sus sesiones. Eso le cuesta al DAX alemán un 8,5%. En el conjunto del planeta, los cursos ceden más de un 11%.
Respuesta militar
14/15 septiembre 2001. – puesto que EEUU pone vigoroso énfasis en una respuesta militar al 11 de septiembre, las bolsas entran otra vez en tremolina. El DAX alemán cede otro 6%.
La guerra de Irán aniquila los valores bursátiles
24/ 25 marzo 2003.- la incipiente invasión de Irak por EEUU comienza afectando gravemente a los mercados financieros. Hay ventas de acciones dicatadas por el pánico. El DAX alemán cae cerca de un 6,1%.
Lunes negro
21 enero 2008 – la crisis del mercado hipotecario en EEUU, que estalló en julio de 2007, ha terminado por infectar al mercadeo financiero mundial. Estimuladas por una recesión norteamericana en ciernes, se desploman las bolsas por doquier (el DAX alemán, en un 7,2%).
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, estudió economía y ciencia política en Berlín y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y economía) y de la nueva edición crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (Marx-Engels Gesamtausgabe, nueva MEGA). Investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos libros sobre economía política internacional.