A 19 años del 27 de febrero de 1989 queda sed de justicia por el entonces y por el ahora. Sin ecuaciones, sin sumas, porque la desaparición forzada en nuestro país no ha desaparecido desde entonces. Más allá de los gobiernos, la injusticia y la impunidad se mantienen. Durante 2007 hubo en Venezuela 3011 denuncias […]
A 19 años del 27 de febrero de 1989 queda sed de justicia por el entonces y por el ahora. Sin ecuaciones, sin sumas, porque la desaparición forzada en nuestro país no ha desaparecido desde entonces. Más allá de los gobiernos, la injusticia y la impunidad se mantienen.
Durante 2007 hubo en Venezuela 3011 denuncias de desapariciones ante el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas. Desconozco, porque no se informa, cuántos casos fueron resueltos o cuál contexto era el más frecuente. A juzgar por el caso de la desaparición de mi hermano, que fue denunciado en 2008, dudo que los cuerpos policiales hayan resuelto más del 10%.
Cuando el presidente Chávez asumió en 1999, se dio cuenta de que para poder hacer efectiva la presencia del Estado en los sectores populares -desasistidos como estaban en salud y educación-, necesitó crear un sistema estatal paralelo, porque la estructura de los ministerios se había convertido en un elefante blanco. Así nacieron las misiones.
En el caso de las desapariciones, que riman con misiones, las familias deben encargarse de llevar a cabo la investigación por el camino que una amiga llama «de los juguetes». Para eso hay que tener contactos en todas las instancias no sólo del Gobierno, sino también de las mafias organizadas, más efectivas a la hora de dar con pistas, pues, tienen a su servicio parte del staff de funcionarios policiales de nuestro país y a veces, hasta los controlan.
Es decir, las familias deben armar sus particulares misiones, las razones sobran. También sobra la impotencia de darse cuenta que, en principio, cuando uno acude a las instituciones debe hacerlo con la firmeza y el aplomo que siempre va a faltar cuando un familiar está desaparecido, y eso requiere estar avalado por un sinfín de amigos y conocidos que gestionaron algún contacto en el CICPC, la Fiscalía o cualquier otra institución.
Igual es muy jodido. Con toda la buena voluntad que pueda tener el funcionario promedio, de nada te sirve saber quién desapareció a tu familiar, cómo lo hizo, a quién contrató, porque necesitas pruebas que no tienes y a las que ellos difícilmente llegarán, porque el camino de los juguetes, el paralelo, el de las misiones, va un paso adelante.
El problema es que no terminamos de aceptar que nuestra realidad es esa. La verdad es que me da urticaria, me dio de verdad, ir los sábados al programa de radio «la Brújula Mundial» con mis tres grandes compañeros periodistas Andrés Sal-lari, Ernesto Navarro y Hernán Cano, a hablar sobre política internacional y criticar los desmanes de quienes detentan el poder global, entre otros temas de interés que merecen ser denunciados.
Por ejemplo, si hablamos de los torturados o los desaparecidos, inmediatamente podría traer a colación las torturas que sufrió y posterior desaparición de mi hermano. Si hablamos de imperios, hablaría del imperialista que está detrás de lo que ocurrió con mi hermano. Injusticia, impunidad, desmanes, violación de los derechos humanos, yo entiendo cada una de esas palabras a partir de lo que le ocurrió a Omar Norió Michelli Parra, mi hermano, y no por capricho, su caso está plagado de esos y otros lugares que te acercan y te hacen vivir con el terror.
Hoy, tal como en el 89, la policía sigue desapareciendo venezolanos, sigue existiendo «La Peste», ese horror al que fueron confinados cientos de venezolanos después del «Caracazo» y al que ahora son confinados no sólo los cadáveres no identificados o no reclamados en la morgue de Bello Monte, sino también muchos ajusticiados por los cuerpos policiales.
Vuelvo al caso de mi hermano, ese que de vez en cuando no deja dormir a mi mamá, a mi sobrina de cinco años -hija de Norió- que el otro día soñó que su papá estaba en una bolsa negra y me pregunta si contratamos a un detective para encontrarlo y que dibuja muy bien y espera mostrárselo a su papito cuando demos con él. También están los sueños de mis hermanas y los míos. De los sueños despiertos no digamos nada.
Cuando una pesadilla se instala en nuestras vidas, sin existencialismos literarios ni metáforas quijotescas, uno se da cuenta que hasta ahora vivió en un mundo ideal. En mi caso siento que en algún momento hice periodismo para lo que deciden los de arriba y no para la gente, a pesar de que toda mi carrera profesional la he construido en medios del Estado, pero es que esas 3011 familias que denunciaron la desaparición de sus familiares en 2007 o los ajusticiados, necesitan tener eco en los medios no desde la perspectiva que demoniza y criminaliza a las víctimas o los convierte en una cifra de manipulación política, sino desde los múltiples contextos que agobian a nuestra sociedad, a las familias.
Es un hecho político, sí. El gobierno invierte, como nunca antes, miles de millones de bolívares fuertes para mejorar la calidad de vida del pueblo venezolano. Mucha de esa inversión social se desdibuja si una parte de la población joven muere antes de los 30 años por la violencia social, porque la mejor forma de resolver los problemas es contratar a unos para que desaparezcan a otro por la razón que sea.
La impunidad y la injusticia siguen vigentes a 19 años del 27 de febrero. Yo quiero y espero encontrar a mi hermano, más allá del poder imperialista de un asesino, más allá del miedo que no supera ni superará la sed de justicia. Mi familia ya articuló su misión particular, queremos que se sumen más familias para que la Misión Justicia parta de la gente, como una necesidad de las comunidades y del pueblo venezolano, como poder que se engendre desde el pueblo para motorizar un cambio estructural en nuestro país, para darle un freno a quienes detentan el poder económico y criminal, para hacer una Revolución Humana, más humana que el camino de los juguetes.
Periodista venezolano.