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El sexo en la publicidad

Fuentes: Rebelión

Una de las discriminaciones que con mayor énfasis -y vistosidad, por supuesto- se manifiesta en el mundo femenino, ocurre en el ámbito de la publicidad. Allí, mientras se esclaviza la imagen de la mujer, se hace de ella un «producto» rentable. La mujer viene aportándole, sin habérselo propuesto, y sin consideración alguna a su dignidad […]

Una de las discriminaciones que con mayor énfasis -y vistosidad, por supuesto- se manifiesta en el mundo femenino, ocurre en el ámbito de la publicidad. Allí, mientras se esclaviza la imagen de la mujer, se hace de ella un «producto» rentable. La mujer viene aportándole, sin habérselo propuesto, y sin consideración alguna a su dignidad y a su decoro, la materia prima a uno de los negocios más poderosos de la era moderna. Están ellas, pues, en manos de una publicidad sexista, aprovechadora, que sin escrúpulos viene conduciéndolas hacia una única y perversa valoración posible: el «objeto sexual» estereotipado como gancho de enorme atracción entre consumidores y productores de toda clase de mercancías que, probablemente también, sirve para encarecer, en relación directa con la belleza femenina que los anuncia, los «artículos» ofrecidos.

«En los últimos años los anuncios de pantalones vaqueros, perfumes, y muchos otros productos», refiere un analista, «han ofrecido imágenes provocativas que fueron diseñadas para activar respuestas sexuales de tan amplio espectro de la población como fuera posible, para dar una sacudida eléctrica por su ambivalencia, y para apelar a menudo a los deseos bisexuales reprimidos que se piensa comportan una mayor carga emocional.» Y el mismo Calvin Klein rotulaba a los pantalones vaqueros como afirmación de sexo, y añadía que «la abundancia de carne desnuda es el último intento de los publicistas de dar a productos redundantes una nueva identidad».

Simplificando, observamos a una sociedad de consumo apalancada en la utilización del erotismo y los cánones de la belleza femenina, «confiscándole» sus atributos en aras de alcanzar unos propósitos expansivos de tipo comercial.

Sin embargo, previas estas apresuradas observaciones, la preocupación que me mueve en esta ocasión es otra.

De entrada sé que abordando este tema como lo haré, inculpando también a tantas de «ellas» que no han reflexionado frente a la sutil maniobra, quedo expuesto a su irritación. No importa, porque lo que importa, sí, es evitar generalizaciones insinuando que lo son todas por su condición de género. De igual manera, también importa mencionar a manera de respetuosa súplica para que modelos y publicistas revisen lo que viene sucediendo, los excesos del día a día en la sugestión sexual como instrumento de persuasión mercantil.

Y es que en asuntos de banalidad, impresionan los «avances» y la «frescura» desbocada de tantas mujeres en la televisión latinoamericana de estos días. Hace algunos años pensaba que el colmo consistía en la transmisión de unas cuñas publicitarias en donde la «mujer-objeto», con su consentimiento, era manipulada y degradada, lo que de por sí ya era censurable.

¡Pero qué decir ahora!

Algunas mujeres, naturalmente entrampadas y encandiladas por la fama y la fortuna, sin pundonor ni recato, están ofreciendo los encantos exquisitos de su cuerpo en cuanta promoción comercial las requiera, promocionándolo todo a cambio de una efímera prosperidad. Dinero para vivir bien y fama para seguir acumulando dinero en el mismo oficio. Pero tales «modelos», en esta carrera enloquecida, y sin racionalizarlo bien, están matando ellas mismas la gallina de los huevos de oro. A diario rebotan de la pantalla a nuestras miradas ávidas tal cantidad de senos sublimes y voluptuosos, cinturitas eróticas, piernas seductoras y «derrière» pluscuamperfectos, que no tardará la hora en que aquellas miradas libidinosas, terminen por saturarse.

Ya la sabia expresión popular tras siglos de experiencia lo señaló: «Bueno es culantro pero no tanto».

Y es que para nadie es un secreto ni constituye vergüenza lo que la madre natura con generosidad gratificante les entregara a ellas para hacer florecer doblemente la vida con sus dones para la creación y el placer, ya que cuánta fascinación «perturbadora» no está contenida en sus cuerpos; cuántas pasiones embriagadoras no despierta su desnudez; cuánta valía no tiene para el hombre su piel cautivante, sus líneas sensuales, sus contornos, sus colinas y sus profundidades. Pero si la ración diaria que se nos ofrece es siempre la misma, invariable, si todos los días estamos precisados a alimentarnos sólo de coliflor o de atún, si ya no es un enigma nada y el atractivo del misterio y la magia, de lo por descubrir o de lo cambiante se pierde en la monotonía de una reiteración, aquí y ahora, estamos comenzando a perder todos: hombres, mujeres y publicistas.

Qué bueno sería que la mujer, que intrépidamente viene librando y ganando batallas por su autonomía, por sus derechos a la igualdad, por su honra, repasara a fondo y abriera sus bellos ojos ante las nuevas formas de esclavitud y servilismo a que la viene sometiendo esta sociedad mercantilista y machista. Con el espejismo de ciertos derechos ahora reconocidos ampliamente y que le permiten un trato con equidad, la mujer, no obstante, está dejándose conducir al retorno de su ancestral infortunio: ser la explotada y sumisa servidora de la utilitarista y caprichosa voluntad del hombre… publicista.

Aunque rechazan que se las tilde de simples objetos sexuales, por estas nuevas tendencias pareciera que se están empeñando precisamente en eso. En serlo.

Y no es que no las codiciemos así. Nosotros, los hombres. Pero, ¿y ellas? ¿Acabarán por acostumbrarse a ser justipreciadas simplemente por ello? ¿A que el mayor de sus méritos y su seguro de vida estén directamente relacionados al embrujo de su desnudez o al fulminante impulso de su desenfado y osadía que ahora parece habitarlas como huésped constante?

Pero, en fin, para disculparme concretamente con las «historiadas» aquí, terminaré admitiendo con Oscar Wilde que «las mujeres han sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas». Y con Sor Juana Inés de la Cruz, en acto de extrema y debida contrición, repetiré:

«Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis»

El autor es escritor colombiano

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