Una ley natural es que el mejor camino no es siempre ni el más corto, ni el más fácil. ¡Cuántas veces nos encontramos con un acantilado que nos obliga a bordear para llegar a donde queremos ir! Por eso a veces hay que «echar para atrás, para agarrar impulso», o tomar la vía que parece […]
Una ley natural es que el mejor camino no es siempre ni el más corto, ni el más fácil. ¡Cuántas veces nos encontramos con un acantilado que nos obliga a bordear para llegar a donde queremos ir! Por eso a veces hay que «echar para atrás, para agarrar impulso», o tomar la vía que parece menos apropiada. Lo demostró Páez en las Queseras del Medio y Bolívar con el paso por los Andes en la Campaña Admirable.
Otra ley natural es que muchas veces, para lograr un objetivo estratégico, se requiere dar pasos tácticos en sentido opuesto. No siempre las acciones tácticas y estratégicas van en línea, al contrario, van en aparente sentido opuesto. Un ejemplo claro es la educación de un niño: queremos formarlo para que sea feliz en el futuro. Pero no se trata de complacerlo en todo, de dar felicidad a corto plazo; al contrario, muchas veces hay que limitarlo, hacerlo ‘infeliz’, para fortalecer su carácter. Todos sabemos que niño malcriado será adulto infeliz, por eso, para hacerlo feliz estratégicamente (cuando adulto) a veces hay que restringirlo (hacerlo infeliz) tácticamente.
El momento revolucionario, ante la amenaza imperial, nos plantea dos caminos. El primero es el centralista, que deleguemos el poder en el Presidente para que, ejerciendo el poder central, pueda dar respuestas fuertes y rápidas ante cualquier amenaza. De allí, la necesidad de que sea el Presidente quien seleccione los candidatos a todos los niveles para evitar las confrontaciones fraternas que se constituyan en debilidad ante el enemigo. Así mismo, «lavar los trapos adentro» y dejar pasar algunas situaciones de corruptelas ante la necesidad más importante de mantener la unidad ante el agresor. Es el camino del ‘dedo’ poderoso.
El segundo camino sería delegar el poder al Pueblo, fortalecer el Poder Popular, la Democracia Directa, lo cual, una vez logrado nos daría más fortaleza, pero se tomaría un tiempo precioso para desarrollarse, riesgo que no podríamos tomar. En ese período de desarrollo, el enemigo nos podría encontrar sin la capacidad de respuesta adecuada. Es un camino largo, difícil.
El primer camino, el centralista, nos llevaría a un Gobierno fuerte, capaz de enfrentar con éxito al enemigo, pero a largo plazo engendraría un sistema centralista con un Poder Popular raquítico, campo infértil para el socialismo; es también un camino vulnerable, pues si cae el centro, cae todo. El segundo camino, el popular, por el contrario, nos enfrentaría al peligro de morir en el intento, pero a largo plazo nos garantizaría un Estado Popular fuerte, basado en el Pueblo, que podría desarrollar el socialismo. Es decir, el primer camino nos lleva a la supervivencia vacía de Pueblo (si no cae el centro en el camino); el segundo, nos conduce al socialismo, si no perecemos en el intento.
El primer camino es el más corto, y lo táctico y lo estratégico van aparentemente en el mismo sentido, pero no es el correcto, según las dos leyes naturales vistas arriba. El segundo camino es el más largo, difícil y peligroso, pero el único que nos llevaría al socialismo, el camino correcto. Si el socialismo y la felicidad del Pueblo son el objetivo estratégico, sólo el segundo camino es el correcto. Para sobrevivir, será necesaria una estrategia de ir pasando gradual, rápida y sabiamente del primero al segundo camino, para evitar caer en el camino.