Mientras amenazan hambrunas por doquiera, los mercados de valores viajan por una montaña rusa. Grandes bancos en América y Europa tienen que confesar pérdidas milmillonarias. A la crème de la crème de las grandes empresas financieras se le pronostican en los próximos meses nuevas desvalorizaciones astronómicas y una caída de beneficios rayana en el 65%. […]
Mientras amenazan hambrunas por doquiera, los mercados de valores viajan por una montaña rusa. Grandes bancos en América y Europa tienen que confesar pérdidas milmillonarias. A la crème de la crème de las grandes empresas financieras se le pronostican en los próximos meses nuevas desvalorizaciones astronómicas y una caída de beneficios rayana en el 65%. El FMI y el Banco Mundial han tenido que vérselas en su reunión de primavera con ambos fenómenos: una crisis agudizada de la alimentación a escala planetaria y la crisis financiera mundial, que sigue su curso.
Paulatinamente, también a las Damas y Caballeros de la clase política les va resultando claro que esta crisis financiera no es de las que se pueden lidiar con jaculatorias milagreras. El pasado fin de semana acudieron todos: los ministros de finanzas y los jefes de los bancos centrales se reunieron poco antes de la reunión de primavera del FMI y del Banco Mundial. Con semblantes muy serios, acordaron un «Programa de acción» destinado a dominar la crisis. Que es lo que se les había encargado en otoño en el «Foro para la Estabilidad Financiera» (FSF, por sus siglas en inglés). Los bancos y otros actores en los mercados financieros habían fallado visiblemente en la «autorregulación» y no estaban en condiciones de afrontar sus problemas; tal dejó dicho en Washington Jean-Claude Trichet, el jefe del Banco Central Europeo (BCE). Así pues, la alta política tenía que actuar.
Strauss-Kahn rompe el tabú
Poco antes, el Fondo Monetario había calentado el ambiente con su informe sobre la estabilidad financiera mundial. Lo hasta ahora calculado y estimado en pérdidas derivadas de la crisis, papel mojado. No son ya 400 mil millones de dólares, sino que se trata de al menos un billón, si a las mermas generadas por las hipotecas tóxicas sumamos las demás pérdidas (las de los créditos al consumo, pongamos por caso). La presente debacle, se dice en el informe del FMI, muestra la desapoderada artificiosidad y la extrema vulnerabilidad a las crisis de todo el sistema financiero internacional. En efecto: bancos, aseguradoras, fondos de pensiones, fondos hedge de derivados financieros, todos esos profesionales del negocio financiero internacional superlativamente alabados -y sobrepagados hasta lo grotesco-, todos, habrían «fallado colectivamente». Y no sólo en la estimación de los riesgos o en la valoración de las pérdidas. Puesto que los EEUU, según el FMI, se deslizan inexorablemente hacia la recesión -una crisis que, entretanto, el banco central norteamericano ha dado ya por comenzada-; puesto que, a remolque de esa caída, amenaza una crisis económica mundial, se precisan acciones políticas rápidas y vigorosas. Que el papá Estado venga en auxilio y nos salve de esos «espectaculares fallos» del sistema financiero internacional de los que ahora el FMI se conduele con harta elocuencia.
Ya unas semanas antes, Dominique Strauss-Kahn, antiguo ministro socialista de finanzas en París y, desde noviembre de 2007, jefe del FMI, había batido el mismo tambor, desencadenando una verdadera revolución en el Fondo. La prensa económica alemana e internacional se estremeció: Keynes habría resucitado de entre los muertos. El jefe del FMI abogaba abiertamente por una política fiscal activa y expansiva para enfrentarse a la crisis. Abandonaba el más básico artículo de fe que viene paralizando a la economía desde hace décadas por doquiera: consolidación presupuestaria por encima de todo, ahorro, ajuste, recortes; cueste lo que cueste.
De puertas adentro, hace mucho que el FMI ha reconocido que la política de ahorro a toda costa que viene imponiendo a los países en vías de desarrollo desde hace décadas no ha hecho sino empeorar las crisis. Y ahora puede achacársele a esa política una buena parte de culpa en un dilema alimenticio terrible. En su foro interno, los economistas del FMI han comprendido que la antipatía con que durante años trataron a cualquier forma de política fiscal pública expansiva es científicamente insostenible; un puro dogma. Pero sólo ahora, a la vista de la debacle de los mercados financieros y de la amenaza de una crisis económica mundial, se atreven a decirlo abiertamente. No sólo los países industriales rectores, también los países en el umbral del desarrollo, dice Strauss-Kahn, deberían pensar urgentemente en medidas fiscales apropiadas de reanimación de la coyuntura.
Hay que reconocérselo, lleva razón el hombre. Los dogmáticos vertidos en el molde del ministro alemán de finanzas, Steinbrück, no podrán seguir el consejo por falta de competencia profesional como economistas. Los periodistas económicos hablan por boca de ganso de un «giro a la izquierda» en el FMI. ¡Yerran por mucho! La actual crisis financiera es para el Fondo un verdadero regalo del cielo. Ninguno de los países industrializados, y entretanto, ninguno tampoco de los países en el umbral de desarrollo o en vías de desarrollo, lo necesitan ya. China ha desplazado con éxito en África al FMI como suministrador de crédito; fondos estatales asiáticos y árabes le aventajan ya por doquier. El presupuesto anual del FMI, que monta mil millones de dólares, ha de financiarse con ingresos por intereses. Ahora mismo, el Fondo tiene sólo dos grandes deudores: Turquía y Ucrania. De sus intereses no puede vivir; tiene un déficit estructural de 400 millones de dólares anuales. De aquí las drásticas medidas de ahorro tomadas: entre 400 y 500 colaboradores despedidos y grandes partes de la gigantesca reserva de oro, 400 toneladas con un valor de mercado actual de 11 mil millones de dólares, puestas en almoneda. Con ese dinero quiere el FMI formar un patrimonio y vivir de las rentas del mismo.
Pero más aún que eso, lo que esta institución necesita evidentemente es una nueva misión; por ejemplo, la de regulador supremo de los mercados financieros internacionales. De aquí que el resucitado activismo del G-7 le venga de maravilla. Por eso exige Dominique Strauss-Kahn, no sólo planes de emergencia a corto plazo, a fin de contener la crisis, sino reformas estructurales fundamentales en los mercados financieros, nuevas reglas, nuevas autoridades supervisoras, nuevas estructuras de control, nuevas instituciones.
Hasta Steinbrück tendría que despertar Pero eso sólo puede resultar creíble, si el FMI aborda su problema interno de legitimidad, es decir, si altera de manera radical la extremadamente desigual distribución de los derechos de sufragio y cogestión entre los 185 países miembros. Eso es lo que efectivamente se dibuja tras esta reunión de primavera, aunque lo que se convino es una reacomodación del sufragio, de modo que a largo plazo la sobrerrepresentación de los Estados de la OCDE iría disminuyendo a favor de países en el umbral del desarrollo como China, India y Brasil.
El Fondo Monetario, así pues, se asea, a fin de poder llegar a desempeñar un papel en el futuro. De aquí al 28 de abril, los países miembros tienen que aprobar la planeada reforma (con una mayoría del 85%). En tal caso, podría comenzar una verdadera lucha para regular los mercados financieros. Sólo que, desgraciadamente, lo que el «Plan de Acción del G-7» anuncia a bombo y platillo es superlativamente convencional, y apenas tendrá efectos. Y lo auspiciado por el FMI, apenas si va más allá. Las autoridades estatales supervisoras procurarían una «mayor transparencia», las agencias rating de estimación de riesgos serían reformadas, los controladores de la supervisión financiera harían honor a su nombre, los negocios arriesgados en los mercados financieros se guiarían por reglas estrictas. Y los Estados tendrían que intervenir donde siempre hay problemas.
Hasta se habla de una política cambiaria coordinada, lo que fue durante mucho tiempo la principal ocupación del G-7. La exigencia aparentemente más inocua, es la más explosiva: los bancos, por favor, deberían declarar de una vez públicamente todas sus pérdidas y todos sus riesgos. Si lo hicieran, mañana mismo llegaría el gran crac. Hasta el propio Steinbrück tendría entonces que despertar.
Michael Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, estudió economía y ciencia política en Berlín y en París. Actualmente es profesor de ciencia política y de economía en varias universidades alemanas y en el extranjero, desde 1981 principalmente en Amsterdam. Coeditor de la revista alemana SPW (Revista de política socialista y economía) y de la nueva edición crítica de las Obras Completas de Marx y Engels (Marx-Engels Gesamtausgabe, nueva MEGA). Investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam. Autor de numerosos libros sobre economía política internacional.