Estos datos del Instituto Nacional de Estadística creo que no pueden dejar indiferente a nadie aunque hayan pasado sin pena ni gloria por los medios de comunicación: el trabajo no remunerado desarrollado en el hogar es equivalente al 27,4% del PIB español y, del mismo, el 73% es realizado por las mujeres. ¿Qué significa esto? […]
Estos datos del Instituto Nacional de Estadística creo que no pueden dejar indiferente a nadie aunque hayan pasado sin pena ni gloria por los medios de comunicación: el trabajo no remunerado desarrollado en el hogar es equivalente al 27,4% del PIB español y, del mismo, el 73% es realizado por las mujeres.
¿Qué significa esto? Significa, de entrada, que la macromagnitud que utilizamos para medir el nivel y el crecimiento de la riqueza de nuestras economías, el Producto Interior Bruto, deja fuera de sus cuentas más del 25% de la riqueza total generada en el país. La razón es que para el cálculo de dicha variable tan sólo se contabilizan las actividades mercantiles (y algunas no mercantiles destinadas a uso final del propio hogar). Es decir, todo aquello que no pasa por el mercado no es contabilizado y, por lo tanto, se desestima su contribución a la generación de riqueza nacional.
Este ha sido tradicionalmente el caso del trabajo doméstico: todas esas tareas desarrolladas en el seno del hogar (limpieza, cuidado de niños y ancianos o preparación de alimentos, etc.) y que no son remuneradas a la persona que las realiza generalmente porque suele pertenecer al núcleo familiar.
Bien es cierto que en las economías más avanzadas esos servicios han ido «externalizándose» por una doble vía. Por un lado, se han institucionalizado y son provistos públicamente a través de una red de servicios y asistencia sociales. Y, por otro lado, han sido directamente mercantilizados y se han creado empresas especializadas en su provisión. Esta segunda vía tendría una vertiente espuria cuando esos servicios son prestados en condiciones de informalidad por parte de inmigrantes que cubren las carencias en materia de prestación de servicios sociales asistenciales de los estados, al tiempo que facilitan la incorporación de la mujer al mercado de trabajo.
De esta forma, sólo cuando dichas actividades son prestadas por las instituciones del estado o han sido mercantilizadas son contempladas en la contabilidad nacional de un país y, con ello, consideradas como generadoras de riqueza dentro del mismo.
Pero, además, y ya entrando a la realidad concreta de los datos del informe, puede comprobarse cómo en una economía como la española, carente de una institucionalidad de asistencia social potente, la mayor parte del trabajo doméstico es realizado por las mujeres. De hecho, de las 46.375 millones de horas al año invertidas en actividades productivas no remuneradas en los hogares españoles, 33.872 millones de horas, esto es, el 73% del total es realizado por mujeres, frente a un 27% realizado por los hombres.
¿Cómo se convierten esas horas de trabajo en su equivalente monetario a fin de conocer cuál sería su contribución en tales términos a la riqueza del país? Para ello en el estudio se han multiplicado esas horas de trabajo por el salario por hora que cobraría una empleada del hogar que desarrollara dichas tareas a cambio de una remuneración. El salario usado de 4,33 euros por hora (se estima que ese era el salario de los empleados domésticos en el año 2003 que es el tomado como base en el estudio).
Pues bien, multiplicadas horas por salario/hora el resultado, actualizado al año 2008, supondría que el valor monetario de las actividades no remuneradas desarrolladas en el seno del hogar ascendería a más de 307 mil millones de euros anuales, esto es, más del 27% del PIB español como se dijo más arriba. O, lo que es lo mismo, casi el total del gasto del Estado contemplado en los Presupuestos Generales del Estado para el año 2008 y que asciende a algo más de 314 mil millones de euros. Sorprendente, ¿verdad?
De todo ello podemos inferir básicamente dos conclusiones.
La primera conclusión es de carácter general: el mercado se ha convertido en la principal vara de medir de nuestras sociedades, el ámbito que legitima como productiva a una actividad y la incorpora a la riqueza social o que, por el contrario, la relega a una posición subordinada, mero complemento que, a lo sumo, es valorada social, pero no económicamente, por su contribución a la reproducción de la mano de obra. Si se produce para el mercado, el producto es riqueza; si no se produce para el mercado, el producto no existe, queda invisibilizado aunque sea casi equivalente al gasto público de un Estado como España en un año.
Y, por otra parte, la segunda conclusión que puede extraerse es de carácter particular: España sigue siendo un país tremendamente machista en el reparto de los trabajos en el ámbito doméstico. Y esa desproporción entre el tiempo dedicado por las mujeres a dichos trabajos debería instar a la reflexión a quienes piensan que la igualdad se construye desde arriba, promoviendo composiciones paritarias en consejos de administración o nombrando más ministras que ministros.
En este sentido, tengo mis dudas acerca de si tener un gobierno con un número superior de ministras que de ministros es algo que deba ser valorado positivamente o no. De lo que sí que no tengo dudas es que esa distribución no es ni remotamente expresiva de la realidad española y de la posición de las mujeres dentro de esa realidad.
Alberto Montero ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Puedes ver otros textos suyos en su blog La Otra Economía.