El modelo de desarrollo basado en la lógica del mercado, la competitividad y la búsqueda de ganancia a ultranza que define al modelo capitalista, en su faceta neoliberal, fundada en la mayor competencia, el comercio libre y el Estado frágil, ha conducido a la hecatombe económica y a la fragmentación social. En vez de encaminar […]
El modelo de desarrollo basado en la lógica del mercado, la competitividad y la búsqueda de ganancia a ultranza que define al modelo capitalista, en su faceta neoliberal, fundada en la mayor competencia, el comercio libre y el Estado frágil, ha conducido a la hecatombe económica y a la fragmentación social. En vez de encaminar la evolución del ser humano, ha conducido a un proceso involutivo hincado en la contaminación del planeta tierra, la destrucción de las identidades culturales de las sociedades tradicionales y el ensanchamiento de las brechas entre ricos y pobres, traducido, entre otros elementos, en las relaciones asimétricas que se dan tanto a nivel del mercado, como en el ámbito de lo político, educativo, científico y social, y reflejado en el desempleo, la inflación y la violencia.
Ante el fracaso del modelo económico neoliberal, por no haber cumplido su promesa de bienestar social, han emergido propuestas económicas de corte humanista, críticas de la esencia competitiva e injusta del mismo, poniendo énfasis en lo sociocultural como enfoque del desarrollo y asumiendo que los países subdesarrollados no deben insistir en el neoliberalismo.
El debate se centra entonces en la posibilidad de unir la competencia con la complementación desde la interculturalidad. Pero, ¿es realmente posible hacerlo? La respuesta exige comprender que todo discurso revela un fundamento filosófico desde el cual se percibe la realidad y se encaran las acciones humanas. En tanto Bolivia se caracteriza por contener dos marcos culturales: el occidental y el originario, también refleja dos concepciones filosóficas de la realidad que definen la economía y todos los campos en que se manifiesta la existencia social. Es preciso, en primer lugar, romper con el preconcepto de que únicamente Occidente hace filosofía, hecho que ha permitido que el proceso colonizador, en sus diferentes etapas, se re-funcionalice cada vez que se enfrenta a la emergencia de movimientos antisistémicos, incorporando únicamente cambios de forma, pues la esencia filosófica de los discursos colonizadores jamás se ha cuestionado.
La competitividad, desde la filosofía occidental, deriva, en parte, del supuesto biológico darwinista de que las especies que sobreviven son las mejor adaptadas. Supuesto que da fundamento al darwinismo social incorporado en las teorías económicas que sustentan que el mercado es una lucha entre competidores, en la que ganan los mejores . Dada la hipótesis de que el sobreviviente es el mejor adaptado, queda garantizado el progreso como un continuo perfeccionamiento de la sociedad. Con esto, el capitalismo es defendido como el mejor modelo de sociedad, y la competencia, como la única receta para lograrlo.
El discurso económico evolucionista proponía que los países del Tercer Mundo debían recorrer el camino evolutivo trazado por los del primero para salir de su atraso, modernizándose. Pero la resistencia de las sociedades subordinadas ante la imposición del modelo de modernización neoliberal hizo que proliferen las críticas a la lógica excluyente y desvalorizadora de otras visiones de mundo que caracteriza a la modernidad. Las corrientes posmodernistas embanderaron la diferencia cultural y los valores portados por las culturas tradicionales. Concomitante con este cambio de retórica, la solidaridad y la complementación fueron incorporadas a la economía, dando lugar al nuevo enfoque de desarrollo humano [1] y a la economía solidaria [2] , entre otros. Se cambió el centro del discurso de lo económico a lo cultural, y la interculturalidad se convirtió en el ámbito del cambio social.
Pero el concepto de competencia no fue trastocado, debido a que el desarrollo, sea humano o inhumano, se basa en el mercado, y éste siempre se rige por la ley de competitividad. En los hechos, la propuesta de complementación en la economía de mercado ha derivado, sea en alianzas y fusiones entre grandes corporaciones para aumentar su poderío económico, o en solidaridades entre pequeñas y medianas empresas asociadas para no ser eliminadas del mercado. En todo caso, la complementación practicada en el ámbito capitalista tiene una función netamente competitiva hacia el exterior del grupo asociado.
Aunque la complementación y la interculturalidad se incorporaron al léxico económico y social, al mismo tiempo se sacó de la mesa de discusión el problema de la colonialidad del poder. Parecía que con sólo hacer referencia a la existencia de diferentes culturas el problema de la asimetría en las relaciones interculturales se hubiera superado. Así, el proyecto posmoderno viabiliza que las culturas que aún no han terminado de ser colonizadas entren más rápidamente a la lógica capitalista. Las reglas del juego no han cambiado, pues, aunque se proponga respetar los pluralismos, no se ha admitido el pluralismo fundamental, que es el filosófico. Con ello se da por sentado que la base filosófica que atraviesa todos los espacios de acción humana es la occidental, anulando cualquier posibilidad de inclusión de otras visiones.
La verdadera pluralidad radica en reconocer que existe otra visión de mundo, que no es la occidental, y es portadora de su propia filosofía, a la que denominaremos: filosofía originaria. [3] Para ella la dicotomía cultura-naturaleza, que le da al ser humano superioridad sobre la naturaleza, desaparece en tanto se concibe a todos los seres de la realidad como seres vivos con la capacidad de ser en, por y para sí mismos. Ergo, no es posible concebir a un ser de la naturaleza como un recurso puesto allí para satisfacer las necesidades mercantilistas o humanas, sino que se trata de seres vivos con los cuales el ser humano se complementa en relaciones familiares y culturales. De este modo, la concepción occidental de producción, distribución y consumo cambia radicalmente. La producción es un proceso de existencia en el que se relacionan complementariamente el ser humano, la chacra, las semillas, el agua, las herramientas y otros seres concebidos como vivos. La distribución radica en el intercambio complementario y cargado de relaciones culturales de seres vivos, no mercancías, sean estos humanos, naturales o cósmicos. Finalmente, el consumo va más allá de la ingestión o aprovechamiento de un «producto», para ser la combinación complementaria del ser humano y el ser vivo denominado «producto» por Occidente, en la que cada uno se convierte en el otro. Es decir, la concepción económica originaria no es antropocéntrica y no radica en el mercado ni en la competencia.
Comparando con estos principios, queda claro que la propuesta de desarrollo humano, de economía solidaria y de interculturalidad se basa únicamente en los fundamentos filosóficos occidentales. Aunque invierten la fórmula capitalista al poner al bienestar y la felicidad humana por encima del capital, preservan el antropocentrismo del modelo dominante, porque también los ponen por encima de la naturaleza. Es por eso que el humanismo no es portador de nuevos paradigmas. Simplemente flexibiliza el sistema para adaptarlo a un contexto convulsivo, sin cambiar las bases filosóficas que lo fundan; es decir, mantiene intacta la separación hombre/naturaleza y el ser humano preserva el centro del mundo. Esta es la esencia del desarrollo humano sostenible, responsable por el uso no abusivo (pero uso, al fin) de la naturaleza, que sigue siendo vista como un cúmulo de recursos puestos al servicio del hombre, lo que imposibilita una economía verdaderamente respetuosa y benefactora de la naturaleza y del ser humano, en tanto ambos son una unidad inseparable.
El pensamiento sistémico, por su parte, hace referencia, desde la física cuántica, la microbiología y la genética, a la unidad de la realidad defendida por la filosofía originaria. Los estudios sobre la complementación biológica han demostrado la complementariedad entre los seres vivos y su entorno: lejos de competir por la supervivencia, ambos han evolucionado conjunta y recíprocamente, detonándose cambios uno al otro para adaptarse complementariamente. Con este criterio, los científicos chilenos Maturana y Varela apuntan que la visión de la evolución biológica y social como una lucha competitiva queda obsoleta, porque la realidad demuestra que no hay competencia, ni perfeccionamiento evolutivo, ni jerarquías dominantes; sólo hay complementación [4] .
Tenemos entonces que la competencia y la complementación no son afines y que el discurso humanista es, más bien, un desfogue del sistema que se estabiliza para enfrentar las resistencias de los marginales. ¿Cuál es entonces la vía para que la economía responda al bienestar de la sociedad y de la naturaleza, pero sin trampas discursivas? La vía es un verdadero pluralismo inter-intracultural que no se remita únicamente a la forma de las relaciones culturales (interculturalidad), económicas, educativas, políticas, tecnológicas, artísticas, religiosas, jurídicas y de salud, sino también a la ciencia y la filosofía (intraculturalidad), o esencia de las mismas. En este contexto, el pluralismo económico debe dar espacios a todas las visiones de mundo, incluida la capitalista, sin imposición de ninguna sobre la otra. Corresponde complementar gradualmente el paradigma económico occidental, basado en la competencia pura o con matices de cooperación competitiva, y centrado en el capital o en el ser humano -en tanto es una opción con muchos adeptos-, con otros paradigmas de economía que no optan por la competencia y que no se centran en el capital (sea físico o humano), sino en el respeto a la identidad de todos los seres de la realidad, a los que conciben como seres vivos y autodeterminados, con los cuales establecen relaciones culturales complementarias y a los que reconocen sus propios derechos.
En este sentido, tenemos la propuesta del «vivir bien» impulsada por el Presidente Evo Morales, precisamente para subsanar las perversiones del capitalismo, con la intención de buscar un bienestar equilibrado para la sociedad y la naturaleza, en vez de un «vivir mejor» de algunos individuos a costa de ellas. Si bien, en el marco del pluralismo, también planeado por el mandatario, el «vivir bien» va a ser autodefinido por cada cultura, es preciso delinear un marco general referencial a modo de evitar que se recicle en la esencia filosófica occidental. Así, para que esta propuesta prospere, debe traducirse en un paradigma, con su propio marco filosófico, distinto al modelo de desarrollo occidental, que admita, sin eufemismos, la convivencia de todos los seres de la realidad junto a todos, en unidad y sin dicotomías, superando así el funcionalismo del «desarrollo humano sustentable».
[1] El desarrollo humano demanda, antes que el puro crecimiento económico material, la mejora de la calidad de vida de las personas, favoreciendo a los sectores sociales menos desarrollados económicamente.
[2] La economía solidaria pretende hacer frente a la organización económica y social capitalista, en la que prevalecen los intereses individuales enfrentados en pugnas competitivas en pos de la ganancia a ultranza y el poder. Plantea un nuevo modo de hacer economía fundado en «poner más solidaridad en las empresas, en el mercado (…), etc.» Razeto, Luis (1999), «La economía de solidaridad: concepto, realidad y proyecto», en la revista Persona y Sociedad , Volumen XIII, Nº 2 Agosto de 1999, Santiago de Chile, en http://www.neticoop.org.uy/article314.html, ago-2007.
[3] La filosofía originaria no es privativa de culturas con rasgos bioculturales específicos, sino que es un sentimiento-pensamiento que puede ser asumido por cualquier individuo. La filosofía originaria se constituye en una propuesta no etnocéntrica ni antropocéntrica que no necesariamente es sustentada por todas las culturas indígenas.
[4] Graciela Mazorco. «Filosofía, Ciencia y Saber Andino». POSGRADO-FCE-UMSS. Cochabamba-Bolivia. 2007