La alineación de Brasil con EE.UU. y la UE es consecuencia del proyecto agrocombustibles. La maldición de la renta basada en «commodities». Lula y Cristina Fernández se verán las caras.
A las palabras se las lleva el viento. Ese parece ser el sino de la política internacional y doméstica de última generación. El canciller de Brasil, Celso Amorim, había comparado las actitudes de Estados Unidos y de la Unión Europea (UE) en las negociaciones sobre comercio mundial con el mismísimo Joseph Goebbels, pues para el alto funcionario de Brasilia, Bruselas y Washington aplicaban aquél principio del jerarca nazi que dice «si uno repite una mentira varias veces, se convierte en verdad».
Sin embargo todo cambio, y muy rápido. Brasil abandonó a sus socios tradicionales del denominado mundo en desarrollo, ahora con claro líder en la India, y en la negociaciones de la Ronda Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC) aceptó las propuestas hechas por Estados Unidos y la UE en materia de productos industriales. También hizo estallar por los aires la lógica alianza que debió mantener con Argentina, toda vez que ello implicaba darle existencia real al Mercado Común del Sur (Mercosur).
Al finalizar el encuentro de la semana pasada, en Ginebra, el director general de la OMC, Pascal Lamy, elevó un documento que propone a las naciones en desarrollo rebajar de 14 a 12 por ciento los productos bajo protección del libre comercio, mientras que exige a Estados Unidos reducir sus subsidios al agro a 14.500 millones de dólares, según cables de distintas agencias de noticias.
Brasil se sumó a la propuesta pero el canciller argentino, Jorge Taiana, fue uno de los primeros en rechazar el documento. «Para nosotros, ese papel, como está, no es aceptable», dijo.
Un despacho de la agencia IPS pone el dedo en la llaga: «lo que interesa actualmente a Brasil es el mercado agrícola asiático, especialmente de India y China, dijo. Es que Brasil exporta ahora manufacturas a Estados Unidos e importa esos mismos bienes de ese país, apuntó. La relación de «comercio imperialista» que tenemos hoy es con China, no con Estados Unidos, dijo a ese medio José Botafogo Gonçalvez, un prestigioso diplomático que preside el Centro Brasileño de Relaciones Internacionales (CEBRI)».
Por su parte, la agencia Reuters, fiel defensora del programa de «libre comercio» que auspicia la OMC, destacó las siguientes apreciaciones del presidente Luiz Inacio Lula Da Silva: «Brasil continuará trabajando por cerrar acuerdos bilaterales de comercio tras el fracaso de la ronda global de negociaciones de la llamada Ronda de Doha».
Las negociaciones de la Ronda de Doha, iniciadas en 2001, se proponen «aumentar el flujo comercial en todo el mundo». Las potencias industriales pretenden que los países periféricos abran sus mercados de bienes industriales y servicios, pero se resisten a las concesiones reclamadas desde lo que otrora se denominó el Tercer Mundo: que las economías centrales disminuyan en forma sensible las barreras proteccionistas, de aranceles a la importación y subsidios a sus producciones locales, fundamentalmente para el sector agrícola.
Esta vez Argentina, India y Sudáfrica se constituyeron en el núcleo más duro en defensa de sus sectores industriales, posición antes compartida por Brasil, que ahora se respaldó en el eje que conforman Estados Unidos y la UE.
¿Por qué Brasil decidió ese viraje? ¿Fue una decisión sorpresiva?
Sorpresa nada. Se veía venir. Independientemente de otras iniciativas sudamericanas de carácter positivo -como la tendiente a crear un organismo de defensa regional con exclusión de Estados Unidos y el mantenimiento de respaldos a Venezuela y Bolivia, por ejemplo, aunque en este último caso con marcadas presiones sobre el gobierno de Evo Morales en materia energética-, Brasil optó por privilegiar las necesidades de sus poderos intereses económicos concentrados y apuesta al proyecto agrocombustibles, que tiene como socio principal a Estados Unidos y prioriza el esquema de producción agrícola especulativo que pone en riego la seguridad y la soberanía alimentaria a escala global.
Esa decisión de Brasil deja muy mal parado al Mercosur, toda vez que lo más sólido de su construcción hasta ahora -lo que a su vez es un impedimento para su desarrollo como bloque con peso propio- ha sido su carácter de acuerdo arancelario, acuerdo ahora que en la OMC se hizo añicos.
En las próximas horas Lula visitará Argentina, oportunidad en la que conversará sobre la cuestión con su homóloga Cristina Fernández. Se supone que ambos mandatarios intentarán bajarle los decibeles al ruido que tuvo lugar en Ginebra y en ese sentido puede jugar un papel destacado el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien, según informaciones reconocidas en Buenos Aires, se encontrará aquí conjuntamente con Lula.
Nunca como en esta ocasión las proclamas integracionistas de los presidentes de la región se contradijeron tanto con algunos de sus hechos. Demasiados sigilos, demasiados sometimientos a las presiones corporativas de los grupos empresarios.
Por ejemplo, Lula no puede desconocer que los grandes intereses regionales e internacionales del monocultivo sojero y del proyecto agrocombustibles son los mismos que, en los últimos cuatro meses, se lanzaron en una dura ofensiva desestabilizadora contra el gobierno argentino y auspician un bloque de derecha neo- oligárquica, alentado por Estados Unidos. ¿Le importará? Quizá no tanto, a pesar de sus gestos y sus palabras.
En ese sentido parece orientarse su gobierno, toda vez que el canciller Amorim acaba de aprovechar sus propias declaraciones al diario Folha de Sao Paulo para fijar posición, a escasas horas del encuentro de su jefe con la presidenta argentina. «No podíamos quedar rehenes de la posición argentina. Tuvimos que tomar una decisión difícil. Pero si no lo hubiéramos hecho nos habrían señalado como los culpables del desmoronamiento de la Ronda de Doha», dijo.
«Sabíamos que había una diferencia de posición con Argentina. Pero no podíamos quedar presos de las posturas argentinas. Pensamos que podíamos encontrar una solución específica para los problemas del gobierno argentino, que tal vez se pudiera resolver en el Mercosur», añadió Amorim.
Por su parte, el poderos diario Clarín, de Buenos Aires, punta de lanza mediática de la ofensiva patronal del agro contra la presidenta Fernández, sostuvo lo siguiente respecto de lo dicho por el canciller brasileño: «el ministro (Amorim), respaldado por el presidente Lula da Silva, quedó en la vereda opuesta de su colega Jorge Taiana (canciller argentino). Brasil se alineó con Estados Unidos y Europa. En cambio, el gobierno de Cristina Kirchner se pasó al bando de India y China, en el que también se ubicaron otros países como por ejemplo Venezuela y Cuba. Lo que estaba en juego no era minúsculo: Amorim aceptó bajar la protección a los sectores industriales en un nivel que Argentina no estaba dispuesta a avalar, según dijeron el propio ministro Taiana y el secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Alfredo Chiaradia».
La corporación Clarín no dejará nunca pasar la oportunidad de resaltar las discrepancias hacia el interior del Mercosur y de hostigar la política exterior del gobierno argentino. Sería oportuno no tantas palabras y más hechos coherentes dentro del bloque regional, al que no le faltan problemas internos, toda vez que sus socios menores (Paraguay y Uruguay) y asociados, en forma especial Bolivia, no encuentran el lugar que deberían tener.