Nueva depresión. La actual crisis no ha sido causada, como repiten los medios, por la falta de control de los mercados financieros, ni por la irresponsabilidad de algunas entidades financieras a la hora de conceder hipotecas. Evidentemente, la actual crisis financiera ha ocurrido porque la burbuja hipotecaria ha estallado. Pero la crisis financiera es sólo […]
Nueva depresión.
La actual crisis no ha sido causada, como repiten los medios, por la falta de control de los mercados financieros, ni por la irresponsabilidad de algunas entidades financieras a la hora de conceder hipotecas. Evidentemente, la actual crisis financiera ha ocurrido porque la burbuja hipotecaria ha estallado. Pero la crisis financiera es sólo la consecuencia, y no la causa, de la crisis de la «economía real». Es fácil darse cuenta de que algo anda mal en la economía real cuando el capital financiero afluye en masa al mercado hipotecario (y a la especulación con el petróleo y los alimentos). Mientras la economía real se mantuvo en expansión, durante parte de los 80 y los 90, el sector financiero iba todavía mejor. Esta expansión tuvo lugar gracias al desarrollo de la informática y las telecomunicaciones. Era el fin de la vieja economía cíclica, decían los gurús de la «nueva economía»… El capital, eufórico, inundaba la bolsa. La desproporcionada sobrevaloración de las empresas tecnológicas en la bolsa era evidente, y la burbuja de las «puntocom» estalló en 2001. Pero lo fundamental es que la rentabilidad del capital, el grado de acumulación, centralización y concentración del capital y el crecimiento económico propiciados por las nuevas tecnologías informáticas se habían agotado.
Entonces la FED bajó drásticamente los tipos de interés, propiciando el negocio de las hipotecas, negocio que se ha realizado con la posterior subida de los tipos de interés, hasta donde ha sido posible. Greenspan le había ofrecido al capital una salida de emergencia, y el capital se desplazó en masa al mercado hipotecario. Con ello la economía ha vivido una especie de prórroga. Pero muchos asalariados no han podido seguir pagando sus hipotecas. Sin embargo, si la economía real estuviera en plena expansión, no habría habido esta morosidad; para empezar porque no habría habido burbuja hipotecaria…
Neokeynesianismo.
Parece que junto con la peor crisis desde la del 29 regresan también las políticas keynesianas de salida de la crisis. Tras el neoliberalismo, el neokeynesianismo: otra vez. ¿Cuál será la siguiente «novedad»? Pero las políticas keynesianas ya fueron puestas en práctica desde los 30, y, sin embargo, no se pudo evitar con ellas que el capitalismo cayera de nuevo en una depresión a finales de los 60, depresión que duró hasta mediados de los 80. De hecho, por restringirnos a EEUU, mediante dichas políticas no se logró una salida de la crisis en los años 30, sino sólo un paliativo momentáneo (se logró paliar los efectos sociales de la crisis, pero por poco tiempo, hasta la nueva recaída del 37, cuando el paro se situó en el 20% en EEUU). Por otro lado, durante los 90 las principales economías capitalistas, sobre todo EEUU, mantuvieron un período de crecimiento al tiempo que se desmantelaban las políticas keynesianas. Este crecimiento fue posible gracias al desarrollo de la informática y las telecomunicaciones (la caída del llamado «socialismo real» supuso también un evidente espaldarazo para el capital).
Parece probable que Obama gane las próximas elecciones. También parece que podría dar un cierto giro keynesiano a la economía estadounidense. Su plan podría consistir en una regulación de los mercados financieros, bajadas de los tipos de interés (con la consecuente bajada del dólar), redistribución del ingreso (aumento de los salarios, impuestos más progresivos) y un aumento de las inversiones públicas en sanidad, educación, infraestructuras y, en especial, en el sector de las energías alternativas. La pregunta es en qué medida podrían adoptarse estas políticas. Pensamos que en escasa medida. En primer lugar porque el actual plan de rescate de los bancos va a comprometer notablemente el gasto público futuro. En segundo lugar, porque las medidas keynesianas son contraproducentes si se aplican en un solo país (teniendo en cuenta el actual nivel de movilidad internacional del capital): haría falta un consenso mundial al respecto, y las políticas neoliberales de la UE van en sentido contrario. Parece, más bien, que Obama adoptará un plan keynesiano moderado (aunque no tan moderado como el de Zapatero…).
Las medidas keynesianas pueden ser bien recibidas, en principio, por la clase asalariada, pero no por los capitalistas, y mucho menos por los capitalistas financieros y los rentistas. Para el capital, las medidas para paliar la crisis son claras, y están destinadas a recuperar la tasa de beneficio: despidos y consecuente bajada de salarios (en este sentido van las peticiones del BCE y el Banco de España, por ejemplo, y, por supuesto, de las asociaciones patronales y los gobiernos y partidos más liberales: abaratamiento del despido, moderación salarial, flexibilidad laboral,…). Pero las políticas keynesianas van en sentido contrario. El fin de estas políticas no es la salida de la crisis, sino la gestión de sus consecuencias sociales: se trata de aplacar a la clase asalariada. Las políticas keynesianas sólo pueden servir para atenuar momentáneamente los efectos de la crisis sobre la clase asalariada, con el fin de mantenerla bajo control y evitar que ponga en peligro al sistema capitalista. Pero sus efectos duran poco tiempo, pues, al frenar la caída del empleo y de los salarios, dichas políticas no sirven para salir de la crisis, sino para agravarla. En cuanto al plan energético anunciado por Obama, podría tener los efectos deseados a largo plazo, y generar, a corto plazo, una nueva burbuja en la bolsa. Pero dicho plan difícilmente podría dar resultado a medio plazo.
Por otro lado, como decimos, la UE continuará profundizando en la senda neoliberal (más rápida y profundamente aun con los actuales gobiernos neoliberales y neofascistas de Merkel, Sarkozy y Berlusconi). Esto significa continuar con la privatización de los servicios públicos, con la flexibilización del mercado laboral, etc. Mientras en EEUU la economía no se puede liberalizar más, y parece avecinarse un cierto giro keynesiano, en la UE puede continuar siendo desmantelado lo que queda del Estado de bienestar, si la clase asalariada lo permite.
Nuevas guerras.
La política del capital para salir de la crisis es clara y puede resumirse en el aumento de la tasa de explotación mediante la bajada de los salarios, el aumento de la jornada laboral y la intensificación del trabajo (aumento de la tasa de explotación que es facilitado por el aumento del desempleo, como consecuencia inmediata de la crisis). El plan económico de McCain incluye, por ejemplo, una reducción general de los impuestos. Está demostrado (por Anwar Shaikh, en «Measuring the Wealth of Nations») que la clase asalariada estadounidense aporta al Estado más de lo que recibe de él. Una bajada de los impuestos facilitaría, entonces, una bajada proporcional de los salarios. Pero los republicanos reivindican además, y de forma explícita, una vieja y eficaz receta para salir de la crisis: la guerra.
En contra del keynesianismo, nos inclinamos a pensar que la recuperación iniciada a finales de los 30 fue propiciada por la guerra, que el período de auge posterior a la guerra se debió, inmediatamente, a la reconstrucción y al poder conquistado por los vencedores, y que la larga recuperación que duró desde los inicios de la guerra hasta finales de los 60 (los llamados «30 gloriosos»), se debió a las nuevas técnicas desarrolladas gracias al gasto bélico, que propiciaron un aumento de la productividad del trabajo y de la productividad del capital. Las políticas keynesianas se pudieron mantener y desarrollar en Europa precisamente durante la fase de auge económico, de 1940 a 1970, y gracias a ella. El sentido de dichas políticas era claro: competir en cuanto a bienestar social con la URSS. Tampoco es casualidad que las políticas neoliberales pudieran imponerse cuando el bloque socialista ya estaba muy desprestigiado debido a las intervenciones soviéticas en Hungría y Checoslovaquia, y a la política de los partidos comunistas y sus sindicatos en Europa, sobre todo a partir del 68.
Si McCain ganara, no deberíamos dudar de una invasión de Irán y un aumento de las tensiones con Rusia, Venezuela y Bolivia, y China. Una escalada bélica conllevaría un mayor gasto militar que estimularía el complejo militar industrial; el segundo objetivo es, evidentemente, derrotar a los competidores por el control de recursos, mercados y mano de obra (y el mantenimiento del dólar como moneda mundial). Pero un último efecto del aumento del gasto militar, quizás el más importante y esperado, es el desarrollo de tecnologías que permitan un nuevo despegue de la rentabilidad del capital. En realidad, esta es la única forma de lograr una salida duradera de la crisis. Pero lo más probable es que Obama gane las próximas elecciones, y los planes republicanos deban esperar un tiempo. Esto no quiere decir que los demócratas no estén dispuestos a optar por una escalada bélica si no consiguen levantar la economía por otros medios. No estamos contraponiendo un Obama pacifista a un McCain belicista. El simpático Obama también ha dicho, en su debate televisivo con McCain: «No me temblará la mano a la hora de usar la fuerza militar».
Conclusión.
La actual crisis marca un punto de inflexión en la economía mundial, con el paso a una nueva fase de depresión económica. El previsible gobierno demócrata en EEUU también puede marcar un cierto giro político, quizás a nivel mundial, aunque en principio limitado a EEUU. Sólo si las cosas se pusieran muy feas podríamos ver el mismo giro en Europa. Pero el giro ideológico puede ser más brusco, y probablemente vamos a tener a los gurús neokeynesianos, como Joseph Stiglitz o Paul Krugman (o el más cercano Vicenç Navarro), hasta en la sopa.
Sin duda alguna es absolutamente necesario defender lo que queda del «Estado de bienestar» keynesiano en Europa. Pero no porque con ello se vaya a lograr salir de la crisis y construir un «capitalismo más justo», sino porque con ello la crisis se profundizaría, con lo que el propio «Estado de bienestar» podría ponerse también en crisis. Entonces sólo quedarán dos opciones: socialismo o guerra. El tiempo que no empleemos en recuperar el programa socialista para la clase obrera será tiempo que la burguesía empleará en armarse para la guerra, y en poner al día el programa fascista.