Hay perdedores después del primer rechazo del plan Bush-Paulson en la Cámara de Representantes. Pero nadie parece reclamar el triunfo. Eso es mal presagio. La lista de bajas la encabezan el señor Bush y su descalabrada presidencia. Por si había alguna duda, ahora nada evitará el veredicto: sus años en la oficina oval pasarán a […]
Hay perdedores después del primer rechazo del plan Bush-Paulson en la Cámara de Representantes. Pero nadie parece reclamar el triunfo. Eso es mal presagio.
La lista de bajas la encabezan el señor Bush y su descalabrada presidencia. Por si había alguna duda, ahora nada evitará el veredicto: sus años en la oficina oval pasarán a la historia como la peor presidencia en la vida de ese país. En seguida vienen el secretario del Tesoro y sus amiguitos en Wall Street.
La iniciativa de la Casa Blanca implica dar una cantidad astronómica de recursos fiscales a Paulson para que siga haciendo lo de las últimas semanas y meses: rescatando a quien considera que hay que salvar y condenando a los que no tienen su beneplácito. Es decir, la medicina del rescate al estilo Bush-Paulson consiste en más liquidez para que todo siga como antes. Pero ésta no es la medicina que necesita el paciente. Es más, este remedio podría ser peor que la enfermedad, pues la crisis es más de insolvencia que de falta de liquidez.
¿Pero quién ganó el primer round? En realidad nadie se considera vencedor porque el horno no está para bollos. La crisis ya está encima, se extiende y se intensifica cada día. Y aunque está claro que el plan de salvamento no hubiera beneficiado más que a los amigos de Paulson, nadie reclama la victoria por miedo a parecer el causante de la debacle del mundo financiero.
Por eso todos los que tuvieron algo que ver con la derrota del plan dicen algo así como «lo sentimos, el plan estaba bien y lo íbamos a aprobar, pero los del otro partido arruinaron todo». De ahí las acusaciones y recriminaciones entre diputados y entre los candidatos Obama y McCain.
Aquí está la tragedia. Ni los actores en el Congreso, ni los candidatos, parecen entender los términos de la encrucijada en la que se encuentra Estados Unidos. En lugar de ver en esta crisis el aviso urgente para redefinir el rumbo de la economía, todos están atrapados en el paradigma que durante años ha frenado el crecimiento y el bienestar, profundizando los desequilibrios macroeconómicos y hundiendo a la población en el endeudamiento.
Hace muchos años la economía estadunidense comenzó a marcar su preferencia por el paradigma de la especulación. Desde los años setenta, el salario real comenzó a estancarse. La única manera de mantener el dinamismo de la economía fue con un régimen de burbujas que, en los hechos, acabó por desmantelar el tejido industrial de esa economía (por eso hoy la industria manufacturera representa algo así como 10 por ciento del PIB). El endeudamiento privado fue el mecanismo para mantener el nivel de vida asociado a una sociedad de consumo.
Pero el endeudamiento y la especulación caminaron de la mano. Esta alianza se manifestó más claramente en los bancos de la globalización. Para ellos, la clave no está en asegurar que el deudor devuelva el préstamo al banco, sino en garantizar que el préstamo se transforme (desde el punto de vista del banco) en un activo que proporciona rentabilidad per secula seculorum. Lo que interesa es que el deudor se convierta en un siervo del banco y todo esto desembocó en un desastre. En los últimos siete años el endeudamiento privado en Estados Unidos se duplicó y hoy rebasa los 14.5 billones (castellanos) de dólares. La deuda del gobierno federal es de unos 9.3 billones y la suma de la deuda pública y privada representa 169 por ciento del PIB estadunidense. Esos niveles no se habían visto desde la Segunda Guerra Mundial.
En el periodo 2001-2008 esta orgía de endeudamiento estuvo asociada con un mediocre crecimiento anual (promedio de 2.57 por ciento) y la economía estadunidense en su conjunto sólo pudo generar 6 millones de nuevos empleos. De ese total, sólo 4.3 millones corresponden a empleos generados por la inversión productiva del sector privado. O sea que el mayor endeudamiento privado ha estado muy lejos de ser fuente de inversiones. El consumo y la especulación han seguido siendo los motores de la economía estadunidense, minando su posición competitiva e intensificando su desequilibrio con el exterior.
Es este paradigma especulativo el que habría que abandonar, redefiniendo los términos de una política macroeconómica capaz de permitir retomar un sendero de mayor bienestar social. Esa política macro debería estar asociada con una política industrial y energética que permitiera la transición a una economía avanzada, de cara a los desafíos de dejar de ser el emisor de la única o la principal moneda de reserva internacional.
En lugar de este camino el plan Bush-Paulson (con un nuevo maquillaje) será reconsiderado en el Senado hoy. Si se aprueba, esa economía continuará atada a la ideología que sostiene que mayor endeudamiento y déficit crecientes (externo y fiscal) son el camino para mantener la prosperidad. En los hechos, ese paradigma será la causa del colapso final de la economía de Estados Unidos.