Mientras el megaplan de rescate del gobierno de Bush pasea a los tumbos por el Congreso, queda al desnudo que no va más el capitalismo neoliberal de las últimas décadas. Pero la «intervención» que se ofrece como alternativa es sólo salvataje para los multimillonarios. Los titulares de todos los diarios del mundo dan cuenta de […]
Mientras el megaplan de rescate del gobierno de Bush pasea a los tumbos por el Congreso, queda al desnudo que no va más el capitalismo neoliberal de las últimas décadas. Pero la «intervención» que se ofrece como alternativa es sólo salvataje para los multimillonarios.
Los titulares de todos los diarios del mundo dan cuenta de la caída de las bolsas y los bancos. Pero también explican cómo eso repercute en puestos de trabajo: 600.000 personas perdieron su empleo en los Estados Unidos desde principios de año -y ya se habla de otros 200.000 desempleados como consecuencia de las bancarrotas de estas últimas dos semanas-, los salarios caen y la gente pierde sus casas por no pagar las cuotas. En Europa se acabó el «boom» inmobiliario y los miles de inmigrantes que trabajaban en la construcción quedaron en la calle. También se discute cómo repercute esta crisis sobre «los países pobres». Casi como un detalle, se especula cuántos cientos de millones de nuevos pobres habrá, o a cuánto ascenderá la ya horripilante cifra de 850 millones de hambrientos del planeta.
¿Por qué?
Como siempre, empiezan las explicaciones de «por qué pasa todo esto». George Soros, uno de los mayores especuladores de las finanzas mundiales, pontifica: «la culpa de la actual crisis la tiene el fundamentalismo de mercado, que no es otra cosa que el ‘laissez-faire’ (dejar hacer) del siglo XXI; las finanzas se han vuelto tan irracionales que habrá que ponerlas nuevamente bajo control; el monetarismo es una doctrina errónea» (Ambito Financiero, 22/09). Por su parte, John Auter, editor de inversiones del Financial Times, opina: «el sistema de regulación que ha supervisado la globalización de las finanzas en los últimos diez años ha fracasado, más allá de toda duda» (Clarín, 21/09). Joseph Stiglitz, ayer vicepresidente del Banco Mundial, hoy devenido en «progresista», también aporta lo suyo: «hemos visto que no se puede dejar a los bancos de inversión regularse a sí mismos. No se puede dejar a la Reserva Federal, que está estrechamente aliada a los banqueros, a cargo de toda la regulación del sistema financiero. Se suponía que la Reserva retiraba el ponche cuando la fiesta se volvía escandalosa, pero en su lugar echó más alcohol» (Página 12, 21/09).
Para la mayoría de los «expertos», esta crisis es «excepcional», surgió por «falta de regulaciones» y se arregla con «una mayor intervención del Estado sobre el sistema financiero». Algunos banqueros, dicen, habrían aprovechado las políticas del capitalismo «salvaje», sin límites, e hicieron fortunas desmedidas con operaciones riesgosas que no controló nadie.
Es evidente que todo esto existió, pero es una explicación cuanto menos incompleta. Se trata de un funcionamiento que está el corazón de la propia lógica de las economías de mercado: una gran timba, con miles de millones de dólares buscando su mayor ganancia, con las ruletas rusas de las bolsas, con especulaciones, -hoy sobre el petróleo, la soja o el dólar, antes sobre el oro y, si queremos hacer historia económica, en el siglo XVII con los tulipanes-. Siempre que los especuladores pierden, salen a buscar el auxilio de «su» Estado para que los rescate, argumentando que corre riesgo «la estabilidad del sistema». Los platos rotos terminan pagándolos los pueblos, con desempleo masivo, impuestazos, cuando no directamente guerras por el reparto del mundo.
¿A quién se quiere salvar?
Hoy estamos a las puertas de un nuevo rescate gigantesco. En el último mes, los Estados Unidos pusieron 85.000 millones de dólares para salvar a la mayor aseguradora del mundo (AIG), y 200.000 en las dos hipotecarias Fanny Mae y Freddie Mac. Como no alcanzó para parar la crisis, se vino el «megaplan» por el cual el gobierno norteamericano se haría cargo de todas las deudas incobrables, hasta un monto de 700.000 millones de dólares.
Muchos señalaron irónicamente que los Estados Unidos, el país «ejemplo de capitalismo y libre empresa», está produciendo las mayores estatizaciones del mundo. Incluso algunos se preguntan si no habría que cambiar el nombre de los Estados Unidos a «Estados Unidos Socialistas de América». Pero, en realidad, lo que ocurre es exactamente lo opuesto: se trata de una «socialización de las pérdidas» para limpiar a los bancos y permitirles que sigan operando normalmente con sus ganancias. El «plan» consiste en salvar a los bancos, las aseguradoras y otros agentes de las finanzas mundiales que quedaron entrampados en esta bicicleta, a costa de los trabajadores norteamericanos -que pagarán más impuestos- y de los pueblos del mundo, sobre los que se tratará de descargar la crisis con más pagos de deuda y saqueo de sus recursos. El rescate es tan «pro-capitalista» que no se contempla en absoluto ninguna salida para los millones de trabajadores que están perdiendo sus casas por no poder afrontar la cuota.
El voto «negativo»
Este lunes 29 de setiembre, todos los operadores de Bolsa del mundo se paralizaron y miraron a las pantallas que mostraban los resultados de la votación en la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Increíblemente, el proyecto enviado por el Presidente Bush había sido rechazado. Y, lo que es peor, con una mayoría de votos en contra de su propio partido.
132 diputados republicanos votaron en contra de los 700.000 millones de dólares del rescate a los bancos. Lo hicieron desde una defensa ultracerrada de la «no intervención del Estado en los mercados». Del otro lado, una mayoría de los diputados demócratas (141 -aunque hubo también 90 que votaron en contra-), más apenas 66 republicanos que logró alinear Bush, defendieron la «intervención del Estado».
Ahí empezó el «pase de facturas». Se acusó a los que votaron en contra de haber impedido una intervención y regulación de los mercados que «hubiera permitido estabilizar la situación». Los «mercados» (léase todos los movimientos especulativos que ponen en funcionamiento Wall Street) respondieron provocando la baja más grande en volumen en la historia bursátil moderna. Los políticos norteamericanos «tomaron nota». Por eso, pese a que el rescate tiene, según todas las encuestas, un abrumador repudio entre los ciudadanos estadounidenses, un par de días después se lo aprobó parcialmente en el Senado, con algunos «retoques» para hacerlo más presentable.
Pero la realidad es que este plan no significa en absoluto ninguna salida para los deudores hipotecarios que están perdiendo sus casas, ni para los trabajadores que están siendo despedidos. Salva las ganancias de los bancos, socializa las pérdidas, es decir, le carga al estado el costo de los quebrantos.
Y la crisis continúa…
Mientras tanto, siguen «volando» los centenares de miles de millones de dólares que maneja la Reserva Federal (y que, por lo tanto, no requiere de ningún «voto» del Congreso). Así se cargó al Estado las deudas incobrables de Bear Stearns en marzo pasado, y se nacionalizaron de hecho AIG, Fannie Mae y Freddie Mac. Pero no es sólo los Estados Unidos: en Europa, en medio del vendaval, fueron intervenidos el banco alemán Hypo Real Estate, el belga holandés Fortis, el franco-belga Dexia, el británico Bradford & Bingley y el islandés Glitnir. En febrero pasado ya se había nacionalizado el británico Northern Rock. Los depositantes británicos corren a los bancos irlandeses, que ofrecen una mayor garantía estatal para sus depósitos.
El capitalismo liberal fue el responsable de que se amasaran fortunas en miles de instrumentos especulativos en las últimas décadas. No fue por «falta de regulación». Desde mediados de la década del ´80 se viene creando una «regulación a medida» -bajo el nombre de la «desregulación»- que favorece a los bancos de inversión, a los fondos buitres, y a cuanto especulador poderoso ande dando vueltas por el planeta. Ahora, ante el estropicio y el crack, aparece toda la corriente de los «reguladores», los que exigen «más intervención del Estado». La pregunta es: ¿intervención para qué?, ¿hecha por quién?
Ajuste para abajo
La experiencia de los «intervencionistas» en el último año es clarísima. Un billón de dólares, mucho más que toda la ayuda mundial al desarrollo, infinitamente más que todos los fondos de los organismos que tratan de paliar el hambre extremo, colocados para salvar a los multimillonarios y sus maniobras. Mientras tanto, salvajemente, se deja en la calle a los deudores hipotecarios y se hacen recortes de puestos de trabajo. Se les corta el crédito a los trabajadores norteamericanos y europeos, se les exige pagos en efectivo o se los ejecuta. Y, por supuesto, para ellos no hay «rescate ninguno». Y, en lo que toca a nuestros países, se sigue reclamando el pago de las deudas externas, mientras se continúan con el saqueo de nuestros recursos naturales, sea petróleo, gas y minerales.
¿Puede asumir «la intervención del Estado» otras forma, más favorables a los trabajadores y pueblos del mundo? Muy difícilmente esto suceda mientras los que nos gobiernen sean los propios multimillonarios y sus agentes, como el propio Secretario del Tesoro norteamericano, Henry Paulson, que era, antes de asumir su cargo, el máximo directivo de Goldman Sachs, uno de los bancos «insignia» de Wall Street.
José Castillo es economista. Profesor de Economía Política y Sociología Política en la UBA. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).