La mayor crisis financiera desde 1929 parece caminar a par y paso con una amnesia general. En los últimos años hubo un deslumbramiento con el boom de la coyuntura mundial, sin que nadie preguntase cual era la fuente que la alimentaba. Ahora, de repente, ya todos la conocían y, pretensamente, todos venían llamando la atención […]
La mayor crisis financiera desde 1929 parece caminar a par y paso con una amnesia general. En los últimos años hubo un deslumbramiento con el boom de la coyuntura mundial, sin que nadie preguntase cual era la fuente que la alimentaba.
Ahora, de repente, ya todos la conocían y, pretensamente, todos venían llamando la atención para el caso desde hace años. La culpa del desastre sería la desregulación neoliberal desenfrenada de los mercados financieros, bien como de la ganancia, irresponsabilidad e incompetencia de los administradores de los bancos. Y todo habría sido una fatalidad del modelo «anglo-sajón», así como todo el mal sería proveniente de los EE.UU, hasta ayer tan aclamado. Por lo tanto, la receta es sencilla: fin de los excesos neoliberales, retorno al «modelo alemán», a la regulación estatal basada en la doctrina keynesiana, marginalizada hace décadas, y al capitalismo «real» y «serio» de los puestos de trabajo. Los mismos políticos que también por aquí se presentaban como intransigentes neoliberales surgen ahora como keynesianos natos.
Esa forma de conseguir el voto, además de mentirosa, proviene de un completo desconocimiento de los hechos. En realidad la economía de burbujas financieras fue un tipo particular de «gasto deficitario» keynesiano. Sin embargo, fue creada no en base en el endeudamiento estatal, pero en base en la «inflación de activos» del capitalismo financiero, y no a nivel nacional, sino a nivel mundial. Desde el punto de vista puramente económico el resultado fue el mismo: las burbujas financieras infladas fueron transformadas en inversiones y puestos de trabajo. Solo que, al contrario del viejo «gasto deficitario» estatal, el nuevo «gasto deficitario» del capital financiero no se tradujo en infraestructuras, pero sí en cadenas transnacionales de creación de valor (Asia, Europa del Este) y en un consumo de minorías a nivel mundial. Así surgieron puestos de trabajo en el sector de servicios; no en la sanidad y educación del sector estatal, pero sí en los sectores precarios de sueldos bajos y de servicios personales, así como en las industrias de exportación (construcción de máquinas). Esta dudosa maravilla ahora se esfuma y sale a la luz del día el carácter improductivo de la coyuntura del déficit.
Está claro que el Estado también contribuyó en larga escala para este «keynesianismo de casino» con el exceso de oferta de moneda por parte de los bancos centrales.
Ahora, el grupito remaneciente de los neoliberales acusa al ex director del banco central de los EE.UU, Alan Greenspan, otrora tan aplaudido, de haber traicionado la doctrina neoliberal del monetarismo (reducción de la masa monetaria). Se olvidan, sin embargo, que esta traición fue hija de la necesidad. Si no hubiese habido esa oferta excesiva de moneda el crack hubiera tenido lugar hace 10 años. Lo que esto nos muestra, por lo contrario, es la ingenuidad de la esperanza en el regreso a la regularidad «seria». El Estado ahora debe asumir la gigantesca masa fallida de la economía de las burbujas financieras. Podrá tener que hacerlo hasta el día del juicio final. El nuevo «gasto deficitario» estatal ya no puede asumir grandes inversiones, pero apenas, por medio de préstamo y emisión monetaria, asumir la administración de la emergencia de esta masa fallida que, aun trasladada hacia sociedades públicas creadas con esa finalidad, no desaparecerá de la faz de la tierra. De ahí que no se ve como pueda servir una nueva retomada coyuntural «después de la crisis». Son patentes no solo los límites del crecimiento «inducido financieramente», pero los límites del crecimiento en general – incluido el crecimiento supuestamente «real», que dejó de existir hace mucho.
Original KASINO-KEYNESIANISMUS en www.exit-online.org. Publicado en «Neues Deutschland», 10.10.2008.
Traducido por Rodrigo de Rezende de la traducción al portugués de Virgínia Saavedra