El diario Le Monde no se anduvo con vueltas, el lunes 27, a la hora de graficar el estado de la economía mundial: luego de anunciar en tapa, con título catástrofe, que las bolsas habían perdido la friolera de 25 billones de dólares desde su punto más alto, en las páginas interiores aportó una conclusión […]
El diario Le Monde no se anduvo con vueltas, el lunes 27, a la hora de graficar el estado de la economía mundial: luego de anunciar en tapa, con título catástrofe, que las bolsas habían perdido la friolera de 25 billones de dólares desde su punto más alto, en las páginas interiores aportó una conclusión aún más lapidaria: «Los mercados bursátiles, chupados por el vacío».
Los diarios ingleses del día siguiente le disputaban también la primera página con la noticia de que las pérdidas bancarias y financieras ya llegaban a los 2,8 billones de dólares. Hasta el Financial Times se metía en esta competencia ‘catastrofista’ para mostrar que detrás de las bolsas de Indonesia y Rusia – que habían perdido el 95 y el 76% de su capitalización- había una larga fila de países cuyos mercados de capitales se estaban desintegrando. Nouriel Roubini, el economista que más se ha destacado en los análisis de la crisis, había pedido unos días antes el cierre temporal de las bolsas en todo el mundo.
Aceptar esta medida, como un último recurso para detener la bancarrota de los capitales internacionales, equivale a proclamar la abolición de la economía de mercado. Al señalar un pronóstico del banco J.P. Morgan, de que el PBI de los países desarrollados caería un 4% anual en el trimestre en curso, el editorialista del Financial Times, Martin Wolf, comenta: «Dada la virtual desintegración del sistema bancario mundial, la fuga hacia activos seguros, la carencia de crédito para la economía real, el colapso de las acciones, la turbulencia en los mercados de divisas, la continua caída abrupta de los precios inmobiliarios, el veloz retiro de dinero de los fondos de cobertura y el colapso en marcha del llamado ‘sistema bancario en las sombras’, estos pronósticos lucen optimistas. El resultado el próximo año podría ser bastante pe! or». Una volatilización semejante de las relaciones de crédito y una desvalorización de capitales de esta magnitud – que sigue sin encontrar su piso- es, como acaba de confesarlo el vicepresidente del Banco de Inglaterra, la mayor crisis «en la historia de la humanidad».
Estampida en los fondos de inversiones
Las medidas extraordinarias de rescate adoptadas por los bancos centrales y las Tesorerías del Estado «no han detenido la turbulencia» (Financial Times, 29/10). No se ha logrado siquiera restituir la normalidad en el mercado intra-bancos o monetario, donde se piden tasas de interés considerablemente por encima de las fijadas por los bancos centrales. Los llamados inversores están retirando en masa su dinero de los fondos de cobertura y de los fondos de capitales privados (el llamado ‘sistema bancario en la sombra’), responsables por la mayor parte del mercado de derivados que maneja arriba de 550 billones de dólares. Las deudas pendientes que dejó el quebrado Lehman Brothers aún continúan sin saldarse e incluso se encuentran en disputa los montos en juego. El español Santander se ha visto obligado a responsabilizarse por los títulos de Lehman Brothers que colocó entre su clientela, pero solamente por el valor que registraban en la víspera de la declaración de bancarrota. La maniobra de la automotriz Porsche de comprar Volkswagen elevó las acciones de ésta en un 147%, lo cual ha llevado a la quiebra a los numerosos fondos que habían apostado a la baja, porque descontaban un derrumbe de Volkswagen debido a la caída de la demanda mundial de automóviles. Estos fondos mueven inversiones sesenta veces superiores al monto de su capital.
Tsunami en la periferia
De cualquier manera, la liquidación de capitales que acompaña a toda crisis financiera llegó a su punto más alto en la semana que acaba de transcurrir, debido a la masiva salida de capitales de los ‘países emergentes’. Tres grandes figurones de las finanzas mundiales aparecieron en la semana para pedir un urgente rescate de estas naciones, en cuyo derrumbe disciernen el peligro de una liquidación del comercio internacional. En efecto, éste ha sido el tópico que movilizó a William Rhodes, Jeffrey Sachs y George Soros, quienes reclaman que China y Japón le compren deuda al FMI para que éste salga a rescatar a los Estados periféricos. Las monedas de estos países se están, virtualmente, licuando. En el caso de Rusia, los oligarcas más poderosos, como el zar del aluminio, Oleg Deripaska, están a punto de perder sus emporios; el caso mencionado, el de Rusal, es uno de los número uno del mundo. La burocracia rusa se ve en la tarea de reestatizar las empresas que había privatizado, colocando al Estado -ahora en su forma capitalista- en el lugar que ocupaba -en forma no capitalista- el viejo régimen. El FMI, desahuciado hasta hace poco porque no tenía a quién rescatar con su abundante dinero, se encuentra de repente solicitado para operaciones de rescate que superan largamente los fondos en su poder. Pero la expectativa de que China salga a rescatar al FMI es completamente infundada: las noticias de pérdidas cuantiosas por parte de capitales chinos, debido a sus inversiones en los activos ‘tóxicos’, obligan a China a reservar sus fondos para consumo interno. La crisis ya ha obligado al cierre de la mitad de las fábricas de juguetes de la industrializada provincia de Guandong. Los fondos soberanos de China han perdido enormes sumas, como consecuencia de sus inversiones en capitales europeos y norteamericanos, en los primeros meses de la crisis actual.
En el derrumbe de la periferia opera naturalmente la caída de los precios de las materias primas, pero también el desplome de la bicicleta financiera, que consistía en tomar prestado en Japón, a menos del uno por ciento de interés, e invertir por ejemplo en Brasil, que pagaba cerca del 20% en el mercado interbancario y muchísimo más en las operaciones de crédito interno. O invertir en el negocio hipotecario en Estados Unidos. El fin de esta bicicleta y la apreciación del yen han provocado una estampida de capitales de la periferia y la caída estrepitosa de sus monedas. El anuncio del Banco de Japón -de que reducía su tasa de interés de referencia del 0,5 al 0,25% (acompañado por una medida similar de la Reserva Federal)- desató el miércoles la euforia en Nueva York, que durará lo que un soplido. Dentro de poco, solamente les quedará el recurso a los tipos de interés negativo.
Crisis política y lucha de clases
Es indudable que la inminencia de las elecciones norteamericanas y el traspaso del gobierno a Obama desplazan la expectativa política y financiera a la acción del nuevo gobierno norteamericano. Pero esto mismo ha vuelto a paralizar a la Unión Europea y ha renovado los choques internos. Luego de varias décadas de estudios acerca de cómo enfrentar la crisis, los pilotos de tormenta del capital no saben qué hacer. El ex banquero Alan Greenspan acaba de producir una autocrítica por haber procedido como había recomendado Keynes en la víspera de la crisis del ’29, cuando la reivindicación de Keynes se ha convertido en la mayor moda mundial. Contra la opinión más frecuente del progresismo, es claro que la crisis no une a los capitalistas.
La prensa no quiere registrar las crecientes manifestaciones de lucha que están protagonizando los trabajadores en todos los países, desde Rusia, España, Italia, Estados Unidos hasta Argentina. Es el momento de la acción: las reivindicaciones elementales de las masas -al trabajo, a la comida, a la jubilación, a la vivienda- chocan verticalmente con las medidas de rescate al capital. Sobre la base de estas reivindicaciones, los trabajadores se organizarán cada vez más, como un poder rival al capital en desintegración.
No hay salida sin un ataque decisivo al capital, porque la crisis exige, para defender a los trabajadores, la nacionalización sin indemnización de la banca, el monopolio estatal del comercio exterior, la prohibición de suspensiones, despidos o desalojos. Hay que tomar iniciativas en esta línea.