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Construyendo pirámides

Fuentes: Público

 El caso Madoff culmina un rosario de bancarrotas empresariales que desembocan en los tribunales. ¿Deben considerarse estos episodios de fraudes piramidales como casos atípicos moralmente denunciables o como la punta de un iceberg de males endémicos propiciados por el sistema? Como los que reciben dinero en depósito se ven tentados a usarlo en beneficio propio, […]

 
El caso Madoff culmina un rosario de bancarrotas empresariales que desembocan en los tribunales. ¿Deben considerarse estos episodios de fraudes piramidales como casos atípicos moralmente denunciables o como la punta de un iceberg de males endémicos propiciados por el sistema?

Como los que reciben dinero en depósito se ven tentados a usarlo en beneficio propio, desde antiguo se han distinguido los depósitos a plazo -en los que se cede al banquero la posibilidad de usar ese dinero con el único compromiso de devolverlo con el interés y el plazo convenidos- de los depósitos «a la vista», en los que el dinero se cede sólo en custodia, sin cobrar intereses. En este último caso, el Derecho romano consideraba que quien utilizara en negocios propios ese dinero depositado en custodia incurría en delito de hurto o apoderamiento fraudulento de una cosa para realizar lucro. Sin embargo, hoy se admite que los banqueros utilicen el dinero depositado «a la vista», que es la mayoría, con la única exigencia de mantener en metálico o en deuda pública una pequeña fracción del mismo, llamada «coeficiente de caja». Esta especie de hurto legalizado permite prestar e ingresar muchas veces el dinero inicialmente depositado creando lo que se llama «dinero bancario» a costa de generar la inestabilidad del sistema: la imposibilidad de que la banca devuelva a la vez en metálico todo el dinero depositado exige el apoyo de los Estados y los Bancos Centrales, para cubrir agujeros de liquidez y evitar estampidas de depositantes que colapsen el sistema.

Pero hoy día la creación de dinero se extiende más allá del ámbito de la banca. Muchas empresas son capaces de emitir pasivos que suplen las funciones del dinero: las mismas acciones emitidas por las empresas sirven como depósito de valor y como medio de pago con el que comprar otras empresas o retribuir a directivos y accionistas.

Junto a la cadena de créditos y depósitos que originó la creación de «dinero bancario», se despliegan hoy otras en forma de títulos, pasivos y activos financieros que se respaldan unos a otros en los balances de las empresas originando una especie de «dinero financiero», que ha crecido a ritmo mucho más trepidante que el «dinero bancario». Los nuevos riesgos que entraña la creación de ese «dinero financiero» demandan de los Estados apoyos y operaciones de salvamento más potentes de las que reclama la creación del «dinero bancario». Pues no solo las sucesivas titulizaciones diluyen el riesgo y hacen opaco el respaldo de los títulos, sino que el valor bursátil de las acciones acostumbra a situarse durante el auge por encima del valor del patrimonio neto de las empresas emisoras, evidenciando que las entidades carecen de la liquidez y del capital necesarios para devolver a precios de cotización el dinero de los partícipes. El valor bursátil aparece así como un valor virtual que sólo existe a condición de que la mayoría de los partícipes no quieran retirarlo.

Durante el auge, las empresas han conseguido una liquidez sin precedentes sirviéndose de esa especie de hurto legalizado que entraña la doble creación de dinero «bancario» y «financiero», a la vez que se soslayaba la naturaleza de los negocios y los riesgos asociados a esa creación que ahora afloran durante el declive. Más que realimentar, habría que reducir este riesgo, controlando mejor ambas creaciones a base de elevar el «coeficiente de caja» y de limitar la emisión de títulos a los orientados a financiar inversiones inequívocas, evitando la opacidad y la confusión reinantes tan proclives al fraude.

José Manuel Naredo se doctoró en economía en la Universidad Complutense de Madrid y se formó también en Estadística e Historia de la estadística, campo en el que desarrolló una labor considerable. Antes de jubilarse, fue director del programa Economía y naturaleza de la Fundación Argentaria. También dirigió el servicio de Análisis de Coyuntura del Instituto Nacional de Estadística y la sección de Estudios y publicaciones del Crédito Agrícola. Luego de su retiro, fue nombrado profesor honorario en el Departamento de Urbanismo de la Universidad Politécnica de Madrid y la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense. En el año 2000 se le concedió el Premio Nacional de Economía y Medio Ambiente y, en enero del 2008, el Premio internacional Geocrítica por el conjunto de sus trabajos. Exiliado en Francia entre los años 1960-1970, había trabajado en la OCDE, al tiempo que colaboraba bajo diversos seudónimos con la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico, que reunía diversas corrientes de la izquierda antifranquista no ligadas al Partido Comunista y, en particular, una corriente anarquista con tradición en España. En esta revista inició su colaboración con el economista catalán Joan Martínez Alier, profesor de economía en la Universidad Autónoma de Barcelona y uno de los fundadores de la Economía ecológica.