Ahora sí. Llegó el momento de tomar aire, de analizar el país todo entero. Ya no más desde la lógica y el frenesí electoral que, aunque necesario, es efímero. No se quiere decir con ello que las quince citas electorales venezolanas en diez años no sean importantes, o no lo hayan sido. Gracias a ellas […]
Ahora sí. Llegó el momento de tomar aire, de analizar el país todo entero. Ya no más desde la lógica y el frenesí electoral que, aunque necesario, es efímero.
No se quiere decir con ello que las quince citas electorales venezolanas en diez años no sean importantes, o no lo hayan sido. Gracias a ellas nos hemos consolidado como una de las democracias paradigmáticas en el planeta.
Lo que se quiere expresar es precisamente la pertinencia del tiempo: hay tiempo para campañas, pero también tiempo para administrar, tiempo para apoyar y tiempo para criticar, tiempo para actuar y tiempo para pensar.
Nos toca ahora a los venezolanos un justo y necesario tiempo para el discernimiento. Tiempo para preguntarnos hacia dónde vamos, y escoger el mejor método para cumplir nuestra misión. Tiempo para replantear el rumbo y la forma cómo lo afrontamos. Tiempo para mirar con la calma del pensamiento el contexto sociopolítico. Comprenderlo, aferrarlo como algo nuestro y, en cuanto tal, modificable, mejorable, perfectible.
Dicho de manera más cruda: no hay tiempo ahora para chantajes electorales que propician los enemigos de las críticas internas. Lo que se tiene que decir, debe ser dicho. Lo que se tiene que criticar, debemos criticarlo. Lo que se debe cambiar, tenemos que cambiarlo. No hay más excusas: es el momento de evaluar lo que tenga que ser evaluado y actuar en consecuencia.
No se le puede dar más carta blanca a una parte golpista de la derecha que sigue en sus planes desestabilizadores, a ciertos medios privados que engañan sin recato alguno, al sector privado de la salud y los seguros que acumulan riquezas con la vida de la gente, a terratenientes que nos hacen dependientes en términos de alimentación… Pero tampoco podemos tolerar la corrupción de funcionarios públicos, la carencia del Estado en zonas y ámbitos primordiales para los venezolanos, mientras al mismo tiempo subvenciona clínicas, seguros y medios de comunicación privados.
Ya pasó el referéndum. Es momento -cierto- de discernimiento, pero también de apelar definitivamente a las leyes de nuestro Estado venezolano y, más aún, de hacerlas cumplir. Hay que decirlo: la impunidad mantiene viva la Cuarta República.
Si no tomamos el post 15 de febrero como el comienzo de una profunda acción refundadora, estaríamos nosotros perennizando ese chantaje, bien construido, según el cual «no es el momento de críticas internas, pues hay que defenderse del adversario». La dogmatización de dicha actitud denota una identidad reaccionaria dentro de las filas del socialismo.
Tenemos citas pendientes con el pueblo venezolano. Afrontar de lleno, por ejemplo, el tema de la inseguridad no es ahora una lujosa decisión, sino una cruda y necesaria realidad. No se le debe temer a la inseguridad como fenómeno, pero tampoco como tema de discusión desde el socialismo bolivariano. De lo contrario la derecha lo monopolizará.
Surja pues, y por fin, ese nuevo Estado venezolano como garante indiscutible de la Constitución, reestructurando, en fin, sus caducas estructuras.
La Constitución del 99 llegó para refundar el Estado ¿Realmente lo logró? Lo cierto es que tenemos el 2012 como horizonte para «tener lo que teníamos que tener», como dijo Guillén. Para ir más allá de la coyuntura electoral, y cristalizar el único real proyecto de país existente en Venezuela: el socialista.
El 2012 nos mira lejano y, ahora sí, no tenemos más excusas para hacerlo nuestro, para demostrar que dicha fecha no es un punto de llegada, sino de impulso para lo que viene.
Claro está, siempre y cuando, desde ahora, lo hagamos mejor. Mucho mejor.