La escritora estadounidense Toni Morrison, Premio Nobel 1993, habla de su nueva novela A Mercy, ambientada en Norteamérica hacia 1680, y sobre las secuelas de la mentalidad esclavista que aún hoy padece la comunidad afroamericana
En el restaurante Lahiere´s, en el corazón de Princeton, profesores con títulos prestigiosos van y vienen a su mesa, siempre reservada en el mejor rincón la sala, para homenajear a la colega Premio Nobel, autora de novelas consideradas obras maestras de la literatura norteamericana. Toni Morrison los despide con gracia y con un ligero movimiento de su espléndida cabellera plateada, antes de pedir «lo de siempre»: ostras fritas y un vodka on the rocks.
Su nuevo libro, A Mercy , ambientado en 1680, antes del nacimiento de Estados Unidos -cuando la esclavitud recién comenzaba y cuando el continente americano era tierra de contrastes étnicos, religiosos y políticos- ha recibido elogiosas reseñas. En The New York Times , Michiko Kakutani lo definió como una «deslumbrante piedra preciosa» y «junto a Beloved , una de sus obras inolvidables». Para el Washington Post , «es una imperdible obra maestra de poesía, historia y agudeza psicológica».
En Italia, donde será publicado por Frassinelli el próximo 5 de mayo, Toni Morrison espera que el título permanezca sin variaciones. «No fue una casualidad que haya empleado el artículo indeterminado antes del sustantivo. Quería distinguirlo respecto de la misericordia de Dios: a Mercy significa precisamente un acto humano de clemencia.» El libro comienza dos años antes del proceso contra las brujas de Salem, «cuando Estados Unidos era todavía una tierra de conquista abierta y cualquiera podía tomarla por asalto».
«Quería comprender cómo podía sentirse una esclava negra en el período de transición en que la esclavitud era normal, pero no lo era el racismo. Desde los antiguos egipcios, griegos y romanos, cada civilización grande o pequeña fue construida por los esclavos, llamados con nombres diferentes: campesinos, peones, siervos.» La protagonista, Florens, una jovencita «con las manos de esclava y los pies de una señora portuguesa», descubre que es despreciada, no estrictamente por racismo, sino porque los cazadores de brujas piensan que Satanás es un hombre negro.
El color de la piel no era sinónimo de inferioridad, sino, al contrario, «estaba asociado al concepto de una temible y terrible potencia». Y, sin embargo, en Estados Unidos, durante el siglo XVII, por primera vez se conjugarán racismo y esclavitud. «La estrategia del divide et impera -como la llama Morrison- fue ideada por los propietarios de las plantaciones para incitar a los jóvenes blancos pobres contra los negros pobres, limitando así el riesgo de una rebelión de los oprimidos.» Los inmigrantes europeos que entonces llegaban a Norteamérica eran indentured servants , «siervos deudores», ligados a los patrones por un contrato que podía ser rescindido o prorrogado según su propia voluntad y sin preaviso. «La ventaja de los indentured respecto de los esclavos africanos era el color de la piel, que les permitía huir sin ser descubiertos.» Y agrega: «En realidad, el destino de los dos grupos era casi idéntico y es por ello que la tentativa de unirse fue interrumpida con violencia».
En el libro, la escritora vuelve a indagar acerca de la rebelión de Bacon de 1676 (así llamada por el nombre del líder, Nathaniel Bacon), cuando la rabia de las clases subalternas instigó a los esclavos negros y a los siervos blancos a tomar el control del Estado de Virginia durante algunos meses, hasta que fueron vencidos por una fuerza naval enviada desde Inglaterra. Tras dicha insurrección, el empleo de los esclavos africanos aumentó considerablemente por el temor de los propietarios a una nueva revuelta, de manera que los negros sustituyeron a los siervos contratados como principal fuente de mano de obra en Virginia.
«La revuelta de Bacon llevó a las autoridades a modificar la ley, para consentirles a los blancos matar a cualquier negro sin motivo. Con esto se les entregaba a los siervos ?deudores´ el poder sobre la vida y la muerte de los negros, si bien pertenecían a la misma clase social.» El privilegio conferido por la piel blanca -según Toni Morrison- es todavía el factor clave en la política de los estados del Sur. «Permite mantener explotados a enormes sectores de blancos pobres que les imputan a los negros sus desgracias. O a los mexicanos, los nuevos ?malos´. Y así, mientras la clase trabajadora se desgarra, las corporaciones hacen negocios de oro.»
La situación en Europa no es mejor, «sólo es distinta». En noviembre de 2006, luego de los tumultos de París, Toni Morrison encabezó un congreso en el Louvre para debatir sobre emigración y exilio con los jóvenes marginados de las banlieues [suburbios]. Una ocasión para medir la diferencia entre guetos europeos y guetos estadounidenses. «Los artistas negros que encontré en Francia, Turquía e Italia están mucho más politizados que los nuestros. Lamentablemente, nuestra cultura negra fue saqueada y se transformó en un producto de consumo de los jóvenes blancos de las periferias. Ningún negro compraría esa basura.»
Pero también Europa tiene sus vicios, comenzando por el Premio Nobel. «Es extraño que lo haya obtenido Dario Fo y no Edward Albee, Arthur Miller o Tennessee Williams.» ¿Jean-Marie Gustave Le Clézio? «Aquí en Estados Unidos, nadie había escuchado hablar jamás de él. Pero la culpa es nuestra porque no traducimos de otras lenguas y nos aislamos.» Cuando lo obtuvo ella, hay quien la bautizó «la reina de la literatura negra». «Estúpido y absurdo», contesta la autora y añade: «Si yo escribo de afroamericanos, los críticos me definen como black writer ; si John Cheever escribe de los blancos de Nueva Inglaterra, la discusión se entabla acerca de la complejidad de la narración. Espero que un día la literatura no se divida más en negra y blanca, porque estoy bastante cansada de que me consideren una socióloga en vez de una escritora».
Al día siguiente de la noticia del Nobel, el autor de Oxherding Tale , el afroamericano Charles Johnson, la acusó de ser «el triunfo de lo políticamente correcto». «A los 77 años ciertos comentarios no me tocan en lo más mínimo. Lo que hoy me hace mal son los problemas verdaderos, como la muerte y la enfermedad, no la maldad de alguien que no aprecia mi trabajo.» Toni Morrison entrevé detrás de ciertos ataques el miedo y los celos de algunos sectores masculinos de la Norteamérica negra contra las escritoras afroamericanas. «Nos acusaron de ser favorecidas respecto de los hombres. Y, sin embargo, durante toda la historia fueron ellos quienes se afirmaron: desde Richard Wright hasta James Baldwin, de Ralph Waldo Ellison a W. E. B. Du Bois.» Pero la superioridad cultural de las mujeres afroamericanas no es sólo un mito. «Una vez, si una familia negra debía mandar un hijo al college , elegía a las mujeres, porque los varones arriesgaban la vida ni bien tenían éxito. El primer linchamiento al que asistió mi padre fue el de un hombre de negocios negro del Estado de Georgia.»
Generaciones enteras de mujeres afroamericanas se abrieron camino en la universidad mientras sus coétaneas blancas quedaban excluidas. «Las negras instruidas no eran una amenaza para nadie -afirma- y por ello me encontré en una posición privilegiada, cuando mis compañeras italianas y judías debían luchar para no terminar encerradas en un convento o víctimas de un matrimonio ya arreglado.» Por eso, hoy, es fácil encontrar una familia negra con cinco mujeres recibidas. «Si nuestros hombres negros son menos instruidos, es porque la comunidad los protegió.»
Toni Morrison tenía doce años cuando comenzó a leer a Nabokov y a Jane Austen. «No recuerdo nada de mi vida antes de los libros. Fue mi hermana Lois, dos años mayor que yo, quien me introdujo en la lectura antes de la escuela primaria; en la escuela había sólo dos personas que sabían leer: la maestra y yo.» En casa de los Morrison, los libros eran sagrados. «Mi abuelo se enorgullecía de haber leído la Biblia tres veces desde el principio hasta el final. Hasta la Emancipación, quienquiera que enseñase a los negros el abecedario corría el riesgo de ir a la cárcel.» La actual indiferencia por la lectura la indigna. «Pienso en mis antepasados que tenían las escuelas en los bosques, sentándose en los troncos de los árboles para enseñarles el alfabeto a los hijos.»
En 1963, a los 32 años, después del máster en Lengua Inglesa en la Cornell University perteneciente a la Ivy League, Morrison fue contratada como editora por la prestigiosa Random House de Nueva York. «Acepté, decidida a descubrir a los grandes talentos negros que ningún agente tomaba en consideración, desde Toni Cade Bambara hasta Henry Dumas, para hacer entender que no sólo existía James Baldwin.» Aprendió velozmente que, si hubiese publicado cuatro libros de autores negros en una única temporada, los críticos los hubieran reseñado juntos en una «sola ensalada».
Entre sus autores figuran Muhammad Ali y Angela Davis. «Angela es una intelectual y una persona maravillosa. Nuestra relación profesional dio lugar a una amistad genuina basada en el mutuo respeto: una verdadera rareza.» Entre los nuevos talentos afroamericanos, Morrison cita a escritores como Colson Whitehead, Edwidge Danticat y Edward P. Jones. «Lamentablemnte -agrega- el éxodo de los mejores a Hollywood, donde hay dinero, es inexorable.» Una de sus amigas, Oprah Winfrey, legendaria animadora del club literario más potente de Norteamérica, «proviene de la meca del cine», quiere aclarar. «Oprah promovió siempre mi trabajo y yo me he beneficiado mucho con su apoyo. Me gusta porque es una mujer generosa y optimista.» A diferencia de Oprah, bautista devota, Morrison es católica. «Me convertí a los 10 años y estoy feliz de haberlo hecho porque en el catolicismo se puede incorporar el misticismo de las religiones africanas de nuestros antepasados. Nuestras iglesias son lugares más privados que de meditación -explica- y, si hay algo que decir, se dice en la confesión, no en un teatro abierto.» Y si la mayor parte de los negros son protestantes, «lo son porque lo eran los abolicionistas», y la Iglesia Bautista «fue la primera en admitir a los negros en el Paraíso».
Tras el éxito del libreto para la ópera Margaret Garner , Morrison está colaborando con Peter Sellars para una secretísima nueva ópera lírica que la autora espera estrenar en la Scala de Milán. «Le confieso solamente que se trata de una nueva versión de un gran clásico», afirma. «Adoro Italia porque no es presuntuosa como Francia y cada vez que llego me acoge una multitud enorme y calurosa. Aprecio a la editorial Frassinelli y a Carla Tanzi, la editora a quien le envié el primer manuscrito porque me importaba mucho su parecer, que fue positivo.»
Toni Morrison recién empieza a pensar en su próximo libro, todavía en estado embrionario. «Cuenta la vida de los afroamericanos en los pueblitos del Centro-Sud de Estados Unidos, durante los años cincuenta, cuando los soldados negros regresaban de Corea y eran linchados -explica-, mientras que en estados como Oklahoma los editores negros publicaban incluso quince periódicos negros. Es un capítulo de nuestra historia que nadie conoce.»
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