Hace unos meses el debate sobre la crisis financiera estaba centrado sobre si el aterrizaje de la economía estadunidense sería suave o duro. La pregunta era si la recesión tendría la forma de letra V, o si sería como una U alargada hacia la derecha. En el primer caso, la V representaría una caída brusca, […]
Hace unos meses el debate sobre la crisis financiera estaba centrado sobre si el aterrizaje de la economía estadunidense sería suave o duro. La pregunta era si la recesión tendría la forma de letra V, o si sería como una U alargada hacia la derecha. En el primer caso, la V representaría una caída brusca, pero poco tiempo después vendría una ágil recuperación. En el segundo caso, el bache sería más largo y la recuperación de la economía estadunidense tardaría más tiempo en llegar.
Hoy que la crisis desborda el sector financiero y afecta al sector real de la economía mundial, los términos del debate han cambiado. Nadie cree en una recesión tipo V. Por lo menos estamos frente a una recesión tipo U muy ancha, con un bache que puede prolongarse hasta 2011. Pero observando el mal desempeño de los principales indicadores en Estados Unidos (más de 600 mil despidos mensuales en los últimos tres meses) y viendo que las medidas adoptadas no surten efecto, nadie descarta una recesión tipo L, en donde el segmento horizontal representa un periodo de estancamiento económico mucho más prolongado.
Esta conclusión negativa se refuerza si se toma en cuenta que la coordinación internacional que se necesita en materia de paquetes de estímulo y regulación bancaria tardará mucho tiempo en cristalizarse. La reunión del G-20 el mes que viene será una prueba difícil en este terreno.
Lo cierto es que hoy nadie descarta la posibilidad de que la economía estadunidense permanezca largo tiempo en el fondo del barril y no sería difícil que repitiera la experiencia japonesa de la década de los noventa. En esos diez años, después de reventar la burbuja de bienes raíces, las medidas de política macroeconómica del gobierno nipón fueron incapaces de sacar a la economía del marasmo. De hecho, las medidas adoptadas por el banco central fueron la causa de esos diez años de estancamiento.
Algo parecido podría suceder en la crisis actual. En ese escenario ¿qué le espera a México?
Nuestro país pronto cumplirá tres décadas de estancamiento económico. El segmento horizontal de su crisis tipo letra L ha sido kilométrico y es indicador de que se ha sacrificado una generación en aras de un modelo económico fracasado mil veces. Lo que ahora viene en el plano económico, si no hay cambios a nivel estratégico, es un periodo realmente peligroso.
No se preocupen, dice el gobierno, la crisis nos viene de afuera. ¡Qué alivio! Pero los tsunamis también vienen de afuera y sus efectos son devastadores. Y además ¿por qué pensar que la amenaza es externa cuando cuatro sexenios sólo se han preocupado por consolidar un modelo que ahora cae en la bancarrota a escala mundial? ¿Por qué apuntar hacia el exterior como fuente de problemas cuando los últimos cuatro sexenios han basado su política económica en la creencia religiosa de que cualquier política contracíclica sólo sirve para distorsionar precios y mercados?
El discurso sobre los orígenes externos de la crisis no es sólo para evadir responsabilidades. Es también una revelación clara de lo que viene. El gobierno espera que la recesión estadunidense dure poco para poder regresar a lo que hemos estado haciendo desde hace 25 años, nadando de muertito en las aguas estancadas de un modelo diseñado para beneficio del capital financiero.
Pero hoy la continuidad es un acto de irresponsabilidad histórica. En la estrategia económica de México, el comercio exterior ha sido el expediente desesperado para tratar de mantener los niveles de empleo. Esa artimaña ha fracasado estrepitosamente. La construcción de un enclave maquilador no resuelve el desempleo. Tampoco puede jalar al resto de la economía porque simplemente está desconectado del resto del sistema económico. Lo único se logró fue concentrar 87 por ciento del valor de los flujos comerciales con un solo país, expulsar a 10 millones de mexicanos como migrantes y someter a la economía a los intereses del capital financiero. Un gran triunfo de los artífices del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN).
No hay que engañarse. Las medidas compensatorias anunciadas el lunes como represalia por la negativa del gobierno estadunidense a cumplir el tratado en materia de transporte carretero, no son un replanteamiento de la estrategia a seguir. Es una disposición aislada que no tendrá repercusiones sobre el destino de la economía mexicana. Es más, el discurso oficial nos dice que estas medidas son para defender la integridad del TLCAN.
Hoy que a escala mundial se están replanteando los dogmas de la globalización neoliberal, los tecnócratas mexicanos siguen remando a contracorriente. En lugar de analizar las oportunidades que ofrece la crisis y repensar la estrategia, prefieren mantenerse en el letargo. Es normal. Si carecen de elementos para pensar e interpretar la crisis ¿cómo van a replantear estrategias? Para el gobierno lo importante es continuar sin cambios en nuestra extendida recesión, en nuestra larga letra L de lamento.
Alejandro Nadal es economista. Profesor investigador del Centro de Estudios Económicos, El Colegio de México, y colabora regularmente con el cotidiano mexicano de izquierda La Jornada.